—Lo haré yo, profesor
—dijo Neville—. “El cumpleaños de
muerte” —leyó.
—¿Cumpleaños de muerte?
—preguntó un desorientado Frank.
—¿Quién celebraría un
cumpleaños de muerte? —cuestionó James.
—Nosotros conocemos a
alguien —contestaron el trío de oro, con cierto misterio en la voz.
Antes de que alguien
preguntar algo, Ron le hizo una señal con la mano a Neville para que comenzara
a leer.
Llegó octubre y un frío húmedo se
extendió por los campos y penetró en el castillo. La señora Pomfrey, la
enfermera, estaba atareadísima debido a una repentina epidemia de catarro entre
profesores y alumnos. Su poción Pepperup tenía
efectos instantáneos (Eran muy divertidos, dijeron
los gemelos Weasley), aunque dejaba al que la tomaba echando humo por las
orejas durante varias horas. Como Ginny Weasley tenía mal aspecto (Aquí comienza todo, pensó Ginny, cambiando la expresión
de su rostro), Percy le insistió hasta que la probó. El vapor que le
salía de debajo del pelo producía la impresión de que toda su cabeza estaba
ardiendo.
Ron, Fred, George, James
y Sirius empezaron a reír, pero se callaron cuando notaron la mirara asesina de
Ginny.
Gotas de lluvia del tamaño de balas
repicaron contra las ventanas del castillo durante días y días; el nivel del
lago subió, los arriates de flores se transformaron en arroyos de agua sucia y
las calabazas de Hagrid adquirieron el tamaño de cobertizos (¡Excelente!, exclamaron los gemelos Prewett). El
entusiasmo de Oliver Wood, sin embargo, no se enfrió, y por este motivo Harry,
a última hora de una tormentosa tarde de sábado, cuando faltaban pocos días
para Halloween, se encontraba volviendo a la torre de Gryffindor, calado hasta
los huesos y salpicado de barro.
—¿Salpicadero de barro?
Eso significa problemas con Filch —comentó Ted.
—Ya lo creo —susurró
Harry.
Aunque no hubiera habido ni lluvia ni
viento, aquella sesión de entrenamiento tampoco habría sido agradable. Fred y
George, que espiaban al equipo de Slytherin (Draco
miró burlonamente a los gemelos), habían comprobado por sí mismos la
velocidad de las nuevas Nimbus 2.001 (Draco volvió
a sonreír. Lucius sonreía con superioridad a los Weasley). Dijeron que
lo único que podían describir del juego del equipo de Slytherin era que los
jugadores cruzaban el aire como centellas y no se les veía de tan rápido como
volaban.
—La Nimbus 2.001 nunca se
comparara con la velocidad de la Saeta de Fuego —susurró Ron a su inseparable
amigo.
Harry caminaba por el corredor desierto
con los pies mojados, cuando se encontró a alguien que parecía tan preocupado
como él. Nick Casi Decapitado, el fantasma de la torre de Gryffindor (¿Qué podría preocuparle a un fantasma?, preguntó Sirius),
miraba por una ventana, murmurando para sí: «No cumplo con las características…
Un centímetro… Si eso…»
—¿A qué se refiere con
eso? No lo entiendo —volvió a interrumpir Sirius.
—Pues si dejaras que
Neville continué leyendo lo sabrías —dijo Hermione.
Sirius la miró ofendido y
Remus negó con la cabeza.
—Hola, Nick —dijo Harry.
—Hola, hola —respondió Nick Casi Decapitado,
dando un respingo y mirando alrededor. Llevaba un sombrero de plumas muy
elegante sobre su largo pelo ondulado, y una túnica con gorguera, que
disimulaba el hecho de que su cuello estaba casi completamente seccionado.
Tenía la piel pálida como el humo, y a través de él Harry podía ver el cielo
oscuro y la lluvia torrencial del exterior.
—Parecéis preocupado, joven Potter
—dijo Nick, plegando una carta transparente mientras hablaba, y metiéndosela
bajo el jubón.
—Pues él tampoco suena
muy feliz —comentó Frank.
—Igual que usted —dijo Harry.
—Buena respuesta
—felicitó James a su futuro hijo, el cual se sonrojó
—¡Bah! —Nick Casi Decapitado hizo un
elegante gesto con la mano—, un asunto sin importancia… No es que realmente
tuviera interés en pertenecer… aunque lo solicitara, pero por lo visto «no
cumplo con las características». (¿Características
para qué?, preguntó Andrómeda) —A pesar de su tono displicente, tenía
amargura en el rostro—. Pero cualquiera pensaría, cualquiera —estalló de
repente, volviendo a sacar la carta del bolsillo—, que cuarenta y cinco
hachazos en el cuello (¿Cuarenta y cinco?, exclamó
una nerviosa Molly) dados con un hacha mal afilada serían suficientes
para permitirle a uno pertenecer al Club de Cazadores Sin Cabeza.
—¿Club de Cazadores sin
Cabeza? —preguntó un anonadado Charlie.
—¿Quién quiere pertenecer
a un club con un nombre tan ridículo? —preguntaron a su vez los gemelos Prewett.
Harry se encogió de
hombros.
—Desde luego —dijo Harry, que se dio
cuenta de que el otro esperaba que le diera la razón.
—Por supuesto, nadie tenía más interés
que yo en que todo resultase limpio y rápido, y habría preferido que mi cabeza
se hubiera desprendido adecuadamente, quiero decir que eso me habría ahorrado
mucho dolor y ridículo (Y también hubiese sido
menos repulsivo, comentó Hermione, respirando profundo para aguantar las
náuseas). Sin embargo… —Nick Casi Decapitado abrió la carta y leyó
indignado:
Sólo nos es posible admitir
cazadores cuya cabeza esté separada del correspondiente cuerpo. Comprenderá
que, en caso contrario, a los miembros del club les resultaría imposible
participar en actividades tales como los Juegos malabares de cabeza sobre el
caballo o el Cabeza Polo. Lamentándolo profundamente, por tanto, es mi deber
informarle de que usted no cumple con las características requeridas para
pertenecer al club. Con mis mejores deseos,
Sir Patrick
Delaney-Podmore
Todos estaban
sorprendidos al escuchar esa carta —claro, menos Harry, puesto que él la había
escuchado del propio fantasma— pero el que parecía más sorprendido era Percy.
Luego negó con la cabeza.
—Que estupidez —susurró
Percy.
Indignado, Nick Casi Decapitado volvió
a guardar la carta.
—¡Un centímetro de piel y tendón
sostiene la cabeza, Harry! La mayoría de la gente pensaría que estoy bastante
decapitado, pero no, eso no es suficiente para sir Bien Decapitado-Podmore.
