—El siguiente capítulo se titula “El duelo a media noche” —leyó.
Draco sonrió ligeramente, esa noche
casi lo hace caer a Potter, pero como siempre alguien ayudó al niño que vivió.
—¿Un duelo? —preguntó Lily preocupada
por su pequeño hijo.
—No te preocupes pelirroja, a esa los
duelos, son solo unos juegos —calmó Sirius.
Lily asintió no muy convencida.
Moody comenzó a leer con si típico
tono de voz.
Harry nunca había creído que pudiera existir un
chico al que detestara más que a Dudley, pero eso era antes de haber conocido a
Draco Malfoy (Comprensible, dijeron los
merodeadores a coro, mientras que Sirius no le quitaba la vista de encima a su
sobrino, este se sintió observado, y cuando se dio cuenta de quién lo miraba
solo le sonrió). Sin embargo, los de primer año de Gryffindor sólo
compartían con los de Slytherin la clase de Pociones, así que no tenía que
encontrarse mucho con él. O, al menos, así era hasta que apareció una noticia
en la sala común de Gryffindor; que los hizo protestar a todos. Las lecciones de
vuelo comenzarían el jueves… y Gryffindor y Slytherin aprenderían juntos.
—Perfecto —dijo en tono sombrío Harry—. Justo lo
que siempre he deseado. Hacer el ridículo sobre una escoba delante de Malfoy.
—No creo que Harry tenga problemas al
volar, siendo hijo de James —dijo Remus, y James le sonrió.
—Sí, Lunático, pero recuerda que
también es hijo de la pelirroja —comentó Sirius señalando a Lily.
—¿Qué estás insinuando? —preguntó
Lily.
—Nada, nada, cariño, no le hagas caso
a Canuto —James trato de que su novia y su amigo no discutieran, aunque muy en
el fondo James pensaba lo mismo que Sirius.
Y sí Harry es igual a Lily, y no le
gusta volar, se preguntaba James internamente.
Deseaba aprender a volar más que ninguna otra cosa.
—No sabes aún si vas a hacer un papelón —dijo
razonablemente Ron—. De todos modos, sé que Malfoy siempre habla de lo bueno
que es en quidditch, pero seguro que es pura palabrería.
—No era tan malo —se defendió Draco.
—Por supuesto que no, Draco —apoyó
Pansy.
—Eso lo dice porque es su amiguita
—susurró Sirius a James y Remus.
La verdad es que Malfoy hablaba mucho sobre volar.
Se quejaba en voz alta porque los de primer año nunca estaban en los equipos de
quidditch y contaba largas y jactanciosas historias, que siempre
acababan con él escapando de helicópteros pilotados por muggles (Vaya, es raro que un «sangre pura» como tú sepa sobre cosas muggles, dijo
Sirius. A lo que Draco contestó que no era un ignorante, y que él sabía sobre
algunos objetos muggles).
Pero no era el único: por la forma de hablar de Seamus Finnigan, parecía que
había pasado toda la infancia volando por el campo con su escoba. Hasta Ron
podía contar a quien quisiera oírlo que una vez casi había chocado contra un
planeador con la vieja escoba de Charles.
—¿Eso es verdad? —se alarmó Molly.
—Eh, sí. Pero no pasó nada grave, lo
juro —contestó Charlie. Molly asintió, ya tendría mucho tiempo para vigilar más
minuciosamente de sus hijos.
Todos los que procedían de familias de magos
hablaban constantemente de quidditch. Ron ya había tenido una gran
discusión con Dean Thomas, que compartía el dormitorio con ellos, sobre fútbol.
Ron no podía ver qué tenía de excitante un juego con una sola pelota (Me gustaría ver algún día ese deporte muggle, comentó
Arthur), donde nadie podía volar. Harry había descubierto a Ron tratando
de animar un cartel de Dean en que aparecía el equipo de fútbol de West Ham,
para hacer que los jugadores se movieran.
Neville no había tenido una escoba en toda su vida,
porque su abuela no se lo permitía. Harry pensó que ella había actuado
correctamente, dado que Neville se las ingeniaba para tener un número
extraordinario de accidentes, incluso con los dos pies en tierra.
Neville se sonrojó ante esto.
—Ay, cariño, siento tanto que hayas
heredado un poco de la torpeza de tu padre —lo consoló Alice.
Frank asentía muy sonriente, hasta
que entendió lo que había dicho su esposa.
—Gracias, por el cumplido, cielo
—contestó Frank con sarcasmo.
—De nada —le respondió Alice.
Hermione Granger estaba casi tan nerviosa como
Neville con el tema del vuelo. Eso era algo que no se podía aprender de memoria
en los libros, aunque lo había intentado (Para
aprender a volar no se necesita libros, se aprende con práctica, dijeron a coro
James y Sirius). En el desayuno del jueves, aburrió a todos con
estúpidas notas sobre el vuelo que había encontrado en un libro de la
biblioteca, llamado Quidditch a través de los tiempos (El único libro que les gusta
a este par, señaló Remus). Neville estaba pendiente de cada palabra,
desesperado por encontrar algo que lo ayudara más tarde con su escoba, pero
todos los demás se alegraron mucho cuando la lectura de Hermione fue
interrumpida por la llegada del correo.
Harry no había recibido una sola carta desde la
nota de Hagrid, algo que Malfoy ya había notado, por supuesto. La lechuza de
Malfoy siempre le llevaba de su casa paquetes con golosinas, que el muchacho
abría con perversa satisfacción en la mesa de Slytherin.
Narcisa sonrió, puesto ella sabía que
era la única en tener esos detalles con su hijo, porque Lucius no era muy
atento en algunos detalles.
Un lechuzón entregó a Neville un paquetito de parte
de su abuela. Lo abrió excitado y les enseñó una bola de cristal, del tamaño de
una gran canica, que parecía llena de humo blanco.
—¿Una recordadora? —preguntó Frank.
—Sí —contestó Neville—, suelo olvidar
mis cosas siempre —reconoció.
—¡Es una Recordadora! —explicó—. La abuela sabe que
olvido cosas y esto te dice si hay algo que te has olvidado de hacer. Mirad,
uno la sujeta así, con fuerza, y si se vuelve roja… oh… —se puso pálido, porque
la Recordadora súbitamente se tiñó de un brillo escarlata—… es que has olvidado
algo…
Neville estaba tratando de recordar qué era lo que
había olvidado, cuando Draco Malfoy que pasaba al lado de la mesa de
Gryffindor; le quitó la Recordadora de las manos.
