—Yo leeré el siguiente capítulo —dijo Padma Patil.
Luna le paso el libro, y la melliza de Parvati cambio de página
y aclarándose la garganta, leyó.
—“La derrota”.
—¿La derrota? ¿A qué se refiere? —preguntó Frank.
—Oh, ¿no será una derrota en el quidditch, verdad? —dijo James,
a lo que Lily le dedico una mirada que decía que el “quidditch no era tan
importante en este momento”.
James sonrió inocentemente, y Padma prosiguió a leer.
El
profesor Dumbledore mandó que los estudiantes de Gryffindor volvieran al Gran
Comedor; donde se les unieron, diez minutos después, los de Ravenclaw,
Hufflepuff y Slytherin. Todos parecían confusos.
—Es normal que lo estuvieran, al sacar a los demás estudiantes
de sus habitaciones y a nosotros los Gryffindors no pudiendo entrar a nuestra
sala común —dijo Percy.
—Los
demás profesores y yo tenemos que llevar a cabo un rastreo por todo el castillo
—explicó el profesor Dumbledore, mientras McGonagall y Flitwick cerraban todas
las puertas del Gran Comedor—. Me temo que, por vuestra propia seguridad,
tendréis que pasar aquí la noche. Quiero que los prefectos monten guardia en
las puertas del Gran Comedor y dejo de encargados a los dos Premios Anuales (No creo que eso sea necesario. Para ese entonces Sirius
ya debe de haber estado muy lejos, dijo James rodando los ojos).
Comunicadme cualquier novedad —añadió, dirigiéndose a Percy, que se sentía
inmensamente orgulloso (Eso fue lo que lo puso más
insoportable, ¿te acuerdas, George?, preguntó Fred a su gemelos, el cual
asintió enérgicamente. Mientras Percy los miraba con reproche)—.
Avisadme por medio de algún fantasma. —El profesor Dumbledore se detuvo antes
de salir del Gran Comedor y añadió—: Bueno, necesitareis…
Con
un movimiento de la varita, envió volando las largas mesas hacia las paredes
del Gran Comedor. Con otro movimiento, el suelo quedó cubierto con cientos de
mullidos sacos de dormir rojos.
—Felices
sueños —dijo el profesor Dumbledore, cerrando la puerta.
—Bueno, teniendo en cuenta que un supuesto asesino serial estaba
por el colegio, ese «Felices sueños» estaba de más —dijo Theo Nott.
Sirius hizo un gesto de molestia al escuchar que lo llamaban
«asesino serial». Pero luego se dio cuenta que antes Nott había dicho
«supuesto», eso quería decir que él no lo creía un asesino.
El animago observó al chico Nott esperando algún insulto a
indirecta hacia su persona —ya que así se comportaban los Slytherin— pero nada
de eso pasó, Theo siguió mirando al frente luego de hacer su comentario.
El
Gran Comedor empezó a bullir de excitación. Los de Gryffindor contaban al resto
del colegio lo que acababa de suceder.
—¡Todos
a los sacos! —gritó Percy—. ¡Ahora mismo, se acabó la charla! ¡Apagaré las
luces dentro de diez minutos!
—¡Aburrido! —exclamaron los gemelos Prewett y los gemelos
Weasley.
Percy rodó los ojos con exasperación.
—No creo que eso pueda detenerlos —dijo Ted luego de unos
segundos, mirando a dirección donde estaban Harry, Ron y Hermione.
—Vamos
—dijo Ron a Hermione y a Harry. Cogieron tres sacos de dormir y se los llevaron
a un rincón.
—¿Creéis
que Black sigue en el castillo? —susurró Hermione con preocupación.
—Evidentemente,
Dumbledore piensa que es posible —dijo Ron.
—Es
una suerte que haya elegido esta noche, ¿os dais cuenta? —dijo Hermione,
mientras se metían vestidos en los sacos de dormir y se apoyaban en el codo
para hablar—. La única noche que no estábamos en la torre…
—Al parecer, estabas
buscando algo —dijo Remus.
—O a alguien —dijo James, mirando a su futuro hijo.
Harry captó la mirada de su padre, y dijo:
—Bueno, no creo que me buscara a mí en ese momento, sino a otra
persona.
—¿A otra persona? ¿A quién? —preguntó Lily.
—A un ex amigo —dijo Luna. Todos los del pasado la miraron al no
entender su repuesta.
—¿A un ex amigo? No creo que Canuto tenga amigos o ex amigos en
edad escolar —dijo James.
—Es que no era un amigo de edad escolar. A la persona a la que
buscaba tenía su edad —alegó Luna.
—Luna, no creo que… —empezó Ginny.
—Bien, de acuerdo, no diré nada —contestó la rubia.
—Esa chica es un poco rara —comentó Sirius a sus amigos, pero en
un tono que solo ellos podían escuchar, ya que no querían ofender a Luna.
—Supongo
que con la huida no sabrá en qué día vive —dijo Ron—. No se ha dado cuenta de
que es Halloween. De lo contrario, habría entrado aquí a saco.
Hermione
se estremeció.
A
su alrededor todos se hacían la misma pregunta:
—¿Cómo
ha podido entrar?
Algunas miradas cayeron sobre Remus, ya que él siendo amigo de
Sirius podría haberlo dejado entrar.
—Tal vez un viejo amigo lo dejo entrar al castillo —dijo Snape,
desdeñosamente.
—Canuto es un merodeador, así que él puede entrar con los ojos
cerrados al castillo sin la necesidad de que alguien lo ayude —respondió un
orgulloso James, mientras que los otros dos merodeadores asentían, y Snape
gruñía con enojo.
—Sí, pero no pudo entrar a la sala común de Gryffindor, porque
lo único que no sabía era la contraseña de esta —comentó Terry.
—Pero eso es porque regularmente cambian las contraseñas, sino
yo creo que si hubiera logrado entrar a la sala común —dijo Ted.
—A
lo mejor sabe cómo aparecerse —dijo un alumno de Ravenclaw que estaba cerca de
ellos—. Cómo salir de la nada.
—A
lo mejor se ha disfrazado —dijo uno de Hufflepuff, de quinto curso.
—Podría
haber entrado volando—sugirió Dean Thomas.
—Hay
que ver; ¿es que soy la única persona que ha leído Historia
de Hogwarts? —preguntó Hermione a Harry y a Ron,
perdiendo la paciencia.
—Sí —dijeron Ron y Harry, haciendo que Hermione rodara los ojos.
—Casi
seguro —dijo Ron—. ¿Por qué lo dices?
—Porque
el castillo no está protegido sólo por muros —indicó Hermione—, sino también
por todo tipo de encantamientos para evitar que nadie entre furtivamente. No es
tan fácil aparecerse aquí. Y quisiera ver el disfraz capaz de engañar a los
dementores. Vigilan cada una de las entradas a los terrenos del colegio. Si
hubiera entrado volando, también lo habrían visto. Filch conoce todos los
pasadizos secretos y estarán vigilados.
Los gemelos Weasley se sonrieron.
—Filch no conoce nada… —dijo Fred.
—… hay pasadizos secretos que él ni siquiera imagina —continuó
George.
—¿Y ustedes como lo saben? —preguntó Molly a sus futuros hijos.
—Eh… bueno… —dijeron los dos a la vez—. Lo intuimos —inventaron.
Molly los miró con ojos entrecerrados, pero aunque no les creía
del todo no replico nada, por el momento.
—¡Voy
a apagar las luces ya! —gritó Percy—. Quiero que todo el mundo esté metido en
el saco y callado.
—No creo que después de lo que paso te hagan caso, Percy —dijo
Charlie.
—Pues sí lo hicieron —respondió Percy—. Hasta Ron, Harry y
Hermione se quedaron dormidos, ¿verdad, Ron?
Ron alzo la mirada hacia su hermano.
—Eh… Sí, claro —respondió Ron, claramente mintiendo.
—No lo creo —dijo Alice.
Todas
las velas se apagaron a la vez. La única luz venía de los fantasmas de color de
plata, que se movían por todas partes, hablando con gravedad con los prefectos,
y del techo encantado, tan cuajado de estrellas como el mismo cielo exterior.
Entre aquello y el cuchicheo ininterrumpido de sus compañeros, Harry se sintió
como durmiendo a la intemperie, arrullado por la brisa.
Algunos chicos y chicas del futuro sonrieron ante la perspectiva
de estar acampando, cosa que en ese momento no se les había ocurrido.
