Al siguiente día todos se
levantaron temprano y se dirigieron a sus respectivas mesas.
Solo el trío de oro se
había retrasado un poco y eso es porque
Harry y Ron fueron a la habitación de su amiga a platicar antes con ella —hace
días que no hablaban los tres— querían saber sobre su estado de salud y
confirmar por ellos mismos si su amiga estaba tan bien como ella les había
dicho.
Ginny y Luna decidieron
darles su espacio a los amigos así que ellas si estaban en sus lugares.
—¿Y dónde están Harry,
Ron y la castaña? —preguntó Sirius a Ginny y Luna.
—Se quedaron platicando
en la habitación de Hermione —respondió Luna como si nada.
—No tardaran —agregó
Ginny.
Sirius asintió, pero eso
no significaba que el interrogatorio del animago había terminado.
—Y tan solo por
curiosidad, ¿Quién es el padre del hijo de la castaña? —volvió a preguntar,
James espero impaciente la respuesta, pero Remus parecía serio de repente.
Nadie respondió. Pero
Luna que platicaba con Neville entendió mal la pregunta —mejor dicho ambos
entendieron mal— y dio una respuesta errónea.
—Es Harry —respondió la
chica con una sonrisa inocente.
Todos quedaron
completamente confundidos. ¿Harry el
padre del niño que esperaba Hermione? Imposible, que no se suponía que eran
amigos, ese era el pensamiento de todos.
¿Hijo de Harry? ¿Voy a
ser abuela? ¿Voy hacer abuelo?, esos eran los pensamientos de James y Lily.
Luego miraron a Ginny y
se asombraron más al no verla enojada sino confusa.
Pero nuevamente antes de
que Ginny pudiera aclarar las cosas Neville habló:
—Que no era Ron.
Luna negó con la cabeza.
—No, es Harry —dijo esta.
James, Lily, Molly y Arthur
estaban confundidos quien de ellos dos serian abuelos.
Pero Remus se sentía
enojado, y no sabía porque, aunque muy dentro de él si lo sabía solo que no
quería reconocerlo.
Él no podía creer que
Harry o Ron sean los presuntos padres del bebé que esperaba Hermione, puesto
que ella le había dicho que el padre de su hijo no había podido acompañarla,
pero también le había dicho que se encontraban algo separados, como tenía que
interpretar eso.
Unas risitas lo sacaron
de sus cavilaciones y cuando miró hacia donde provenían las risas se encontró
con Harry, Ron y Hermione —que iba al medio de ellos— riendo, pero callaron al
verlos a todos en silencio y con cara de confusión.
Hermione miró a su futuro
esposo, y no le gustó mucho verlo con la mirada perdida y con el ceño levemente
fruncido.
Eso solo indicaba que
esta confuso o enojado por algo o tal vez las dos cosas, se decía Hermione.
—¿Qué les pasa? —preguntó
Ron, él fue el primero que se atrevió a romper el silencio.
Nadie respondió.
Pero Hermione noto que no
dejaban de mirarla a ella, su vientre y luego a Harry y Ron. Y eso no le
gustaba nada.
—Solo nos preguntábamos
—dijo James señalando a Lily y al matrimonio Weasley—, que quien de nosotros
dos se convertirá en abuelos.
—¡James! —lo reprendió
Lily, aunque ella también quería hacer la misma pregunta.
El trío los con
confusión.
—¿Qué? —preguntó Hermione
con el ceño fruncido porque había entendido la insinuación.
—Para ser más claros
queríamos saber quién de los dos es el padre del niño que esperas, ¿Harry o
Ron? —aclaró James, pensando que Hermione no había entendido la pregunta.
—Papá, ¿por qué piensan
que Ron o yo somos los presuntos padres del niño que Herms espera? —preguntó
Harry.
—Porque eso dijeron Luna
y Neville —contestó Sirius.
La castaña miró a sus amigos
con seriedad. Los cuales se sonrojaron.
—¡Eso no es cierto!
Ninguno de los dos es padre de mi bebé —gruñó la chica.
—Creo que acá ha habido
una confusión —dijo Luna.
—¿Confusión? —preguntaron
James, Lily, Molly y Arthur.
—Nosotros creímos
escuchar que preguntaban por el padrino del bebé —dijo Neville.
Luna asintió.
—Sí, y ahí fue cuando yo
dije era Harry.
—Y dije que era Ron —dijo
Neville.
—Ustedes pensaron que
preguntábamos por el padrino —dijo Sirius y los chicos volvieron a asentir.
—Vaya, que confusión
—dijo James pasándose una mano por el cabello desordenándoselo.
Repentinamente a Remus se
le paso el enojo que tenía.
Claro, solo se trataba de
una confusión, ya decía yo que Hermione no era de esa clase de chicas que se
enredaban con dos hombres a la vez y menos siendo ellos sus amigos, se decía
Remus.
—Bueno, ya aclarado el
punto —dijo Ron—. ¿A qué hora empezaremos a desayunar? —preguntó.
Todos rieron ante lo
dicho por el pelirrojo, si hasta a Hermione se le quito el enojo.
—¿Qué? —dijo Ron
encogiéndose de hombros—, muero de hambre —agregó.
—¿Tú? Cuando no, Ron —rió
Ginny.
Todos se sentaron en sus
sitios, aunque esta vez Hermione no pudo sentarse junto a Remus porque este
estaba sentado al medio de Sirius y James, así que Hermione tuvo que sentarse
entre sus amigos, lo único bueno era que estaba frente a Remus y así podía
mirarlo las vece que quisiera.
Kreacher apareció el
desayuno y todos comentaban el pequeño incidente sobre el padre del niño de
Hermione entre bromas y miradas disimuladas por parte de Remus y Hermione.
Cuando terminaron de
desayunar Albus tomo el libro y preguntó:
—¿Quién quiere leer
ahora?
—Yo leeré —dijo Padma
Patil. Dumbledore levito el libro hasta las manos de la chica.
Pero antes de que Padma
empezara a leer, Crookshanks
llego ronroneando y se subió en el regazo de Remus y se acomodó dispuesto a
dormir.
—Oh, Crookshanks —dijo Hermione en tono de disculpa.
Remus sonrió ante el
descaro del gato.
—No importa —dijo a
Hermione y empezó a acariciar al gato detrás de las orejas y este empezó a
ronronear más.
Padma abrió el libro y
busca la página correcta, cuando la hallo, leyó:
—“El diario secretísimo”.
Ginny tembló y se puso
pálida al escuchar sobre el diario, Harry la abrazo por la cintura pegándola
más a él a la vez que le susurraba palabras tranquilizadoras que solo podía
escuchar la pelirroja.
Hermione pasó varias semanas en la
enfermería (Sirius rió al imaginar a Hermione
convertida en gato, pero callo cuando la chica lo fulminó con la mirada).
Corrieron rumores sobre su desaparición cuando el resto del colegio regresó a
Hogwarts al final de las vacaciones de Navidad, porque naturalmente todos
creyeron que la habían atacado (No la habían
atacado, solo se convirtió en la chica gato, murmuró Sirius). Eran
tantos los alumnos que se daban una vuelta por la enfermería tratando de
echarle la vista encima, que la señora Pomfrey quitó las cortinas de su propia
cama y las puso en la de Hermione para ahorrarle la vergüenza de que la vieran
con la cara peluda.
Sirius empezó a reír
nuevamente contagiando a los gemelos Weasley.
—Seguramente te
parecerías mucho a la Señora Norris
—dijo Sirius entre risas.
—¡Una vez más! —advirtió
Hermione a Sirius—. Una vez más que escuche tus risas a mí sota Sirius, juró
por todos los Dioses que te arrancare la cabeza y antes de irme de este tiempo
la colocare al medio de Gran Comedor para que todos sepan que no deben de
reírse de mí —gruñó.
Sirius se calló
inmediatamente, sentía un poco de temor por la amenaza de Hermione. Pero
también parecía sentir una especie de déjà
vu porque la forma en como lo amenazo le hizo recordar a Lily.
Luego miró a Hermione y a
Lily.
Sí, definitivamente las
pelirrojas y las castañas son peligrosas, se dijo.
Harry y Ron iban a visitarla todas las
noches. Cuando comenzó el nuevo trimestre, le llevaban cada día los deberes.
Lo mismo hace Cornamenta,
Canuto y Colagusano conmigo después de cada luna llena, recordaba Remus con una
ligera sonrisa.
—Si a mí me hubieran salido bigotes de
gato, aprovecharía para descansar —le dijo Ron una noche, dejando un montón de
libros en la mesita que tenía Hermione junto a la cama.
—Eso nadie lo duda, Ron
—le dijeron sus hermanos y Harry.
Al pelirrojo se le
pusieron rojas las orejas.
—No te preocupes, Ron
—dijo Sirius—, tú eres de los míos —Ron sonrió al igual que el animago.
—No seas tonto, Ron, tengo que
mantenerme al día —replicó Hermione rotundamente. Estaba de mucho mejor humor
porque ya le había desaparecido el pelo de la cara, y los ojos, poco a poco,
recuperaban su habitual color marrón—. ¿Tenéis alguna pista nueva? —añadió en
un susurro, para que la señora Pomfrey no pudiera oírla.
—Y ahí van nuevamente a
meterse en problemas —bufó Lily—, ¿qué no podían aunque sea ese día no pensar
en la Cámara Secreta?
—No insista, señora
Potter, ellos siempre son así —dijo Percy.
—Nada —dijo Harry con tristeza.
—Estaba tan convencido de que era
Malfoy… —dijo Ron por centésima vez.