—¿Por qué hiciste eso, Malfoy?
—reclamó Alice mirando a Draco, y evitando la mirada asesina de Lucius.
—¿Cómo te atreves a hablarle así a un
Malfoy? —siseó Lucius.
Antes de que Frank o Neville
replicaran, la voz de Draco los paro.
—Ya basta, padre —siseó. Lucius se
quedó sorprendido por el tono de voz con el que le hablo su hijo, y no solo él,
también todos los de la sala—, en estos momentos no importa la forma en que me
habló. Y contestando a su pregunta, señora Longbottom —se dirigió a Alice—, lo
hice para molestar.
Lucius relajo su rostro al oír la
respuesta de su hijo, por lo menos le hacia la vida imposible a las escorias,
pensaba.
—Y eso es lo que mejor le sale
—dijeron los gemelos Weasley.
—Es un talento natural, Weasley’s
—contestó el rubio como si nada.
Harry y Ron saltaron de sus asientos. En realidad,
deseaban tener un motivo para pelearse con Malfoy, pero la profesora
McGonagall, que detectaba problemas más rápido que ningún otro profesor del
colegio, ya estaba allí.
—Minnie huele los problemas
—comentaron los merodeadores.
—¿Qué sucede?
—Malfoy me ha quitado mi Recordadora, profesora.
Con aire ceñudo, Malfoy dejó rápidamente la
Recordadora sobre la mesa.
—Sólo la miraba —dijo, y se alejó, seguido por
Crabbe y Goyle.
—Y ahí se le acabo la valentía… —dijo
James.
—Por algo está en Slytherin —dijo
como toda respuesta Sirius.
Aquella tarde, a las tres y media, Harry, Ron y los
otros Gryffindors bajaron corriendo los escalones delanteros, hacia el parque,
para asistir a su primera clase de vuelo. Era un día claro y ventoso. La hierba
se agitaba bajo sus pies mientras marchaban por el terreno inclinado en
dirección a un prado que estaba al otro lado del bosque prohibido, cuyos árboles
se agitaban tenebrosamente en la distancia.
Los Slytherins ya estaban allí, y también las
veinte escobas, cuidadosamente alineadas en el suelo. Harry había oído a Fred y
a George Weasley quejarse de las escobas del colegio, diciendo que algunas
comenzaban a vibrar si uno volaba muy alto, o que siempre volaban ligeramente
torcidas hacia la izquierda.
—Opino en que deberían comprar unas
nuevas —dijo Fred.
McGonagall miró severamente al
pelirrojo.
—Podrían a ver accidentes —George
salió en defensa de su gemelo.
Entonces llegó la profesora, la señora Hooch. Era
baja, de pelo canoso y ojos amarillos como los de un halcón.
—Bueno, ¿qué estáis esperando? —bramó—. Cada uno al
lado de una escoba. Vamos, rápido.
Harry miró su escoba. Era vieja y algunas de las ramitas
de paja sobresalían formando ángulos extraños.
—Creo que si deberíamos comprar
nuevas escobas, Dumbledore —dijo la profesora de Transformaciones al escuchar
la descripción de ciertas escobas.
—Sí, tienes razón Minerva —aceptó
Dumbledore.
—Extended la mano derecha sobre la escoba —les
indicó la señora Hooch— y decid «arriba».
—¡ARRIBA! —gritaron todos.
La escoba de Harry saltó de inmediato en sus manos (Los merodeadores sonrieron, pero definitivamente James
estaba muy orgulloso del logro de su hijo), pero fue uno de los pocos
que lo consiguió. La de Hermione Granger no hizo más que rodar por el suelo y
la de Neville no se movió en absoluto. «A lo mejor las escobas saben, como los
caballos, cuándo tienes miedo», pensó Harry, y había un temblor en la voz de
Neville que indicaba, demasiado claramente, que deseaba mantener sus pies en la
tierra.
—Nunca fui muy bueno para volar
—confesó Neville, y su madre le sonrió dulcemente.
Luego, la señora Hooch les enseñó cómo montarse en
la escoba, sin deslizarse hasta la punta, y recorrió la fila, corrigiéndoles la
forma de sujetarla. Harry y Ron se alegraron muchísimo cuando la profesora dijo
a Malfoy que lo había estado haciendo mal durante todos esos años.
—Gracias, padre, a ti te debo no
haber sabido volar bien durante años —dijo Draco con ironía.
Todos rieron por el comentario del
rubio —los merodeadores y los gemelos Weasley no podían creer que Draco hubiera
dicho eso, y el más sorprendido era Sirius— el único que no reía era Lucius,
quien miraba a su hijo con enojo.
—Ahora, cuando haga sonar mi silbato, dais una
fuerte patada —dijo la señora Hooch—. Mantened las escobas firmes, elevaos un
metro o dos y luego bajad inclinándoos suavemente. Preparados… tres… dos…
Pero Neville, nervioso y temeroso de quedarse en tierra,
dio la patada antes de que sonara el silbato.
—¡Vuelve, muchacho! —gritó, pero Neville subía en
línea recta, como el corcho de una botella… Cuatro metros… seis metros… Harry
le vio la cara pálida y asustada, mirando hacia el terreno que se alejaba, lo
vio jadear; deslizarse hacia un lado de la escoba y…
—¿Qué sucedió? —preguntó Alice,
alarmada; tan pálida como lo estuvo Neville cuando por primera vez monto una
escoba.
BUM… Un ruido horrible y Neville quedó tirado en la
hierba. Su escoba seguía subiendo, cada vez más alto, hasta que comenzó a
torcer hacia el bosque prohibido y desapareció de la vista.
La señora Hooch se inclinó sobre Neville, con el
rostro tan blanco como el del chico.
—¿Te lastimaste mucho? —preguntó
Alice.
—No mucho —respondió Neville, sin
mirar a su madre.
—La muñeca fracturada —la oyó murmurar Harry—.
Vamos, muchacho… Está bien… A levantarse.
—¿La muñeca fracturada? —ahora
preguntaron ambos padres de Neville.
—Está bien, ahora —tranquilizó el
chico, moviendo su muñeca.
Se volvió hacia el resto de la clase.
—No debéis moveros mientras llevo a este chico a la
enfermería. Dejad las escobas donde están o estaréis fuera de Hogwarts más
rápido de lo que tardéis en decir quidditch. Vamos, hijo.