Cada
hora aparecía por el salón un profesor para comprobar que todo se hallaba en
orden. Hacia las tres de la mañana, cuando por fin se habían quedado dormidos
muchos alumnos, entró el profesor Dumbledore. Harry vio que iba buscando a
Percy, que rondaba por entre los sacos de dormir amonestando a los que
hablaban. Percy estaba a corta distancia de Harry, Ron y Hermione, que
fingieron estar dormidos cuando se acercaron los pasos de Dumbledore.
—¿No estaban dormidos? —preguntó Percy, con el ceño fruncido.
—Bueno, no mucho —dijo Ron, sonriendo inocentemente.
—¿Han
encontrado algún rastro de él, profesor? —le preguntó Percy en un susurro.
—No.
¿Por aquí todo bien?
—Eso era obvio —dijo James.
—Todo
bajo control, señor.
—Bien.
No vale la pena moverlos a todos ahora. He encontrado a un guarda provisional
para el agujero del retrato de Gryffindor. Mañana podrás llevarlos a todos.
Los Gryffindors hicieron un gesto de desconformidad al recordar
el guarda provisional que había encontrado Dumbledore.
—No fue el mejor guarda —comentó Neville, algunos de sus
compañeros asintieron, mientras que sus padres lo miraban para que se
explicara—, cambiaba la contraseña muy seguido y con lo olvidadizo que soy… sí
que tuve muchos problemas.
—Oh, lo siento tanto, querido —le dijo su madre, dulcemente.
—¿Y
la señora gorda, señor?
—Se
había escondido en un mapa de Argyllshire del segundo piso. Parece que se negó
a dejar entrar a Black sin la contraseña, y por eso la atacó (Sirius estaba sorprendido por su actuar del futuro, él
reconocía que era impulsivo, pero nunca creyó que llegaría a tanto, y más con
la señora gorda). Sigue muy consternada, pero en cuanto se tranquilice
le diré al señor Filch que restaure el lienzo.
Harry
oyó crujir la puerta del salón cuando volvió a abrirse, y más pasos.
—¿Señor
director? —Era Snape. Harry se quedó completamente inmóvil, aguzando el oído—.
Hemos registrado todo el primer piso. No estaba allí. Y Filch ha examinado las
mazmorras. Tampoco ha encontrado rastro de él.
—Oh, vamos, Quejicus —dijo Sirius, con una sonrisa ladina en su
apuesto rostro—, ¿no crees que es muy tonto que me escondiera dentro del
castillo?
Snape murmuró algo por lo bajo mientras le dedicaba una mirada
asesina a Sirius.
—¿Y
la torre de astronomía? ¿Y el aula de la profesora Trelawney? ¿Y la pajarera de
las lechuzas?
—Lo
hemos registrado todo…
—Muy
bien, Severus. La verdad es que no creía que Black prolongara su estancia aquí.
—Espere —dijo Andrómeda, interrumpiendo la lectura—, profesor
Dumbledore, ¿usted sabía que Sirius ya no estaba en el castillo?
—Posiblemente sí —respondió Dumbledore.
—¿Entonces porque mando a que registraran todo el colegio?
—preguntó Remus.
—Pues yo, al igual que mi yo del futuro, habremos creído que el
señor Black hubiera sido demasiado inocente para esconderse en el castillo
después de lo que hizo. Además, yo no creo que el señor Black haya ido al
colegio especialmente por su ahijado, yo creo que fue por otra persona —siguió
explicando el director.
—¿Por qué dice eso, profesor? —preguntó Lily.
Dumbledore sonrió ligeramente.
—Porque, señorita Evans, ¿no cree usted que si el señor Black
hubiera querido acercarse a su ahijado lo habría hecho muchos años atrás? ¿Por
qué no se escapó antes de Azkaban? ¿Por qué cree que espero doce años para
escaparse de prisión? ¿No cree que hubo un motivo en especial para hacerlo en
ese momento?
Harry, Ron y Hermione se miraron entre ellos. Mientras los demás
estaban sorprendidos ante lo expuesto por el director, ya que ellos no habían
considerado todos esos puntos. Bueno, quizás Moody había si lo había
considerado, pero no tenía en orden sus ideas.
—Tal vez Sirius escapo buscando venganza —dijo Lily—. Sí, tal
vez le habría tomado doce años planearlo todo —se aventuró.
—Oh, vamos, pelirroja, me ofendes. No creo que me tomara tantos
años planear una venganza —dijo Sirius.
—Tan solo fue una suposición, Sirius —respondió Lily.
—¿Tiene
alguna idea de cómo pudo entrar; profesor? —preguntó Snape.
Harry
alzó la cabeza ligeramente, para desobstruirse el otro oído.
—Muchas,
Severus, pero todas igual de improbables.
Harry
abrió un poco los ojos y miró hacia donde se encontraban ellos. Dumbledore
estaba de espaldas a él, pero pudo ver el rostro de Percy, muy atento, y el
perfil de Snape, que parecía enfadado.
—Por supuesto que estaba que Quejicus estaba enfado, Harry —dijo
James a su futuro hijo—. Él quiso atrapar a Sirius, pero no pudo —terminó con
una sonrisa burlesca.
—¿Se
acuerda, señor director; de la conversación que tuvimos poco antes de… comenzar
el curso? —preguntó Snape, abriendo apenas los labios, como para que Percy no
se enterara.
—Me
acuerdo, Severus —dijo Dumbledore. En su voz había como un dejo de
reconvención.
—Parece…
casi imposible… que Black haya podido entrar en el colegio sin ayuda del
interior. Expresé mi preocupación cuando usted señaló…
—Otra vez estás tratando de acusar a Remus de ayudarlo a entrar
al castillo, Quejicus —dijo James, con voz dura—. Que no te quedo claro que
Sirius es capaz de entrar al castillo porque lo conoce muy bien, no por nada
pertenece a los merodeadores.
—James —dijo Lily, con advertencia.
James ya no dijo nada más, haciéndole caso a su pelirroja novia.
—Ya deja de tirarle tierra a Lunático, Quejicus —gruñó Sirius.
Snape lo ignoró olímpicamente.
—No
creo que nadie de este castillo ayudara a Black a entrar —dijo Dumbledore en un
tono que dejaba bien claro que daba el asunto por zanjado. Snape no contestó—.
Tengo que bajar a ver a los dementores. Les dije que les informaría cuando
hubiéramos terminado el registro.
—¿No
quisieron ayudarnos, señor? —preguntó Percy.
Arthur miró a su hijo.
—¿Estabas de acuerdo con que esas cosas rondaran el colegio,
Percy? —le preguntó a su hijo, con la sorpresa marcada en su rostro.
Percy se sonrojó.
—Bueno, he de reconocer que en ese tiempo yo creía en el
Ministerio, y como los dementores trabajaban para los del Ministerio, pues…
Percy se interrumpió, para que seguir hablando si con todo eso
que había dicho había explicado sus creencias del pasado.
Nadie dijo nada, estaban
sorprendidos por las palabras de Percy, así que Padma continuó leyendo.
—Sí,
desde luego —respondió Dumbledore fríamente—. Pero me temo que mientras yo sea
director; ningún dementor cruzará el umbral de este castillo.
Lily y Molly suspiraron aliviadas.
Percy
se quedó un poco avergonzado. Dumbledore salió del salón con rapidez y
silenciosamente. Snape aguardó allí un momento, mirando al director con una
expresión de profundo resentimiento. Luego también él se marchó.
Harry
miró a ambos lados, a Ron y a Hermione. Tanto uno como otro tenían los ojos
abiertos, reflejando el techo estrellado.
—¿De
qué hablaban? —preguntó Ron.
—¿Qué no era obvio? —dijo Fabian.
—En ese momento no teníamos ni la menor idea —se justificó Ron.
Durante
los días que siguieron, en el colegio no se habló de otra cosa que de Sirius
Black (Vaya, sigo siendo popular, dijo Sirius,
tratando de bromear). Las especulaciones acerca de cómo había logrado
penetrar en el castillo fueron cada vez más fantásticas; Hannah Abbott, de
Hufflepuff, se pasó la mayor parte de la clase de Herbología contando que Black
podía transformarse en un arbusto florido.
Hannah se sonrojó inmediatamente, pero su rostro fue competencia
con el cabello de los Weasley cuando vio la sonrisa burlona de Sirius.
—¿Yo? ¿Un arbusto florido? No, no lo creo —dijo Sirius, sin
ocultar su sonrisa burlona. James y Remus también sonrieron ante esa
ocurrencia.