—Les dije que no era yo
—dijo Draco con una sonrisa arrogante.
—Ahora lo sabemos, pero
antes eras muy sospechoso —respondió Ron.
—¿Qué es eso? —preguntó Harry,
señalando algo dorado que sobresalía debajo de la almohada de Hermione.
Hermione se sonrojó al
instante.
Y Remus se preguntaba el
porqué de ese sonrojo.
Se ve adorable sonrojada,
pensaba Lupin. Pero luego negó con la cabeza recordándose que debía mantener
las distancias con ella.
—Nada, una tarjeta para desearme que me
ponga bien —dijo Hermione a toda prisa, intentando esconderla, pero Ron fue más
rápido que ella. La sacó, la abrió y leyó en voz alta:
A la señorita Granger deseándole
que se recupere muy pronto, de su preocupado profesor Gilderoy Lockhart,
Caballero de tercera clase de la Orden de Merlín, Miembro Honorario de la Liga
para la Defensa Contra las Fuerzas Oscuras y cinco veces ganador del Premio a
la Sonrisa más Encantadora, otorgado por la revista «Corazón de Bruja».
Todos miraban a la
castaña que cada vez se sonrojaba más.
—Su estúpida presentación
ocupa más espacio que en desearte que te recuperes, castaña —dijo Sirius con
enojo.
—Ya no la molestes,
Sirius —la defendió Remus sin poder evitarlo.
Ron miró a Hermione con disgusto.
—¿Duermes con esto debajo de la
almohada?
—Eso es evidente —dijeron
los gemelos Weasley, con ligero toque de diversión.
Pero Hermione no necesitó responder,
porque la señora Pomfrey llegó con la medicina de la noche.
—¿A que Lockhart es el tío más pelota
que has conocido en tu vida? —dijo Ron a Harry al abandonar la enfermería y
empezar a subir hacia la torre de Gryffindor (Esas
son las palabras más verdaderas dichas nunca, dijeron los merodeadores).
Snape les había mandado tantos deberes, que a Harry le parecía que no los
terminaría antes de llegar al sexto curso (No crees
que exagerabas un poco, dijo Alice. Y Ron alegó defendiendo a su amigo: “No son
exageraciones, en verdad era mucha tarea”). Precisamente Ron estaba
diciendo que tenía que haber preguntado a Hermione cuántas colas de rata había
que echar a una poción crecepelo (40, respondieron
Hermione y Remus al unisonó), cuando llegó hasta sus oídos un arranque
de cólera que provenía del piso superior.
—Es Filch —susurró Harry, y subieron
deprisa las escaleras y se detuvieron a escuchar donde no podía verlos.
—Espero que no hayan atacado a nadie
más —dijo Ron, alarmado.
—No creo que a Filch le
importe mucho que hayan atacado a otro estudiante más como para que entre en
cólera —dijo George.
—Yo creo que otro ataque
más en vez de ponerlo colérico lo pondría eufórico —dijo Fred.
Se quedaron inmóviles, con la cabeza
inclinada hacia la voz de Filch, que parecía completamente histérico.
—… aún más trabajo para mí. ¡Fregar
toda la noche, como si no tuviera otra cosa que hacer! No, ésta es la gota que
colma el vaso, me voy a ver a Dumbledore.
—Va a hacer todo un
drama, solo porque tiene que limpiar un poco más —dijo Ted negando con la
cabeza.
Sus pasos se fueron distanciando, y
oyeron un portazo a lo lejos.
Asomaron la cabeza por la esquina.
Evidentemente, Filch había estado cubriendo su habitual puesto de vigía; se
encontraban de nuevo en el punto en que habían atacado a la Señora
Norris. Buscaron lo que había motivado los gritos de Filch. Un
charco grande de agua cubría la mitad del corredor, y parecía que continuaba
saliendo agua de debajo de la puerta de los aseos de Myrtle la
Llorona. Ahora que los gritos de Filch habían cesado, podían oír
los gemidos de Myrtle resonando a través de las paredes de los aseos.
—Me preguntó si alguna
vez dejara de llorar —dijo Fabian.
—No lo creo hermano, ese
es su pasatiempo favorito —le contestó su gemelo.
Pero Ginny sabía
perfectamente lo que había hecho en ese momento y por eso volvió a empalidecer.
—¿Qué le pasará ahora? —preguntó Ron.
—Vamos a ver —propuso Harry, y
levantándose la túnica por encima de los tobillos, se metieron en el charco
chapoteando, llegaron a la puerta que exhibía el letrero de «No funciona» y,
haciendo caso omiso de la advertencia, como de costumbre, entraron.
—Presiento que entrar ahí
no traerá nada bueno —murmuró Lily.
Myrtle la
Llorona estaba llorando, si cabía, con más ganas y más sonoramente
que nunca (Eso despertó la curiosidad de muchos).
Parecía estar metida en su retrete habitual. Los aseos estaban a oscuras,
porque las velas se habían apagado con la enorme cantidad de agua que había
dejado el suelo y las paredes empapados.
—Me da mala espina —gruñó
Moody.
—¿Qué pasa, Myrtle? —inquirió Harry.
—¿Quién es? —preguntó Myrtle, con
tristeza, como haciendo gorgoritos—. ¿Vienes a arrojarme alguna otra cosa?
Ginny ahora sí que perdió
todo el color y Molly que no le quitaba la mirada a su hija lo noto.
—Pero que es lo que le
pasa —susurró.
—Dijiste algo, Molly
—preguntó Arthur y Molly negó con la cabeza.
—Pero qué sentido tiene
arrojarle cosas a un fantasma —dijo James.
—Sí, no les causara
dolor, solo las trapazará —dijo Sirius con aburrimiento.
Harry fue hacia el retrete y le
preguntó:
—¿Por qué tendría que hacerlo?
—Exacto —dijo Andrómeda.
—No sé —gritó Myrtle, provocando al
salir del retrete una nueva oleada de agua que cayó al suelo ya mojado—. Aquí
estoy, intentando sobrellevar mis propios problemas, y todavía hay quien piensa
que es divertido arrojarme un libro…
—¿Un libro? —preguntó
Moody.
—Eso sí que es raro —dijo
Remus.
—No es raro, Lunático
—dijo James—, tal vez se trataba de alguien que no quería hacer sus deberes.
—No lo creo —susurró
Remus.
Mientras tanto Ginny
apretaba los puños con tanta fuerza que ya tenía los nudillos blancos.
—Pero si alguien te arroja algo, a ti
no te puede doler —razonó Harry—. Quiero decir, que simplemente te atravesará,
¿no?
—Oh, palabras equivocadas
en el momento equivocado —canturrearon los gemelos Weasley.
Acababa de meter la pata. Myrtle se
sintió ofendida y chilló:
—¡Vamos a arrojarle libros a Myrtle,
que no puede sentirlo! ¡Diez puntos al que se lo cuele por el estómago!
¡Cincuenta puntos al que le traspase la cabeza! ¡Bien, ja, ja, ja! ¡Qué juego
tan divertido, pues para mí no lo es!
—Sí que la heriste y yo
que pensaba que Ron era el único que no tenía tacto al decir las cosas —dijo
Hermione.
—Algo se me pego tanto
estar con Ron —dijo Harry en son de broma.
—¡Oye! —se quejó el
pelirrojo, haciendo reír a sus amigos.
—Pero ¿quién te lo arrojó? —le preguntó
Harry.
—No lo sé… Estaba sentada en el sifón,
pensando en la muerte (Un apasionante tema, ironizó
Zabini), y me dio en la cabeza —dijo Myrtle, mirándoles—. Está ahí,
empapado.
Ginny trago grueso.
—Tranquila —le susurró
Harry.
Harry y Ron miraron debajo del lavabo,
donde señalaba Myrtle. Había allí un libro pequeño y delgado. Tenía las tapas
muy gastadas, de color negro, y estaba tan humedecido como el resto de las
cosas que había en los lavabos. Harry se acercó para cogerlo, pero Ron lo
detuvo con el brazo.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry.
—¿Estás loco? —dijo Ron—. Podría
resultar peligroso.
—Vaya, ahora el sensato
eres tú, pequeño Ronnie —se burlaron los gemelos Weasley.
—¡Ya cállense! —dijo Ron
con las orejas rojas.
—Su hermano tiene razón
—dijo Arthur a sus hijos gemelos—, los libros también resultan ser peligrosos
en algunos casos.
—¿Peligroso? —dijo Harry, riendo—.
Venga, ¿cómo va a resultar peligroso?
Fue peligroso, pensó
Harry al recordar todo lo que ese libro le hizo a Ginny.
—Te sorprendería saber —dijo Ron,
asustado, mirando el librito— que entre los libros que el Ministerio ha
confiscado había uno que les quemó los ojos. Me lo ha dicho mi padre. Y todos
los que han leído Sonetos del hechicero han
hablado en cuartetos y tercetos el resto de su vida. ¡Y una bruja vieja de Bath
tenía un libro que no se podía parar nunca de leer! Uno tenía que andar por
todas partes con el libro delante, intentando hacer las cosas con una sola
mano. Y…
Percy estaba gratamente
sorprendido, porque nunca pensó que su hermano menor pusiera atención a todo lo
que contaba su padre.
—Vale, ya lo he entendido —dijo Harry.
El librito seguía en el suelo, empapado y misterioso—. Bueno, pero si no le
echamos un vistazo, no lo averiguaremos —dijo y, esquivando a Ron, lo recogió
del suelo.
—¡Harry Potter! No
debiste coger ese libro, pode ser peligroso —lo regañó Lily.