—No creo que se queden tranquilos
—comentaron al unisonó los gemelos Prewett.
Neville, con la cara surcada de lágrimas y
agarrándose la muñeca, cojeaba al lado de la señora Hooch, que lo sostenía.
Casi antes de que pudieran marcharse, Malfoy ya se
estaba riendo a carcajadas.
—¿Habéis visto la cara de ese gran zoquete?
Los otros Slytherins le hicieron coro.
—Malditos mocosos idiotas —susurró
Alice.
—¡Cierra la boca, Malfoy! —dijo Parvati Patil en
tono cortante.
—Oh, ¿estás enamorada de Longbottom? —dijo Pansy
Parkinson, una chica de Slytherin de rostro duro—. Nunca pensé que te podían
gustar los gorditos llorones, Parvati.
Alice fulminó con la mirada a la
pelinegra, y Pansy no bajo la mirada, y se mostró segura, pero por dentro se
sentía mal por haberse burlado de Longbottom, pero solo era una niña en ese
tiempo se burlaba de la gente para agradarle a Draco.
—¡Mirad! —dijo Malfoy, agachándose y recogiendo
algo de la hierba—. Es esa cosa estúpida que le mandó la abuela a Longbottom.
La Recordadora brillaba al sol cuando la cogió.
—Trae eso aquí, Malfoy —dijo Harry con calma. Todos
dejaron de hablar para observarlos.
—Me parce muy bien que Harry defienda
las cosas de sus amigos —dijo orgullosamente Lily.
—Pero también se va armar una buena
pelea, pelirroja —dijo Sirius emocionado.
—Eso es lo único que le importa
—Remus respondió a la pregunta silenciosa de Lily.
Malfoy sonrió con malignidad.
—Creo que voy a dejarla en algún sitio para que
Longbottom la busque… ¿Qué os parece… en la copa de un árbol?
—¡Tráela aquí! —rugió Harry, pero Malfoy había
subido a su escoba y se alejaba. No había mentido, sabía volar. Desde las ramas
más altas de un roble lo llamó:
—¡Ven a buscarla, Potter!
Harry cogió su escoba.
—¡No! —gritó Hermione Granger—. La señora Hooch
dijo que no nos moviéramos. Nos vas a meter en un lío.
—Que entrometida es esa castaña —dijo
Sirius, con cierto enojo.
Remus miró serio a Sirius.
—Pues debería hacerle caso, o se
meterá en problemas —alegó el licántropo.
—Muy bien hecho, Remus, defiende y
sigue defendiendo a Hermione —dijo George.
Remus miró confundido al gemelo.
Lily no pasó desapercibido ese
comentario, puesto que no era la primera vez que lo escuchaba.
¿Por qué querrá que la defienda
tanto?, se preguntaba Lily.
Harry no le hizo caso. Le ardían las orejas. Se
montó en su escoba, pegó una fuerte patada y subió. El aire agitaba su pelo y
su túnica, silbando tras él y, en un relámpago de feroz alegría, se dio cuenta
de que había descubierto algo que podía hacer sin que se lo enseñaran. Era
fácil, era maravilloso. Empujó su escoba un poquito más, para volar más alto (No se puede negar que es mi hijo, susurró James
orgulloso), y oyó los gritos y gemidos de las chicas que lo miraban
desde abajo, y una exclamación admirada de Ron.
Dirigió su escoba para enfrentarse a Malfoy en el
aire. Éste lo miró asombrado.
—¡Déjala —gritó Harry— o te bajaré de esa escoba!
—Ah, ¿sí? —dijo Malfoy, tratando de burlarse, pero
con tono preocupado.
Harry sabía, de alguna manera, lo que tenía que
hacer. Se inclinó hacia delante, cogió la escoba con las dos manos y se lanzó sobre
Malfoy como una jabalina. Malfoy pudo apartarse justo a tiempo, Harry dio la
vuelta y mantuvo firme la escoba. Abajo, algunos aplaudían.
—Vaya —exclamó Remus—, será un gran
jugador cuando pueda entrar al equipo en su segundo año.
—Por supuesto que sí, Lunático, mi
hijo será el mejor —alegó James.
—Impresionante —se dejó escuchar la
voz de McGonagall.
Los chicos del futuro, se morían por
saber la reacción de los merodeadores al enterare que Harry no tuvo que esperar
hasta su segundo año para entrar en el equipo.
—Aquí no están Crabbe y Goyle para salvarte, Malfoy
—exclamó Harry.
Parecía que Malfoy también lo había pensado.
—¡Atrápala si puedes, entonces! —gritó. Giró la
bola de cristal hacia arriba y bajó a tierra con su escoba.
Harry vio, como si fuera a cámara lenta, que la
bola se elevaba en el aire y luego comenzaba a caer. Se inclinó hacia delante y
apuntó el mango de la escoba hacia abajo. Al momento siguiente, estaba ganando
velocidad en la caída, persiguiendo a la bola, con el viento silbando en sus
orejas mezclándose con los gritos de los que miraban. Extendió la mano y, a
unos metros del suelo, la atrapó, justo a tiempo para enderezar su escoba y
descender suavemente sobre la hierba, con la Recordadora a salvo.
Todos los del pasado estaban sorprendidos
por la hazaña del futuro Potter.
—¡Será un gran buscador! —exclamaron
a coro los merodeadores.
—Ese es mi hijo —celebró James.
—Heredo tu talento, Cornamenta —dijo
Sirius.
—Y no saben cuánto —dijeron los
gemelos Weasley.
—¡HARRY POTTER!
Su corazón latió más rápido que nunca. La profesora
McGonagall corría hacia ellos. Se puso de pie, temblando.
—Nunca… en todo mis años en Hogwarts…
—Minnie, no regañe a mi hijo, no se
da cuenta que esta ante el nuevo futuro buscador de quidditch —defendió James.
—Y que eso no le quede ninguna duda
—susurró Neville.
La profesora McGonagall estaba casi muda de la
impresión, y sus gafas centelleaban de furia.
—¿Cómo te has atrevido…? Has podido romperte el
cuello…
—Parece que está más preocupada que
enojada —notó Remus, y James se relajó.
—No fue culpa de él, profesora…
—Silencio, Parvati.
—Pero Malfoy…
—Ya es suficiente, Weasley. Harry Potter, ven
conmigo.
—Profesora, no debería ser tan dura
con mi hijo, además él solo lo hizo para… —las réplicas de James se vieron silenciadas
por los gemelos.