—Pobre Nick, se ha de
haber sentido muy triste no pertenecer a ese club —comentó Luna con voz
soñadora, a la vez que miraba sus uñas con mucho interés.
Los merodeadores, Lily,
los gemelos Prewett, los Tonks y los Longbottom
miraban a Luna sorprendidos por su comentario. Y era lógico, puesto que
ellos todavía no estaban acostumbrados a la personalidad de la rubia.
Nick Casi Decapitado respiró varias
veces y dijo después, en un tono más tranquilo:
—Bueno, ¿y a vos qué os pasa? ¿Puedo
ayudaros en algo?
—No —dijo Harry—. A menos que sepa
dónde puedo conseguir siete escobas Nimbus 2.001 gratuitas para nuestro partido
contra Sly…
—No te preocupes, hijo,
yo te las comparé —dijo James.
Harry y Lily le sonrieron
a James.
El resto de la frase de Harry no se
pudo oír porque la ahogó un maullido estridente que llegó de algún lugar
cercano a sus tobillos (No me digas que es la
odiosa gata de Filch, dijo Sirius y Harry asintió). Bajó la vista y se
encontró un par de ojos amarillos que brillaban como luces. Era la Señora
Norris, la gata gris y esquelética que el conserje, Argus Filch,
utilizaba como una especie de segundo de a bordo en su guerra sin cuartel
contra los estudiantes.
—Odio a esa gata
—soltaron Ron, Ginny, Fred y George a la vez.
—Será mejor que os vayáis, Harry —dijo
Nick apresuradamente—. Filch no está de buen humor (Como
si alguna vez hubiera estado de buen humor, comentó Remus. Y James y Sirius
dijeron un “Lunático tiene razón”). Tiene gripe y unos de tercero, por
accidente, pusieron perdido de cerebro de rana el techo de la mazmorra 5; se ha
pasado la mañana limpiando, y si os ve manchando el suelo de barro…
—Bien —dijo Harry, alejándose de la
mirada acusadora de la Señora Norris.
Pero no se dio la prisa necesaria (Oh, Harry,
tienes tan mala suerte, dijo Alice). Argus Filch penetró repentinamente
por un tapiz que había a la derecha de Harry, llamado por la misteriosa
conexión que parecía tener con su repugnante gata, a buscar como un loco y sin
descanso a cualquier infractor de las normas (No es
novedad, apuntó Bill). Llevaba al cuello una gruesa bufanda de tela
escocesa, y su nariz estaba de un color rojo que no era el habitual.
—¡Suciedad! —gritó, con la mandíbula
temblando y los ojos salidos de las órbitas, al tiempo que señalaba el charco
de agua sucia que había goteado de la túnica de quidditch
de Harry (Solo era un poco de
barro, se defendió el ojiverde)—. ¡Suciedad y mugre por todas partes!
¡Hasta aquí podíamos llegar! ¡Sígueme, Potter!
—Te compadecemos, Harry
—dijeron los gemelos Prewett.
Así que Harry hizo un gesto de
despedida a Nick Casi Decapitado y siguió a Filch escaleras abajo, duplicando
el número de huellas de barro.
—Bueno, por lo menos
Filch tendrá lo que se merece —dijo James.
—¿Qué cosa? —preguntó
Remus y Sirius al unisonó.
—Limpiar más —contestó el
futuro padre de Harry.
Harry no había entrado nunca en la
conserjería de Filch (¿Cómo que nunca habías
entrado en la conserjería?, preguntaron James y Sirius, parecían muy
consternados). Era un lugar que evitaban la mayoría de los estudiantes,
una habitación lóbrega y desprovista de ventanas, iluminada por una solitaria
lámpara de aceite que colgaba del techo, y en la cual persistía un vago olor a
pescado frito (Pero después de tanto ir a la
conserjería te acostumbras a su olor, dijeron los merodeadores, y los gemelos
Weasley y los gemelos Prewett asintieron). En las paredes había
archivadores de madera. Por las etiquetas, Harry imaginó que contenían detalles
de cada uno de los alumnos que Filch había castigado en alguna ocasión. Fred y
George Weasley tenían para ellos solos un cajón entero (Sí,
pero cuando terminamos el colegio ya eran cuatro cajas, dijeron orgullosamente
los gemelos Weasley. Molly los miró horrorizada). Detrás de la mesa de
Filch, en la pared, colgaba una colección de cadenas y esposas relucientes.
Todos sabían que él siempre pedía a Dumbledore que le dejara colgar del techo
por los tobillos a los alumnos.
—Filch esta demente —dijo
Andrómeda, pensando en cuando su hija entrara a Hogwarts e hiciera alguna
travesura, la podrían colgar de los tobillos.
—No se preocupen, yo
nunca permitiría tal cosa —aseguró Dumbledore.
Filch cogió una pluma de un bote que
había en la mesa y empezó a revolver por allí buscando pergamino.
—Cuánta porquería —se quejaba,
furioso—: mocos secos de lagarto silbador gigante…, cerebros de rana…,
intestinos de ratón… (Hermione tuvo que respirar
profundo nuevamente para que aguantar las náuseas) Estoy harto… Hay que
dar un escarmiento… ¿Dónde está el formulario? Ajá…
Encontró un pergamino en el cajón de la
mesa y lo extendió ante sí, y a continuación mojó en el tintero su larga pluma
negra.
—Nombre: Harry
Potter. Delito: …
—¿Acaso mataste a
alguien? —bromeó Sirius.
Harry rió.
—¡Sólo fue un poco de barro! —dijo
Harry.
—Sólo es un poco de barro para ti,
muchacho, ¡pero para mí es una hora extra fregando! —gritó Filch. Una gota
temblaba en la punta de su protuberante nariz—. Delito:
ensuciar el castillo. Castigo
propuesto: …
—Solo le falta enviarte a
Azkaban por eso —ironizó Sirius.
Ahora Harry no rió porque
recordó que su padrino tuvo que pasar doce años injustamente en Azkaban.
Secándose la nariz, Filch miró con
desagrado a Harry, entornando los ojos. El muchacho aguardaba su sentencia
conteniendo la respiración.
—¿Sentencia? —repitió
Charlie—, creo que eres un poco melodramático —agregó Charlie.
Harry se sonrojó
levemente.
Pero cuando Filch bajó la pluma, se oyó
un golpe tremendo en el techo de la conserjería, que hizo temblar la lámpara de
aceite.
—Seguramente es Peeves
—comentó Frank.
—¡PEEVES! —bramó Filch, tirando la
pluma en un acceso de ira—. ¡Esta vez te voy a pillar, esta vez te pillo!