—Solo era una suposición —se defendió la rubia de Hufflepuff.
Habían
quitado de la pared el lienzo rasgado de la señora gorda y lo habían
reemplazado con el retrato de sir Cadogan y su pequeño y robusto caballo gris.
Esto no le hacía a nadie mucha gracia. Sir Cadogan se pasaba la mitad del
tiempo retando a duelo a todo el mundo, y la otra mitad inventando contraseñas
ridículamente complicadas que cambiaba al menos dos veces al día.
—Para mí fue todo un calvario —comentó Neville, pero luego se
sonrojó al recordar su maravillosa idea de escribir todas las contraseñas en un
pedazo de pergamino.
—Sir Cadogan estaba demente —dijo Dean—. Bueno, aun lo está
—agregó después, y Seamus asintió.
—Está
loco de remate —le dijo Seamus Finnigan a Percy, enfadado—. ¿No hay otro
disponible?
—Ninguno
de los demás retratos quería el trabajo —dijo Percy—. Estaban asustados por lo
que le ha ocurrido a la señora gorda. Sir Cadogan fue el único lo bastante valiente
para ofrecerse voluntario.
—¿Valiente? Yo diría loco —dijo Seamus.
—Sí que les complicaste la vida a todos los Gryffindors por un
buen rato, Canuto —le dijo James.
—No creo que lo haya hecho intencionalmente —se defendió Sirius.
—Pero si por impulsivo —dijo Remus, conociendo el actuar de cada
uno de sus amigos. James era bromista, un poco arrogante, enamorado de Lily
desde que lo conoció, pero un muy buen amigo. Sirius era también bromista, un
mujeriego empedernido, impulsivo, arrogante, a veces tenía mal carácter, y se
podría decir que a veces un poco vengativo, pero buen amigo, al igual que
James. Mientras que Peter, era completamente distinto a los dos primeros,
callado, no muy bien estudiante, y en algunas ocasiones era hasta más
vergonzoso que él, pero definitivamente era un buen amigo. Peter nunca sería
capaz de hacer algo que los lastimara o los metiera en problemas, él era como
un niño de diez años en un cuerpo de adolescente.
Lo
que menos preocupaba a Harry era sir Cadogan. Lo vigilaban muy de cerca. Los
profesores buscaban disculpas para acompañarlo por los corredores, y Percy
Weasley (obrando, según sospechaba Harry, por instigación de su madre) le
seguía los pasos por todas partes, como un perro guardián extremadamente
pomposo (¡Tú también me llamas así!, le reclamó
Percy a Harry, visiblemente ofendido, ya que él solo había seguido las ordenes
de su madre de cuidar de Ron, Hermione y especialmente de Harry. El pelirrojo
frunció su ceño al escuchar las risas de sus hermanos, tíos, los merodeadores y
algunos de sus compañeros. A lo que Harry solo pudo decir un “Lo siento”).
Para colmo, la profesora McGonagall lo llamó a su despacho y lo recibió con una
expresión tan sombría que Harry pensó que se había muerto alguien.
No creo que le quedará
alguien más para morir. A menos que sea uno de sus escorias de amiguitos, pensó Lucius con maldad.
—No
hay razón para que te lo ocultemos por más tiempo, Potter —dijo muy
seriamente—. Sé que esto te va a afectar; pero Sirius Black…
—Ya
sé que va detrás de mí —dijo Harry, un poco cansado—. Oí al padre de Ron cuando
se lo contaba a su mujer. El señor Weasley trabaja para el Ministerio de Magia.
Sirius hizo un gesto de desagrado, él nunca le haría daño al
hijo de su mejor amigo. Además Harry era su futuro ahijado.
¿Cómo podían creer que yo
le haría daño a mi propio ahijado?,
pensaba Sirius.
—Ellos no sabían que tú eras inocente, Sirius. Todos pensaban
que tú fuiste culpable de todas las atrocidades que hizo otra… persona —dijo
Harry, respondiendo a la pregunta que Sirius se había hecho en la mente.
Sirius levanto la mirada y se encontró con los ojos verdes
esmeraldas de Harry. Ni siquiera se había dado cuenta de que lo observaba.
—¿Quién es esa persona, por la cual yo tuve que hacerme
responsable de sus actos? —preguntó Sirius a Harry.
Todos miraron a Harry, esperando la tan ansiada respuesta, ya
que no solo Sirius quería conocer el nombre de esa persona.
—No puedo decírtelo. Te afectaría mucho —dijo Harry, mirando a
su padrino—, y no solo a ti, también le afectaría mucho a ellos —ahora miró a
su padre y a Remus.
—¿A nosotros? —preguntó Remus.
—Sí, a ustedes también —corroboró Hermione.
Todos se quedaron en silencio, silencio que Padma a provecho
para continuar leyendo.
La
profesora McGonagall se sorprendió mucho. Miró a Harry durante un instante y
dijo:
—Ya
veo. Bien, en ese caso comprenderás por qué creo que no debes ir por las tardes
a los entrenamientos de quidditch. Es muy arriesgado estar ahí fuera, en el
campo, sin más compañía que los miembros del equipo…
—¡¿Qué?! —exclamó James, con cara horrorizada.
—Idiota —murmuró Snape.
Su hijo puede estar en
peligro por el delincuente de Black, y a él le preocupa que a su hijo no le
permitan ir a los entrenamientos de quidditch, pensó Snape, no cabe
duda que Potter es un idiota y un imbécil.
—No pensaras hacer un drama de esto, ¿verdad, James? —le dijo
Lily, con tono de advertencia.
—Por supuesto que no mi pelirroja hermosa —dijo James,
disimulando sus ganas de protestar.
—¡El
sábado tenemos nuestro primer partido —dijo Harry, indignado—. ¡Tengo que
entrenar; profesora!
La
profesora McGonagall meditó un instante. Harry sabía que ella deseaba que
ganara el equipo de Gryffindor; al fin y al cabo, había sido ella la primera
que había propuesto a Harry como buscador. Harry aguardó conteniendo el
aliento.
James se encontraba conteniendo el aliento, al igual que su hijo
del libro, ya que él también quería que Gryffindor ganara el partido y la copa.
—Mm…
—la profesora McGonagall se puso en pie y observó desde la ventana el campo de
quidditch, muy poco visible entre la lluvia—. Bien, te aseguro que me gustaría
que por fin ganáramos la copa… De todas formas, Potter; estaría más tranquila
si un profesor estuviera presente. Pediré a la señora Hooch que supervise tus
sesiones de entrenamiento.
—Eso es mejor que no permitirle que entrenara —comentó James,
soltando el aire que había estado conteniendo—. Por eso todos la amamos, Minnie
—dijo, mirando a la estricta profesora. Los otros dos merodeadores asintieron.
Mientras que la profesora solo negó con la cabeza.
***
El
tiempo empeoró conforme se acercaba el primer partido de quidditch.
Impertérrito, el equipo de Gryffindor entrenaba cada vez más, bajo la mirada de
la señora Hooch. Luego, en la sesión final de entrenamiento que precedió al partido
del sábado, Oliver Wood comunicó a su equipo una noticia no muy buena:
—¡No
vamos a jugar contra Slytherin! —les dijo muy enfadado—. Flint acaba de venir a
verme. Vamos a jugar contra Hufflepuff.
—¡¿Qué?! —exclamaron James y Sirius al unísono.
—¿Y desde cuando son los capitanes de equipo pueden manejar eso
de jugar o no jugar? —se quejó Sirius.
—¿Por
qué? —preguntaron todos.
—La
excusa de Flint es que su buscador aún tiene el brazo lesionado —dijo Wood,
rechinando con furia los dientes—. Pero está claro el verdadero motivo: no
quieren jugar con este tiempo, porque piensan que tendrán menos posibilidades…
—Serpientes tenían que ser —dijo James.
—Todos los Slytehrin son unos cobardes —dijo Sirius, a lo que su
prima lo miró con el ceño fruncido.
—No estoy de acuerdo con lo que has dicho, Sirius —dijo
amargamente Andrómeda.
Sí, demasiado impulsivo
diría yo, pensó Remus, mirando de
reojo a Sirius.
—Yo tampoco estoy de acuerdo —dijo Harry, sorprendiendo a todos.
Pero simplemente él no podía estar de acuerdo con lo que había dicho su
padrino. Miró a Snape, y recordó todo lo que ese hombre, duro de carácter,
sarcástico y a veces un poco cruel, había hecho por él. Si, Snape lo había
protegido a pesar de todo el rencor que había sentido por su padre, y siempre
le estaría agradecido por eso.