—Solo tenía curiosidad
—se justificó el ojiverde.
—¿Curiosidad? —repitió
Lily—, ¿y cuantas veces tu curiosidad te ha metido en problemas? —siguió
regañando.
—Lo siento —se disculpó
Harry.
Ron rió y su amigo
pelinegro lo volteo a ver, puesto que no le parecía nada gracioso ser regañado,
y más siendo ya mayor de edad.
—Ahora sabes lo que se
siente que tu madre te regañe —se burló el pelirrojo.
Harry sonrió, cuanto
había añorado eso.
—Sí, no es muy agradable
—respondió Harry.
Hermione que había
escuchado toda la conversación de sus amigos —ya que ella estaba al medio de
ambos— negó con la cabeza.
Para algunas cosas ellos
pueden ser tan infantiles, pensaba la castaña.
Harry vio al instante que se trataba de
un diario, y la desvaída fecha de la cubierta le indicó que tenía cincuenta
años de antigüedad (Varios quedaron sorprendidos
por la antigüedad. Pero Dumbledore tenía ciertas sospechas de quien podría ser
ese diario y no le gustaba nada). Lo abrió intrigado. En la primera
página podía leerse, con tinta emborronada, «T.M. Ryddle».
Los del pasado —excepto Dumbledore— miraban con curiosidad
el libro, puesto que nunca habían escuchado ese nombre, pero los del futuro,
sobre todo el trío de oro, los hermanos Weasley sabían perfectamente quien era Ryddle.
Dumbledore suspiró, ahora
ya no tenías dudas de que el que había abierto nuevamente la Cámara de los
Secretos había sido Ryddle —así como había hecho hace muchos años atrás— y que
seguramente lo había logrado manipulando a algún alumno.
Ginny volvió a temblar. Y
Harry como siempre la pego más a él. Pero la pelirroja no se podía quitar de la
cabeza aun después de casi seis años a ese terrible hombre, ese hombre que
decía ser su amigo, un amigo muy comprensivo, gentil, amable, que la entendía
en todo, la consolaba en sus sufrimientos, pero con el tiempo también la
inducia hacer cosas terribles de las que luego no recordaba, pero la hacían
sentir culpable y temerosa, sentía que Voldemort se apoderaba de ella, porque
si el nombre con que lo conocían en su tiempo era Voldemort.
Ginny se volvió a
estremecer, y ahora no solo Molly se había dado cuenta de ese detalle, sus tíos
y los merodeadores también.
—¿Qué le sucede a Ginny?
—preguntó Fabian a su hermano en susurros.
—No lo sé, hermano, pero
hace rato que Harry la tiene abrazada y parece susurrarle cosas, como
tranquilizándola —le contestó su gemelo.
Después de ese
intercambio de palabras de los hermanos Prewett, todos quedaron en silencio y
Padma volvió a leer.
—Espera —dijo Ron, que se había
acercado con cuidado y miraba por encima del hombro de Harry—, ese nombre me
suena… T.M. Ryddle ganó un premio hace cincuenta años por Servicios Especiales
al Colegio.
Hagrid que había
permanecido en silencio cuando Padma menciono aquel monstruoso nombre, no pudo
evitar gruñir al recordar todo lo que había pasado para que Ryddle recibiera
ese premio.
—¿Y cómo sabes eso? —preguntó Harry
sorprendido.
—Lo sé porque Filch me hizo limpiar su
placa unas cincuenta veces cuando nos castigaron —dijo Ron con resentimiento—.
Precisamente fue encima de esta placa donde vomité una babosa. Si te hubieras
pasado una hora limpiando un nombre, tú también te acordarías de él.
—No lo dudamos —dijeron
los merodeadores.
—Ya nos ha pasado
—dijeron a coro los gemelos Weasley y los gemelos Prewett.
McGonagall negó con la
cabeza.
Definitivamente los
gemelos Weasley me darán igual o más problemas que los merodeadores, pensaba la
profesora de Transformaciones.
—Pero aun así, como es
que alguien puede ganar un premio por Servicios Especiales al Colegio —dijo
Sirius pensativo.
—Tal vez atrapo al que
abrió la Cámara de los Secretos —dijo James.
—No creo que un solo
chico pueda atrapar al culpable —dijo Remus—, lo único que hubiera logrado es
que petrifiquen también como a los chicos de la época de Harry —concluyó.
Toda esta conversación lo
escucho Moody, y estaba completamente de acuerdo con Remus. Él tampoco creía
que Ryddle hubiera atrapado al culpable.
Harry separó las páginas humedecidas.
Estaban en blanco. No había en ellas el más leve resto de escritura, ni
siquiera «cumpleaños de tía Mabel» o «dentista, a las tres y media».
—¿Dentista? —preguntó
Frank.
Hermione se entristeció
al escuchar la palabra «Dentista». Porque esa simple palabra le hacía recordar
a sus padres.
—No te preocupes
Hermione, te ayudaremos a encontrar a tus padres —le dijo Ron, y la castaña le
sonrió a su amigo pelirrojo.
—Un dentista es la
persona que se encarga de la salud de tus dientes —explicó Lily.
Frank asintió, pero no
entendía muy bien porque los muggles se dedicaban a eso.
—No llegó a escribir nada —dijo Harry,
decepcionado.
—Me pregunto por qué querría alguien
tirarlo al retrete —dijo Ron con curiosidad.
Ron miró con tristeza a
su hermana —que estaba abrazada a Harry— porque aún no se podía si quiera
imaginar lo horrible que ha de haber sentido Ginny al ser manipulada por ese
ser tan malvado.
Harry volvió a mirar las tapas del
cuaderno y vio impreso el nombre de un quiosco de la calle Vauxhall, en
Londres.
—Debió de ser de familia muggle
—dijo Harry, especulando—, ya que compró el diario en la
calle Vauxhall…
Solo mitad muggle, pensó
Harry. Justo era por esa mitad muggle que odiaba a todos los que eran sangre
pura.
—Bueno, eso da igual —dijo Ron. Luego
añadió en voz muy baja—. Cincuenta puntos si lo pasas por la nariz de Myrtle.
Todos los bromistas
rieron.
—Muy buena esa, sobrino
—festejaron los gemelos Prewett. Mientras que Molly los taladraba con la
mirada.
Harry, sin embargo, se lo guardó en el
bolsillo.
—No me parece correcto
eso —murmuró Lily. No sabía decir muy bien, pero que ese libro este en las
manos de su hijo le causaba terror.
Hermione salió de la enfermería, sin
bigotes, sin cola y sin pelaje, a comienzos de febrero (Oh,
ya casi me había olvidado de eso, dijo Sirius con cierta burla). La
primera noche que pasó en la torre de Gryffindor, Harry le enseñó el diario de
T.M. Ryddle y le contó la manera en que lo habían encontrado.
—¡Aaah, podría tener poderes ocultos!
—dijo con entusiasmo Hermione, cogiendo el diario y mirándolo de cerca.
—Sí que los tenía
—murmuró Harry.
—Pareces más responsable
que ellos dos —dijo Andrómeda señalando a Harry y Ron—, pero al final eres
igual de curiosa y rompe reglas que ellos.
Hermione se sonrojó,
mientras que los merodeadores reían por lo bajo.
—Si los tiene, los oculta muy bien
—repuso Ron—. A lo mejor es tímido. No sé por qué lo guardas, Harry.
Nuevamente los bromistas
volvieron a reír ante las ocurrencias de Ron.
Cuando las risas cesaron
Padma volvió a leer.
—Lo que me gustaría saber es por qué
alguien intentó tirarlo —dijo Harry—. Y también me gustaría saber cómo
consiguió Ryddle el Premio por Servicios Especiales.
—Todos quisiéramos saber
—opinó Lee.
—Por cualquier cosa —dijo Ron—. A lo
mejor acumuló treinta matrículas de honor en Brujería o salvó a un profesor de
los tentáculos de un calamar gigante. Quizás asesinó a Myrtle, y todo el mundo
lo consideró un gran servicio…
—¡Ronald! —lo regañó
Molly—. Nunca bromees con la muerte de alguien.
—Lo siento —se disculpó
el pelirrojo.
—Aunque he de decir a tu
favor que todo lo que dijiste era cierto —le susurró Harry.
Pero Harry estaba seguro, por la cara
de interés que ponía Hermione, de que ella estaba pensando lo mismo que él.
—Así era —afirmó
Hermione.
—¿Qué pasa? —dijo Ron, mirando a uno y
a otro.
—Bueno, la Cámara de los Secretos se
abrió hace cincuenta años, ¿no? —explicó Harry—. Al menos, eso nos dijo Malfoy.
—Sí… —admitió Ron.
—Y este diario tiene cincuenta años
—dijo Hermione, golpeándolo, emocionada, con el dedo.
—Vaya, es asombroso ver
como unos niños de doce años tratan de resolver problemas de adultos —dijo
Moody gratamente sorprendido.
Esos tres podrían ser
grandes aurores, pensaba Moody.
—¿Y?
—Venga, Ron, despierta ya —dijo
Hermione bruscamente—. Sabemos que la persona que abrió la cámara la última vez
fue expulsada hace cincuenta años. Sabemos que a T.M. Ryddle le dieron un
premio hace cincuenta años por Servicios Especiales al Colegio. Bueno, ¿y si a
Ryddle le dieron el premio por atrapar al heredero de Slytherin? (O fingir que lo hacía, murmuró Harry) En su
diario seguramente estará todo explicado: dónde está la cámara, cómo se abre y
qué clase de criatura vive en ella. La persona que haya cometido las agresiones
en esta ocasión no querría que el diario anduviera por ahí, ¿no?