—Eso nunca pasará
—dijeron Fred y George.
Y, olvidándose de Harry, salió de la
oficina corriendo con sus pies planos y con la Señora
Norris galopando a su lado.
Peeves era el poltergeist
del colegio, burlón y volador, que sólo vivía para causar
problemas y embrollos. A Harry, Peeves no le gustaba en absoluto (A mí tampoco me gusta, susurró Neville parando de leer),
pero en aquella ocasión no pudo evitar sentirse agradecido (En algunas ocasiones Peeves suele ser de gran ayuda,
dijeron los gemelos Weasley). Era de esperar que lo que Peeves hubiera
hecho (y, a juzgar por el ruido, esta vez debía de haberse cargado algo
realmente grande) sería suficiente para que Filch se olvidase de Harry.
Pensando que tendría que aguardar a que
Filch regresara (¡¿Qué?! Pero si era el momento
justo para escapar, dijo Sirius. Filch no se daría cuenta de tu ausencia si está
ocupado con Peeves , ahora habló James), Harry se sentó en una silla
apolillada que había junto a la mesa. Aparte del formulario a medio rellenar,
sólo había otra cosa en la mesa: un sobre grande, rojo y brillante con unas
palabras escritas con tinta plateada (Dime que por
lo menos leíste ese sobre, dijo Sirius. Harry asintió). Tras echar a la
puerta una fugaz mirada para comprobar que Filch no volvía en aquel momento,
Harry cogió el sobre y leyó:
«EMBRUJORRÁPID»
Lucius hizo una mueca de
desagrado al escuchar esa palabra, puesto que todos los sangre pura sabían que
significaba.
Curso de magia por correspondencia
para principiantes
—Esos cursos son poco
confiables —dijo Dumbledore.
Intrigado, Harry abrió el sobre y sacó
el fajo de pergaminos que contenía. En la primera página, la misma escritura
color de plata con florituras decía:
¿Se siente perdido en el mundo
de la magia moderna? ¿Busca usted excusas para no llevar a cabo sencillos
conjuros? ¿Ha provocado alguna vez la hilaridad de sus amistades por su torpeza
con la varita mágica?
¡Aquí
tiene la solución!
«Embrujorrápid»
es un curso completamente nuevo, infalible, de rápidos resultados y fácil de
estudiar. ¡Cientos de brujas y magos se han beneficiado ya del método
«Embrujorrápid»!
La señora Z. Nettles, de
Topsham, nos ha escrito lo siguiente:
«¡Me
había olvidado de todos los conjuros, y mi familia se reía de mis pociones!
¡Ahora, gracias al curso “Embrujorrápid”, soy el centro de atención en las
reuniones, y mis amigos me ruegan que les dé la receta de mi Solución
Chispeante!»
El brujo D.J Prod, de Didsbury
escribe:
«Mi
mujer decía que mis encantamientos eran una chapuza, pero después de seguir
durante un mes su fabuloso curso Embrujorrápid, ¡la he convertido en una vaca!,
Gracias Embrujorrápid,»
Los gemelos Weasley y
Prewett reían a carcajadas seguidos de James y Sirius, Remus solo sonreía un
poco. Hermione en cambio miraba seria a Harry y Ron, a ella no le gusta que
ellos se burlaran de la gente.
Harry y Ron se contenían
para no reír.
Extrañado, Harry hojeó el resto del
contenido del sobre. ¿Para qué demonios quería Filch un curso de Embrujorrápid?
¿Quería esto decir que no era un mago de verdad? (¡Exacto!,
contestaron los merodeadores) Harry leía «Lección primera: Cómo sostener
la varita. Consejos útiles» (Remus ya no sonreía,
ahora reía, Hermione lo miró de reojo sorprendida de que se ría de alguien,
pero luego recordó que no por nada era un merodeador, quizás en el futuro no lo
haría, pero ahora siendo un adolescente sí), cuando un ruido de pasos
arrastrados le indicó que Filch regresaba. Metiendo los pergaminos en el sobre,
lo volvió a dejar en la mesa y en aquel preciso momento se abrió la puerta.
—Estuvo cerca —dijo
Hagrid, sonriendo.
Filch parecía triunfante.
—¡Ese armario evanescente era muy valioso!
(Draco se tensó al escuchar nombrar ese armario,
Pansy lo noto y puso una mano sobre el rubio dándole su apoyo. Draco respiró
hondo para tratar de calmarse) —decía con satisfacción a la Señora Norris—.
Esta vez Peeves es nuestro, querida.
Sus ojos tropezaron con Harry y luego
se dirigieron como una bala al sobre de Embrujorrápid
que, como Harry comprendió demasiado tarde, estaba a medio
metro de distancia de donde se encontraba antes.
—Fallo de principiante
—dijeron los gemelos Prewett.
La cara pálida de Filch se puso de un
rojo subido. Harry se preparó para acometer un maremoto de furia. Filch se
acercó a la mesa cojeando, cogió el sobre y lo metió en un cajón.
—¿Has… lo has leído? —farfulló.
—No, claro que no
—ironizó Ron.
—No —se apresuró a mentir.
Filch se retorcía las manos nudosas.
—Si has leído mi correspondencia
privada…, bueno, no es mía…, es para un amigo…, es que claro…, bueno pues…
—Que excusa más tonta
—dijo Bill.
—Claro, quien se va a
creer que Filch tenga amigos, aparte de su fea gata —dijo Sirius riéndose.
—Eso fue cruel, Sirius
—le regañó Hermione.
—Pero… —empezó Sirius, y
Remus negó con la cabeza, porque ya se había dado cuenta del cambio de humor de
la chica.
Sirius se cruzó de brazos
y ya no dijo nada más.
Harry lo miraba alarmado; nunca había
visto a Filch tan alterado. Los ojos se le salían de las órbitas y en una de
sus hinchadas mejillas había aparecido un tic que la bufanda de tejido escocés
no lograba ocultar.
—Muy bien, vete… y no digas una
palabra… No es que…, sin embargo, si no lo has leído… Vete, tengo que escribir
el informe sobre Peeves… Vete…
—Vaya, te salvaste de ser
castigado solo porque descubriste que era squib —dijeron los gemelos Weasley
con una sonrisa en los labios.
—bueno en ese momento no
sabía que era un squib, es más ni siquiera sabía que era un squib —confesó
Harry.
—¿No lo sabias? —le
preguntó James.
—No —contestó el chico.
—Claro, no podías saberlo
si vivías con los Dursley —James
pronunció con énfasis el apellido de la familia de su novia.
Asombrado de su buena suerte, Harry
salió de la conserjería a toda prisa, subió por el corredor y volvió a las
escaleras. Salir de la conserjería de Filch sin haber recibido ningún castigo
era seguramente un récord.