—No puedo entender que tú hayas dicho eso —lo acusó su padre.
—Tal vez ahora no lo comprendas, pero luego lo harás —le dijo
Harry, acomodándose los lentes.
Durante
todo el día había soplado un ventarrón y caído un aguacero, y mientras hablaba
Wood se oía retumbar a los truenos.
—¡No
le pasa nada al brazo de Malfoy! —dijo Harry furioso—. Está fingiendo.
—Lo
sé, pero no lo podemos demostrar —dijo Wood con acritud—. Y hemos practicado
todos estos movimientos suponiendo que íbamos a jugar contra Slytherin, y en su
lugar tenemos a Hufflepuff, y su estilo de juego es muy diferente. Tienen un
nuevo capitán buscador; Cedric Diggory…
Harry se tensó y apeno al oír el nombre del Hufflepuff. Otra
persona inocente que tuvo que morir por culpa de Voldemort.
De
repente, Angelina, Alicia y Katie soltaron una carcajada.
—¿Qué?
—preguntó Wood, frunciendo la frente anta aquella actitud.
—Es
ese chico alto y guapo, ¿verdad? —preguntó Angelina.
George frunció el ceño, e iba a decir una broma sobre Cedric,
pero luego recordó que estaba muerto, por eso se mordió la lengua para no decir
nada.
—¡Y
tan fuerte y callado! —añadió Katie, y volvieron a reírse.
—Es
callado porque no es lo bastante inteligente para juntar dos palabras —dijo
Fred—. No sé qué te preocupa, Oliver. Los de Hufflepuff son pan comido. La
última vez que jugamos con ellos, Harry cogió la snitch al cabo de unos cinco
minutos, ¿no os acordáis?
—¡OYE! —se quejaron los Hufflepuff, al escuchar lo que Fred había dicho de ellos.
—No somos tan fáciles de derrotar —alegó Ernie.
—Además, recuerda que ese partido lo ganamos nosotros —dijo Justin.
—¿Ganaron? —preguntaron a coro James, Sirius y los gemelos
Prewett.
Harry asintió.
—No puedo creerlo —susurró James.
—¡Jugábamos
en condiciones muy distintas! —gritó Wood, con los ojos muy abiertos—. Diggory
ha mejorado mucho el equipo. ¡Es un buscador excelente! ¡Ya sospechaba que os
lo tomaríais así! ¡No debemos confiarnos! ¡Hay que tener bien claro el
objetivo! ¡Slytherin intenta pillarnos desprevenidos! ¡Hay que ganar!
—Noto obsesión en ese chico —comentó Alice.
—Tranquilízate,
Oliver —dijo Fred alarmado—. Nos tomamos muy en serio a Hufflepuff. Muy en
serio.
—Poco faltaba para que se abalanzara encima de nosotros gritando
que teníamos que ganar —dijo George, y su gemelo asintió, mientras que Oliver
fruncía el ceño.
El
día anterior al partido, el viento se convirtió en un huracán y la lluvia cayó
con más fuerza que nunca. Estaba tan oscuro dentro de los corredores y las
aulas que se encendieron más antorchas y faroles. El equipo de Slytherin se
daba aires, especialmente Malfoy.
—¡Ah,
si mi brazo estuviera mejor! —suspiraba mientras el viento golpeaba las
ventanas.
—Sí, muy conveniente, ¿no? —dijeron los gemelos Prewett.
Draco tuvo que reconocer que fingir que el hipogrifo lo había
lastimado ayudo al equipo a no jugar con un clima nada favorable.
Harry
no tenía sitio en la cabeza para preocuparse por otra cosa que el partido del
día siguiente. Entre clase y clase, Oliver Wood se le acercaba a toda prisa
para darle consejos. La tercera vez que sucedió, Wood habló tanto que Harry se
dio cuenta de pronto de que llegaba diez minutos tarde a la clase de Defensa
Contra las Artes Oscuras (No te preocupes, Harry,
no creo que Lunático te regañara por llegar unos minutos tarde a su clase, dijo
James sonriendo a su amigo e hijo. Pero Harry no quiso decir nada, ya que
dentro de poco todos se darían cuenta que esa clase la dio Snape y no Remus),
y echó a correr mientras Wood le gritaba:
—¡Diggory
tiene un regate muy rápido, Harry! Tendrás que hacerle una vaselina…
Harry volvió a sentirse apenado ante la mención de Cedric
Diggory.
Harry
frenó al llegar a la puerta del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, la
abrió y entró apresuradamente.
—Lamento
llegar tarde, profesor Lupin. Yo…
Pero
no era Lupin quien lo miraba desde la mesa del profesor; era Snape.
—¿Qué diablos hacia Quejicus allí? —preguntaron James y Sirius
al unísono.
Esta vez a Snape no le molesto tanto el insulta, ya que ahora se
sentía satisfecho al ver las caras contrariada de los merodeadores.
—Tal vez… —dijo Remus, dando por hecho que seguro él había falta
a su trabajo por la luna llena.
Hermione le dedico una sonrisa de comprensión al ver que su
semblante había cambiado, de lo tranquilo que estaba Remus paso al miedo de que
descubrieran su secreto.
—Oh —dijo James, sabiendo lo que Remus había querido decir.
—Bien, eso lo comprendo, ¿pero porque fue el idiota de Quejicus
el que te reemplazo? ¿Acaso no había otros profesores? —dijo con molestia
Sirius.
—Si había más profesores, pero Snape era el único con más ganas
de molestar a los Gryffindor —susurró Ron a Harry.
—La
clase ha comenzado hace diez minutos, Potter. Así que creo que descontaremos a
Gryffindor diez puntos. Siéntate.
James y Sirius le dirigieron una mirada asesina a Snape, y este
solo sonrió con burla.
Pero
Harry no se movió.
—¿Dónde
está el profesor Lupin? —preguntó.
—No
se encuentra bien para dar clase hoy —dijo Snape con una sonrisa contrahecha—.
Creo que te he dicho que te sientes.
Pero
Harry permaneció donde estaba.
—¿Qué
le ocurre?
—Insolente —murmuró Snape, mirando hacia el hijo de Lily.
—No creo que esa sea manera de hablarle a un profesor, Harry —le
dijo Lily.
A Harry se le pusieron las mejillas sonrosadas.
—Pero es Quejicus, pelirroja —le recordó James.
—Aun así —le rebatió su novia.
A
Snape le brillaron sus ojos negros.
—Nada
que ponga en peligro su vida —dijo como si deseara lo contrario—. Cinco puntos
menos para Gryffindor y si te tengo que volver a decir que te sientes serán
cincuenta.
Después de que lo que Snape le había contestado a su hijo, Lily
lo miró con molestia.
—Maldito Quejicus —dijo Sirius.
Harry
se fue despacio hacia su sitio y se sentó. Snape miró a la clase.
—Como
decía antes de que nos interrumpiera Potter, el profesor Lupin no ha dejado
ninguna información acerca de los temas que habéis estudiado hasta ahora…
—Hemos
estudiado los boggarts, los gorros rojos, los kappas
y los grindylows
—informó Hermione rápidamente—, y
estábamos a punto de comenzar…
—Cállate
—dijo Snape fríamente (Remus frunció el ceño al
escuchar que Snape había regañado a Hermione, sin que esta se lo mereciera)—.
No te he preguntado. Sólo comentaba la falta de organización del profesor
Lupin.
—¿Lunático un desorganizado? —dijo Sirius—, por favor, James y
yo nos volvemos unos alumnos modelos y agrego que yo dejo de ser un mujeriego a
que Remus sea un desorganizado.
—Es
el mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido —dijo
Dean Thomas con atrevimiento (Remus se sonrojó ante
el cumplido de Dean), y la clase expresó su conformidad con murmullos.
Snape puso el gesto más amenazador que le habían visto.
—Sois
fáciles de complacer. Lupin apenas os exige esfuerzo… Yo daría por hecho que
los de primer curso son ya capaces de manejarse con los gorros rojos y los grindylows.
Hoy veremos…
Harry
lo vio hojear el libro de texto hasta llegar al último capítulo, que debía de
imaginarse que no habían visto.
—…
los hombres lobo —concluyó Snape.
—Este hijo de su… —murmuró Sirius. Mientras Lupin se ponía
pálido de repente.
—Siempre metiendo su narizota en donde no lo llaman —dijo entre
dientes James.
