viernes, 26 de diciembre de 2014

Segundo Libro: Harry Potter y la Cámara Secreta - Capítulo 7: Los «sangre sucia» y una voz misteriosa


—Señor Weasley —dijo Dumbledore y todos los Weasley lo miraron. El director sonrió—. Señor Ronald Weasley —el aludido lo miró—, ¿podría leer el siguiente capítulo? —preguntó.
El pelirrojo asintió. Lily le paso el libro.
Ron cambio de página. El pelirrojo se puso rojo y abrió los ojos al ver el título.
—Lamento decir estas palabras —dijo Ron mirando a Hermione, a la mamá de su mejor amigo y a Ted Tonks—, el título es: “Los «sangre sucia» y una voz misteriosa”.
Lucius sonrió con malicia, mirando a Lily, Hermione y al esposo de su cuñada. En cambio Draco se tensó al oír el título del capítulo, ya sabía de lo que trataba ese capítulo, porque esa fue la primera vez que llamo “sangre sucia” a Hermione y no se sentía orgulloso de ello. Otro también que se incomodo fue Snape, porque recordó cuando llamo de esa manera a la única chica a la que ama.
Lily se tensó al recordar cuando Snape —que era su amigo— la llamo de esa manera, James abrazo a la pelirroja dándole su apoyo.
Mientras Hermione solo miraba la mesa con fijeza, ya no le importaba mucho que la llamaran de esa manera —además de que tenía tatuada esas palabras en su brazo izquierdo— pues ella lo era y estaba orgullosa de ello, orgullosa de sus padres, orgullosa de su sangre. Instintivamente la chica llevo su mano derecha a su brazo izquierdo donde tenía las cicatrices.
Remus puso una mano en la espalda de la castaña al verla con una mirada perdida. No sabía que lo llevo a tratarla con más confianza, pero lo único que sabía es que no le gustaba verla mal, y luego de que tocará su vientre sintió una extraña conexión con Hermione, una conexión que lo hacía acercarse más a ella.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó en un susurró Lupin.
—Sí —le respondió Hermione regalándole una sonrisa tierna, sonrisa que devolvió el licántropo.
Por otra parte Ted, se incomodó un poco por el termino, pero luego levanto la cabeza orgulloso de sus orígenes, su esposa le beso la mejilla, diciéndole con ese gesto que ella lo quería como es.
Luego de unos minutos de silencio Ron se dispuso a leer.
Durante los días siguientes, Harry pasó bastante tiempo esquivando a Gilderoy Lockhart cada vez que lo veía acercarse por un corredor (Yo habría hecho lo mismo, Harry, le dijo Remus). Pero más difícil aún era evitar a Colin Creevey, que parecía saberse de memoria el horario de Harry. Nada le hacía tan feliz como preguntar «¿Va todo bien, Harry?» seis o siete veces al día, y oír «Hola, Colin» en respuesta, a pesar de que la voz de Harry en tales ocasiones sonaba irritada.
—Oh, Harry, el pobre niño solo te admira —lo regañó Lily, y Harry se sintió mal por la forma en que lo había tratado algunas veces, pero lo que más lo apenaba era que Colin muriera en la guerra.
Hedwig seguía enfadada con Harry a causa del desastroso viaje en coche (No es para menos, dijo Luna mirando fijamente a Ron), y la varita de Ron, que todavía no funcionaba correctamente (Esa varita no va a funcionar correctamente nunca, murmuró Bill), se superó a sí misma el viernes por la mañana al escaparse de la mano de Ron en la clase de Encantamientos y dispararse contra el profesor Flitwick, que era viejo y bajito, y golpearle directamente entre los ojos, produciéndole un gran divieso verde y doloroso en el lugar del impacto (Los merodeadores, los gemelos Weasley y los gemelos Prewett reían, mientras Ron se sonrojaba). Así que, entre unas cosas y otras, Harry se alegró muchísimo cuando llegó el fin de semana, porque Ron, Hermione y él habían planeado hacer una visita a Hagrid el sábado por la mañana.
Hagrid sonrió a los chicos con amabilidad.
Pero el capitán del equipo de quidditch de Gryffindor, Oliver Wood (El sádico y obsesivo con los entrenamientos, dijeron los gemelos Weasley y Harry asintió dándole la razón a los gemelos), despertó a Harry con un zarandeo varias horas antes de lo que él habría deseado.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry aturdido.
—Nada malo, solo que Oliver decidió torturarnos —dijeron los gemelos Weasley.
—¡Entrenamiento de quidditch! —respondió Wood—. ¡Vamos!
Harry miró por la ventana, entornando los ojos. Una neblina flotaba en el cielo de color rojizo y dorado. Una vez despierto, se preguntó cómo había podido dormir con semejante alboroto de pájaros.
—Oliver —observó Harry con voz ronca—, si todavía está amaneciendo…
—¿A qué hora te despertó? —preguntó James.
—Las cinco y media de la mañana —contestó Harry.
—Es incluso más obsesivo que tú, Cornamenta —murmuró Remus. Y el aludido se sonrojó.
—Exacto —respondió Wood. Era un muchacho alto y fornido de sexto curso y, en aquel momento, tenía los ojos brillantes de entusiasmo—. Forma parte de nuestro nuevo programa de entrenamiento (O más tortura, murmuraron los gemelos Weasley). Venga, coge tu escoba y andando —dijo Wood con decisión—. Ningún equipo ha empezado a entrenar todavía. Este año vamos a ser los primeros en empezar…
—Podría ser una buena estrategia de entrenamiento —dijo un James pensativo.
Bostezando y un poco tembloroso, Harry saltó de la cama e intentó buscar su túnica de quidditch.
—¡Así me gusta! —dijo Wood—. Nos veremos en el campo dentro de quince minutos.
Encima de la túnica roja del equipo de Gryffindor se puso la capa para no pasar frío, garabateó a Ron una nota en la que le explicaba adónde había ido y bajó a la sala común por la escalera de caracol, con la Nimbus 2.000 sobre el hombro. Al llegar al retrato por el que se salía, oyó tras él unos pasos y vio que Colin Creevey bajaba las escaleras corriendo, con la cámara colgada del cuello, que se balanceaba como loca, y llevaba algo en la mano.
—Que molesto debes ser tener a alguien detrás de ti siguiendo cada paso que das día a d… —James se calló al ver la sonrisa burlona de Lily y la risa de sus amigos.
—¿Qué dices, Cornamenta? —preguntó Sirius fingiendo inocencia.
—Eh, nada… nada —murmuró James y Lily beso su mejilla.
—¡Oí que alguien pronunciaba tu nombre en las escaleras, Harry! ¡Mira lo que tengo aquí! La he revelado y te la quería enseñar…
Desconcertado, Harry miró la fotografía que Colin sostenía delante de su nariz.
Un Lockhart móvil en blanco y negro tiraba de un brazo que Harry reconoció como suyo. Le complació ver que en la fotografía él aparecía ofreciendo resistencia y rehusando entrar en la foto. Al mirarlo Harry, Lockhart soltó el brazo, jadeando, y se desplomó contra el margen blanco de la fotografía con gesto teatral.