—Es brillante esa
deducción —felicitó McGonagall.
—Y solo tenías doce
—agregó Ted.
Remus miraba a Hermione
como si fuera una estrella muy brillante —esa
chica sí que es extraordinaria, pensaba Lupin— no solo era hermosa sino
también muy, muy inteligente, brillante como había dicho McGonagall.
Hermione sintió una
mirada sobre ella y levanto la cabeza para encontrarse con unos ojos miles.
Ella sonrió al chico y este le respondió la sonrisa, pero luego giró la vista,
cosa que sorprendió a Hermione.
Tengo que alejarme de
ella, ni siquiera debo mirarla, se decía Remus.
—Es una teoría brillante, Hermione
—dijo Ron—, pero tiene un pequeño defecto: que no hay nada escrito en el
diario.
Ginny se estremeció recordando
porque no había nada escrito en el diario.
Pero Hermione sacó su varita mágica de
la bolsa.
—¡Podría ser tinta invisible! —susurró.
Y dio tres golpecitos al cuaderno,
diciendo:
—¡Aparecium!
Pero no ocurrió nada. Impertérrita,
volvió a meter la mano en la bolsa y sacó lo que parecía una goma de borrar de
color rojo.
—Es un revelador,
lo compré en el callejón Diagon —dijo ella.
Frotó con fuerza donde ponía «1 de
enero». Siguió sin pasar nada.
—Es extraño, en verdad
creí que ese libro tenía que con la cámara —dijo con confusión Alice—. Tal solo
es un simple libro.
—No es un simple, libro
—susurró Ginny.
—Ya te lo decía yo; no hay nada que
encontrar aquí —dijo Ron—. Simplemente, a Ryddle le regalaron un diario por
Navidad, pero no se molestó en rellenarlo.
—Sí, puede ser —dijo
Susan.
—Pero qué casualidad que
cincuenta años después volviera a aparecer —gruñó Moody.
Todos estuvieron de
acuerdo con el auror, eso sí que era muy extraño.
Harry no podría haber explicado, ni
siquiera a sí mismo, por qué no tiraba a la basura el diario de Ryddle. El caso
es que aunque sabía que el diario estaba en blanco, pasaba las páginas atrás y
adelante, concentrado en ellas, como si contaran una historia que quisiera
acabar de leer (Algunos miraron a Harry como
preguntando porque hacia eso, si se supone que el libro está en blanco).
Y, aunque estaba seguro de no haber oído antes el nombre de T.M. Ryddle, le
parecía que ese nombre le decía algo, como si se tratara de un amigo olvidado
de la más remota infancia (No se trataba precisamente
de un amigo, susurró Ron). Pero era absurdo: no había tenido amigos
antes de llegar a Hogwarts, Dudley se había encargado de eso.
A nadie le gustaba eso,
pero los más enojados eran Lily, James y los otros dos merodeadores.
Sin embargo, Harry estaba determinado a
averiguar algo más sobre Ryddle, así que al día siguiente, en el recreo, se
dirigió a la sala de trofeos para examinar el premio especial de Ryddle,
acompañado por una Hermione rebosante de interés y un Ron muy reticente, que
les decía que había visto el premio lo suficiente para recordarlo toda la vida.
—Oh, pequeño Ronnie…
—dijo Fred.
—… a veces sí que puedes
ser muy gracioso —terminó George.
La placa de oro bruñido de Ryddle
estaba guardada en un armario esquinero. No decía nada de por qué se lo habían
concedido.
—Menos mal —dijo Ron—, porque si lo
dijera, la placa sería más grande, y en el día de hoy aún no habría acabado de
sacarle brillo.
Todos rieron por las
ocurrencias del pelirrojo.
—Insistimos a veces si
eres gracioso —dijeron los gemelos Weasley.
Sin embargo, encontraron el nombre de
Ryddle en una vieja Medalla al Mérito Mágico y en una lista de antiguos alumnos
que habían recibido el Premio Anual.
—Me recuerda a Percy —dijo Ron,
arrugando con disgusto la nariz—: prefecto, Premio Anual…, supongo que sería el
primero de la clase.
—¿y que tiene eso de
malo? —dijeron Percy, Hermione, Lily y Remus.
Ron se sonrojó y se
encogió de hombros.
—Además Ron, te recuerdo
que tú también eres prefecto —dijo Hermione.
—¡¿Qué?! —gritaron los
gemelos Prewett.
—Otro más que nos
decepciona, Gideon —dijo Fabian fingiendo quitarse una lágrima del ojo.
—Padma podrías seguir
leyendo —pidió Harry para salvar a su amigo.
—Lo dices como si fuera algo vergonzoso
—señaló Hermione, algo herida.
Esa sería la frase que
diría la pelirroja, pensaba Sirius, no me habré equivocado y la castaña es la
hija perdida de Cornamenta y la pelirroja.
El animago miró a
Hermione y luego a Lily buscando algún parecido y al no encontrarlo miró a su
amigo y a Hermione, y nuevamente no encontró ningún parecido.
Aunque esa frase también
es muy típica de Lunático, se dijo, claro, la castaña es la hija perdida de
Lunático, así tiene que ser.
El sol había vuelto a brillar
débilmente sobre Hogwarts. Dentro del castillo, la gente parecía más optimista.
No había vuelto a haber ataques después del cometido contra Justin y Nick Casi
Decapitado, y a la señora Pomfrey le encantó anunciar que las mandrágoras se
estaban volviendo taciturnas y reservadas, lo que quería decir que rápidamente
dejarían atrás la infancia (Al menos esa es una
buena noticia, dijo Molly). Una tarde, Harry oyó que la señora Pomfrey
decía a Filch amablemente:
—Cuando se les haya ido el acné,
estarán listas para volver a ser trasplantadas. Y entonces, las cortaremos y
las coceremos inmediatamente. Dentro de poco tendrá a la Señora
Norris con usted otra vez.
—Pobre de Filch,
seguramente se sentiría completamente solo sin su gata —dijo Luna.
—¿Solo? —repitió Sirius—,
lo único que sentiría seria coraje porque sin esa esquelética gata no podría
molestar a nadie.
Harry pensaba que tal vez el heredero
de Slytherin se había acobardado. Cada vez debía de resultar más arriesgado
abrir la Cámara de los Secretos, con el colegio tan alerta y todo el mundo tan
receloso. Tal vez el monstruo, fuera lo que fuera, se disponía a hibernar
durante otros cincuenta años.
—Que equivocado estaba
—murmuró el pelinegro.
Ernie Macmillan, de Hufflepuff, no era
tan optimista. Seguía convencido de que Harry era el culpable y que se había
delatado en el club de duelo (Lo siento, Harry, se
disculpó Ernie). Peeves no era precisamente una ayuda, pues iba por los
abarrotados corredores saltando y cantando: «¡Oh, Potter,
eres un zote, estás podrido…!», pero ahora además interpretando un
baile al ritmo de la canción.
Los del futuro reían por
lo bajo recordado a Peeves bailando y cantando, aunque para Harry no era muy
gracioso.
—Debemos hacerle una gran
broma a Peeves —propuso James y los otros dos merodeadores asintieron.
Gilderoy Lockhart estaba convencido de
que era él quien había puesto freno a los ataques (Todo
estaba tan bien, pero tuvieron que mencionar a ese idiota, dijeron los
merodeadores). Harry le oyó exponerlo así ante la profesora McGonagall
mientras los de Gryffindor marchaban en hilera hacia la clase de Transformaciones.
Espero no tener que
soportar a ese hombre en el futuro, pensaba la seria profesora de
Transformaciones.
—No creo que volvamos a tener
problemas, Minerva —dijo, guiñando un ojo y dándose golpecitos en la nariz con
el dedo, con aire de experto—. Creo que esta vez la cámara ha quedado bien
cerrada. Los culpables se han dado cuenta de que en cualquier momento yo podía
pillarlos y han sido lo bastante sensatos para detenerse ahora, antes de que
cayera sobre ellos… Lo que ahora necesita el colegio es una inyección de moral,
¡para barrer los recuerdos del trimestre anterior! No te digo nada más, pero
creo que sé qué es exactamente lo que…
—¡Oh, por Merlín! ¿Es
completamente necesario leer todas las barbaridades que dice ese tipo?
—cuestionó Remus.
—Me temo que sí, señor
Lupin —respondió el director.
—Además algunas de sus
estupideces serán importantes para que descubran la verdad —dijo Harry.
—¿Y lo que planeaba daba
miedo? —preguntó Alice.
—Fue realmente aterrador
—respondió Ron.
De nuevo se tocó la nariz en prueba de
su buen olfato y se alejó con paso decidido.
La idea que tenía Lockhart de una
inyección de moral se hizo patente durante el desayuno del día 14 de febrero (Los chicos del futuro al acordarse de eso hicieron
muecas de desagrado, mientras que las chicas suspiraban). Harry no había
dormido mucho a causa del entrenamiento de quidditch de
la noche anterior y llegó al Gran Comedor corriendo, algo retrasado. Pensó, por
un momento, que se había equivocado de puerta.
—¿Después de tres años?
—cuestionaron los merodeadores.
—Es que la decoración era
como decirlo… —dijo Harry, pero paro de hablar al no encontrar la palabra
correcta para la decoración del Gran Comedor.
—Muy cursi —dijo Ron.
—Espantosa —dijeron los
gemelos Weasley fingiendo vomitar.
—Asquerosa —dijeron
Seamus y Dean.
—Ridículo —dijo Zabini.
—Yo diría que
asquerosamente ridículo —concluyó Draco con un gesto de molestia.