Hermione vio la palidez de Remus, y el miedo en sus ojos porque
descubrieran lo que él era realmente. En ese momento ella quería levantarse e
ir hacia Snape y golpearlo como había hecho con Malfoy en su tercer curso. Pero
se contuvo porque hacerlo haría que todos se preguntaran el porqué de su
comportamiento, y eso incomodaría a Remus.
Snape había hecho un buen trabajo protegiendo a Harry, pero
cuando quería actuar como un bastardo lo lograba.
—Pero
profesor —dijo Hermione, que parecía incapaz de contenerse. Y Harry noto
diferente su mirada, pero lo dejo pasar en ese momento—, todavía no podemos
llegar a los hombres lobo. Está previsto comenzar con los hinkypunks…
—Señorita
Granger —dijo Snape con voz calmada—, creía que era yo y no tú quien daba la
clase. Ahora, abrid todos el libro por la página 394. —Miró a la clase—: Todos.
Ya.
McGonagall miró desaprobatoriamente a Snape.
Con
miradas de soslayo y un murmullo de descontento, abrieron los libros.
—¿Quién
de vosotros puede decirme cómo podemos distinguir entre el hombre lobo y el
lobo auténtico?
James y Sirius se quedaron mirando con amargura a Snape.
—Esta Quejicus nos la paga —susurró James a Sirius.
—Le haremos la peor broma de todas —le respondió Sirius, en el
mismo tono de voz—. Tan solo espera a que salgamos de esta sala y le contamos a
Colagusano de nuestros planes.
James asintió.
Todos
se quedaron en completo silencio. Todos excepto Hermione, cuya mano, como de
costumbre, estaba levantada.
—¿Nadie?
—preguntó Snape, sin prestar atención a Hermione. La sonrisa contrahecha había
vuelto a su rostro—. ¿Es que el profesor Lupin no os ha enseñado ni siquiera la
distinción básica entre…?
—Nunca pensé que el señor Snape fuera a convertirse en un hombre
tan aprovechado de su poder como profesor —dijo McGonagall a Dumbledore.
—Oh, Minerva, no te agobies, si el señor Snape está ocupando un
puesto como profesor en Hogwarts es porque mi yo del futuro creyó que era lo
mejor —contestó Dumbledore—. Estoy seguro que debí tener muy buenas razones
para haberle ofrecido un puesto en Hogwarts —susurró esto último para sí.
—Ya
se lo hemos dicho —dijo de repente Parvati—. No hemos llegado a los hombres
lobo. Estamos todavía por…
—¡Silencio!
—gruñó Snape—. Bueno, bueno, bueno… Nunca creí que encontraría una clase de
tercero que ni siquiera fuera capaz de reconocer a un hombre lobo. Me encargaré
de informar al profesor Dumbledore de lo atrasados que estáis todos…
—Como si el profesor Dumbledore fuera a creer todo lo que le
digas, Snape —le dijo Frank, aun con rencor por como trataba a su hijo en el
futuro.
—Por
favor, profesor —dijo Hermione, que seguía con la mano levantada—. El hombre
lobo difiere del verdadero lobo en varios detalles: el hocico del hombre lobo…
—Es
la segunda vez que hablas sin que te corresponda, señorita Granger —dijo Snape
con frialdad—. Cinco puntos menos para Gryffindor por ser una sabelotodo
insufrible.
—¿Cómo se le ocurrió insultar a una alumna, señor Snape? —lo
reprendió McGonagall, con el ceño fruncido—. Ese comportamiento es
inconcebible.
La palidez de Remus quedo en el olvido cuando empezó a sentir
que su rostro quemaba a causa del sonrojo, pero el sonrojo no era por
vergüenza, ahora su sonrojo era por la ira que sentía en ese momento por Snape.
¿Por qué tiene que
insultar a Hermione?, pensaba Remus. Ella solo quería responder a la pregunta
que había formulado, y él no solo la ignoraba sino que también la insultaba.
Eso es tan injusto.
Lily y Molly miraban con desaprobación a Snape. El aludido
ignora la mirada de la señora Weasley, pero capturo la mirada de Lily, y cuando
nota que la mirada era desaprobatoria giró su rostro.
Hermione
se puso muy colorada, bajó la mano y miró al suelo, con los ojos llenos de
lágrimas (Remus podía soportar que Snape se metiera
con él, y con su amigos, ya que estos se podían defender, pero no permitiría
que se Hermione. Esta si me las pagas,
Snape, pensó. Y luego de unos segundos se dio cuenta de sus pensamientos y
se asustó de ellos). Un indicio de hasta qué punto odiaban todos a Snape
era que lo estaban fulminando con la mirada. Todos, en alguna ocasión, habían
llamado sabelotodo a Hermione, y Ron, que lo hacía por lo menos dos veces a la
semana, dijo en voz alta:
—Usted
nos ha hecho una pregunta y ella le ha respondido. ¿Por qué pregunta si no
quiere que se le responda?
—Exacto —dijo Charlie, estando de acuerdo con su hermano.
Sus
compañeros comprendieron al instante que había ido demasiado lejos.
—Te
quedarás castigado, Weasley —dijo Snape con voz suave y acercando el rostro al
de Ron—. Y si vuelvo a oírte criticar mi manera de dar clase, te arrepentirás.
—No criticaba la manera en que dabas tu clase, Snape —dijo
Arthur, defendiendo a su hijo, pero en su rostro se veía que estaba enojado.
—Por supuesto que no lo hacía, mi hijo solo estaba defendiendo a
su amiga —dijo Molly, con el rostro tan rojo como su propio cabello—. Y espero
que no se te ocurra volver a amenazar a mi hijo —le advirtió.
Nadie
se movió durante el resto de la clase. Siguió cada uno en su sitio, tomando
notas sobre los hombres lobo del libro de texto, mientras Snape rondaba entré
las filas de pupitres examinando el trabajo que habían estado haciendo con el
profesor Lupin.
—Muy
pobremente explicado… Esto es incorrecto… El kappa
se encuentra sobre todo en Mongolia… ¿El profesor Lupin te
puso un ocho? Yo no te habría puesto más de un tres.
—Eso es porque Lunático no es un amargado como tú, Quejicus
—dijo Sirius, defendiendo a su amigo.
—Además, si mal no recuerdo desde que empezamos a leer el tercer
libro que Remus es el mejor profesor de DCAO, cosa que no han dicho de ti —dijo
James.
Snape lo miró con frialdad.
Cuando
el timbre sonó por fin, Snape los retuvo:
—Escribiréis
una redacción de dos pergaminos sobre las maneras de reconocer y matar a un
hombre lobo (Eres un bastardo, Quejicus, gruñó
Sirius). Para el lunes por la mañana. Ya es hora de que alguien meta en
cintura a esta clase (Estoy de acuerdo con eso,
dijo Lucius, levantando el mentón con altanería. A lo que James y Sirius
gritaron: “¡Tú no te metas, imbécil!”). Weasley, quédate, tenemos que
hablar sobre tu castigo.
Harry
y Hermione abandonaron el aula con los demás alumnos, que esperaron a
encontrarse fuera del alcance de los oídos de Snape para estallar en críticas
contra él.
—Snape
nunca ha actuado así con ninguno de los otros profesores de Defensa Contra las
Artes Oscuras, aunque quisiera el puesto —comentó Harry a Hermione—. ¿Por qué
la tiene tomada con Lupin? ¿Será por lo del boggart?
—No
sé —dijo Hermione pensativamente—. Pero espero que el profesor Lupin se
recupere pronto.
—En realidad todos lo esperábamos —dijo Seamus, y los demás
Gryffindors asintieron.
Ron
los alcanzó cinco minutos más tarde, muy enfadado.
—¿Sabéis
lo que ese… (llamó a Snape algo que escandalizó a Hermione) me ha mandado? (¿Cómo lo llamaste?, interrumpió James. A lo que Hermione
le advirtió: “Ni se te ocurra repetirlo”) Tengo que lavar los orinales
de la enfermería. ¡Sin magia! —dijo con la respiración alterada. Tenía los
puños fuertemente cerrados—. ¿Por qué no podía haberse ocultado Black en el
despacho de Snape, eh? ¡Podía haber acabado con él!
—Si. Esa es una gran idea. Me preguntó porque mi yo del futuro
no lo hizo —dijo Sirius. Ganándose una mirada fulminante de Snape.
—Ronald Weasley, como se te ocurre decir eso —Molly regañó a su
hijo, el cual solo se encogió de hombros.