—Imbécil —rugieron los merodeadores.
—¿Me la firmas? —le pidió Colin con fervor.
—Al menos James nunca me pidió que le firmara una foto —comentó Lily, y James se sonrojó.
—No —dijo Harry rotundamente, mirando en torno para comprobar que realmente no había nadie en la sala—. Lo siento, Colin, pero tengo prisa. Tengo entrenamiento de quidditch.
—Un mal movimiento, cachorro —dijo Sirius a Harry—, eso lo emocionara más.
—Ya lo creo —murmuró Harry.
Y salió por el retrato.
—¡Eh, espérame! ¡Nunca he visto jugar al quidditch!
Colin se metió apresuradamente por el agujero, detrás de Harry.
—Ya vez —dijo Sirius con suficiencia al darse cuenta de que lo que había dicho pasó.
—Nadie te lo rebatió, Sirius —dijo Remus.
—Será muy aburrido —dijo Harry enseguida, pero Colin no le hizo caso. Los ojos le brillaban de emoción.
—Tú has sido el jugador más joven de la casa en los últimos cien años, ¿verdad, Harry? ¿Verdad que sí? (Sí, respondió James lleno de orgullo por su único hijo) —le preguntó Colin, corriendo a su lado—. Tienes que ser estupendo. Yo no he volado nunca. ¿Es fácil? ¿Ésa es tu escoba? ¿Es la mejor que hay?
—La mejor es la saeta de fuego —le susurró Ginny a su novio, quien sonrió.
Harry no sabía cómo librarse de él. Era como tener una sombra habladora, extremadamente habladora.
—No sé cómo es el quidditch, en realidad —reconoció Colin, sin aliento—. ¿Es verdad que hay cuatro bolas? ¿Y qué dos van por ahí volando, tratando de derribar a los jugadores de sus escobas?
—Son las bludgers —contestó Sirius.
—Si —contestó Harry de mala gana, resignado a explicarle las complicadas reglas del juego del quidditch—. Se llaman bludgers. Hay dos bateadores en cada equipo, con bates para golpear las bludgers y alejarlas de sus compañeros. Los bateadores de Gryffindor son Fred y George Weasley.
—Gracias, muchas gracias, no es necesario que aplaudan —dijeron los gemelos “humildemente” parándose y haciendo reverencias a su público.
Fabian y Giedon rieron ante las ocurrencias de sus sobrinos.
—¿Y para qué sirven las otras pelotas? —preguntó Colin, dando un tropiezo porque iba mirando a Harry con la boca abierta.
—Bueno, la quaffle, que es una pelota grande y roja, es con la que se marcan los goles. Tres cazadores en cada equipo se pasan la quaffle de uno a otro e intentan introducirla por los postes que están en el extremo del campo, tres postes largos con aros al final.
—¿Y la cuarta bola?
—Es la snitch y la más importante de todas, porque cuando el buscador la atrapa gana ciento cincuenta puntos para su equipo —explicó James.
—Sí sabes que el libro no te puede escuchar, ¿verdad, cariño? —dijo Lily, con una sonrisita.
—Es la snitch —dijo Harry—, es dorada, muy pequeña, rápida y difícil de atrapar. Ésa es la misión de los buscadores, porque el juego del quidditch no finaliza hasta que se atrapa la snitch. Y el equipo cuyo buscador la haya atrapado gana ciento cincuenta puntos.
—Y tú eres el buscador de Gryffindor, ¿verdad? —preguntó Colin emocionado.
—Sí —dijo Harry, mientras dejaban el castillo y pisaban el césped empapado de rocío—. También está el guardián, el que guarda los postes. Prácticamente, en eso consiste el quidditch.
—Pues yo veo el quidditch como cualquier deporte —dijo Percy.
Fred, George, James, Sirius y los gemelos Prewett miraron a Percy como si estuviera loco.
Pero Colin no descansó un momento y fue haciendo preguntas durante todo el camino ladera abajo, hasta que llegaron al campo de quidditch, y Harry pudo deshacerse de él al entrar en los vestuarios. Colin le gritó en voz alta:
—¡Voy a pillar un buen sitio, Harry! —y se fue corriendo a las gradas.
El resto del equipo de Gryffindor ya estaba en los vestuarios. El único que parecía realmente despierto era Wood (Los gemelos Weasley bufaron). Fred y George Weasley estaban sentados, con los ojos hinchados y el pelo sin peinar, junto a Alicia Spinnet, de cuarto curso, que parecía que se estaba quedando dormida apoyada en la pared. Sus compañeras cazadoras, Katie Bell y Angelina Johnson, sentadas una junto a otra, bostezaban enfrente de ellos.
George sonrió al escuchar el nombre de la cazadora.
—Por fin, Harry, ¿por qué te has entretenido? —preguntó Wood enérgicamente—. Veamos, quiero deciros unas palabras antes de que saltemos al campo (Unas palabras, ironizó Harry), porque me he pasado el verano diseñando un programa de entrenamiento completamente nuevo, que estoy seguro de que nos hará mejorar.
—Sí claro —dijo Fred.
—Lo único que conseguía era matarnos de sueño —ahora habló George.
Wood sostenía un plano de un campo de quidditch, lleno de líneas, flechas y cruces en diferentes colores. Sacó la varita mágica, dio con ella un golpe en la tabla y las flechas comenzaron a moverse como orugas. En el momento en que Wood se lanzó a soltar el discurso sobre sus nuevas tácticas, a Fred Weasley se le cayó la cabeza sobre el hombro de Alicia Spinnet y empezó a roncar.
Fred rió con todos los demás que también reían de su “hazaña”.
Le llevó casi veinte minutos a Wood explicar los esquemas de la primera tabla (¿La primera tabla?, preguntó un incrédulo Ted), pero a continuación hubo otra, y después una tercera. Harry se adormecía mientras el capitán seguía hablando y hablando.
—Que aburrido debió haber sido eso —comentó Lily y Hermione asintió dándole la razón.
—Bueno —dijo Wood al final, sacando a Harry de sus fantasías sobre los deliciosos manjares que podría estar desayunando en ese mismo instante en el castillo—. ¿Ha quedado claro? ¿Alguna pregunta?
—No ninguna —ironizó Fred.
—Yo tengo una pregunta, Oliver —dijo George, que acababa de despertar dando un respingo—. ¿Por qué no nos contaste todo esto ayer cuando estábamos despiertos?
—Buena pregunta —dijo Frank.
A Wood no le hizo gracia.
—Escuchadme todos —les dijo, con el entrecejo fruncido—, tendríamos que haber ganado la copa de quidditch el año pasado (Exacto, dijeron James y Sirius al unisonó). Éramos el mejor equipo con diferencia. Pero, por desgracia, y debido a circunstancias que escaparon a nuestro control…
Harry se seguía sintiendo culpable, pero no decía nada porque si no lo empezarían a regañar, empezando por Hermione.