—¡Harry! ¡Harry! ¿Funcionó?
—¿Qué? —exclamó Lily,
Harry solo pudo soreír.
Nick Casi Decapitado salió de un aula
deslizándose. Tras él, Harry podía ver los restos de un armario grande, de
color negro y dorado, que parecía haber caído de una gran altura.
—¿Qué? Él nunca ha hecho
algo así por nosotros —se quejó Sirius.
—Convencí a Peeves para que lo
estrellara justo encima de la conserjería de Filch (No
creo que le costara mucho trabajo convencerlo, dijo Hermione) —dijo Nick
emocionado—; pensé que eso le podría distraer.
—¿Ha sido usted? —dijo Harry,
agradecido—. Claro que funcionó, ni siquiera me van a castigar. ¡Gracias, Nick!
—Deberíamos convencer a
Nick para que nos ayude a salir de los castigos también —siguió hablando
Sirius.
Lily negó con la cabeza.
Se fueron andando juntos por el
corredor. Nick Casi Decapitado, según notó Harry, sostenía aún la carta con la
negativa de sir Patrick.
—Me gustaría poder hacer algo para
ayudarle en el asunto del club —dijo Harry.
—La bondad lo heredo de
ti —le susurró James a Lily. Esta le besó la mejilla a su novio.
Nick Casi Decapitado se detuvo sobre
sus huellas, y Harry pasó a través de él. Lamentó haberlo hecho; fue como pasar
por debajo de una ducha de agua fría.
—Pero hay algo que podríais hacer por
mí —dijo Nick emocionado—. Harry, ¿sería mucho pedir…? No, no vais a querer…
—Pero igual lo va hacer
—dijo Ginny sonriendo a su novio.
—¿Qué es? —preguntó Harry.
—Bueno, el próximo día de Todos los
Santos se cumplen quinientos años de mi muerte —dijo Nick Casi Decapitado,
irguiéndose y poniendo aspecto de importancia.
—Ahora entiendo quien
celebraría un cumpleaños de muerte —dijo James.
—¡Ah! —exclamó Harry, no muy seguro de
si tenía que alegrarse o entristecerse—. ¡Bueno!
—Voy a dar una fiesta en una de las
mazmorras más amplias. Vendrán amigos míos de todas partes del país. Para mí
sería un gran honor que vos pudierais asistir. Naturalmente, el señor Weasley y
la señorita Granger también están invitados (Naturalmente
ellos tres siempre paran juntos, dijo Fred. Ellos tres siempre van juntos a
todas partes, agregó George). Pero me imagino que preferiréis ir a la
fiesta del colegio. —Miró a Harry con inquietud.
—No —dijo Harry enseguida—, iré…
—No puedo imaginarme como
será un cumpleaños de muerte —dijo Ted.
—Ya lo sabrás —contestó
Ron—. No hay comida —agregó.
—Para los vivos no, pero
para los muertos si —le recordó Hermione.
—¡Mi estimado muchacho! ¡Harry Potter
en mi cumpleaños de muerte! Y… —dudó, emocionado—. ¿Tal vez podríais
mencionarle a sir Patrick lo horrible y espantoso que os resulto?
—Eso será difícil, puesto
que Nick es muy amable —dijo Remus.
—Por supuesto —contestó Harry.
Nick Casi Decapitado le dirigió una
sonrisa.
***
—¿Un cumpleaños de muerte? —dijo
Hermione entusiasmada, cuando Harry se hubo cambiado de ropa y reunido con ella
y Ron en la sala común—. Estoy segura de que hay muy poca gente que pueda
presumir de haber estado en una fiesta como ésta. ¡Será fascinante!
—¿Fascinante? —repitió
Lily.
Todos miraban a Hermione
como si le hubiera salido otra cabeza.
—¿Para qué quiere uno celebrar el día
en que ha muerto? —dijo Ron, que iba por la mitad de su deberes de Pociones y
estaba de mal humor—. Me suena a aburrimiento mortal.
—Debiste de hacerme caso
—le comentó Ron a Harry.
—Sí, pero no podía dejar
plantado a Nick, me había ayudado a salir de un castigo —dijo el ojiverde.
La lluvia seguía azotando las ventanas,
que se veían oscuras, aunque dentro todo parecía brillante y alegre. La luz de
la chimenea iluminaba las mullidas butacas en que los estudiantes se sentaban a
leer, a hablar, a hacer los deberes o, en el caso de Fred y George Weasley, a
intentar averiguar qué es lo que sucede si se le da de comer a una salamandra
una bengala del doctor Filibuster (¿Cómo se les
ocurrió una barbaridad así?, los regañó Hagrid, mientras los merodeadores y los
gemelos Prewett reían. Los gemelos solo alegaron a los regaños de Hagrid
diciendo que era una broma). Fred había «rescatado» aquel lagarto de
color naranja, espíritu del fuego, de una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas
y ahora ardía lentamente sobre una mesa, rodeado de un corro de curiosos.
—No le paso nada, era un
bicho de fuego —se defendieron los Fred y George.
—De todas maneras no
deberían volver a hacer algo como eso —dijo Hagrid.
Harry estaba a punto de comentar a Ron
y Hermione el caso de Filch y el curso Embrujorrápid,
cuando de pronto la salamandra pasó por el aire zumbando, arrojando chispas y
produciendo estallidos mientras daba vueltas por la sala (A nosotros nunca se nos ocurrió hacer algo como eso,
dijo Sirius a los otros dos merodeadores. McGonagall los miró seria). La
imagen de Percy riñendo a Fred y George hasta enronquecer, la espectacular
exhibición de chispas de color naranja que salían de la boca de la salamandra,
y su caída en el fuego, con acompañamiento de explosiones, hicieron que Harry
olvidara por completo a Filch y el curso Embrujorrápid.
—Vamos, Percy en ese
época deberías tener unos 17 años, ¿verdad? —preguntó Sirius, y el aludido
asintió.
—Entonces no entiendo que
teniendo 17 no podías divertirte —dijo James y Percy se sonrojó.
Cuando llegó Halloween, Harry ya estaba
arrepentido de haberse comprometido a ir a la fiesta de cumpleaños de muerte.
El resto del colegio estaba preparando la fiesta de Halloween; habían decorado
el Gran Comedor con los murciélagos vivos de costumbre; las enormes calabazas de
Hagrid habían sido convertidas en lámparas tan grandes que tres hombres habrían
podido sentarse dentro, y corrían rumores de que Dumbledore había contratado
una compañía de esqueletos bailarines para el espectáculo.