Al
día siguiente, Harry se despertó muy temprano. Tan temprano que todavía estaba
oscuro. Por un instante creyó que lo había despertado el ruido del viento.
Luego sintió una brisa fría en la nuca y se incorporó en la cama. Peeves
flotaba a su lado, soplándole en la oreja.
—¿Por
qué has hecho eso? —le preguntó Harry enfadado.
—Es obvio que para fastidiar —dijo Susan.
Peeves
hinchó los carrillos, sopló muy fuerte y salió del dormitorio hacia atrás, a
toda prisa, riéndose.
Harry
tanteó en busca de su despertador y lo miró: eran las cuatro y media. Echando
pestes de Peeves, se dio la vuelta y procuró volver a dormirse. Pero una vez
despierto fue difícil olvidar el ruido de los truenos que retumbaban por encima
de su cabeza, los embates del viento contra los muros del castillo y el lejano
crujir de los árboles en el bosque prohibido. Unas horas después se hallaría
allí fuera, en el campo de quidditch, batallando en medio del temporal (No es muy bonito jugar quidditch con ese tiempo, comentó
Charlie). Finalmente, renunció a su propósito de volver a dormirse, se
levantó, se vistió, cogió su Nimbus 2.000 y salió silenciosamente del
dormitorio.
Cuando
Harry abrió la puerta, algo le rozó la pierna. Se agachó con el tiempo justo de
coger a Crookshanks por
el extremo de la cola peluda y sacarlo a rastras.
—Sí que Crookshanks se
la agarrado con esa rata —comentó Ted.
—Me preguntó que de especial puede tener esa rata. Que acaso no
es como cualquier otra —dijo Frank.
Si tan solo supieran, pensó Ron.
—¿Sabes?
Creo que Ron tiene razón sobre ti —le dijo Harry receloso—. Hay muchos ratones
por aquí. Ve a cazarlos. Vamos —añadió, echando a Crookshanks
con el pie, para que bajara por la escalera de caracol—.
Deja en paz a Scabbers.
Harry bufó.
—Pobre Crookshanks lo
juzgábamos tan mal —dijo Ron, confundiendo nuevamente a los del pasado por su
comentario.
El
ruido de la tormenta era más fuerte en la sala común. Harry tenía demasiada
experiencia para creer que se cancelaría el partido (Ojala
lo cancelaran, comentó Lily, ignorando la mirada de su novio). Los
partidos de quidditch no se cancelaban por nimiedades como una tormenta. Sin
embargo, empezaba a preocuparse. Wood le había indicado quién era Cedric
Diggory en el corredor; Diggory estaba en quinto y era mucho mayor que Harry.
Los buscadores solían ser ligeros y veloces, pero el peso de Diggory sería una
ventaja con aquel tiempo, porque tendría muchas menos posibilidades de que el
viento le desviara el rumbo.
—Pero eso no es lo peor, lo peor será que la lluvia no te dejara
ver bien, ya que tus gafas se mojaran —dijo James.
Harry sonrió.
—Al comienzo lo fue, pero después no —contestó Harry,
sonriéndole ahora a Hermione, la cual le devolvió la sonrisa.
Harry
pasó ante la chimenea las horas que quedaban hasta el amanecer. De vez en
cuando se levantaba para evitar que Crookshanks
volviera a escabullirse por la escalera que llevaba al
dormitorio de los chicos. Al cabo de un tiempo le pareció a Harry que ya era la
hora del desayuno y se dirigió él solo hacia el retrato.
—¡En
guardia, malandrín! —lo retó sir Cadogan.
—«Cállate
ya» —contestó Harry, bostezando.
—Que molesto debió haber sido haber esa temporada —dijo Alice.
Se
reanimó algo tomando un plato grande de gachas de avena y cuando ya había
empezado con las tostadas, apareció el resto del equipo.
—Va
a ser difícil —dijo Wood, sin probar bocado.
—Deja
de preocuparte, Oliver —lo tranquilizó Alicia—. No nos asustamos por un poquito
de lluvia.
—¿Poquito de lluvia? —dijo Lily—, pero por lo que han leído esa
una verdadera tormenta.
—Bueno, seguramente Alicia solo lo dijo para dejar de escuchar a
Oliver —comentó Fred.
Oliver frunció el ceño.
—Eso no es gracioso, Weasley —le dijo.
Pero
era bastante más que un poquito de lluvia. El quidditch era tan popular que
todo el colegio salió a ver el partido, como de costumbre. Corrían por el
césped hasta el campo de quidditch, con la cabeza agachada contra el feroz
viento que arrancaba los paraguas de las manos (¡Por
Merlín! eso será muy peligroso, dijo Molly, mirando a Harry). Poco antes
de entrar en el vestuario, Harry vio a Malfoy, a Crabbe y a Goyle camino del
campo de quidditch; cubiertos por un enorme paraguas, lo señalaban y se reían.
Draco se avergonzó por su estúpido comportamiento en esos
tiempos. A él solo le importaba molestar a los Gryffindors, sobre todo a Potter
y sus amigos, y también le importaba su apellido. Él era un Malfoy, lo que
significaba ser respetado y temido, pero ahora su apellido no era más respetado,
temido, tal vez, pero ya no respetado.
Y él aún se preguntaba cómo era que Astoria no les haya exigido
a sus padres cancelar su compromiso con él después de todo lo que había
sucedido con su familia.
Miró a su costado, allí estaba Astoria, con sus ojos verdes,
pasivos, muy pasivos. Ella le devolvió la mirada y le sonrió. Y ahí estaba su
respuesta, Astoria Greengrass era distinta a todas las Slytherin que había
conocido, ella era buena, su mirada limpia lo demostraba.
Los
miembros del equipo se pusieron la túnica escarlata y aguardaron la habitual
arenga de Wood, pero ésta no se produjo. Wood intentó varias veces hablarles,
tragó saliva con un ruido extraño, cabeceó desesperanzado y les indicó por
señas que lo siguieran.
El
viento era tan fuerte que se tambalearon al entrar en el campo. A causa del
retumbar de los truenos, no podían saber si la multitud los aclamaba. La lluvia
rociaba los cristales de las gafas de Harry ¿Cómo demonios iba a ver la snitch
en aquellas condiciones?
James frunció el ceño.
—Sera difícil —dijo.
—No con un hechizo de impermeabilidad —dijo Harry, los
merodeadores lo miraron—, lástima que yo no supiera hacerlo en ese momento
—agregó.
—Sí, eso es una verdadera lástima, pero tal podrías hacerle
pedido ayuda a Minnie —aconsejó Sirius, mientras que la profesora McGonagall
negaba con la cabeza al escuchar su sobrenombre.
Los
de Hufflepuff se aproximaron desde el otro extremo del campo, con la túnica
amarillo canario. Los capitanes de ambos equipos se acercaron y se estrecharon
la mano. Diggory sonrió a Wood, pero Wood parecía tener ahora la mandíbula
encajada y se limitó a hacer un gesto con la cabeza. Harry vio que la boca de
la señora Hooch articulaba:
—Montad
en las escobas.
Los Hufflepuffs se sintieron feliz porque Cedric los había hecho
ganar ese partido, pero también apenados por su muerte, siendo él tan joven.
Harry
sacó del barro el pie derecho y pasó la pierna por encima de la Nimbus 2.000.
La señora Hooch se llevó el silbato a los labios y dio un pitido que sonó
distante y estridente… Dio comienzo el partido.
Harry
se elevó rápidamente, pero la Nimbus 2.000 oscilaba a causa del viento. La
sostuvo tan firmemente como pudo y dio media vuelta de cara a la lluvia, con
los ojos entornados.
A Lily le sudaban las manos, temía por su hijo, y aunque lo veía
bien en ese momento, no dejaba de preocuparse por él. Nadie podía decirle nada,
Harry era su hijo, y ella tenía todo el derecho de preocuparse por él.
Al
cabo de cinco minutos, Harry estaba calado hasta los huesos y helado de frío.
Apenas podía ver a sus compañeros de equipo y menos aún la pequeña snitch.
Atravesó el campo de un lado a otro, adelantando bultos rojos y amarillos, sin
idea de lo que sucedía. El viento no le permitía oír los comentarios. La
multitud estaba oculta bajo un mar de capas y de paraguas maltrechos. En dos
ocasiones estuvo a punto de ser derribado por una bludger. Su visión estaba tan
limitada por el agua de las gafas que no las vio acercarse.
—¡Oh, por Merlín! —susurró Lily.