Harry se removió en el asiento, con un sentimiento de culpa (Tú no tuviste la culpa de nada, Harry Potter, dijeron al unisonó Hermione y Ginny). Durante el partido final del año anterior, había permanecido inconsciente en la enfermería, con la consecuencia de que Gryffindor había contado con un jugador menos y había sufrido su peor derrota de los últimos trescientos años.
—No creen que están exagerando un poco —dijo Neville.
Wood tardó un momento en recuperar el dominio. Era evidente que la última derrota todavía lo atormentaba.
—De forma que este año entrenaremos más que nunca… ¡Venga, salid y poned en práctica las nuevas teorías! —gritó Wood, cogiendo su escoba y saliendo el primero de los vestuarios. Con las piernas entumecidas y bostezando, le siguió el equipo.
—Con ese discursito, quien no —dijo Fred.
Habían permanecido tanto tiempo en los vestuarios, que el sol ya estaba bastante alto, aunque sobre el estadio quedaban restos de niebla. Cuando Harry saltó al terreno de juego, vio a Ron y Hermione en las gradas.
—Ya se me hacía raro que no estuvieran ahí —dijo Charlie.
—¿Aún no habéis terminado? —preguntó Ron, perplejo.
—Aún no hemos empezado —respondió Harry, mirando con envidia las tostadas con mermelada que Ron y Hermione se habían traído del Gran Comedor—. Wood nos ha estado enseñando nuevas estrategias.
Montó en la escoba y, dando una patada en el suelo, se elevó en el aire. El frío aire de la mañana le azotaba el rostro, consiguiendo despertarle bastante más que la larga exposición de Wood (Hasta contar hipogrifos despierta más que las exposiciones de Oliver, dijeron los gemelos Weasley). Era maravilloso regresar al campo de quidditch. Dio una vuelta por el estadio a toda velocidad, haciendo una carrera con Fred y George.
—¿Qué es ese ruido? —preguntó Fred, cuando doblaban la esquina a toda velocidad.
Harry miró a las gradas. Colin estaba sentado en uno de los asientos superiores, con la cámara levantada, sacando una foto tras otra, y el sonido de la cámara se ampliaba extraordinariamente en el estadio vacío.
—¡Mira hacia aquí, Harry! ¡Aquí! —chilló.
—¿Quién es ése? —preguntó Fred.
—Ni idea —mintió Harry, acelerando para alejarse lo más posible de Colin.
—Eso fue grosero —regañaron Lily y Molly a Harry.
—Lo siento —se disculpó el ojiverde.
—¿Qué pasa? —dijo Wood frunciendo el entrecejo y volando hacia ellos. ¿Por qué saca fotos aquél? No me gusta. Podría ser un espía de Slytherin que intentara averiguar en qué consiste nuestro programa de entrenamiento.
—Es de Gryffindor —dijo rápidamente Harry.
—Así que no sabes quién es, pero si sabes que es de Gryffindor, amigo —dijo Ron parando de leer. El pelirrojo tenía una gran sonrisa en los labios.
—Y los de Slytherin no necesitan espías, Oliver —observó George.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Wood con irritación.
—Porque están aquí en persona —dijo George, señalando hacia un grupo de personas vestidas con túnicas verdes que se dirigían al campo, con las escobas en la mano.
Draco sabía que cuando escucharan esa parte de la historia no le iría bien.
—¡No puedo creerlo! —dijo Wood indignado—. ¡He reservado el campo para hoy! ¡Veremos qué pasa!
—Snape —susurró Harry.
Wood se dirigió velozmente hacia el suelo. Debido al enojo aterrizó más bruscamente de lo que habría querido y al desmontar se tambaleó un poco. Harry, Fred y George lo siguieron.
—Eso es, tienen que destrozar a las serpientes —dijeron James y Sirius.
—Flint —gritó Wood al capitán del equipo de Slytherin—, es nuestro turno de entrenamiento. Nos hemos levantado a propósito. ¡Así que ya podéis largaros!
Marcus Flint aún era más corpulento que Wood. Con una expresión de astucia digna de un trol (Y era realmente desagradable, apuntó Ginny), replicó:
—Hay bastante sitio para todos, Wood.
Angelina, Alicia y Katie también se habían acercado. No había chicas entre los del equipo de Slytherin, que formaban una piña frente a los de Gryffindor y miraban burlonamente a Wood.
—¡Pero yo he reservado el campo! —dijo Wood, escupiendo la rabia—. ¡Lo he reservado!
—Y ahí se pone fea la cosa —murmuró George y Fred asintió.
—¡Ah! —dijo Flint—, pero nosotros traemos una hoja firmada por el profesor Snape (¿Por qué no me sorprende?, dijeron James y Sirius). «Yo, el profesor S. Snape, concedo permiso al equipo de Slytherin para entrenar hoy en el campo de quidditch debido a su necesidad de dar entrenamiento al nuevo buscador.»
Remus que se había quedado mirando al frente, noto a Draco serio.
—Es Malfoy, ¿verdad? —Remus preguntó susurró a Hermione.
—Sí —afirmó la chica, también susurrando.
—¿Tenéis un buscador nuevo? —preguntó Wood, preocupado—. ¿Quién es?
Detrás de seis corpulentos jugadores, apareció un séptimo, más pequeño, que sonreía con su cara pálida y afilada: era Draco Malfoy.
—¿No eres tú el hijo de Lucius Malfoy? —preguntó Fred, mirando a Malfoy con desagrado.
—Es curioso que menciones al padre de Malfoy —dijo Flint, mientras el conjunto de Slytherin sonreía aún más—. Déjame que te enseñe el generoso regalo que ha hecho al equipo de Slytherin.
—¡Compro su lugar! —gritaron los merodeadores y los gemelos Prewett.
—¿Cómo se atreven a decir eso, escoria? —gruñó Lucius.
—Porque es la clase de cosas que sueles hacer, Malfoy —Sirius menciono el apellido del rubio con asco.
Draco estaba en silencio, porque sabía que había sido verdad.
—Por favor no discutan —dijo Dumbledore adelantándose a los hechos—, ya tendrán tiempo para eso, pero fuera de Hogwarts —dijo ya más seriamente.
Todos quedaron en silencio y Ron siguió leyendo.
Los siete presentaron sus escobas. Siete mangos muy pulidos, completamente nuevos, y siete placas de oro que decían «Nimbus 2.001» brillaron ante las narices de los de Gryffindor al temprano sol de la mañana.
Sirius no dejaba de ver al rubio. Mientras Draco solo se preparaba para todo lo que le dirían cuando se enteraran de lo que le había dicho a Hermione.
—Ultimísimo modelo. Salió el mes pasado —dijo Flint con un ademán de desprecio, quitando una mota de polvo del extremo de la suya—. Creo que deja muy atrás la vieja serie 2.000. En cuanto a las viejas Barredoras —sonrió mirando desdeñosamente a Fred y George, que sujetaban sendas Barredora 5—, mejor que las utilicéis para borrar la pizarra.