Las paredes estaban cubiertas de flores
grandes de un rosa chillón. Y, aún peor, del techo de color azul pálido caían
confetis en forma de corazones (¡¿Qué?!, fue la
exclamación de los chicos del pasado, mientras que Snape y Lucius ponían cara
de asco por aquella decoración). Harry se fue a la mesa de Gryffindor,
en la que estaban Ron, con aire asqueado (Los
chicos asintieron estando de acuerdo con Ron), y Hermione, que se reía
tontamente.
—Creo que esa fue la
primera vez que el terminó tonta te
sentaba bien —comentó Luna con toda
sinceridad.
Hermione muy a su pesar
tuvo que asentir estando de acuerdo con la rubia.
—¿Qué ocurre? —les preguntó Harry,
sentándose y quitándose de encima el confeti.
Ron, que parecía estar demasiado
enojado para hablar, señaló la mesa de los profesores. Lockhart, que llevaba
una túnica de un vivo color rosa que combinaba con la decoración, reclamaba
silencio con las manos (¡Por Merlín! ¿En verdad no
podemos saltarnos esta parte?, preguntó James asqueado, pero Dumbledore negó
con la cabeza). Los profesores que tenía a ambos lados lo miraban
estupefactos. Desde su asiento, Harry pudo ver a la profesora McGonagall con un
tic en la mejilla. Snape tenía el mismo aspecto que si se hubiera bebido un
gran vaso de crecehuesos.
—Lo preferiría el crecehuesos —dijo Snape—, antes que ver
esa ridiculez —terminó con asco.
—Y quien no —dijeron los
merodeadores con la misma cara de asco que Snape.
—¡Feliz día de San Valentín! —gritó
Lockhart—. ¡Y quiero también dar las gracias a las cuarenta y seis personas que
me han enviado tarjetas! (Hermione se sonrojó de
repente, gesto que no paso de desapercibido por Remus quien la miraba de reojo)
Sí, me he tomado la libertad de preparar esta pequeña sorpresa para todos
vosotros… ¡y no acaba aquí la cosa!
—¡Hay más aún! —se
quejaron los merodeadores y los gemelos Prewett.
—¿Con que otra ridiculez
saldrá ahora? —preguntó Frank.
—La peor de todas
—contestó Ron.
Lockhart dio una palmada, y por la
puerta del vestíbulo entraron una docena de enanos de aspecto hosco. Pero no
enanos así, tal cual; Lockbart les había puesto alas doradas y además llevaban
arpas.
—¿Cómo se prestaron a esa
humillación? —preguntó un incrédulo Bill.
Nadie respondió, por lo
que Padma siguió leyendo.
—¡Mis amorosos cupidos portadores de tarjetas! —sonrió
Lockhart—. ¡Durante todo el día de hoy recorrerán el colegio ofreciéndoos
felicitaciones de San Valentín! (Ginny
repentinamente de lo pálida que estaba se puso completamente roja al escuchar
sobre las felicitaciones de San Valentín) ¡Y la diversión no acaba aquí!
Estoy seguro de que mis colegas querrán compartir el espíritu de este día. ¿Por
qué no pedís al profesor Snape que os enseñe a preparar un filtro amoroso? (Envenenaría al primero que se atreviera a pedirme un
filtro de amor, susurró Snape con una sonrisa maligna) ¡Aunque el
profesor Flitwick, el muy pícaro, sabe más sobre encantamientos de ese tipo que
ningún otro mago que haya conocido!
McGonagall negó con la
cabeza, mientras que Dumbledore sonreía levemente.
El profesor Flitwick se tapó la cara
con las manos. Snape parecía dispuesto a envenenar a la primera persona que se
atreviera a pedirle un filtro amoroso.
—Probablemente lo haría
—susurró Lucius sonriendo con malicia, y aun no pudiendo creer que Snape
llegara a ser profesor con la tan poca paciencia que tiene.
—Por favor, Hermione, dime que no has
sido una de las cuarenta y seis —le dijo Ron, cuando abandonaban el Gran
Comedor para acudir a la primera clase. Pero a Hermione de repente le entró la
urgencia de buscar el horario en la bolsa, y no respondió.
—No es posible —dijo
Remus sin poder evitarlo, y ahora miraba a Hermione fijamente, la cual cada vez
se sonrojaba más.
Los gemelos Weasley
sonreían.
—Parece que alguien esta
celoso —susurró Lee, causando la risa de los gemelos.
—¡Oh, profesor Lockhart!
—canturrearon los gemelos fingiendo una voz muy aguda.
—¡Cállense! —exigió a los
gemelos—, era pequeña, tan solo tenía doce y lo creía un héroe.
Los gemelos la miraron
con ojos entrecerrados.
—Pero al siguiente curso
también eras pequeña y aun así te… —Fred y George tuvieron que callar al
instante al notar la mirara asesina que Hermione les dirigía.
Los enanos se pasaron el día
interrumpiendo las clases para repartir tarjetas, ante la irritación de los
profesores, y al final de la tarde, cuando los de Gryffindor subían hacia el
aula de Encantamientos, uno de ellos alcanzó a Harry.
Sirius miró a su futuro
ahijado con una sonrisa burlona.
—Vaya, así que el mini Cornamenta
tenía una admiradora.
Ginny
se sonrojó más, Harry la miró y no pudo evitar soltar una carcajada que terminó
por contagiar a la pelirroja.
—¿Qué les causa tanta
risa? —preguntó Charlie.
—Tú —señaló James a
Ginny—, tú eres la admiradora.
Ginny asintió. Y Molly
miró enternecida a su hija.
—Pero solo tenías once
años, y ya le envías felicitaciones de San Valentín a Harry —dijo Bill, la
pelirroja se encogió de hombros.
—Eso fue un poco vergonzoso
—admitió Harry.
—Y patético —siguió
Ginny—. Aunque no era una tarjeta exactamente, era más bien rimas cantadas
—agregó.
Cuando pararon de hablar,
Padma siguió leyendo.
—¡Eh, tú! ¡Harry Potter! —gritó un
enano de aspecto particularmente malhumorado, abriéndose camino a codazos para
llegar a donde estaba Harry.
Ruborizándose al pensar que le iba a
ofrecer una felicitación de San Valentín delante de una fila de alumnos de
primero, entre los cuales estaba Ginny Weasley, Harry intentó escabullirse (Harry y Ginny se miraron y volvieron a reír). El
enano, sin embargo, se abrió camino a base de patadas en las espinillas y lo
alcanzó antes de que diera dos pasos.
—Qué delicadeza —dijeron
los gemelos Weasley con burla.
—Tengo un mensaje musical para entregar
a Harry Potter en persona —dijo, rasgando el arpa de manera pavorosa.
—¡Aquí no! —dijo Harry enfadado,
tratando de escapar.
—No creo que el enano
acepte esa respuesta —dijo Seamus.
—¡Párate! —gruñó el enano, aferrando a
Harry por la bolsa para detenerlo.
—¡Suéltame! —gritó Harry, tirando
fuerte.
Tanto tiraron que la bolsa se partió en
dos. Los libros, la varita mágica, el pergamino y la pluma se desparramaron por
el suelo, y la botellita de tinta se rompió encima de todas las demás cosas.
—Vaya, tú y tu mala suerte
—dijeron los gemelos Prewett.
Harry intentó recogerlo todo antes de
que el enano comenzara a cantar ocasionando un atasco en el corredor.
—¿Qué pasa ahí? —era la voz fría de
Draco Malfoy (El que faltaba, dijeron los
merodeadores al unisonó), que hablaba arrastrando las palabras. Harry
intentó febrilmente meterlo todo en la bolsa rota, desesperado por alejarse
antes de que Malfoy pudiera oír su felicitación musical de San Valentín.
—Pero no fue así, ¿te
acuerdas, Potter? —Draco rió.
Harry no contestó.
—¿Por qué toda esta conmoción? —dijo
otra voz familiar, la de Percy Weasley, que se acercaba.
—Y ahí llego otro más
—dijo Ginny.
Su hermano la miró
ofendido.
—Era un prefecto y mi
obligación era poner orden —respondió Percy.
A la desesperada, Harry intentó escapar
corriendo, pero el enano se le echó a las rodillas y lo derribó.
—Bien —dijo, sentándose sobre los
tobillos de Harry—, ésta es tu canción de San Valentín:
—Ahora viene lo mejor
—dijo Sirius alentando a Padma a continuar leyendo.
Tiene los ojos verdes como un
sapo en escabeche
y el pelo negro como una pizarra
cuando anochece.
Quisiera que fuera mío, porque
es glorioso,
el héroe que venció al Señor
Tenebroso.
Todos reían a más no
poder, ese era la felicitación de San Valentín más graciosa que habían
escuchado.
Mientras algunas chicas
murmuraban cosas como:
—¡Qué tierno!
—Son adorables.
Harry habría dado todo el oro de
Gringotts por desvanecerse en aquel momento. Intentando reírse con todos los
demás, se levantó, con los pies entumecidos por el peso del enano, mientras
Percy Weasley hacía lo que podía para dispersar al montón de chavales, algunos
de los cuales estaban llorando de risa.
Lo mismo pasaba en ese
momento.
—Te agradezco tanto que
hayas echo eso, Percy —dijo Harry.
—Era mi trabajo —contestó
el pelirrojo con tono pomposo.
—¡Fuera de aquí, fuera! La campana ha
sonado hace cinco minutos, a clase todos ahora mismo —decía, empujando a
algunos de los más pequeños—. Tú también, Malfoy.