Perdió
la noción del tiempo. Era cada vez más difícil sujetar la escoba con firmeza.
El cielo se oscureció, como si hubiera llegado la noche en plena mañana. Dos
veces estuvo a punto de chocar contra otro jugador; que no sabía si era de su
equipo o del oponente. Todos estaban ahora tan calados, y la lluvia era tan
densa, que apenas podía distinguirlos…
Con
el primer relámpago llegó el pitido del silbato de la señora Hooch. Harry sólo
pudo ver a través de la densa lluvia la silueta de Wood, que le indicaba por
señas que descendiera. Todo el equipo aterrizó en el barro, salpicando.
—¡He
pedido tiempo muerto! —gritó a sus jugadores—. Venid aquí debajo.
Lily suspiró.
—Bien, por lo menos tendrán un descanso —comentó Molly, no solo
preocupada por Harry, sino también por sus hijos.
Se
apiñaron en el borde del campo, debajo de un enorme paraguas. Harry se quitó
las gafas y se las limpió con la túnica.
—¿Cuál
es la puntuación?
—Cincuenta
puntos a nuestro favor. Pero si no atrapamos la snitch, seguiremos jugando
hasta la noche.
—Eso no suena muy agradable —dijo Remus, mientras que Ted
asentía.
—Con
esto me resulta imposible —respondió Harry, blandiendo las gafas.
En
ese instante apareció Hermione a su lado. Se tapaba la cabeza con la capa e,
inexplicablemente, estaba sonriendo.
—¡Tengo
una idea, Harry! ¡Dame tus gafas, rápido!
Se
las entregó, y ante la mirada de sorpresa del equipo, golpeó las gafas con su
varita y dijo:
—Impervius.
—Y se las devolvió a Harry diciendo—: Ahí las tienes: ¡repelerán el agua!
—¡Genial, castaña, eres la mejor! —le dijo Sirius, haciendo que
Hermione se sonrojara.
—Por supuesto que los es —dijo Remus.
Esta vez Hermione no se sonrojo más por el cumplido, por el
contrario le dieron ganas de llorar por la emoción. Sus hormonas de embarazada
por ratos la estaban volviendo loca.
Wood
la hubiera besado:
«Wood la hubiera besado», eso molesto a Remus, tan solo
imaginarse a Oliver besando a Hermione, hacía que la bilis se le subiera a la
garganta.
Katie lo miró fijamente a Oliver.
—En la mejilla. La hubiera besado en la mejilla —corrigió Oliver
al instante.
Los gemelos Weasley se rieron de la cara que había puesto Oliver
cuando se dio cuenta de la mirada desaprobatoria de Katie.
—¡Magnífico!
—exclamó emocionado, mientras ella se alejaba—. ¡De acuerdo, vamos a ello!
El
hechizo de Hermione funcionó. Harry seguía entumecido por el frío y más
empapado que nunca en su vida, pero podía ver. Lleno de una renovada energía,
aceleró la escoba a través del aire turbulento buscando en todas direcciones la
snitch, esquivando una bludger; pasando por debajo de Diggory, que volaba en
dirección contraria…
Brilló
otro rayo, seguido por el retumbar de un trueno. La cosa se ponía cada vez más
peligrosa. Harry tenía que atrapar la snitch cuanto antes…
A medida que Lily escucha la lectura se iba preocupando más por
su hijo, tenía el presentimiento que algo no saldría bien, y aunque Harry ya
podía ver bien bajo la lluvia, ese presentimiento no se alejaba de ella.
Se
volvió, intentando regresar hacia la mitad del campo, pero en ese momento otro
relámpago iluminó las gradas y Harry vio algo que lo distrajo completamente: la
silueta de un enorme y lanudo perro negro, claramente perfilada contra el
cielo, inmóvil en la parte superior y más vacía de las gradas.
—Fuiste a verlo —dijo James mirando a Sirius.
—Al parecer si —respondió Sirius.
Las
manos entumecidas le resbalaron por el palo de la escoba y la Nimbus descendió
varios metros. Retirándose de los ojos el flequillo empapado, volvió a mirar
hacia las gradas: el perro había desaparecido.
—¡Harry!
—gritó Wood angustiado, desde los postes de Gryffindor—. ¡Harry, detrás de ti!
A Lily le sudaron las manos al escuchar que alguien iba detrás
de Harry.
Harry
miró hacia atrás con los ojos abiertos de par en par. Cedric Diggory atravesaba
el campo a toda velocidad, y entre ellos, en el aire cuajado de lluvia,
brillaba una diminuta bola dorada…
—La snitch —dijo James.
Severus rodó los ojos con impaciencia.
Como si nadie hubiera
podido deducirlo, pensó Snape con
sarcasmo.
Con
un sobresalto, Harry pegó el cuerpo al palo de la escoba y se lanzó hacia la
snitch como una bala.
—¡Vamos!
—gritó a la Nimbus, al mismo tiempo que la lluvia le azotaba la cara—. ¡Más
rápido!
Pero
algo extraño pasaba. Un inquietante silencio caía sobre el estadio. Ya no se
oía el viento, aunque soplaba tan fuerte como antes. Era como si alguien
hubiera quitado el sonido, o como si Harry se hubiera vuelto sordo de repente.
¿Qué sucedía?
—Dementores —dijo Moody, con voz ronca.
—Merlín —susurró Alice.
Por eso sentía este
presentimiento, se dijo Lily. Mi hijo se enfrentaría otra vez a esos
horribles seres.
—¿Qué hacían los dementores en el campo de quidditch? —preguntó
Ted.
Y
entonces le penetró en el cuerpo una ola de frío horrible y ya conocida,
exactamente en el momento en que veía algo que se movía por el campo, debajo de
él. Antes de que pudiera pensar, Harry había apartado la vista de la snitch y
había mirado hacia abajo. Abajo había al menos cien dementores, con el rostro
tapado, y todos señalándole. Fue como si le subiera agua helada por el pecho y
le cortara por dentro. Y entonces volvió a oírlo… Alguien gritaba dentro de su
cabeza…, una mujer…
—A Harry
no. A Harry no. A Harry no, por favor.
—Apártate,
estúpida… apártate…
—A
Harry no. Te lo ruego, no. Cógeme a mí. Mátame a mí en su lugar…
Lily se llevó una mano a la boca y empalideció unos cuantos tonos
al oír ese fragmento.
—Lily —dijo James, y la abrazo al notar el semblante de su
novia—, eso no ocurrirá, ya lo verás —la consoló.
Y era verdad, él no permitiría que le hicieran daño a su
familia.
Mientras tanto todos en la sala estaban asombrados ante lo último
que había leído Padma.
—Lily —murmuró Snape.
Ese maldito de Voldemort
no te hará daño, Lily, sobre mi cadáver, pensaba Snape.
—Lo siento, Harry —le dijo Lily a su hijo.
—No tienes por qué sentirlo —le dijo Harry—, tú no tienes la
culpa de nada —y le sonrió a su madre, tratando de animarla.
Varios minutos después Padma volvió a leer.
A
Harry se le había enturbiado el cerebro con una especie de niebla blanca. ¿Qué
hacía? ¿Por qué montaba una escoba voladora? Tenía que ayudarla. La mujer iba a
morir; la iban a matar…
Harry
caía, caía entre la niebla helada.
—A
Harry no, por favor. Ten piedad, te lo ruego, ten piedad…
Lily sollozó al escuchar que su yo del futuro había hecho todo
por salvar a su hijo.
Alguien
de voz estridente estalló en carcajadas (Maldito hijo de perra, pensaba James).
La mujer gritaba y Harry no se enteró de nada más.
—Merlín, ¿qué sucedió? —preguntó Molly, muy nerviosa.
—Me caí —susurró Harry.
Lily volvió a sollozar, y James la pego más a él consolándola.
—Ha
tenido suerte de que el terreno estuviera blando.
—Creí
que se había matado.
—¡Pero
si ni siquiera se ha roto las gafas!
—Gracias a Merlín —susurró Lily, mirando a Harry.
Harry
oía las voces, pero no encontraba sentido a lo que decían. No tenía ni idea de
dónde se hallaba, ni de por qué se encontraba en aquel lugar; ni de qué hacía
antes de aquel momento. Lo único que sabía era que le dolía cada centímetro del
cuerpo como si le hubieran dado una paliza.
—Fue un adura caída —comentó Justin.
—Es
lo más pavoroso que he visto en mi vida.