—Pero con esas barredora 5… —empezó Fred.
—… ganábamos los partidos limpiamente… —dijo George.
—En cambio con sus ellos «Nimbus 2.001» perdían y eso que hacían trampa —dijeron a la vez los gemelos.
Durante un momento, a ningún jugador de Gryffindor se le ocurrió qué decir. Malfoy sonreía con tantas ganas que tenía los ojos casi cerrados.
—Mirad —dijo Flint—. Invaden el campo.
Ron y Hermione cruzaban el césped para enterarse de qué pasaba.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Ron a Harry—. ¿Por qué no jugáis? ¿Y qué está haciendo ése aquí?
—Ese es nuestro sobrino —celebraron los gemelos Prewett, haciendo sonrojar a Ron.
Miraba a Malfoy, vestido con su túnica del equipo de quidditch de Slytherin.
—Soy el nuevo buscador de Slytherin, Weasley —dijo Malfoy, con petulancia—. Estamos admirando las escobas que mi padre ha comprado para todo el equipo.
Ron miró boquiabierto las siete soberbias escobas que tenía delante.
—Son buenas, ¿eh? —dijo Malfoy con sorna—. Pero quizás el equipo de Gryffindor pueda conseguir oro y comprar también escobas nuevas. Podríais subastar las Barredora 5. Cualquier museo pujaría por ellas.
El equipo de Slytherin estalló de risa.
—No le veo la gracia —dijeron los merodeadores.
—Pero en el equipo de Gryffindor nadie ha tenido que comprar su acceso —observó Hermione agudamente—. Todos entraron por su valía.
—Sabias palabras, castaña, sabias palabras —celebró Sirius. Y James y Remus asintieron.
Del rostro de Malfoy se borró su mirada petulante.
—Nadie ha pedido tu opinión, asquerosa sangre sucia —espetó él.
Todos miraban a mal a Draco, excepto Lucius que le sonreía a su hijo, parecía estar muy orgulloso de él.
—Eso es, Draco —lo felicitó Lucius—, pusiste a esa en su lugar —sí, definitivamente Lucius estaba muy orgulloso de las palabras de su hijo.
—¿Cómo te atreves? —para sorpresa de todos el primero en defender a la castaña fue Remus Lupin. Tenía su mano metida en la túnica y ahí cogía fuertemente su varita.
James y Sirius se pararon cuando vieron a Lupin hacerlo primero. Mientras los demás murmuraban insultos para el rubio. Andrómeda miraba a su hermana con tristeza, porque había permitido que su hijo creciera con esas creencias de la pureza de la sangre.
—Hermione —susurró Harry cuando vio las intenciones de los merodeadores de acercarse a Draco y maldecirlo.
—Remus —dijo la chica tomándolo del brazo—, no importa, ya paso —Hermione miraba al rubio mientras hablaba. Draco no hacía nada para tratar de defenderse los insultos—. Es lo que soy y estoy orgullosa de serlo —Remus giró para verla a la cara.
—Pero… —empezó el licántropo.
—Ya lo dije, es lo que soy y estoy orgullosa de serlo, estoy orgullosa de mis orígenes —afirmó Hermione.
—Hermione tiene razón —dijo Lily, dedicándole una sonrisa a la castaña—. Yo también estoy orgullosa de mis orígenes —James la abrazo más.
Ahora casi todos tenían sus miradas centradas en las chicas.
—Lo lamento, Granger —la voz de Draco Malfoy se escuchó por toda la sala. Nuevamente todos miraban al rubio, pero ahora lo miraban como si lo que vieran fuera un extraterrestre—. Lo lamento en verdad —volvió a hablar.
Hermione sonrió y asintió al rubio. En realidad el chico ya se había disculpado con ella, apenas la vio a su regreso al colegio, pero que lo volviera hacer delante de todos y sobre todo delante de su padre —y sus tontas ideas sobre la sangre— significaba que el cambio del chico era verdadero.
Harry y Ron también miraban sorprendidos al rubio, aunque Draco también se había disculpado con ellos, les parecía realmente raro que lo hiciera públicamente.
—Draco Malfoy disculpándose —susurró Fred a su gemelo—, que le hicieron, un trasplante de cerebro.
—Casi, casi —le susurró en respuesta George.
Dumbledore sonreía, porque ya veía los cambios que estaba sucediendo en todos.
—Te acabas de disculpar con… con esa… —dijo Lucius Malfoy completamente sorprendido.
—Eso acabo de hacer, padre —confirmó el rubio. Lucius no dijo nada, parecía en estado shock cuando Draco se le confirmo lo que había dicho.
Los murmullos volvieron, pero ahora de incredulidad, y tanto miraban al rubio, que ya hasta estaba obteniendo ligeras manchas rojas en sus mejillas.
Los merodeadores todavía se encontraban de pie, pero cuando escucharon la voz de Dumbledore se sentaron nuevamente. Hermione le sonrió con amabilidad a los merodeadores.
—Me complace que ya se vean los cambios en algunos, ahora ¿señor Weasley, podría continuar?
Ron asintió.
Harry comprendió enseguida que lo que había dicho Malfoy era algo realmente grave (Muy grave, repitió Snape en su mente. Él se arrepentiría toda su vida por haber llamado de eso modo a Lily), porque sus palabras provocaron de repente una reacción tumultuosa. Flint tuvo que ponerse rápidamente delante de Malfoy para evitar que Fred y George saltaran sobre él (Arthur miró orgulloso a sus hijos). Alicia gritó «¡Cómo te atreves!», y Ron se metió la mano en la túnica y, sacando su varita mágica, amenazó «¡Pagarás por esto, Malfoy!», y sacando la varita por debajo del brazo de Flint, la dirigió al rostro de Malfoy.
Draco sonrió ligeramente al recordar lo que le había pasado al pelirrojo, pero luego volvió a poner su cara de seriedad.
Ron se sonrojó, ahora todos se enterarían que el hechizo no le salió como esperaba.
—¿Qué hechizo le lanzaste? —preguntó Frank al ver que el pelirrojo se había quedado callado.
—Lo único que puedo decir es que el resultado no fue muy bueno —contestó un avergonzado Ron.
Un estruendo resonó en todo el estadio, y del extremo roto de la varita de Ron surgió un rayo de luz verde que, dándole en el estómago, lo derribó sobre el césped.
Molly gimió y miró con preocupación a su hijo.
—¡Ron! ¡Ron! ¿Estás bien? —chilló Hermione.
Ron abrió la boca para decir algo, pero no salió ninguna palabra. Por el contrario, emitió un tremendo eructo y le salieron de la boca varias babosas que le cayeron en el regazo.
—La intención es lo que cuenta, aunque haya salido mal —murmuró Remus.
El equipo de Slytherin se partía de risa. Flint se desternillaba, apoyado en su escoba nueva. Malfoy, a cuatro patas, golpeaba el suelo con el puño. Los de Gryffindor rodeaban a Ron, que seguía vomitando babosas grandes y brillantes. Nadie se atrevía a tocarlo.