Harry vio que Malfoy se agachaba y
cogía algo, y con una mirada burlona se lo enseñaba a Crabbe y Goyle. Harry
comprendió que lo que había recogido era el diario de Ryddle.
—¿Por qué tanto interés
por el diario de Ryddle? —le pregunto Moody con seriedad.
Draco se encogió de
hombros.
—Yo solo quería molestar
—confesó el rubio—, no era por ningún interés en especial.
—¡Devuélveme eso! —le dijo Harry en voz
baja.
—¿Qué habrá escrito aquí Potter? —dijo
Malfoy, que obviamente no había visto la fecha en la cubierta y pensaba que era
el diario del propio Harry. Los espectadores se quedaron en silencio. Ginny
miraba alternativamente a Harry y al diario, aterrorizada.
Nuevamente Ginny perdió
todo el color que había recuperado en los siguientes párrafos.
Todos miraban a Ginny con
confusión, sobre todo Moody.
¿Qué tendrá que ver el
diario con la chica Weasley? ¿Ella sería la que arrojo el diario?, se
preguntaba el auror.
—¿Ginny, hija? —preguntó
Molly, al ver el cambió de actitud de su hija.
Ginny negó con la cabeza.
—Sigue leyendo por favor
Padma —pidió la pelirroja y la chica le hizo caso.
—Devuélvelo, Malfoy —dijo Percy con
severidad.
—Cuando le haya echado un vistazo —dijo
Malfoy, burlándose de Harry.
Percy dijo:
—Como prefecto del colegio…
Pero Harry estaba fuera de sus
casillas. Sacó su varita mágica y gritó:
—¡Expelliarmus!
Y tal como Snape había desarmado a
Lockhart, así Malfoy vio que el diario se le escapaba a Malfoy de las manos y
salía volando. Ron, sonriendo, lo atrapó.
—Impresionante —felicitó
Moody—, y esa era la primera vez que lanzabas ese hechizo, ¿verdad, Potter? —preguntó
y Harry asintió.
—¡Realmente increíble!
—exclamaron los merodeadores.
Dumbledore miraba
fijamente a Harry.
Harry Potter es un gran
mago, pensaba el director.
—¡Harry! —dijo Percy en voz alta—. No
se puede hacer magia en los pasillos. ¡Tendré que informar de esto!
—¡Por Merlín, Percy! Ni
quiera una vez en tu vida, podías dejar pasar una —rogaron los gemelos Weasley.
Pero Harry no se preocupó. Le había
ganado una a Malfoy, y eso bien valía cinco puntos de Gryffindor (Por supuesto, dijeron los merodeadores). Malfoy
estaba furioso, y cuando Ginny pasó por su lado para entrar en el aula, le
gritó despechado:
—¡Me parece que a Potter no le gustó
mucho tu felicitación de San Valentín!
—Eres un patán, Malfoy
—dijeron las chicas de Gryffindor.
—Ya lo sé, y lo siento,
mini Weasley —dijo Draco, Ginny solo asintió.
Esta vez Lucius ya no
reclamó nada a su hijo porque cuando terminaran de leer todos los libros
restantes hablaría muy seriamente con él.
Ginny se tapó la cara con las manos y
entró en clase corriendo. Dando un gruñido, Ron sacó también su varita mágica,
pero Harry se la quitó de un tirón. Ron no tenía necesidad de pasarse la clase
de Encantamientos vomitando babosas.
—Fue una buena idea que
me quitaras mi varita, porque no hubiera soportado una segunda vez vomitando
babosas —dijo Ron.
Harry no se dio cuenta de que algo raro
había ocurrido en el diario de Ryddle hasta que llegaron a la clase del
profesor Flitwick (¿Qué era lo raro?, preguntó Ted.
A lo que Harry respondió con un “Ya te enteraras”). Todos los demás
libros estaban empapados de tinta roja. El diario, sin embargo, estaba tan
limpio como antes de que la botellita de tinta se hubiera roto (Me da mala espina, gruñó Moody). Intentó
hacérselo ver a Ron, pero éste volvía a tener problemas con su varita mágica:
de la punta salían pompas de color púrpura, y él no prestaba atención a nada
más.
—Debiste habernos escrito
para que te compráramos una nueva varita, Ron —lo regañó Molly. A lo que el
pelirrojo solo se encogió de hombros.
Aquella noche, Harry fue el primero de
su dormitorio en irse a dormir. En parte fue porque no creía poder soportar a
Fred y George cantando: «Tiene los ojos verdes como un
sapo en escabeche» una vez más (Eso
nos ofende, Harry. Si nuestra voz es más melodiosa que la de ese enano, se
quejaron los gemelos Weasley con cierto tono jocoso), y en parte, porque
quería examinar de nuevo el diario de Ryddle, y sabía que Ron opinaba que eso
era una pérdida de tiempo.
—Lo siento, colega —se
disculpó Ron, a lo que Harry le hizo gesto de que no tenía mucha importancia.
Se sentó en la cama y hojeó las páginas
en blanco; ninguna tenía la más ligera mancha de tinta roja. Luego sacó una
nueva botellita de tinta del cajón de la mesita, mojó en ella su pluma y dejó
caer una gota en la primera página del diario.
La tinta brilló intensamente sobre el
papel durante un segundo y luego, como si la hubieran absorbido desde el
interior de la página, se desvaneció (Es magia
negra, dijo Arthur). Emocionado, Harry mojó de nuevo la pluma y
escribió:
«Mi nombre es Harry Potter.»
—No es buena idea poner
tu nombre completo a un libro que tiene magia negra —lo regañó Lily.
—Yo solo quería probar lo
que sucedía —se defendió Harry.
Las palabras brillaron un instante en
la página y desaparecieron también sin dejar huella. Entonces ocurrió algo.
—¿Qué? —fue la pregunta
en general.
—Sigue leyendo por favor,
Padma —le pidió Harry y la chica continuó leyendo.
Rezumando de la página, en la misma
tinta que había utilizado él, aparecieron unas palabras que Harry no había
escrito:
«Hola, Harry Potter. Mi nombre es Tom
Ryddle. ¿Cómo ha llegado a tus manos mi diario?»
Un silencio aterrador se
extendió por la sala, bueno lo único que se oía era los ronroneos de Crookshanks sobre
el regazo de Remus.
Padma volvió a leer.
Estas palabras también se
desvanecieron, pero no antes de que Harry comenzara de nuevo a escribir:
«Alguien intentó tirarlo por el
retrete.»
—Debes dejar ese libro
donde lo encontraste —le dijo Lily a su hijo—. Parece muy peligroso —agregó.
Por otra lado, Ginny
parecía apunto de desmayarse.
Aguardó con impaciencia la respuesta de
Ryddle.
«Menos mal que registré mis memorias en
algo más duradero que la tinta. Siempre supe que habría gente que no querría
que mi diario fuera leído.»
Dumbledore miraba con
preocupación a Harry, y esperaba que no haya caído en las garras de Ryddle.
«¿Qué quieres decir?», escribió Harry,
emborronando la página debido a los nervios.
«Quiero decir que este diario da fe de
cosas horribles; cosas que fueron ocultadas; cosas que sucedieron en el Colegio
Hogwarts de Magia y Hechicería.»
—La Cámara de los
Secretos —murmuró Remus.
—Debiste dejar ese libro,
Harry —le dijo Lily a su hijo con mucha preocupación.
«Es donde estoy yo ahora», escribió
Harry apresuradamente. «Estoy en Hogwarts, y también suceden cosas horribles.
¿Sabes algo sobre la Cámara de los Secretos?»
Aunque Lily quería que su
hijo dejara ese extraño diario, en el fondo también sentía mucha curiosidad
sobre la cámara, y quería respuestas.
El corazón le latía violentamente. La
réplica de Ryddle no se hizo esperar, pero la letra se volvió menos clara, como
si tuviera prisa por consignar todo cuanto sabía.
«¡Por supuesto que sé algo sobre la
Cámara de los Secretos! En mi época, nos decían que era sólo una leyenda, que
no existía realmente. Pero no era cierto (¡Lo mismo
nos dijeron a nosotros!, exclamaron los chicos del futuro). Cuando yo
estaba en quinto, la cámara se abrió y el monstruo atacó a varios estudiantes y
mató a uno (¡Oh, por Merlín!, exclamaron
horrorizadas Lily, Molly y Alice). Yo atrapé a la persona que había
abierto la cámara, y lo expulsaron (Hagrid volvió a
gruñir). Pero el director, el profesor Dippet, avergonzado de que
hubiera sucedido tal cosa en Hogwarts, me prohibió decir la verdad. Inventaron
la historia de que la muchacha había muerto en un espantoso accidente (Dumbledore frunció el ceño, él había tratado de
convencer a Dippet de decir la verdad, pero no quiso). A mí me
entregaron por mi actuación un trofeo muy bonito y muy brillante, con unas
palabras grabadas, y me recomendaron que mantuviera la boca cerrada. Pero yo
sabía que podía volver a ocurrir. El monstruo sobrevivió, y el que pudo
liberarlo no fue encarcelado.»
Hagrid se tensó, sería
muy difícil para él lo que vendría adelante.
—¿No atraparon al
culpable? —preguntó Molly.
—No tenían suficientes
pruebas —con voz ronca.
En su precipitación por escribir, Harry
casi vuelca la botellita de la tinta.
«Ha vuelto a suceder. Ha habido tres
ataques y nadie parece saber quién está detrás. ¿Quién fue en aquella ocasión?»
—Ese diario posee magia
negra, no creo que diga la verdad —gruñó Moody.