—Esos esqueletos eran
increíbles —dijeron los gemelos Weasley. Harry, Ron y Hermione suspiraron con
pesar.
—Vaya, entonces en
Halloween también debería contratar a esos esqueletos bailarines, Dumbledore
—dijo Sirius.
—Black —lo regañó
McGonagall, mientras el director sonreía—. No le falte el respeto al director.
—No le estoy faltando el
respeto, solo le digo que… —se quedó callado cuando vio la mirada de que Lily
le dedicaba.
—Lo prometido es deuda —recordó
Hermione a Harry en tono autoritario—. Y tú le prometiste ir a su fiesta de
cumpleaños de muerte.
—Sí, pero yo no lo
prometí e igual me obligaste a ir —murmuró Ron.
Hermione lo miró seria.
—Pero nos habían invitado
y no podíamos hacerle eso a Nick —le respondió la castaña.
Así que a las siete en punto, Harry,
Ron y Hermione atravesaron el Gran Comedor, que estaba lleno a rebosar y donde
brillaban tentadoramente los platos dorados y las velas, y dirigieron sus pasos
hacia las mazmorras.
—La peor parte del
castillo —dijo entre dientes Sirius.
También estaba iluminado con hileras de
velas el pasadizo que conducía a la fiesta de Nick Casi Decapitado, aunque el
efecto que producían no era alegre en absoluto, porque eran velas largas y
delgadas, de color negro azabache, con una llama azul brillante que arrojaba
una luz oscura y fantasmal incluso al iluminar las caras de los vivos (Claro que era obvio, si
era una fiesta hecha por un muerto para otros muertos, Hermione habló con
lógica). La temperatura descendía a cada paso que daban. Al tiempo que
se ajustaba la túnica, Harry oyó un sonido como si mil uñas arañasen una
pizarra.
—Supongo que sería música
—dijo Luna y Ron asintió.
—¿A esto le llaman música? —se quejó
Ron. Al doblar una esquina del pasadizo, encontraron a Nick Casi Decapitado
ante una puerta con colgaduras negras.
—Queridos amigos —dijo con profunda
tristeza—, bienvenidos, bienvenidos… Os agradezco que hayáis venido…
Hizo una floritura con su sombrero de
plumas y una reverencia señalando hacia el interior.
Lo que vieron les pareció increíble (No creo que “increíble” sea la palabra adecuada, dijo
Ron). La mazmorra estaba llena de cientos de personas transparentes, de
color blanco perla. La mayoría se movían sin ánimo por una sala de baile
abarrotada, bailando el vals al horrible y trémulo son de las treinta sierras
de una orquesta instalada sobre un escenario vestido de tela negra. Del techo
colgaba una lámpara que daba una luz azul medianoche. Al respirar les salía
humo de la boca; aquello era como estar en un frigorífico.
—Impresionante, pero si
me daban a escoger entre el cumpleaños de muerte… —empezó George.
—… y la fiesta de
Halloween —siguió Fred.
—Mil veces preferiría la
fiesta de Halloween —dijeron los dos al unisonó.
—¿Siempre hablan así?
—preguntó Sirius.
—Siempre —contestaron Ron
y Ginny.
—¿Damos una vuelta? —propuso Harry, con
la intención de calentarse los pies.
—Cuidado no vayas a atravesar a nadie
—advirtió Ron (Eso sería desagradable, dijo Alice),
algo nervioso, mientras empezaban a bordear la sala de baile. Pasaron por
delante de un grupo de monjas fúnebres, de una figura harapienta que arrastraba
cadenas y del Fraile Gordo, un alegre fantasma de Hufflepuff que hablaba con un
caballero que tenía clavada una flecha en la frente. Harry no se sorprendió de
que los demás fantasmas evitaran al Barón Sanguinario, un fantasma de Slytherin,
adusto, de mirada impertinente y que exhibía manchas de sangre plateadas.
—Y no suele tener muy
buen humor —admitió Andrómeda.
—Oh, no —dijo Hermione, parándose de
repente—. Volvamos, volvamos, no quiero hablar con Myrtle la
Llorona.
—Tienen que correr antes
de que sea demasiado tarde —aconsejaron los gemelos Prewett.
—Sí, o si no se pondrá
hablar de su muerte —dijeron los merodeadores.
—¿Con quién? —le preguntó Harry,
retrocediendo rápidamente.
—Ronda siempre los lavabos de chicas
del segundo piso —dijo Hermione.
—¿Los lavabos?
—Sí. No los hemos podido utilizar en
todo el curso porque siempre le dan tales llantinas que lo deja todo inundado.
De todas maneras, nunca entro en ellos si puedo evitarlo, es horroroso ir al
servicio mientras la oyes llorar.
—Es realmente horroroso
—corroboró Ginny.
—Más que horroroso es
bastante incomodo —dijo Lily.
—¡Mira, comida! —dijo Ron.
—¿Comida en una fiesta de
fantasmas? —preguntó Sirius sorprendido.
—Sí comida, pero nada
agradable —apuntó Hermione, con una mueca de asco.
Al otro lado de la mazmorra había una
mesa larga, cubierta también con terciopelo negro. Se acercaron con entusiasmo,
pero ante la mesa se quedaron inmóviles, horrorizados. El olor era muy
desagradable. En unas preciosas fuentes de plata había unos pescados grandes y
podridos; los pasteles, completamente quemados, se amontonaban en las bandejas;
había un pastel de vísceras con gusanos, un queso cubierto de un esponjoso moho
verde y, como plato estrella de la fiesta, un gran pastel gris en forma de lápida
funeraria (Para ese entonces todos tenían
expresiones de asco en sus rostros, Hermione y Molly —que estaban embarazadas—
respiraban profundo para no vomitar ahí mismo. Eso es asqueroso, los
compadezco, dijo Sirius al trío), decorado con unas letras que parecían
de alquitrán y que componían las palabras:
Sir Nicholas de
Mimsy-Porpington,
fallecido el 31 de octubre de
1492.
—Perturbador —dijo
Andrómeda.
Harry contempló, asombrado, que un
fantasma corpulento se acercaba y, avanzando en cuclillas para ponerse a la
altura de la comida, atravesaba la mesa con la boca abierta para ensartar por
ella un salmón hediondo.
—Eso es asqueroso
—murmuró Ginny.
—¿Le encuentras el sabor de esa manera?
—le preguntó Harry.
—Casi —contestó con tristeza el
fantasma, y se alejó sin rumbo.
—Pobre —se compadeció
Luna.
—Sí, debe ser horrible no
poder comer nunca —dijeron los Weasley.