—Vaya, gracias por ayudar a su hermano —Molly regañó a los gemelos.
—Lo sentimos —se disculparon los gemelos.
—Lo mejor es que lo llevemos a la cabaña de Hagrid, que está más cerca —dijo Harry a Hermione, quien asintió valerosamente, y entre los dos cogieron a Ron por los brazos.
Ron sonrió a sus inseparables amigos y ellos le sonrieron de vuelta.
—¿Qué ha ocurrido, Harry? ¿Qué ha ocurrido? ¿Está enfermo? Pero podrás curarlo, ¿no? —Colin había bajado corriendo de su puesto e iba dando saltos al lado de ellos mientras salían del campo. Ron tuvo una horrible arcada y más babosas le cayeron por el pecho—. ¡Ah! —exclamó Colin, fascinado y levantando la cámara—, ¿puedes sujetarlo un poco para que no se mueva, Harry?
—Ese comentario no era muy apropiado —dijo Alice.
—Sí, pobre Colin —dijo Hermione con nostalgia.
—¡Fuera de aquí, Colin! —dijo Harry enfadado. Entre él y Hermione sacaron a Ron del estadio y se dirigieron al bosque a través de la explanada.
—Ya casi llegamos, Ron —dijo Hermione, cuando vieron a lo lejos la cabaña del guardián—. Dentro de un minuto estarás bien. Ya falta poco.
Les separaban siete metros de la casa de Hagrid cuando se abrió la puerta. Pero no fue Hagrid el que salió por ella, sino Gilderoy Lockhart, que aquel día llevaba una túnica de color malva muy claro. Se les acercó con paso decidido.
—¡Por Merlín! ¡Otra vez no, por favor! —exclamó Lily.
—¿Pero qué hacía ese ahí? —preguntó Ted.
—Molestar —contestó Hagrid.
—Rápido, aquí detrás —dijo Harry, escondiendo a Ron detrás de un arbusto que había allí. Hermione los siguió, de mala gana.
—Aun no puedo creer que es lo que veías de bueno en ese estúpido —rugió Sirius.
—Tenía 12 años —fue la simple respuesta de Hermione.
—Es comprensible —dijo Remus.
—¡Es muy sencillo si sabes hacerlo! —decía Lockhart a Hagrid en voz alta—. ¡Si necesitas ayuda, ya sabes dónde estoy! (Acomodándose el pelo delante de un espejo, dijeron los gemelos Weasley, causando la risa de casi todos) Te dejaré un ejemplar de mi libro. Pero me sorprende que no tengas ya uno. Te firmaré un ejemplar esta noche y te lo enviaré. ¡Bueno, adiós! —Y se fue hacia el castillo a grandes zancadas.
—Por fin hace algo bueno, desaparecer —dijo James. Sirius, Remus, Harry, y Lily rieron.
Harry esperó a que Lockhart se perdiera de vista y luego sacó a Ron del arbusto y lo llevó hasta la puerta principal de la casa de Hagrid. Llamaron a toda prisa.
Hagrid apareció inmediatamente, con aspecto de estar de mal humor (Cualquiera estaría de mal humor si hubiera tenido que soportar a ese intento de profesor, dijo Frank), pero se le iluminó la cara cuando vio de quién se trataba.
El trío de oro sonrió al semi-gignate.
—Me estaba preguntando cuándo vendríais a verme… Entrad, entrad. Creía que sería el profesor Lockhart que volvía.
Harry y Hermione introdujeron a Ron en la cabaña, donde había una gran cama en un rincón y una chimenea encendida en el otro extremo. Hagrid no pareció preocuparse mucho por el problema de las babosas de Ron, cuyos detalles explicó Harry apresuradamente mientras lo sentaban en una silla.
—Es preferible que salgan a que entren —dijo ufano, poniéndole delante una palangana grande de cobre—. Vomítalas todas, Ron.
—Es lo único que se podía hacer —dijo Hagrid al notar la mirada de Molly.
—Y te lo agradezco, Hagrid —dijo Molly, y Hagrid suspiró con alivio pensando que la pelirroja le reclamaría por no hacer más por Ron, y conociendo el carácter de Molly, era de temer.
—No creo que se pueda hacer nada salvo esperar a que la cosa acabe —dijo Hermione apurada, contemplando a Ron inclinado sobre la palangana—. Es un hechizo difícil de realizar aun en condiciones óptimas, pero con la varita rota…
—Es imposible que el hechizo saliera bien —dijo Arthur Weasley.
Hagrid estaba ocupado preparando un té. Fang, su perro jabalinero, llenaba a Harry de babas.
—Espero que luego de hayas lavado bien, Harry, porque los perros son lindos —Sirius sonrió—, pero tienen muchos gérmenes en la baba —terminó de hablar Lily, y a Sirius se le borró la sonrisa.
James, Remus, Harry, Hermione, Ginny, Luna y los gemelos Weasley rieron al ver la cara del merodeador.
—¿Qué quería Lockhart, Hagrid? —preguntó Harry, rascándole las orejas a Fang.
—Enseñarme cómo me puedo librar de los duendes del pozo —gruñó Hagrid, quitando de la mesa limpia un gallo a medio pelar y poniendo en su lugar la tetera—. Como si no lo supiera. Y también hablaba sobre una banshee a la que venció (En sueños, susurró Ron). Si en todo eso hay una palabra de cierto, me como la tetera.
—¡Bien dicho, Hagrid! —dijeron los merodeadores.
Era muy raro que Hagrid criticara a un profesor de Hogwarts, y Harry lo miró sorprendido. Hermione, sin embargo, dijo en voz algo más alta de lo normal:
—Creo que sois injustos. Obviamente, el profesor Dumbledore ha juzgado que era el mejor para el puesto y…
—Seguramente era el único para el puesto —dijo Dumbledore.
—Tú lo habrías hecho mejor, Lunático —dijo James.
—Sí, Remus lo habría hecho mejor —dijo una sonriente Hermione.
Remus se sonrojó.
—Era el único para el puesto —repuso Hagrid, ofreciéndoles un plato de caramelos de café con leche, mientras Ron tosía ruidosamente sobre la palangana—. Y quiero decir el único. Es muy difícil encontrar profesores que den Artes Oscuras, porque a nadie le hace mucha gracia. Da la impresión de que la asignatura está maldita. Ningún profesor ha durado mucho (Y eso fue bueno en el caso de Quirrell, Lockhart y Umbridge, susurraron los gemelos Weasley). Decidme —preguntó Hagrid, mirando a Ron—, ¿a quién intentaba hechizar?
—Malfoy le llamó algo a Hermione —respondió Harry—. Tiene que haber sido algo muy fuerte, porque todos se pusieron furiosos.
—Más que fuerte, es ofensivo —dijo Sirius.
—Fue muy fuerte —dijo Ron con voz ronca, incorporándose sobre la mesa, con el rostro pálido y sudoroso—. Malfoy la llamó «sangre sucia».