«Te lo puedo mostrar, si quieres»,
contestó Ryddle. «No necesitas leer mis palabras. Podrás ver dentro de mi
memoria lo que ocurrió la noche en que lo capturé.»
—Espero que no hayas
aceptado, Harry, parece muy peligroso —dijo Remus, igual de pálido que Ginny.
Harry dudó, y la pluma se detuvo encima
del diario. ¿Qué quería decir Ryddle? ¿Cómo podía alguien introducirse en la
memoria de otro? Miró asustado la puerta del dormitorio; iba oscureciendo.
Cuando retornó la vista al diario, vio que aparecían unas palabras nuevas:
«Deja que te lo enseñe.»
—Esa insistencia no me
agrada —dijo James.
—Tienes que decir que no —dijo Lily, nerviosa.
Harry meditó durante una fracción de
segundo, y luego escribió una sola palabra:
«Vale.»
—La respuesta correcta
hubiera sido NO —dijo Sirius.
—Lo siento, Sirius, pero
lo hecho, hecho esta —respondió Harry.
Las páginas del diario comenzaron a
pasar, como si estuviera soplando un fuerte viento, y se detuvieron a mediados
del mes de junio. Con la boca abierta, Harry vio que el pequeño cuadrado
asignado al día 13 de junio se convertía en algo parecido a una minúscula
pantalla de televisión (Los ojos de Arthur Weasley
brillaron, y luego preguntó: “¿Qué es una…?” pero no logro formular su pregunta
completa porque Molly lo conto con un: “Ahora no, Arthur”). Las manos le
temblaban ligeramente. Levantó el cuaderno para acercar uno de sus ojos a la
ventanita, y antes de que comprendiera lo que sucedía, se estaba inclinando hacia
delante. La ventana se ensanchaba, y sintió que su cuerpo dejaba la cama y era
absorbido por la abertura de la página en un remolino de colores y sombras.
Dumbledore sabía lo que
Ryddle le iba a mostrar a Harry y también sabía a quién iba a culpar.
—Esto no me gusta nada,
Albus —le susurró McGonagall.
—A mí tampoco —respondió
Dumbledore.
Notó que pisaba tierra firme y se quedó
temblando, mientras las formas borrosas que lo rodeaban se iban definiendo
rápidamente.
Enseguida se dio cuenta de dónde estaba.
Aquella sala circular con los retratos de gente dormida era el despacho de
Dumbledore, pero no era Dumbledore quien estaba sentado detrás del escritorio.
Un mago de aspecto delicado, con muchas arrugas y calvo, excepto por algunos
pelos blancos, leía una carta a la luz de una vela. Harry no había visto nunca
a aquel hombre.
—Dippet —murmuró
Dumbledore.
—Ni siquiera nosotros lo
conocimos a ese director, y eso que somos los más antiguos —dijeron los gemelos
Prewett.
—Lo siento —dijo con voz trémula—. No
quería molestarle…
Pero el mago no levantó la vista.
Siguió leyendo, frunciendo el entrecejo levemente. Harry se acercó más al
escritorio y balbució:
—¿Me-me voy?
El mago siguió sin prestarle atención.
Ni siquiera parecía que le hubiera oído. Pensando que tal vez estuviera sordo,
Harry levantó la voz.
—Lamento molestarle, me iré ahora mismo
—dijo casi a gritos.
—¿Acaso no puede
escucharte o es un maleducado? —preguntó Alice.
—No puede escucharlo
porque es un recuerdo —respondió Remus.
—Y también porque no pertenecía
a ese tiempo —agregó Harry.
Los demás asintieron ya
entendiendo lo que pasaba.
Con un suspiro, el mago dobló la carta,
se levantó, pasó por delante de Harry sin mirarlo y fue hasta la ventana a
descorrer las cortinas.
El cielo, al otro lado de la ventana,
estaba de un color rojo rubí; parecía el atardecer. El mago volvió al
escritorio, se sentó y, mirando a la puerta, se puso a juguetear con los
pulgares.
—No era el mejor momento
de Dippet —susurró Dumbledore.
Harry contempló el despacho. No estaba Fawkes,
el fénix, ni los artilugios metálicos que hacían ruiditos. Aquello era Hogwarts
tal como debía ser en los tiempos de Ryddle, y aquel mago desconocido tenía que
ser el director de entonces, no Dumbledore, y él, Harry, era una especie de
fantasma, completamente invisible para la gente de hacía cincuenta años.
—Sí, algo así —dijo
Remus.
Llamaron a la puerta.
—Entre —dijo el viejo mago con una voz
débil.
Un muchacho de unos dieciséis años
entró quitándose el sombrero puntiagudo. En el pecho le brillaba una insignia
plateada de prefecto. Era mucho más alto que Harry, pero tenía, como él, el
pelo de un negro azabache.
—Tom Ryddle —susurró Dumbledore
con una expresión seria en su rostro.
—Ah, Ryddle —dijo el director.
—¿Quería verme, profesor Dippet?
—preguntó Ryddle. Parecía azorado.
Moody alzo una ceja.
—Siéntese —indicó Dippet—. Acabo de
leer la carta que me envió.
—¡Ah! —exclamó Ryddle, y se sentó,
cogiéndose las manos fuertemente.
—Muchacho —dijo Dippet con aire
bondadoso—, me temo que no puedo permitirle quedarse en el colegio durante el
verano. Supongo que querrá ir a casa para pasar las vacaciones…
—Menos si tienen unos
padres y hermano como el mío —comentó Sirius—. Por eso pasaba las vacaciones en
casa de Cornamenta y mamá Dorea nos trataba como reyes.
James sonrió a su amigo,
recordando que ambos ponían la casa patas para arriba y más cuando venían de
visita Remus y Peter.
—No —respondió Ryddle enseguida—,
preferiría quedarme en Hogwarts a regresar a ese…, a ese…
—Según creo, pasa las vacaciones en un
orfanato muggle, ¿verdad? —preguntó Dippet con
curiosidad.
Lily y Molly que no sabían
la verdadera identidad de Ryddle sintieron pena por la situación del chico.
—Sí, señor —respondió Ryddle,
ruborizándose ligeramente.
—¿Es usted de familia muggle?
—A medias, señor —respondió Ryddle—. De
padre muggle y de madre bruja.
—Mestizo —escupió Lucius Malfoy
con asco.
Draco rió sin ninguna
gracia por el comentario de su padre.
Si supieras, padre, si
supieras que te arrodillaras y llamaras mi
señor, mi lord a ese “mestizo”
que tanto asco te causa, pensaba Draco.
—¿Y tanto uno como otro están…?
—Mi madre murió nada más nacer yo,
señor. En el orfanato me dijeron que había vivido sólo lo suficiente para
ponerme nombre: Tom por mi padre, y Sorvolo por mi abuelo.
—¿Sorvolo? —repitió
Sirius—, me parece haber leído ese nombre en algún lado.
El trío miró al animago.
—Claro, ya sé dónde lo
leí —dijo Sirius con la cara iluminada.
—¿Dónde? —preguntaron
James y Remus.
—Mi madre me obligaba a
leer libros sobre todas las familias de sangre pura, pero el caso es que
“Sorvolo” es el nombre de uno de los últimos descendientes de Salazar
Slytherin.
—¿Crees que este Sorvolo,
el abuelo de Ryddle tenga algo que ver con Slytherin? —preguntó Remus.
—No, no lo creo
—respondió Sirius.
Estás tan equivocado,
Sirius, pensaban el trío.
Dippet chasqueó la lengua en señal de
compasión.
—La cuestión es, Tom —suspiró—, que se
podría haber hecho con usted una excepción, pero en las actuales
circunstancias…
—¿Se refiere a los ataques, señor?
—dijo Ryddle, y a Harry el corazón le dio un brinco. Se acercó, porque no
quería perderse ni una sílaba de lo que allí se dijera.
Todos en la sala
prestaron mucha más atención a la lectura.
—Exactamente —dijo el director—.
Muchacho, tiene que darse cuenta de lo irresponsable que sería que yo le
permitiera quedarse en el castillo al término del trimestre. Especialmente
después de la tragedia…, la muerte de esa pobre muchacha… Usted estará
muchísimo más seguro en el orfanato. De hecho, el Ministerio de Magia se está
planteando cerrar el colegio. No creo que vayamos a poder localizar al…,
descubrir el origen de todos estos sucesos tan desagradables…
—¿Pero no llegaron a
cerrar Hogwarts, verdad? —preguntó Frank con temor.
—No, señor Longbottom —respondió
Dumbledore con seriedad, cosa que llamo mucho la atención de sus alumnos,
excepto de Harry que ya lo había visto así de serio antes.
Ryddle abrió más los ojos.
—Señor, si esa persona fuera capturada…
Si todo terminara…
Moody pareció comprender lo
que Ryddle se traía entre manos.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Dippet,
soltando un gallo. Se incorporó en el asiento—. ¿Ryddle, sabe usted algo sobre
esas agresiones?
—No, señor —respondió Ryddle con
presteza.
Pero Harry estaba seguro de que aquel
«no» era del mismo tipo que el que él mismo había dado a Dumbledore.
Dumbledore estaba
terriblemente sorprendido de que entre Ryddle y Harry había muchas similitudes.
Dippet volvió a hundirse en el asiento,
ligeramente decepcionado.
—Puede irse, Tom.
Ryddle se levantó del asiento y salió
de la habitación pisando fuerte. Harry fue tras él.
—¿Por qué seguías ahí? —preguntó
Lily a su hijo.
—Es que aún me faltaba
mostrarme algo más —respondió Harry.
—¿Qué más tenías que ver?