Horrible…
Lo más pavoroso… Figuras negras con capucha… Frío… Gritos…
Harry
abrió los ojos de repente. Estaba en la enfermería. El equipo de quidditch de
Gryffindor, lleno de barro, rodeaba la cama. Ron y Hermione estaban allí
también y parecían haber salido de la ducha.
—Llovía a cántaros —dijo Dean—, era obvio que tenían que estar
así.
—¡Harry!
—exclamó Fred, que parecía exageradamente pálido bajo el barro—. ¿Cómo te
encuentras?
La
memoria de Harry fue recuperando los acontecimientos por orden: el relámpago…,
el Grim… (No soy un Grim, se quejó
Sirius), la snitch…, y los dementores.
—¿Qué
sucedió? —dijo incorporándose en la cama, tan de repente que los demás ahogaron
un grito.
—Es que nos sorprendió que te levantaras tan de repente —dijo
Alicia—. Creímos que estarías más tiempo inconsciente.
—Te
caíste —explicó Fred—. Debieron de ser… ¿cuántos? ¿Veinte metros?
Molly ahogó un gritó.
—Creímos
que te habías matado —dijo Alicia, temblando.
Hermione
dio un gritito. Tenía los ojos rojos.
—Pero
el partido —preguntó Harry—, ¿cómo acabó? ¿Se repetirá?
Lily miró con asombro a su hijo.
—Increíble —le dijo—, casi te matas y a ti solo te importa el
partido, y se repetirá —la voz de Lily ahora era de enojo.
Harry se encogió de hombros y sonrió, pero en el fondo estaba
feliz, su madre lo estaba regañando, él nunca habría pensado que eso sucedería algún
día.
Idiota como su padre, pensó Snape.
Nadie
respondió. La horrible verdad cayó sobre Harry como una losa.
—¿No
habremos… perdido?
—Diggory
atrapó la snitch —respondió George— poco después de que te cayeras. No se dio
cuenta de lo que pasaba. Cuando miró hacia atrás y te vio en el suelo, quiso
que se anulara. Quería que se repitiera el partido. Pero ganaron limpiamente.
Incluso Wood lo ha admitido.
—Muy maduro de su parte, señor Wood —le dijo McGonagall, y este
se sonrojó.
—¿Dónde
está Wood? —preguntó Harry de repente, notando que no estaba allí.
—Sigue
en las duchas —dijo Fred—. Parece que quiere ahogarse.
—Eso no es cierto —dijo Oliver.
—¿Entonces porque demorabas tanto? —preguntó Fred.
—Porque estaba lleno de lodo —respondió Oliver, pero claramente
se podía notar que mentía.
—Oh, por supuesto, capitán —dijeron los gemelos Weasley sarcásticamente.
Harry
acercó la cara a las rodillas y se cogió el pelo con las manos. Fred le puso la
mano en el hombro y lo zarandeó bruscamente.
—Vamos,
Harry, es la primera vez que no atrapas la snitch.
—Tenía
que ocurrir alguna vez —dijo George.
—Eso no fue muy alentador en ese momento —dijo Harry.
—Todavía
no ha terminado —dijo Fred—. Hemos perdido por cien puntos, ¿no? Si Hufflepuff
pierde ante Ravenclaw y nosotros ganamos a Ravenclaw, y Slytherin…
—Hufflepuff
tendrá que perder al menos por doscientos puntos —dijo George.
—Pero
si ganan a Ravenclaw…
—Eso
no puede ser. Los de Ravenclaw son muy buenos.
Los chicos de Ravenclaw que se encontraban en la sala sonrieron.
—Pero
si Slytherin pierde frente a Hufflepuff…
—Todo
depende de los puntos… Un margen de cien, en cualquier caso…
Harry
guardaba silencio. Habían perdido. Por primera vez en su vida, había perdido un
partido de quidditch.
—No lo perdiste por ser un mal buscador, todo fue por esos
malditos dementores, no creo que nadie pueda concentrarse teniéndolos cerca —le
dijo James a su hijo.
—Bueno, en eso si tienes razón, James —dijo Lily.
Después
de unos diez minutos, la señora Pomfrey llegó para mandarles que lo dejaran
descansar.
—Luego
vendremos a verte —le dijo Fred—. No te tortures, Harry. Sigues siendo el mejor
buscador que hemos tenido.
—Eso fue muy amable de tu parte, Fred —le dijo Molly a su hijo.
—Es que la amabilidad es algo natural en mí, mamá —dijo Fred.
—Sí, claro, Fred —dijo Charlie.
El
equipo salió en tropel, dejando el suelo manchado de barro. La señora Pomfrey
cerró la puerta detrás del último, con cara de mal humor. Ron y Hermione se
acercaron un poco más a la cama de Harry.
—Dumbledore
estaba muy enfadado —dijo Hermione con voz temblorosa—. Nunca lo había visto
así. Corrió al campo mientras tú caías, agitó la varita mágica y entonces se
redujo la velocidad de tu caída (Muchas gracias por
eso, profesor Dumbledore, dijeron James y Lily al unísono. El viejo director asintió).
Luego apuntó a los dementores con la varita y les arrojó algo plateado.
Abandonaron inmediatamente el estadio… Le puso furioso que hubieran entrado en
el campo… lo oímos…
—Por supuesto que debió de haber estado furioso. Esas criaturas
son horribles —comentó Andrómeda.
—No entiendo como el Ministerio puede trabajar con esa cosas
—dijo Frank.
—Es que son tal para cual —dijo Sirius.
—Entonces
te puso en una camilla por arte de magia —explicó Ron—. Y te llevó al colegio
flotando en la camilla. Todos pensaron que estabas…
Lily se estremeció ante la suposición.
Su
voz se apagó, pero Harry apenas se dio cuenta. Pensaba en lo que le habían
hecho los dementores, en la voz que suplicaba. Alzó los ojos y vio a Hermione y
a Ron tan preocupados que rápidamente buscó algo que decir.
—¿Recogió
alguien la Nimbus?
Ron
y Hermione se miraron.
—Eh…
—¿Qué sucede ahora? —preguntaron los gemelos Prewett.
—¿Qué
pasa? —preguntó Harry.
—Bueno,
cuando te caíste… se la llevó el viento —dijo Hermione con voz vacilante.
—¿Y?
—Y
chocó… chocó… contra el sauce boxeador.
—¡Rayos! —exclamó Sirius, con pesar.
—Señor Black modere su lenguaje —lo regañó McGonagall.
—Lo siento —dijo el animago.
—Pero ahora Harry se quedó sin escoba —dijo James—, y un jugador
de quidditch sin escoba es como un ave sin alas.
Los otros dos merodeadores asintieron.
—Tienes razón, Cornamenta —dijo Sirius.
—No se preocupen por eso, conseguí una nueva escoba más rápido de
lo que creí —dijo Harry sonriendo misteriosamente.
—¿En serio? —preguntó Remus.
Harry asintió.
—¿Cómo? —preguntó James.
—Alguien se la regalo —respondió Ron por Harry.
—Genial, seguramente Minnie le compro una nueva escoba —dijo
Sirius.
Ni Harry, ni Ron y mucho
menos Hermione lo saco de su error, ya que sería mejor que se enterada por el
mismo quien fue el que le regaló una nueva escoba a Harry.
Harry
sintió un pinchazo en el estómago. El sauce boxeador era un sauce muy violento
que estaba solo en mitad del terreno del colegio.
—¿Y?
—preguntó, temiendo la respuesta.
—Bueno,
ya sabes que al sauce boxeador —dijo Ron— no le gusta que lo golpeen.
—El
profesor Flitwick la trajo poco antes de que recuperaras el conocimiento
—explicó Hermione en voz muy baja.
Se
agachó muy despacio para coger una bolsa que había a sus pies, le dio la vuelta
y puso sobre la cama una docena de astillas de madera y ramitas, lo que quedaba
de la fiel y finalmente abatida escoba de Harry.
—Aquí termina el capítulo —dijo Padma.
—Muchas gracias, señorita Patil —dijo Dumbledore.
Hola a todas, mis queridas lectoras
Disculpen por no haber subido este capítulo a tiempo, pero es que estaba preparando los exámenes para mis alumnos. Lo bueno es que ya salí de vacaciones y voy actualizar mucho más seguido.
Espero que disfruten este capítulo, tal vez no noten mucho Remus y Hermione en este capítulo, pero en el próximo prometo escribir más sobre ellos y un Flashback.
Ahora me despido, no sin antes desearles una bonita Navidad, que todos sus hogares sean bendecidos y llenos de luz.
Merodeadora Black