Remus volvió a mirar a Draco.
Porque siento tanta ira al saber que insultan a Hermione, se decía Remus, mirando de reojo a la chica.
Ron se apartó cuando volvió a salirle una nueva tanda de babosas. Hagrid parecía indignado.
—Lo estaba —admitió Hagrid.
—¡No! —bramó volviéndose a Hermione.
—Sí —dijo ella—. Pero yo no sé qué significa. Claro que podría decir que fue muy grosero…
Remus miró con ternura a Hermione.
Es tan inocente, pensó el licántropo.
—¿No sabías lo que significaba? —preguntó James a Hermione.
La chic anego con la cabeza.
—Soy hija de muggles, y en los libros nunca encontré ese término —contestó la castaña.
—Yo tampoco sabía lo que significaba hasta que un chico de Slytherin me lo dijo, y luego la profesora McGonagall me explico.
—Es lo más insultante que se le podría ocurrir —dijo Ron, volviendo a incorporarse—. Sangre sucia es un nombre realmente repugnante con el que llaman a los hijos de muggles, ya sabes, de padres que no son magos. Hay algunos magos, como la familia de Malfoy, que creen que son mejores que nadie porque tienen lo que ellos llaman sangre limpia (Lo que es una completa estupidez, dijo Sirius, James y Remus asintieron). —Soltó un leve eructo, y una babosa solitaria le cayó en la palma de la mano. La arrojó a la palangana y prosiguió—. Desde luego, el resto de nosotros sabe que eso no tiene ninguna importancia (Hermione le sonrió a su amigo pelirrojo). Mira a Neville Longbottom… es de sangre limpia y apenas es capaz de sujetar el caldero correctamente.
—¡Ronald! —lo regañó Molly.
—Lo siento, Neville —dijo Ron al chico.
—No importa, Ron, para nadie es un secreto que soy un desastre en pociones —admitió el chico—, además tratabas de animar a Hermione, y eso no es malo.
Alice y Frank miraban con orgullo a su hijo.
—Y no han inventado un conjuro que nuestra Hermione no sea capaz de realizar —dijo Hagrid con orgullo, haciendo que Hermione se pusiera colorada.
Hermione se sonrojó al oír nuevamente lo que le había dicho Hagrid.
—Es un insulto muy desagradable de oír —dijo Ron, secándose el sudor de la frente con la mano—. Es como decir «sangre podrida» o «sangre vulgar». Son idiotas. Además, la mayor parte de los magos de hoy día tienen sangre mezclada. Si no nos hubiéramos casado con muggles, nos habríamos extinguido.
—Muy bien dicho, sobrino —dijeron los gemelos Weasley, causando el sonrojó de Ron.
—Eso es mentira —dijo Narcisa por primera vez hablando de lo que va del día—, en nuestra familia todos somos sangre limpia.
—Te olvidas de la pequeña Nimphadora —dijo Sirius. Andrómeda y Ted sonrieron al escuchar el nombre de su hija, mientras tanto Hermione hizo una mueca de enojo y tristeza a la vez al escuchar el nombre de la bruja que tanto daño les había hecho a Remus y a ella. El único que se percató de este gesto fue Remus, pero no preguntó nada al respecto—, que es la hija de tu hermana y es una mestiza. Y que a algunos nos hayan quemado del árbol no significa que no existimos —le recordó.
Narcisa ya no replicó nada.
A Ron le dieron arcadas y volvió a inclinarse sobre la palangana.
—Bueno, no te culpo por intentar hacerle un hechizo, Ron —dijo Hagrid con una voz fuerte que ahogaba los golpes de las babosas al caer en la palangana—. Pero quizás haya sido una suerte que tu varita mágica fallara. Si hubieras conseguido hechizarle, Lucius Malfoy se habría presentado en la escuela. Así no tendrás ese problema.
Los merodeadores miraron mal a Lucius.
Sirius tenía que reconocer que si Ron hubiera hechizado a Draco, Lucius no hubiera parado hasta que expulsaran a Ron o peor aún hasta que despidieran a Arthur de su trabajo, todo porque Lucius Malfoy tenía mucho dieron y con eso podría comprar testigos que digan cosas malas de los Weasley.
Harry quiso decir que el problema no habría sido peor que estar echando babosas por la boca, pero no pudo hacerlo porque el caramelo de café con leche se le había pegado a los dientes y no podía separarlos.
Varios sonrieron al recordar los dulces de Hagrid, mientras este se sonrojaba.
—Harry —dijo Hagrid de repente, como acometido por un pensamiento repentino—, tengo que ajustar cuentas contigo. Me han dicho que has estado repartiendo fotos firmadas. ¿Por qué no me has dado una?
Algunos miraban incrédulos a Hagrid, y otros reían.
—Fuiste malo conmigo —dijo Harry. Y el semi-gigante sonrió.
Harry sintió tanta rabia que al final logró separar los dientes.
—No he estado repartiendo fotos —dijo enfadado—. Si Lockhart aún va diciendo eso por ahí…
—Sí lo estuvo diciendo, cuando se encontraba con alguien por los pasillos, ya sea profesor o algún alumno le decía lo mal ejemplo que era para los alumnos, porque apenas lo veían ya querían ser tan famoso como él —contó Neville.
—¡Oh, por Merlín! ¿Famoso? ¿Él? —decía Sirius, con cara de molestia.
Pero entonces vio que Hagrid se reía.
—Sólo bromeaba —explicó, dándole a Harry unas palmadas amistosas en la espalda, que lo arrojaron contra la mesa—. Sé que no es verdad. Le dije a Lockhart que no te hacía falta, que sin proponértelo eras más famoso que él.
—Apuesto a que no le hizo mucha gracia —dijo Remus.
—No. Y trato de convencerme que era mejor que Harry, porque había vencido a una banshee.
—Apuesto a que no le hizo ninguna gracia —dijo Harry, levantándose y frotándose la barbilla.
—Supongo que no —admitió Hagrid, parpadeando—. Luego le dije que no había leído nunca ninguno de sus libros, y se marchó. ¿Un caramelo de café con leche, Ron? —añadió, cuando Ron volvió a incorporarse.
—No creo que sea buena idea —dijo Bill.
—No, gracias —dijo Ron con debilidad—. Es mejor no correr riesgos.
—Venid a ver lo que he estado cultivando —dijo Hagrid cuando Harry y Hermione apuraron su té.
En la pequeña huerta situada detrás de la casa de Hagrid había una docena de las calabazas más grandes que Harry hubiera visto nunca. Más bien parecían grandes rocas.
—¿Son para la fiesta de Halloween? —preguntaron los gemelos Preweet.
Hagrid asintió.
—¿Grandes como rocas? ¿Qué le echaste para que crezcan tanto? —preguntó James.
—Eh… solo son buenos… cuidados —contestó un nervioso Hagrid.
—Van bien, ¿verdad? —dijo Hagrid, contento—. Son para la fiesta de Halloween. Deberán haber crecido lo bastante para ese día.