—Supongo que lo habrán dejado pudrirse
para que tenga más sabor —dijo Hermione con aire de entendida, tapándose la
nariz e inclinándose para ver más de cerca el pastel de vísceras podrido.
—Vámonos, me dan náuseas —dijo Ron.
—Y a mí también —murmuró
Hermione.
Pero apenas se habían dado la vuelta
cuando un hombrecito surgió de repente de debajo de la mesa y se detuvo frente
a ellos, suspendido en el aire.
—Hola, Peeves —dijo Harry, con
precaución.
—Él que faltaba —dijo
Charlie.
A diferencia de los fantasmas que había
alrededor, Peeves el poltergeist no
era ni gris ni transparente. Llevaba sombrero de fiesta de color naranja
brillante, pajarita giratoria y exhibía una gran sonrisa en su cara ancha y
malvada.
—¿Picáis? —invitó amablemente,
ofreciéndoles un cuenco de cacahuetes recubiertos de moho.
Otra expresión de asco se
notó en todos.
—No, gracias —dijo Hermione.
—Os he oído hablar de la pobre Myrtle
—dijo Peeves, moviendo los ojos—. No has sido muy amable con la pobre Myrtle.
—Tomó aliento y gritó—: ¡EH! ¡MYRTLE!
—Ay, castaña, metiste la
pata —dijo Sirius, sonriendo por la expresión de fastidio de Hermione.
—No, Peeves, no le digas lo que he
dicho, le afectará mucho —susurró Hermione, desesperada—. No quise decir eso,
no me importa que ella… Eh, hola, Myrtle.
Hasta ellos se había deslizado el
fantasma de una chica rechoncha. Tenía la cara más triste que Harry hubiera
visto nunca, medio oculta por un pelo lacio y basto y unas gruesas gafas de
concha.
—Pobre Myrtle —dijo
Harry.
—Sí, pero ahora que lo
recuerdo… —dijo Fred con una sonrisa maliciosa.
—… Myrtle era otra de las
fieles admiradoras de Harry —terminó George con la misma sonrisa maliciosa que
su hermano.
Harry se sonrojó.
—¿Eso es cierto?
—preguntaron los merodeadores.
Pero antes de que Harry
pudiera contestar, los gemelos volvieron a hablar.
—Claro que es cierto,
cada vez que nos la encontrábamos, nos preguntaba por Harry —el ojiverde estaba
más sonrojado.
Los merodeadores no lo
pudieron evitar y soltaron unas risitas.
Cuando todo estuvo
nuevamente en silencio, Neville volvió a leer.
—¿Qué? —preguntó enfurruñada.
—¿Cómo estás, Myrtle? —dijo Hermione,
fingiendo un tono animado—. Me alegro de verte fuera de los lavabos.
Myrtle sollozó.
—¿Y porque llora ahora?
—preguntó Frank.
—Porque sí, Myrtle
siempre encuentra motivos para llorar —respondió Hermione.
—Ahora mismo la señorita Granger estaba
hablando de ti —dijo Peeves a Myrtle al oído, maliciosamente.
—Sólo comentábamos…, comentábamos… lo
guapa que estás esta noche —dijo Hermione, mirando a Peeves.
—Es no te lo creería
nadie, Hermione —dijeron los gemelos Prewett.
Myrtle dirigió a Hermione una mirada
recelosa.
—Te estás burlando de mí —dijo, y unas
lágrimas plateadas asomaron inmediatamente a sus ojos pequeños, detrás de las
gafas.
—No, lo digo en serio… ¿Verdad que
estaba comentando lo guapa que está Myrtle esta noche? —dijo Hermione, dándoles
fuertemente a Harry y Ron con los codos en las costillas.
—Sí, sí.
—Claro.
—Muy convincente —dijo
irónicamente Bill.
—No me mintáis —dijo Myrtle entre
sollozos, con las lágrimas cayéndole por la cara, mientras Peeves, que estaba
encima de su hombro, se reía entre dientes—. ¿Creéis que no sé cómo me llama la
gente a mis espaldas? ¡Myrtle la gorda! ¡Myrtle la fea! ¡Myrtle la desgraciada,
la llorona, la triste!
—Se te ha olvidado «la granos» —dijo
Peeves al oído.
—Peeves —exclamó Lily
indignada.
Myrtle la
Llorona estalló en sollozos angustiados y salió de la mazmorra corriendo.
Peeves corrió detrás de ella, tirándole cacahuetes mohosos y gritándole: «¡La
granos! ¡La granos!»
—Al menos le dio un buen
uso a los cacahuates —dijeron los gemelos Prewett.
Los únicos que se rieron
fueron los gemelos Weasley y Sirius. Pero se callaron cuando notaron la mirada
seria de Lily y Molly.
—¡Dios mío! —dijo Hermione con
tristeza.
Nick Casi Decapitado iba hacia ellos
entre la multitud.
—¿Os lo estáis pasando bien?
—¡Sí! —mintieron.
—Era educación —trato de
defenderse Ron ante la mirada de su madre.
—Ha venido bastante gente —dijo con
orgullo Nick Casi Decapitado—. Mi Desconsolada Viuda ha venido de Kent. Bueno,
ya es casi la hora de mi discurso, así que voy a avisar a la orquesta.
La orquesta, sin embargo, dejó de tocar
en aquel mismo instante. Se había oído un cuerno de caza y todos los que
estaban en la mazmorra quedaron en silencio, a la expectativa.
En la sala de los
Menesteres también todos estaban a la expectativa.
—Ya estamos —dijo Nick Casi Decapitado
con cierta amargura.
A través de uno de los muros de la
mazmorra penetraron una docena de caballos fantasma, montados por sendos
jinetes sin cabeza (Increíble —se escuchó la voces
de muchos en la sala). Los asistentes aplaudieron con fuerza; Harry
también empezó a aplaudir, pero se detuvo al ver la cara fúnebre de Nick.
Los caballos galoparon hasta el centro
de la sala de baile y se detuvieron encabritándose; un fantasma grande que iba
delante, y que llevaba bajo el brazo su cabeza barbada y soplaba el cuerno,
descabalgó de un brinco, levantó la cabeza en el aire para poder mirar por
encima de la multitud, con lo que todos se rieron, y se acercó con paso
decidido a Nick Casi Decapitado, ajustándose la cabeza en el cuello.
—¡Nick! —dijo con voz ronca—, ¿cómo
estás? ¿Todavía te cuelga la cabeza?
—¡Que maleducado! —dijo
McGonagall.
Rompió en una sonora carcajada y dio a
Nick Casi Decapitado unas palmadas en el hombro.
—Bienvenido, Patrick —dijo Nick con
frialdad.