—Señor Potter, deje que la profesora
se lleve a Harry… —empezó Fred.
—… estoy seguro que le dará lo que se
merece —continuó George, para luego reír con su gemelo.
Los merodeadores miraron sorprendidos
a los gemelos, puesto que se suponía que ellos estaban a favor de Harry y no en
su contra.
En aquel momento, Harry pudo ver el aire triunfal
de Malfoy, Crabbe y Goyle, mientras andaba inseguro tras la profesora
McGonagall, de vuelta al castillo. Lo iban a expulsar; lo sabía. Quería decir
algo para defenderse, pero no podía controlar su voz. La profesora McGonagall
andaba muy rápido, sin siquiera mirarlo. Tenía que correr para alcanzarla. Esta
vez sí que lo había hecho. No había durado ni dos semanas. En diez minutos
estaría haciendo su maleta. ¿Qué dirían los Dursley cuando lo vieran llegar a
la puerta de su casa?
—Nada, porque no regresará
—susurraron los gemelos.
Subieron por los peldaños delanteros y después por
la escalera de mármol. La profesora McGonagall seguía sin hablar. Abría puertas
y andaba por los pasillos, con Harry corriendo tristemente tras ella. Tal vez
lo llevaba ante Dumbledore. Pensó en Hagrid, expulsado, pero con permiso para
quedarse como guardabosque. Quizá podría ser el ayudante de Hagrid. Se le
revolvió el estómago al imaginarse observando a Ron y los otros convirtiéndose
en magos, mientras él andaba por ahí, llevando la bolsa de Hagrid.
—Que imaginación —comentó Andrómeda.
—Aunque con lo asustado que esta,
cualquiera pensaría lo peor —dijo Remus.
La profesora McGonagall se detuvo ante un aula.
Abrió la puerta y asomó la cabeza.
—Discúlpeme, profesor Flitwick. ¿Puedo llevarme a
Wood un momento?
«¿Wood? —pensó Harry aterrado—. ¿Wood sería el
encargado de aplicar los castigos físicos?»
—Sí, Wood es el que se encarga de
castigarnos —afirmaron los gemelos Weasley, poniendo una cara de verdadero
terror.
Todos los del pasado miraron
sorprendidos, pero los del futuro solo rodaron los ojos por las payasadas de
Fred y George.
—Señores Weasley, no creo que en
Hogwarts admitamos esos castigos tan… primitivos —aclaró McGonagall.
—No haga caso a las tonterías de mis
hermanos, profesora —dijo Percy.
Pero Wood era sólo un muchacho corpulento de quinto
año, que salió de la clase de Flitwick con aire confundido.
—Seguidme los dos —dijo la profesora McGonagall.
Avanzaron por el pasillo, Wood mirando a Harry con curiosidad.
—Aquí.
La profesora McGonagall señaló un aula en la que
sólo estaba Peeves, ocupado en escribir groserías en la pizarra.
—¡Fuera, Peeves! —dijo con ira la profesora.
Peeves tiró la tiza en un cubo y se marchó
maldiciendo. La profesora McGonagall cerró la puerta y se volvió para encararse
con los muchachos.
—Potter, éste es Oliver Wood. Wood, te he
encontrado un buscador.
—¡¿Qué?! —exclamó Snape indignado—.
¿No lo castigara?
—Tú cállate, Quijicus —dijeron a la
vez los merodeadores, hasta Remus lo llamo por su apodo, y eso que casi nunca
lo hacía, pero ahora estaba emocionado porque Harry seria el próximo buscador.
—¿Será un buscador? ¿En su primer
año? —preguntó James—, ¡SÍ! —gritó emocionado luego.
—Eso es genial —dijo Remus, igual de
emocionado que James.
—Lo que dije, el pequeño Cornamenta,
heredero tu talento, Cornamenta —aseguró Sirius.
—Eso sí que no me lo esperaba —dijo
Lily sorprendida.
—¡TE AMAMOS, MINNIE! —gritaron los
merodeadores.
McGonagall se sonrojó levente y
Dumbledore sonrió.
—Calma, calma, señores —les ordenó la
profesora, antes que armaran algún alboroto.
La expresión de intriga de Wood se convirtió en
deleite.
—¿Está segura, profesora?
—Totalmente —dijo la profesora con vigor—. Este
chico tiene un talento natural. Nunca vi nada parecido. ¿Ésta ha sido tu
primera vez con la escoba, Potter?
Harry asintió con la cabeza en silencio. No tenía
una explicación para lo que estaba sucediendo, pero le parecía que no lo iban a
expulsar y comenzaba a sentirse más seguro.
—Atrapó esa cosa con la mano, después de un vuelo
de quince metros —explicó la profesora a Wood—. Ni un rasguño. Charlie Weasley
no lo habría hecho mejor.
—Ya lo creo —dijo Charlie Weasley,
sonriendo.
Wood parecía pensar que todos sus sueños se habían
hecho realidad.
—¿Alguna vez has visto un partido de quidditch,
Potter? —preguntó excitado.
—Wood es el capitán del equipo de Gryffindor
—aclaró la profesora McGonagall.
—Ya ven porque decía que Wood era el
que se encargaba de los castigos —dijo Fred.
—Sí, el muy malvado nos hacía
levantarnos de madrugada para entrenar —agregó George.
—Y tiene el cuerpo indicado para ser buscador —dijo
Wood, paseando alrededor de Harry y observándolo con atención—. Ligero, veloz…
Vamos a tener que darle una escoba decente, profesora, una Nimbus 2.000 o una
Cleansweep 7.
—¿Nimbus 2000? —preguntaron los
merodeadores.
—En esta época todavía no existe ese
modelo —contestó Charlie.
—¿Y qué tan veloces son? —preguntaron
James y Sirius, y en sus ojos se podía ver la excitación por obtener una escoba
como esa.
—Oh, por favor nadie le conteste,
porque si no nunca acabaremos de leer los libros, porque cuando este par se
pone hablar de quidditch o de escobas demoran una eternidad —dijo Lily.
—Lily/pelirroja —se quejaron James y
Sirius.
—Hablaré con el profesor Dumbledore para ver si
podemos suspender la regla del primer año. Los cielos saben que necesitamos un
equipo mejor que el del año pasado. Fuimos aplastados por Slytherin en ese
último partido. No pude mirar a la cara a Severus Snape en varias semanas…
—¡¿Qué?! —gritaron James y Sirius,
parecían bastante sorprendidos.