—¿Qué les has echado? —preguntó Harry.
Hagrid miró hacia atrás para comprobar que estaban solos.
—Bueno, les he echado… ya sabes… un poco de ayuda.
—Un hechizo de fertilización —murmuró Lily.
—¡Hagrid! —lo regañó McGonagall, el semi-gigante se sonrojó.
—No tiene mucha importancia, Minerva —dijo Dumbledore sonriéndole a Hagrid.
La profesora solo miró con seriedad a Hagrid, pero ya no lo regaño.
Harry vio el paraguas rosa estampado de Hagrid apoyado contra la pared trasera de la cabaña. Ya antes, Harry había sospechado que aquel paraguas no era lo que parecía; de hecho, tenía la impresión de que la vieja varita mágica del colegio estaba oculta dentro (Hagrid asintió levente al trío de oro). Según las normas, Hagrid no podía hacer magia, porque lo habían expulsado de Hogwarts en el tercer curso, pero Harry no sabía por qué (Pero ahora si lo sabemos, y fue muy injusto, susurró Harry). Cualquier mención del asunto bastaba para que Hagrid carraspeara sonoramente y sufriera de pronto una misteriosa sordera que le duraba hasta que se cambiaba de tema.
—Yo no hacia eso —dijo un sonrojado Hagrid.
Todos los que lo conocían rieron de su intento de mentira.
—¿Un hechizo fertilizante, tal vez? —preguntó Hermione, entre la desaprobación y el regocijo—. Bueno, has hecho un buen trabajo.
—Eso es lo que dijo tu hermana pequeña (¡Ay, no!, susurró la chica) —observó Hagrid, dirigiéndose a Ron—. Ayer la encontré. —Hagrid miró a Harry de soslayo y vio que le temblaba la barbilla—. Dijo que estaba contemplando el campo, pero me da la impresión de que esperaba encontrarse a alguien más en mi casa. —Guiñó un ojo a Harry—. Si quieres mi opinión, creo que ella no rechazaría una foto fir…
—¡Hagrid! —gritó Ginny.
—Vaya, la pequeña pelirroja, muerta de amor por mini Cornamenta —se burló Sirius.
—¿quieres saber lo que se siente recibir el hechizo mocomúrcielagos, Sirius? —preguntó con malicia Ginny.
—No, gracias —respondió el animago.
James y Remus rieron de la cara puso Sirius, parecía un poco asustado.
—¡Cállate! —dijo Harry. A Ron le dio la risa y llenó la tierra de babosas.
—A mí no me causa risa, Ronald —gruñó Ginny.
—Lo siento —dijo Harry—, pero tenía 12 —se excusó.
—Está bien, no hay problema —dijo Ginny sonriéndole a su novio.
Lily miraba a su hijo y a Ginny con ternura.
—¡Cuidado! —gritó Hagrid, apartando a Ron de sus queridas calabazas.
Ya casi era la hora de comer, y como Harry sólo había tomado un caramelo de café con leche en todo el día, tenía prisa por regresar al colegio para la comida. Se despidieron de Hagrid y regresaron al castillo, con Ron hipando de vez en cuando, pero vomitando sólo un par de babosas pequeñas.
—¿Duraste mucho más tiempo vomitando babosas? —preguntó Ted a Ron.
—No mucho —contestó el pelirrojo.
Apenas habían puesto un pie en el fresco vestíbulo cuando oyeron una voz.
—Conque estáis aquí, Potter y Weasley. —La profesora McGonagall caminaba hacia ellos con gesto severo—. Cumpliréis vuestro castigo esta noche.
—Seguramente los mandaran a ordenar la biblioteca —dijo Sirius.
—No, yo creo que limpiaran la sala de trofeos —dijo James—. ¿Tú, qué opinas, Lunático? —preguntó.
—Pues yo creo que los mandaran con Lockhart, soportarlo a ese, si sería un castigo —dijo Lupin.
—Que cruel eres, Lunático —le dijo Sirius, fingiendo un escalofrío.
Harry puso mala cara al recordar su castigo con Lockhart.
—¿Qué vamos a hacer, profesora? —preguntó Ron, asustado, reprimiendo un eructo.
—Tú limpiarás la plata de la sala de trofeos con el señor Filch (James sonrió con suficiencia) —dijo la profesora McGonagall—. Y nada de magia, Weasley… ¡frotando!
Ron tragó saliva. Argus Filch, el conserje, era detestado por todos los estudiantes del colegio.
—Y tú, Potter, ayudarás al profesor Lockhart a responder a las cartas de sus admiradoras —dijo la profesora McGonagall.
—Eso es injusto, Minnie —James le reclamó a la profesora.
McGonagall se lo pensó y llego a la conclusión de que si se había pasado con ese castigo, porque como lo pintaban a Lockhart era imposible soportarlo.
—Yo también lo creo —murmuró la profesora de Transformaciones, sorprendiendo a todos.
—Oh, no… ¿no puedo ayudar con la plata? —preguntó Harry desesperado.
—Y con razón —dijo Lily, mirando con pena a su hijo.
—Desde luego que no —dijo la profesora McGonagall, arqueando las cejas—. El profesor Lockhart ha solicitado que seas precisamente tú. A las ocho en punto, tanto uno como otro.
Harry y Ron pasaron al Gran Comedor completamente abatidos, y Hermione entró detrás de ellos, con su expresión de «no-haber-infringido-las-normas-del-colegio» (Conocemos esa expresión, dijeron James y Sirius mirando a Remus). Harry no disfrutó tanto como esperaba con su pudín de carne y patatas. Tanto Ron como él pensaban que les había tocado la peor parte del castigo.
—Ahora es cuando me alegro de que me haya tocado limpiar los trofeos, cualquier cosa es mejor que pasar tiempo con Lockhart —dijo Ron deteniendo la lectura.
—Sí, gracias amigo —ironizó Harry.
—Filch me tendrá allí toda la noche —dijo Ron apesadumbrado—. ¡Sin magia! Debe de haber más de cien trofeos en esa sala. Y la limpieza muggle no se me da bien.
—Pues tal vez en el futuro deberías ayudarme para que se te dé bien la limpieza —dijo Molly, y Ron se estremeció.
—Te lo cambiaría de buena gana —dijo Harry con voz apagada—. He hecho muchas prácticas con los Dursley. Pero responder a las admiradoras de Lockhart… será una pesadilla.
—Ya lo creo —dijeron los merodeadores y los gemelos Prewett.
La tarde del sábado pasó en un santiamén, y antes de que se dieran cuenta, eran las ocho menos cinco. Harry se dirigió al despacho de Lockhart por el pasillo del segundo piso, arrastrando los pies. Llamó a la puerta a regañadientes.
La puerta se abrió de inmediato. Lockhart le recibió con una sonrisa.
—¡Aquí está el pillo! —dijo—. Vamos, Harry, entra.
—Pobre de ti, querido —se lamentó Lily.