—preguntó James.
—Ahora lo sabrás —le
contestó.
Y Padma volvió a leer.
Bajaron por la escalera de caracol que
se movía sola, y salieron al corredor, que ya iba quedando en penumbra, junto a
la gárgola. Ryddle se detuvo y Harry hizo lo mismo, mirándolo. Le pareció que
Ryddle estaba concentrado: se mordía los labios y tenía la frente fruncida.
—Parece estar tomando una
decisión importante —murmuró Moody.
Luego, como si hubiera tomado una
decisión repentina, salió precipitadamente, y Harry lo siguió en silencio. No
vieron a nadie hasta llegar al vestíbulo, cuando un mago de gran estatura, con
el cabello largo y ondulado de color castaño rojizo y con barba, llamó a Ryddle
desde la escalera de mármol.
—¿Qué hace paseando por aquí tan tarde,
Tom?
Harry miró sorprendido al mago. No era
otro que Dumbledore, con cincuenta años menos.
Todos pusieron cara de sorprendidos.
—¿Tenía el cabello
castaño rojizo? —preguntó Sirius.
Dumbledore sonrió
levemente.
—No pensara que nací con
el cabello cano, ¿no, señor Black? —respondió el director.
—Tenía que ver al director, señor
—respondió Ryddle.
—Bien, pues váyase enseguida a la cama
—le dijo Dumbledore, dirigiéndole a Ryddle la misma mirada penetrante que Harry
conocía tan bien—. Es mejor no andar por los pasillos durante estos días, desde
que…
Suspiró hondo, dio las buenas noches a
Ryddle y se marchó con paso decidido (Si tan solo
me hubiera aseguro de que Tom se fuera a dormir, Hagrid no hubiera sido
expulsado, pensaba Dumbledore con pesar). Ryddle esperó que se fuera y a
continuación, con rapidez, tomó el camino de las escaleras de piedra que
bajaban a las mazmorras, seguido por Harry.
Pero, para su decepción, Ryddle no lo
condujo a un pasadizo oculto ni a un túnel secreto, sino a la misma mazmorra en
que Snape les daba clase (Algunos estaban
confundidos, mientras que otros miraban disimuladamente a Snape). Como
las antorchas no estaban encendidas y Ryddle había cerrado casi completamente
la puerta, lo único que Harry veía era a Ryddle, que, inmóvil tras la puerta,
vigilaba el corredor que había al otro lado.
Hagrid tenía los nudillos
blancos de tanto apretar el puño.
A Harry le pareció que permanecían allí
al menos una hora. Seguía viendo únicamente la figura de Ryddle en la puerta,
mirando por la rendija, aguardando inmóvil. Y cuando Harry dejó de sentirse
expectante y tenso, y empezaron a entrarle ganas de volver al presente, oyó que
se movía algo al otro lado de la puerta.
—¿Quién era? —preguntó
Seamus.
Hagrid gruñó.
Todo había sido por la
culpa de Tom, pensaba el semi-gigante.
Alguien caminaba por el corredor
sigilosamente. Quienquiera que fuese, pasó ante la mazmorra en la que estaban
ocultos él y Ryddle. Éste, silencioso como una sombra, cruzó la puerta y lo
siguió, con Harry detrás, que se ponía de puntillas, sin recordar que no le
podían oír.
Lo estúpido lo saco del
padre, pensaba Snape.
Persiguieron los pasos del desconocido
durante unos cinco minutos, cuando de improviso Ryddle se detuvo, inclinando la
cabeza hacia el lugar del que provenían unos ruidos. Harry oyó el chirrido de
una puerta y luego a alguien que hablaba en un ronco susurro.
—Vamos…, te voy a sacar de aquí ahora…,
a la caja…
Dumbledore y el trío
dieron una rápida mirada a Hagrid.
—Era el monstruo —susurró
Parvati con terror.
Algo le resultaba conocido en aquella
voz.
De repente, Ryddle dobló la esquina de
un salto. Harry lo siguió y pudo ver la silueta de un muchacho alto como un
gigante que estaba en cuclillas delante de una puerta abierta, junto a una caja
muy grande.
—Hola, Rubeus —dijo Ryddle con voz
seria.
—¡¿Hagrid?! —exclamaron
todos en general.
—De seguro es una equivocación
—dijeron los merodeadores a coro. Ellos no podían creer que alguien tan bueno
como Hagrid fuera el heredo de Slytherin.
De pronto la risa de Lucius
llamo la atención de todos.
—¿Ese? —dijo Lucius señalando
a Hagrid—, ¿El heredero de Slytherin? No me hagan reír, él solo es un tonto que
estuvo en el lugar equivocado —siseó.
—Por primera vez tiene razón,
Malfoy —dijo Hagrid con seriedad—. Yo solo fui un tonto en el lugar equivocado.
Dumbledore lo miró como
para que ya no dijera más nada y así lo hizo Hagrid.
Cuando todos se hubieron
callado Padma siguió leyendo.
El muchacho cerró la puerta de golpe y
se levantó.
—¿Qué haces aquí, Tom?
Ryddle se le acercó.
—Todo ha terminado —dijo—. Voy a tener
que entregarte, Rubeus. Dicen que cerrarán Hogwarts si los ataques no cesan.
—Pero yo tenía la culpa
de esos ataques —gruñó Hagrid.
—¿Qué vas a…?
—No creo que quisieras matar a nadie.
Pero los monstruos no son buenas mascotas. Me imagino que lo dejaste salir para
que le diera el aire y…
—Hagrid… —empezó a
formular la pregunta Frank, pero al ver la cara apesadumbrada del semi-gigante
no se atrevió a continuar.
—¡No fue él! —defendió
Hagrid.
—¿Entonces qué sucedió?
—preguntó Sirius—. Porque… a ti te expulsaron… y bueno según el libro… el
culpable fue expulsado. Claro que no estoy diciendo que crea que tú eres el
culpable —se apresuró a aclarar el animago—, porque yo sé que serias incapaz de
hacer algo tan atroz.
—Sí, me expulsaron
—admitió Hagrid—, pero Aragog no fue el culpable, él era inocente y el único que
me creyó fue Dumbledore.
—Creo que todo lo explica
los libros —dijo Harry—, ya descubrirán que fue lo que realmente pasó.
—¡No ha matado a nadie! —interrumpió el
muchachote, retrocediendo contra la puerta cerrada. Harry oía unos curiosos
chasquidos y crujidos procedentes del otro lado de la puerta.
—¿Qué animal escondías ahí,
Hagrid? —preguntó Terry Boot con curiosidad.
Pero Hagrid no contestó,
parecía muy tenso.
—Vamos, Rubeus —dijo Ryddle,
acercándose aún más—. Los padres de la chica muerta llegarán mañana. Lo menos
que puede hacer Hogwarts es asegurarse de que lo que mató a su hija sea
sacrificado…
—¡No fue él! —gritó el muchacho. Su voz
resonaba en el oscuro corredor—. ¡No sería capaz! ¡Nunca!
—Quizás en ese momento no
atacaría a nadie, pero cincuenta años después bien que nos quiso comer —comentó
en un susurró Ron a Harry, el cual asintió.
—Hazte a un lado —dijo Ryddle, sacando
su varita mágica.
Su conjuro iluminó el corredor con un
resplandor repentino. La puerta que había detrás del muchacho se abrió con tal
fuerza que golpeó contra el muro que había enfrente. Por el hueco salió algo
que hizo a Harry proferir un grito que nadie sino él pudo oír.
Ron se estremeció, él
también hubiera gritado o hasta se hubiera desmayado si hubiera visto lo que Harry
vio.
Un cuerpo grande, peludo, casi a ras de
suelo, y una maraña de patas negras, varios ojos resplandecientes y unas pinzas
afiladas como navajas… (Algunas chicas y Ron se
estremecieron al darse cuenta de lo que era. “Era un acromantula”, dijo James y
Hagrid asintió) Ryddle levantó de nuevo la varita, pero fue demasiado
tarde. El monstruo lo derribó al escabullirse, enfilando a toda velocidad por
el corredor y perdiéndose de vista. Ryddle se incorporó, buscando la varita.
Consiguió cogerla, pero el muchachón se lanzó sobre él, se la arrancó de las
manos y lo tiró de espaldas contra el suelo, al tiempo que gritaba: ¡NOOOOOOOO!
—¡Aragog no mato a nadie!
—exclamó Hagrid.
—¿Aragog? —repitieron
muchos al darse cuenta que no era la primera vez que Hagrid lo mencionaba.
—Así se llamaba mi
acromantula —respondió Hagrid con los ojos brillantes al recordar a su mascota.
Todo empezó a dar vueltas y la
oscuridad se hizo completa. Harry sintió que caía y aterrizó de golpe con los
brazos y las piernas extendidos sobre su cama en el dormitorio de Gryffindor, y
con el diario de Ryddle abierto sobre el abdomen.
—Ese recuerdo me da
entender que se trata de una trampa, de algo premeditado —dijo Moody.
Antes de que pudiera recuperar el
aliento, se abrió la puerta del dormitorio y entró Ron.
—¡Estás aquí! —dijo.
Harry se sentó. Estaba sudoroso y
temblaba.
—¿Qué pasa? —dijo Ron, preocupado.
—Fue Hagrid, Ron. Hagrid abrió la
Cámara de los Secretos hace cincuenta años.
—¡No fui yo! —dijo Hagrid
cabizbajo.
—Lo sé, Hagrid y lo
siento —dijo Harry—. Nunca debí desconfiar de ti.
—En verdad lo sentimos
—agregó Ron.