Severus Snape desde su mesa sonría
con triunfo a los merodeadores.
—No puede ser verdad —dijo James.
—Al parecer sí —susurró Remus.
La profesora McGonagall observó con severidad a
Harry, por encima de sus gafas.
—Quiero oír que te entrenas mucho, Potter, o
cambiaré de idea sobre tu castigo.
Luego, súbitamente, sonrió.
—Tu padre habría estado orgulloso —dijo—. Era un
excelente jugador de quidditch.
—Por supuesto que estoy orgulloso
—confesó James—, y gracias por decir que soy un excelente jugador, Minnie —le
sonrió picardía a la profesora.
Minerva por alto que la llamara «Minnie»
por esa vez y le sonrió ligeramente al pelinegro.
—Es una broma.
Era la hora de la cena. Harry había terminado de
contarle a Ron todo lo sucedido cuando dejó el parque con la profesora
McGonagall. Ron tenía un trozo de carne y pastel de riñón en el tenedor; pero
se olvidó de llevárselo a la boca.
—Milagro —dijeron los gemelos
Weasley, a la vez que sonreían, sus hermanos y Neville también sonrieron al
recordar la manera de comer del varón menor de los Weasley.
—¿Buscador? —dijo—. Pero los de primer año nunca…
Serías el jugador más joven en…
—Un siglo —terminó Harry, metiéndose un trozo de
pastel en la boca. Tenía muchísima hambre después de toda la excitación de la
tarde—. Wood me lo dijo.
Ron estaba tan sorprendido e impresionado que se
quedó mirándolo boquiabierto.
—Tengo que empezar a entrenarme la semana que viene
—dijo Harry—. Pero no se lo digas a nadie, Wood quiere mantenerlo en secreto.
—Fue un secreto a voces —contó
Neville.
Fred y George Weasley aparecieron en el comedor;
vieron a Harry y se acercaron rápidamente.
—Bien hecho —dijo George en voz baja—. Wood nos lo
contó. Nosotros también estamos en el equipo. Somos golpeadores.
—Genial, yo también soy golpeador
—contó Sirius.
—Te lo aseguro, vamos a ganar la copa de quidditch
este curso —dijo Fred—. No la ganamos desde que Charlie se fue, pero el
equipo de este año será muy bueno. Tienes que hacerlo bien, Harry. Wood casi
saltaba cuando nos lo contó.
—Bueno, tenemos que irnos. Lee Jordan cree que ha
descubierto un nuevo pasadizo secreto, fuera del colegio.
—Seguro que es el que hay detrás de la estatua de
Gregory Smarmy, que nosotros encontramos en nuestra primera semana.
—¿Lo encontraron en su primera
semana? —preguntaron los merodeadores y los gemelos sonrieron orgullosos de sus
logros.
Los merodeadores intercambiaron miraras,
cada vez sospechaban más de que Fred y George tenían el mapa del merodeador.
Fred y George acababan de desaparecer, cuando se
presentaron unos visitantes mucho menos agradables. Malfoy, flanqueado por
Crabbe y Goyle.
—¿Comiendo la última cena, Potter? ¿Cuándo coges el
tren para volver con los muggles?
—Eres mucho más valiente ahora que has vuelto a
tierra firme y tienes a tus «amiguitos» —dijo fríamente Harry. Por supuesto que
en Crabbe y Goyle no había nada que justificara el diminutivo, pero como la Mesa
Alta estaba llena de profesores, no podían hacer más que crujir los nudillos y
mirarlo con el ceño fruncido.
—Así se habla, hijo —celebró James.
—¡James! —lo regañó Lily—, no sería
nada bueno que Harry se metiera en problemas y más en el mismo día del primero.
—Pero lo están provocando, pelirroja
—Lily le dedicó una mirada seria a Sirius, y este ya no dijo más nada.
—Yo creo que Harry si se metió en
problemas —Lily, James y Sirius miraron a Remus por lo que dijo—, recuerden que
el capítulo se llama “El duelo a media noche”.
—Nos veremos cuando quieras —dijo Malfoy—. Esta
noche, si quieres. Un duelo de magos. Sólo varitas, nada de contacto. ¿Qué
pasa? Nunca has oído hablar de duelos de magos, ¿verdad?
—Por supuesto que sí —dijo Ron, interviniendo—. Yo
soy su segundo. ¿Cuál es el tuyo?
—¿Ron también? —preguntó Molly.
—Los estaba molestando, madre
—defendió Percy, sorprendiendo a sus hermanos—, además a donde va Harry va Ron
—concluyó.
Aun así Lily Molly no estaban muy
convencidas de que sus hijos se metieran en problemas, aunque los estén
molestando. Simplemente no les deberían de hacer caso, era el pensamiento de
las dos pelirrojas.
Malfoy miró a Crabbe y Goyle, valorándolos.
—Crabbe —respondió—. A medianoche, ¿de acuerdo? Nos
encontraremos en el salón de los trofeos, nunca se cierra con llave.
Cuando Malfoy se fue, Ron y Harry se miraron.
—¿Qué es un duelo de magos? —preguntó Harry—. ¿Y
qué quiere decir que seas mi segundo?
—Bueno, un segundo es el que se hace cargo, si te
matan —dijo Ron sin darle importancia. Al ver la expresión de Harry, añadió
rápidamente—: Pero la gente sólo muere en los duelos reales, ya sabes, con
magos de verdad. Lo máximo que podéis hacer Malfoy y tú es mandaros chispas uno
al otro. Ninguno sabe suficiente magia para hacer verdadero daño. De todos
modos, seguro que él esperaba que te negaras.
—¿Y si levanto mi varita y no sucede nada?
—Pues lo tiras y le das de puñetazos,
a lo muggle —dijo Sirius, ganándose una sonrisa de sus amigos y una mirada
asesina de Lily.
—La tiras y le das un puñetazo en la nariz —le
sugirió Ron.
Algunos rieron por la similitud de
palabras.
—Disculpad.
Los dos miraron. Era Hermione Granger.
—Otra vez la entrometida —se quejó
Sirius.
—Hermione es la mejor amiga de Harry
y Ron —defendió Neville.
—Aunque por esos días no se llevaban
muy bien —aceptó George.
—¿No se puede comer en paz en este lugar? —dijo
Ron.