Dentro había un sinfín de fotografías enmarcadas de Lockhart, que relucían en los muros a la luz de las velas. Algunas estaban incluso firmadas. Tenía otro montón grande en la mesa.
—¿Por qué no me sorprende? —dijo Remus.
—Porque es un estúpido narcisista —dijo Sirius.
—Casi preferiría la decoración de Umbrigde —murmuró Harry a Hermione.
—Prefieres la decoración gatolandia —dijo Hermione, y Crookshanks que se estiraba la miró con desdén—, lo siento Crookshanks —dijo la chica y el gato solo se volvió acomodar para seguir durmiendo.
—¡Tú puedes poner las direcciones en los sobres! —dijo Lockhart a Harry, como si se tratara de un placer irresistible—. El primero es para la adorable Gladys Gudgeon, gran admiradora mía.
—Esa pobre mujer necesita ayuda urgente —dijo Arthur causando la risa de todos.
Los minutos pasaron tan despacio como si fueran horas. Harry dejó que Lockhart hablara sin hacerle ningún caso, diciendo de cuando en cuando «mmm» o «ya» o «vaya». Algunas veces captaba frases del tipo «La fama es una amiga veleidosa, Harry» o «Serás célebre si te comportas como alguien célebre, que no se te olvide».
—Preferiría suicidarme —dijo Sirius.
—Está verdaderamente loco —dijo Moody.
—Tienes razón —dijo Ron, con una sonrisita tonta.
Las velas se fueron consumiendo y la agonizante luz desdibujaba las múltiples caras que ponía Lockhart ante Harry. Éste pasaba su dolorida mano sobre lo que le parecía que tenía que ser el milésimo sobre y anotaba en él la dirección de Verónica Smethley.
—Otra chica que necesita ayuda médica —dijo James.
—U momento —dijo Remus, sus amigos lo miraron—, ese no es el nombre de tu última conquista, Sirius —recordó el licántropo.
Sirius lo pensó por un momento, para luego poner cara de horror.
—Es cierto, Lunático, pero que rayos tenía en la cabeza Verónica —exclamó el animago—, después de haber estado conmigo se conforma con tan poco.
Snape murmuró con enojo: «arrogante e idiota».
«Debe de ser casi hora de acabar», pensó Harry, derrotado. «Por favor, que falte poco…»
Y en aquel momento oyó algo, algo que no tenía nada que ver con el chisporroteo de las mortecinas velas ni con la cháchara de Lockhart sobre sus admiradoras.
Era una voz, una voz capaz de helar la sangre en las venas, una voz ponzoñosa que dejaba sin aliento, fría como el hielo.
—¿Una voz? —preguntó Moody, pensando de quien se podría tratar.
Ven…, ven a mí… Deja que te desgarre… Deja que te despedace… Déjame matarte…
—¡Por Merlín! —exclamaron Lily, Molly, Alice, Andrómeda y McGonagall.
—¿Pero de quien era esa voz? —preguntó James.
—Dice que quiere matar a alguien —murmuró Remus, se había puesto pálido.
Harry dio un salto, y un manchón grande de color lila apareció sobre el nombre de la calle de Verónica Smethley.
—¿Qué? —gritó.
—Pues eso —dijo Lockhart—: ¡seis meses enteros encabezando la lista de los más vendidos! ¡Batí todos los récords!
—¿Él no lo escucha? —preguntó Moody a Harry.
—No —respondió Harry con seriedad.
—¿Pero por qué no lo puede escuchar? —preguntó Lily.
—Porque Lockhart no habla pársel —murmuró Hermione, pero Remus que tenía más desarrollada la audición por su condición de licántropo la escucho.
—¿Qué dijiste? —le preguntó Lupin.
—Eh, nada —respondió nerviosamente Hermione, Remus no le insistió más.
—¡No! —dijo Harry asustado—. ¡La voz!
—¿Cómo dices? —preguntó Lockhart, extrañado—. ¿Qué voz?
—La… la voz que ha dicho… ¿No la ha oído?
Lockhart miró a Harry desconcertado.
—¿De qué hablas, Harry? ¿No te estarías quedando dormido? ¡Por Dios, mira la hora que es! ¡Llevamos con esto casi cuatro horas! Ni lo imaginaba… El tiempo vuela, ¿verdad?
—¡¿Qué?! ¿Te tuvo cuatro horas poniendo direcciones en los sobres? —dijo una enojada Lily, y Harry asintió—. Voy a matarlo —susurró.
—Tienes todo mi apoyo, cariño —le dijo James.
Harry no respondió. Aguzaba el oído tratando de captar de nuevo la voz, pero no oyó otra cosa que a Lockhart diciéndole que otra vez que lo castigaran, no tendría tanta suerte como aquélla. Harry salió, aturdido.
—¿Suerte? Yo diría más que tuvo mala suerte —dijo Alice.
Era tan tarde que la sala común de Gryffindor estaba prácticamente vacía y Harry se fue derecho al dormitorio. Ron no había regresado todavía. Se puso el pijama y se echó en la cama a esperar. Media hora después llegó Ron, con el brazo derecho dolorido y llevando con él un fuerte olor a limpiametales.
—¿Filch te tuvo cuatro horas y media limpiando los trofeos? Le preguntó Molly a Ron.
 El chico asintió.
Minerva negó con la cabeza.
—Se supone que los castigos solo son de dos horas —dijo la profesora con enojo.
—Sí, eso se supone —dijeron al unisonó Harry y Ron.
—Tengo todos los músculos agarrotados —se quejó, echándose en la cama—. Me ha hecho sacarle brillo catorce veces a una copa de quidditch antes de darle el visto bueno. Y vomité otra tanda de babosas sobre el Premio Especial por los Servicios al Colegio (Que mala suerte, dijo Arthur). Me llevó un siglo quitar las babas. Bueno, ¿y tú qué tal con Lockhart?
—Lástima que ya no estemos en el colegio —se lamentó Fred, y todos sus hermanos lo miraron.
—Sí, porque si no le hubiéramos hecho una buena broma a Filch —terminó George.
—Pero estamos nosotros —dijo Sirius señalando a sus amigos y luego a él, con una sonrisa burlesca.
En voz baja, para no despertar a Neville, Dean y Seamus, Harry le contó a Ron con toda exactitud lo que había oído.
—¿Y Lockhart dijo que no había oído nada? —preguntó Ron. A la luz de la luna, Harry podía verle fruncir el entrecejo—. ¿Piensas que mentía? Pero no lo entiendo… Aunque fuera alguien invisible, tendría que haber abierto la puerta.
—Buen punto —murmuró Remus.
—Lo sé—dijo Harry, recostándose en la cama y contemplando el dosel—. Yo tampoco lo entiendo.
—Aquí termina el capítulo —anunció Ron.
—Muchas gracias, señor Weasley —dijo el director—, ahora leeremos un capítulo más para luego almorzar. ¿Quién desea leer el siguiente capítulo? —preguntó.
—Lo haré yo, profesor —dijo Neville.