—¡Vivos! —dijo sir Patrick, al ver a
Harry, Ron y Hermione. Dio un salto tremendo pero fingido de sorpresa y la
cabeza volvió a caérsele.
—Estúpido presumido —dijo
Lily.
La gente se rió otra vez.
—Muy divertido —dijo Nick Casi
Decapitado con voz apagada.
—¡No os preocupéis por Nick! —gritó
desde el suelo la cabeza de sir Patrick—. ¡Aunque se enfade, no le dejaremos
entrar en el club! Pero quiero decir…, mirad el amigo…
—Creo —dijo Harry a toda prisa, en
respuesta a una mirada elocuente de Nick —que Nick es terrorífico y esto…, mmm…
—No creo que eso convenza
a Sir Patrick —dijo Ted.
—Pero se agradece el
esfuerzo —dijo Neville parando de leer.
Harry se volvió a
sonrojar. Lily le sonrió con ternura.
—¡Ja! —gritó la cabeza de sir Patrick—,
apuesto a que Nick te pidió que dijeras eso.
—¡Si me conceden su atención, ha
llegado el momento de mi discurso! —dijo en voz alta Nick Casi Decapitado,
caminando hacia el estrado con paso decidido y colocándose bajo un foco de luz
de un azul glacial.
Otra vez todos estaban
expectantes por las palabras de Nick.
»Mis difuntos y afligidos señores y
señoras, es para mí una gran tristeza…
Pero nadie le prestaba atención (¡Que descortés!, exclamó Molly). Sir Patrick y el
resto del Club de Cazadores Sin Cabeza acababan de comenzar un juego de Cabeza
Hockey y la gente se agolpaba para mirar. Nick Casi Decapitado trató en vano de
recuperar la atención, pero desistió cuando la cabeza de sir Patrick le pasó al
lado entre vítores.
—Es horrible que te hagan
eso en tu día de cumpleaños, así este sea tu cumpleaños de muerte —dijo Luna.
Harry sentía mucho frío, y no digamos
hambre.
—No aguanto más —dijo Ron, con los
dientes castañeteando, cuando la orquesta volvió a tocar y los fantasmas
volvieron al baile.
—Vámonos —dijo Harry.
—Sí, es lo mejor que
podían hacer —dijo Frank.
Fueron hacia la puerta, sonriendo e
inclinando la cabeza a todo el que los miraba, y un minuto más tarde subían a
toda prisa por el pasadizo lleno de velas negras.
—Quizás aún quede pudín —dijo Ron con
esperanza, abriendo el camino hacia la escalera del vestíbulo.
—Esperanzas rotas —dijo
Ron, haciendo reír a sus amigos.
Y entonces Harry lo oyó.
—… Desgarrar…
Despedazar… Matar…
—Otra vez esa voz —dijo
con pesar Lily.
—Tienes que estar alerta,
muchacho —aconsejó Moody.
Ginny se puso pálida y
empezó a temblar ligeramente, porque ya sabía lo que vendría a continuación,
ella fue poseída para hacer cosas de las que luego ni siquiera se acordaba.
Harry se dio cuenta de miedo de Ginny. Así que la abrazo.
—Ya todo paso —le
susurró. La pelirroja asintió, pero aun así no dejaba de sentir pavor.
Fue la misma voz, la misma voz fría,
asesina, que había oído en el despacho de Lockhart.
Trastabilló al detenerse, y tuvo que
sujetarse al muro de piedra. Escuchó lo más atentamente que pudo, al tiempo que
miraba con los ojos entornados a ambos lados del pasadizo pobremente iluminado.
—Harry, ¿qué…?
—Es de nuevo esa voz… Callad un
momento…
—… deseado…
durante tanto tiempo…
—¿Durante tanto tiempo?
—preguntó Remus.
—¡Escuchad! —dijo Harry, y Ron y
Hermione se quedaron inmóviles, mirándole.
—… matar… Es
la hora de matar…
—¿Matar? ¿Va matar a
alguien? ¿A quién? —preguntó Lily y Molly a la vez, muy preocupadas.
—No se preocupen nadie
murió —dijo Harry, tratando de tranquilizar a las dos pelirrojas.
La voz se fue apagando. Harry estaba
seguro de que se alejaba… hacia arriba. Al mirar al oscuro techo, se apoderó de
él una mezcla de miedo y emoción. ¿Cómo podía irse hacia arriba? ¿Se trataba de
un fantasma, para quien no era obstáculo un techo de piedra?
—No puede ser un fantasma
—dijo Remus con voz seca.
—¿Por qué estás tan
seguro? —preguntó los otros dos merodeadores.
—Porque un fantasma no
puede desgarrar, despedazar —contestó Lupin.
James y Sirius asintieron
dándole la razón.
—¡Por aquí! —gritó, y se puso a correr
escaleras arriba hasta el vestíbulo. Allí era imposible oír nada, debido al
ruido de la fiesta de Halloween que tenía lugar en el Gran Comedor. Harry
apretó el paso para alcanzar rápidamente el primer piso. Ron y Hermione lo
seguían.
—Un momento, están
siguiendo a una voz que dice que quiere matar a alguien —dijo Alice.
Menos mal que mi hijo no
estaba con ellos, pensaba Alice con alivio.
—Así son ellos, tienen
costumbres suicidas —dijeron los gemelos Weasley.
—¿Qué? —preguntaron los
merodeadores, Lily, y Molly y Arthur Weasley.
—No es cierto
—contestaron el trío de oro, mirando con seriedad a los gemelos.
—Harry, ¿qué estamos…?
—¡Chssst!
Harry aguzó el oído. En la distancia,
proveniente del piso superior, y cada vez más débil, oyó de nuevo la voz: … huelo
sangre… ¡HUELO SANGRE!
—En vez de seguir esa voz
deberían ir a avisarle a algún profesor sobre lo que han escuchado —dijo Lily.
Se escucharon las risas
de los chicos del futuro.
—¿De qué se ríen?
—preguntó una Lily enfadada.
—De que Potter y compañía
nunca irían a avisar a algún profesor, porque ellos piensan que pueden resolver
todos los problemas solos —respondió Draco.
Todos miraban con
insistencia al trío.
—Eso no es cierto
—dijeron al unisonó Harry, Ron y Hermione.
—Claro que sí —rebatió el
rubio, con una sonrisa arrogante.
—Idiota —dijo Ron y la
sonrisa de Draco se hizo más grande.
Nadie dijo nada después
de ese intercambio de palabras, pero tenían mucho interés de descubrir que lo
que habían dicho Draco y anteriormente los gemelos era cierto.
Dumbledore le hizo una
señal a Neville para que continuara leyendo.
El corazón le dio un vuelco.