Hermione no le hizo caso y se dirigió a Harry
—No pude dejar de oír lo que tú y Malfoy estabais
diciendo…
—No esperaba otra cosa —murmuró Ron.
—… y no debes andar por el colegio de noche. Piensa
en los puntos que perderás para Gryffindor si te atrapan, y lo harán. La verdad
es que es muy egoísta de tu parte.
Lily y Molly asintieron estando de
acuerdo con Hermione.
—Y la verdad es que no es asunto tuyo —respondió
Harry.
—Ese niño me va escuchar, esa no es
forma de hablarle a una chica —murmuraba Lily.
—Adiós —añadió Ron.
De todos modos, pensó Harry, aquello no era lo que
llamaría un perfecto final para el día. Estaba acostado, despierto, oyendo
dormir a Seamus y a Dean (Neville no había regresado de la enfermería). Ron
había pasado toda la velada dándole consejos del tipo de: «Si trata de
maldecirte, será mejor que te escapes, porque no recuerdo cómo se hace para
pararlo» (Que ánimos le da, dijeron sarcásticamente
los gemelos Prewett). Tenían grandes probabilidades de que los atraparan
Filch o la Señora Norris, y Harry sintió que estaba abusando de su
suerte al transgredir otra regla del colegio en un mismo día. Por otra parte,
el rostro burlón de Malfoy se le aparecía en la oscuridad, y aquélla era la
gran oportunidad de vencerlo frente a frente. No podía perderla.
—Y una oportunidad como esa nunca se
desperdicia —dijo Sirius. Y desde su mesa Draco le sonrió arrogantemente.
—¡Sirius! —regañó Lily, pero no le
prestó atención, puesto que estaba estudiando la actitud del rubio. Le
confundía, por ratos parecía ser todo un Slytherin y otras veces parecía que
quería molestar a su padre, como había hecho hace un momento.
—Once y media —murmuró finalmente Ron—. Mejor nos vamos
ya.
Se pusieron las batas, cogieron sus varitas y se
lanzaron a través del dormitorio de la torre. Bajaron la escalera de caracol y
entraron en la sala común de Gryffindor. Todavía brillaban algunas brasas en la
chimenea, haciendo que todos los sillones parecieran sombras negras. Ya casi
habían llegado al retrato, cuando una voz habló desde un sillón cercano.
—No puedo creer que vayas a hacer esto, Harry.
Una luz brilló. Era Hermione Granger; con el rostro
ceñudo y una bata rosada.
—Insisto, esa castaña es una
entrometida —dijo Sirius.
—Ya basta, Sirius —dijo Remus—, tal
vez le deberían de hacer caso —agregó.
Lily le agradeció con la mirada a
Remus, este simplemente asintió con la cabeza ligeramente.
—¡Tú! —dijo Ron furioso—. ¡Vuelve a la cama!
—Estuve a punto de decírselo a tu hermano —contestó
enfadada Hermione—. Percy es el prefecto y puede deteneros.
—¿Y desde cuando nosotros o Ron le
hacemos caso a Percy? —dijeron los gemelos. Mientras Percy los miraba con el
ceño fruncido.
Harry no podía creer que alguien fuera tan
entrometido.
Sirius asintió estando de acuerdo con
Harry.
—Vamos —dijo a Ron. Empujó el retrato de la Dama
Gorda y se metió por el agujero.
Hermione no iba a rendirse tan fácilmente. Siguió a
Ron a través del agujero, gruñendo como una gansa enfadada.
—No os importa Gryffindor; ¿verdad? Sólo os importa
lo vuestro. Yo no quiero que Slytherin gane la copa de las casas y vosotros
vais a perder todos los puntos que yo conseguí de la profesora McGonagall por
conocer los encantamientos para cambios.
—Igual a ti, Lunático —comentó Sirius
con picardía.
Lupin le dio un golpe en la cabeza.
Sirius se quejó, pero no dejo de sonreír.
—Vete.
—Muy bien, pero os he avisado. Recordad todo lo que
os he dicho cuando estéis en el tren volviendo a casa mañana. Sois tan…
Pero lo que eran no lo supieron. Hermione había
retrocedido hasta el retrato de la Dama Gorda, para volver; y descubrió que la
tela estaba vacía. La Dama Gorda se había ido a una visita nocturna y Hermione
estaba encerrada, fuera de la torre de Gryffindor.
—¿Y ahora qué voy a hacer? —preguntó con tono
agudo.
—Las únicas opciones que tienes, es
acompañarlos y correr el riesgo de que Filch los encuentre, o quedarse ahí a
esperar hasta que la señora gorda regrese, y correr el riesgo de que Filch la encuentre
fuera de su sala común a esa horas de la noche —dijo Andrómeda—, aunque en las
dos opciones Filch siempre estará presente.
—Tiene razón, señora Tonks —dijo
Neville—, por eso escogimos la primera.
—¿Cómo que escogieron la primera?
¿Acaso tú también estabas con ellos? —preguntó Alice.
Los merodeadores sonrieron.
—Ya sabrás bien como pasaron las
cosas —fue la única respuesta que dio Neville.
—Ése es tu problema —dijo Ron—. Nosotros tenemos
que irnos o llegaremos tarde.
No habían llegado al final del pasillo cuando
Hermione los alcanzó.
—Voy con vosotros —dijo.
—No lo harás.
—¿No creeréis que me voy a quedar aquí, esperando a
que Filch me atrape? Si nos encuentra a los tres, yo le diré la verdad, que
estaba tratando de deteneros, y vosotros me apoyaréis.
—¿En serio dijo eso? —preguntó Lupin
y Moody asintió.
—Eres una caradura —dijo Ron en voz alta.
—Callaos los dos —dijo Harry en tono cortante—. He
oído algo.
Era una especie de respiración.
—¿La Señora Norris? —resopló Ron, tratando
de ver en la oscuridad.
No era la Señora Norris. Era Neville. Estaba
enroscado en el suelo, medio dormido, pero se despertó súbitamente al oírlos.
—¿Qué hacías ahí? —preguntó Frank a
su hijo.
—Se me había olvidado la contraseña
—contestó Neville.
—¡Gracias a Dios que me habéis encontrado! Hace
horas que estoy aquí. No podía recordar el nuevo santo y seña para irme a la
cama.
—No hables tan alto, Neville. El santo y seña es
«hocico de cerdo», pero ahora no te servirá, porque la Dama Gorda se ha ido no
sé dónde.
—¿Cómo está tu muñeca? —preguntó Harry.
—Bien —contestó, enseñándosela—. La señora Pomfrey
me la arregló en un minuto.
—Bueno, mira, Neville, tenemos que ir a otro sitio.
Nos veremos más tarde…
—¡No me dejéis! —dijo Neville, tambaleándose—. No
quiero quedarme aquí solo. El Barón Sanguinario ya ha pasado dos veces.
—Cuanto más sean… —empezó Gideon.
—… más difícil será pasar
desapercibidos —terminó Fabian.
Ron miró su reloj y luego echó una mirada furiosa a
Hermione y Neville.
—Si nos atrapan por vuestra culpa, no descansaré
hasta aprender esa Maldición de los Demonios, de la que nos habló Quirrell, y
la utilizaré contra vosotros.
—Creo que todavía no se la aprende
—bromearon los gemelos, pero eso no le pareció gracioso a su madre, que los
miraba con el ceño fruncido.
Hermione abrió la boca, tal vez para decir a Ron
cómo utilizar la Maldición de los Demonios, pero Harry susurró que se callara y
les hizo señas para que avanzaran.
—Esa fue la primera aventura del trío
de oro, y yo los acompañe —contó Neville, sonriendo.
—¿Trío de oro? —preguntaron los
merodeadores, Lily, los gemelos Prewett, Molly y Arthur.
—Así se les conoce a Potter, Weasley
y… Granger —contestó Draco.
—Vaya, así que son famosos, como
nosotros —dijo Sirius señalando a James, Remus y luego a el mismo.
—Son más famosos que ustedes —dijo
Neville.
Se deslizaron por pasillos iluminados por el claro
de luna, que entraba por los altos ventanales. En cada esquina, Harry esperaba
chocar con Filch o la Señora Norris, pero tuvieron suerte. Subieron
rápidamente por una escalera hasta el tercer piso y entraron de puntillas en el
salón de los trofeos.
Malfoy y Crabbe todavía no habían llegado. Las
vitrinas con trofeos brillaban cuando las iluminaba la luz de la luna. Copas,
escudos, bandejas y estatuas, oro y plata reluciendo en la oscuridad. Fueron
bordeando las paredes, vigilando las puertas en cada extremo del salón. Harry
empuñó su varita, por si Malfoy aparecía de golpe. Los minutos pasaban.
—Se está retrasando, tal vez se ha acobardado
—susurró Ron.
—Un Malfoy nunca se acobarda —dijo
Lucius.
—Pero puede que le haya puesto una
trampa a Harry —tanteó Lupin.
Draco miró a su futuro profesor de
DCAO sorprendido de que haya acertado.
—Lunático tiene razón —dijeron James
y Sirius.
Entonces un ruido en la habitación de al lado los
hizo saltar. Harry ya había levantado su varita cuando oyeron unas voces. No
era Malfoy.
—Olfatea por ahí, mi tesoro. Pueden estar
escondidos en un rincón.
—Es Filch —dijeron algunos.
Era Filch, hablando con la Señora Norris.
Aterrorizado, Harry gesticuló salvajemente para que los demás lo siguieran lo
más rápido posible. Se escurrieron silenciosamente hacia la puerta más alejada
de la voz de Filch. Neville acababa de pasar, cuando oyeron que Filch entraba
en el salón de los trofeos.
—Tienen que estar en algún lado —lo oyeron
murmurar—. Probablemente se han escondido.
—¡Por aquí! —señaló Harry a los otros y, aterrados,
comenzaron a atravesar una larga galería, llena de armaduras. Podían oír los
pasos de Filch, acercándose a ellos. Súbitamente, Neville dejó escapar un
chillido de miedo y empezó a correr, tropezó, se aferró a la muñeca de Ron y se
golpearon contra una armadura.
Los ruidos eran suficientes para despertar a todo
el castillo.
—¿Los descubrieron? —preguntaron los
merodeadores.
—No —contestó Neville—, y todo
gracias a Hermione.
—¡CORRED! —exclamó Harry, y los cuatro se lanzaron
por la galería, sin darse la vuelta para ver si Filch los seguía. Pasaron por
el quicio de la puerta y corrieron de un pasillo a otro, Harry delante, sin
tener ni idea de dónde estaban o adónde iban. Se metieron a través de un tapiz
y se encontraron en un pasadizo oculto, lo siguieron y llegaron cerca del aula
de Encantamientos, que sabían que estaba a kilómetros del salón de trofeos.
—Creo que lo hemos despistado —dijo Harry,
apoyándose contra la pared fría y secándose la frente. Neville estaba doblado
en dos, respirando con dificultad.
—Te… lo… dije —añadió Hermione, apretándose el
pecho—. Te… lo… dije.
—La frase preferida de nuestro amigo
Lunático —dijo Sirius, mientras que James asentía.
—No empieces, Sirius —advirtió Remus,
sabiendo a donde iba sus comparaciones.
—Tenemos que regresar a la torre Gryffindor —dijo
Ron— lo más rápido posible.
—Malfoy te engañó —dijo Hermione a Harry—. Te has
dado cuenta, ¿no? No pensaba venir a encontrarse contigo. Filch sabía que iba a
haber gente en el salón de los trofeos. Malfoy debió de avisarle.
—No hay duda de eso —dijeron los
merodeadores y los gemelos Prewett.
Draco no dijo nada, porque sabía que
tenían razón.
Harry pensó que probablemente tenía razón, pero no
iba a decírselo.
—Vamos.
No sería tan sencillo. No habían dado más de una
docena de pasos, cuando se movió un pestillo y alguien salió de un aula que
estaba frente a ellos.
Era Peeves. Los vio y dejó escapar un grito de alegría.
—Tendrán más problemas —dijo Charlie.
—Cállate, Peeves, por favor… Nos vas a delatar.
Peeves cacareó.
—¿Vagabundeando a medianoche, novatos? No, no, no.
Malitos, malitos, os agarrarán del cuellecito.
—No, si no nos delatas, Peeves, por favor.
—Debo decírselo a Filch, debo hacerlo —dijo Peeves,
con voz de santurrón, pero sus ojos brillaban malévolamente—. Es por vuestro
bien, ya lo sabéis.
—Quítate de en medio —ordenó Ron, y le dio un golpe
a Peeves. Aquello fue un gran error.
—Sin duda cometieron un error —dijo
Remus—, y uno muy grande porque ahora se pondrá a gritar hasta atraer a Filch.