—¡Va a matar a alguien! —gritó, y sin
hacer caso de las caras desconcertadas de Ron y Hermione, subió el siguiente
tramo saltando los escalones de tres en tres, intentando oír a pesar del ruido
de sus propios pasos.
Lily miraba sorprendida a
su hijo.
¿Acaso no conoce las
limitaciones? Ese afán de meterse en problemas lo heredo de James, pensaba
Lily.
Harry recorrió a toda velocidad el
segundo piso, y Ron y Hermione lo seguían jadeando. No pararon hasta que
doblaron la esquina del último corredor, también desierto.
—Harry, ¿qué pasaba? —le preguntó Ron,
secándose el sudor de la cara. Yo no oí nada…
—¿Cómo? —preguntaron
muchos a la vez.
—¿Acaso ninguno de
ustedes dos escuchaba esa voz? —preguntó Alice directamente a la castaña y al
pelirrojo.
Ron y Hermione negaron
con la cabeza.
—¿Y aun fueron ante algo
que no sabían ni lo que era? —ahora preguntó Remus.
—Confiamos en Harry —fue
la respuesta de ambos chicos. Harry les sonrió a sus amigos.
Pero Hermione dio de repente un grito
ahogado, y señaló al corredor.
—¡Mirad!
—¿Qué? —preguntó un
desconcertado Sirius.
Ginny sabía lo que había
en la pared, puesto que ella misma lo había escrito, poseída por ese terrible
ser, pero había sido ella.
La pelirroja volvió a
temblar, los únicos que se dieron cuenta de ellos fueron Harry, todos sus
hermanos, Hermione y Luna. Los demás estaban expectantes a la continuación.
—Calma, Ginny, ya paso
—la consoló Harry volviéndola abrazar.
Delante de ellos, algo brillaba en el
muro. Se aproximaron, despacio, intentando ver en la oscuridad con los ojos
entornados. En el espacio entre dos ventanas, brillando a la luz que arrojaban
las antorchas, había en el muro unas palabras pintadas de más de un palmo de
altura.
LA
CAMARA DE LOS SECRETOS HA SIDO ABIERTA.
TEMED,
ENEMIGOS DEL HEREDERO.
La piel de casi todos se
erizo al escuchar tal inscripción, el único que tenía una sonrisita estúpida en
sus labios era Lucius Malfoy.
Los sangre sucia deberían
de temer, no debían confiar ni en su propia sombra, pensaba el rubio,
regodeándose del miedo de todos.
—¡Oh, por Merlín!
—susurró Molly.
—¿Qué es lo que cuelga ahí debajo?
—preguntó Ron, con un leve temblor en la voz.
Al acercarse más, Harry casi resbala
por un gran charco de agua que había en el suelo (¿Agua?,
dijo Moody pensativamente, no le veía la relación de la inscripción con el
agua). Ron y Hermione lo sostuvieron, y juntos se acercaron despacio a
la inscripción, con los ojos fijos en la sombra negra que se veía debajo. Los
tres comprendieron a la vez lo que era, y dieron un brinco hacia atrás.
—¿Qué era? —preguntó
James al trío.
Pero antes de que ellos
contestaran, Neville continúo con la lectura.
La Señora
Norris, la gata del conserje, estaba colgada por la cola en una
argolla de las que se usaban para sujetar antorchas. Estaba rígida como una
tabla, con los ojos abiertos y fijos.
Ginny que seguía abrazada
a Harry, volvió a temblar de miedo.
—¿Qué sucede? —preguntó
Molly a su hija, al verla tan abrazada a Harry, pero de una forma extraña, la
veía como asustada.
—N-nada —Ginny trato de
que su vos saliera lo más tranquila posible.
—No es nada, madre
—mintió Percy, mirando de reojo a su hermana—, ¿acaso no es normal que una
chica abrace a su novio? —preguntó con fingida calma.
Molly asintió, no muy
segura. Sabía que algo pasaba, pero no se lo querían decir.
Segura mente me enteraré
por el libro, se auto-tranquilizaba Molly.
Durante unos segundos, no se movieron.
Luego dijo Ron:
—Vámonos de aquí.
—Sí, deberían irse —dijo
Sirius.
—No deberíamos intentar… —comenzó a
decir Harry, sin encontrar las palabras.
—Hacedme caso —dijo Ron—; mejor que no
nos encuentren aquí.
—Estoy de acuerdo con Ron
—dijeron James y Remus.
Pero era demasiado tarde. Un ruido,
como un trueno distante, indicó que la fiesta acababa de terminar (¿Es que siempre tienen tan mala suerte?, preguntó
Arthur). De cada extremo del corredor en que se encontraban, llegaba el
sonido de cientos de pies que subían las escaleras y la charla sonora y alegre
de gente que había comido bien. Un momento después, los estudiantes irrumpían
en el corredor por ambos lados.
La charla, el bullicio y el ruido se
apagaron de repente cuando vieron la gata colgada. Harry, Ron y Hermione
estaban solos, en medio del corredor, cuando se hizo el silencio entre la masa
de estudiantes, que presionaban hacia delante para ver el truculento
espectáculo.
—Chismosos —dijeron los
gemelos Prewett.
Luego, alguien gritó en medio del
silencio:
—¡Temed, enemigos del heredero! ¡Los
próximos seréis los sangre sucia!
—¿Quién fue el idiota que
dijo eso? —preguntaron los merodeadores.
Draco Malfoy se puso más
pálido de lo que era.
Era Draco Malfoy (¿Por qué no me sorprende?, murmuró Sirius. Por otro lado
Lucius sonrió a su hijo, pero este solo miró para otro lado), que había
avanzado hasta la primera fila. Tenía una expresión alegre en los ojos, y la
cara, habitualmente pálida, se le enrojeció al sonreír ante el espectáculo de
la gata que colgaba inmóvil.
Ahora todos miraban a
Draco. Y a Draco ya le comenzaba a incomodar esas miradas. Hermione se dio
cuenta de la incomodidad del rubio, así que decidió ayudarlo —y no era que
fueran amigos, sino que en el mes que llevaban compartiendo la torre de premio
anual, el rubio se había disculpado con ella y la había tratado con amabilidad—
miró a Neville.
—Neville, podrías
continuar con la lectura —dijo la castaña.
—Aquí termina el
capítulo, Hermione —dijo el chico.
Draco agradeció a la
castaña con un asentimiento de cabeza y ella le sonrió levemente.
Ese gesto no pasó de
desapercibido para Remus, y no sabía porque, pero le molesto que ella le
sonriera.
¿Qué me pasa? Si recién
ayer la he conocido, no debería molestarme, ¿o sí?, se preguntaba Lupin.