—¡ALUMNOS FUERA DE LA CAMA! —gritó Peeves—.
¡ALUMNOS FUERA DE LA CAMA, EN EL PASILLO DE LOS ENCANTAMIENTOS!
Pasaron debajo de Peeves y corrieron como para
salvar sus vidas, recto hasta el final del pasillo, donde chocaron contra una
puerta… que estaba cerrada.
—¡Estamos listos! —gimió Ron, mientras empujaban
inútilmente la puerta—. ¡Esto es el final!
—Neville, podrías decirme como es que
los ayudo la castaña a salir de ese embrollo —preguntó el animago.
—Con un hechizo —respondió Neville.
Podían oír las pisadas: Filch corría lo más rápido
que podía hacia el lugar de donde procedían los gritos de Peeves.
—Oh, muévete —ordenó Hermione. Cogió la varita de
Harry, golpeó la cerradura y susurró—: ¡Alohomora!
—Bueno, creo que al final si buena
idea que ella los acompañara —aceptó Sirius.
Remus negó con la cabeza.
El pestillo hizo un clic y la puerta se abrió. Pasaron
todos, la cerraron rápidamente y se quedaron escuchando.
—¿Adónde han ido, Peeves? —decía Filch—. Rápido,
dímelo.
—Di «por favor».
—No me fastidies, Peeves. Dime adónde fueron.
—No diré nada si me lo pides por favor —dijo
Peeves, con su molesta vocecita.
—Muy bien… por favor.
—¡NADA! Ja, ja. Te dije que no te diría nada si me
lo pedías por favor. ¡Ja, ja! —y oyeron a Peeves alejándose y a Filch
maldiciendo enfurecido.
Los merodeadores empezaron a reír.
—¿Ustedes de que se ríen? —preguntó
Lily y Andrómeda.
—Es que ese truco se lo enseñamos
nosotros —dijo James, señalando a Sirius, Remus y a el mismo.
—Genial —exclamaron los gemelos
Weasley.
—¿Usted también, señor Lupin?
—preguntó McGonagall.
—Eh… ah… —Remus no fue capaz de
responder.
—Claro, por eso es que somos tan
amigos —respondió Sirius.
—No se deje llevar por su carita de
ángel y su insignia de prefecto, Minnie —agregó James—, la mayor parte del
tiempo es él el que planea las bromas.
Para ese entonces Remus ya estaba muy
sonrojado, y no sabía dónde esconderse para no mirar a la cara a la profesora.
—Él cree que esta puerta está cerrada —susurro
Harry—. Creo que nos vamos a escapar. ¡Suéltame, Neville! —porque Neville le
tiraba de la manga desde hacía un minuto—. ¿Qué pasa?
Harry se dio la vuelta y vio, claramente, lo que
pasaba. Durante un momento, pensó que estaba en una pesadilla: aquello era
demasiado, después de todo lo que había sucedido.
—¿Qué pasa? ¿Qué es lo que vieron?
—preguntó Lily.
—Espero que no sea tan malo —opinó
Molly.
No estaban en una habitación, como él había
pensado. Era un pasillo. El pasillo prohibido del tercer piso. Y ya sabían por
qué estaba prohibido.
Todos estaban expectantes a la
respuesta.
Estaban mirando directamente a los ojos de un perro
monstruoso, un perro que llenaba todo el espacio entre el suelo y el techo.
Tenía tres cabezas, seis ojos enloquecidos, tres narices que olfateaban en
dirección a ellos y tres bocas chorreando saliva entre los amarillentos
colmillos.
—Es Fluffy —dijeron los merodeadores.
—¿Ustedes conocen a ese horrible
perro? —preguntó Alice.
—Sí, pero no es horrible, es muy
calmado —contó Sirius.
—Si lo sabes calmar —agregó Remus.
—Si no estás perdido —ahora habló
James.
Estaba casi inmóvil, con los seis ojos fijos en
ellos, y Harry supo que la única razón por la que no los había matado ya era
porque la súbita aparición lo había cogido por sorpresa. Pero se recuperaba
rápidamente: sus profundos gruñidos eran inconfundibles.
Harry abrió la puerta. Entre Filch y la muerte,
prefería a Filch.
—Yo también lo hubiera preferido
—dijeron los gemelos Prewett.
Retrocedieron y Harry cerró la puerta tras ellos.
Corrieron, casi volaron por el pasillo. Filch debía de haber ido a buscarlos a
otro lado, porque no lo vieron. Pero no les importaba: lo único que querían era
alejarse del monstruo. No dejaron de correr hasta que alcanzaron el retrato de
la Dama Gorda en el séptimo piso.
—¿Dónde os habíais metido? —les preguntó, mirando
sus rostros sudorosos y rojos y sus batas desabrochadas, colgando de sus
hombros.
—No importa… Hocico de cerdo, hocico de cerdo
—jadeó Harry, y el retrato se movió para dejarlos pasar. Se atropellaron para
entrar en la sala común y se desplomaron en los sillones.
Pasó un rato antes de que nadie hablara. Neville,
por otra parte, parecía que nunca más podría decir una palabra.
Todos miraron al chico del futuro, y
este se sonrojo al saberse observado.
—¿Qué pretenden, teniendo una cosa así encerrada en
el colegio? —dijo finalmente Ron—. Si algún perro necesita ejercicio, es ése.
Hermione había recuperado el aliento y el mal
carácter.
—¿Es que no tenéis ojos en la cara? —dijo
enfadada—. ¿No visteis lo que había debajo de él?
—¿El suelo? —tanteo James.
—¿El suelo? (James
sonrió al haber coincidido al hacer la misma pregunta que su hijo) —sugirió
Harry—. No miré sus patas, estaba demasiado ocupado observando sus cabezas.
—No, el suelo no. Estaba encima de una trampilla.
Es evidente que está vigilando algo.
—El paquete de la cámara setecientos
trece —Moody se interrumpió el mismo.
—Muy probablemente, Moody —aceptó
Dumbledore.
Se puso de pie, mirándolos indignada.
—Espero que estéis satisfechos. Nos podía haber
matado. O peor, expulsado. Ahora, si no os importa, me voy a la cama.
Ron la contempló boquiabierto.
—No, no nos importa —dijo— Nosotros no la hemos arrastrado,
¿no?
Pero Hermione le había dado a Harry algo más para
pensar, mientras se metía en la cama. El perro vigilaba algo… ¿Qué había dicho
Hagrid? Gringotts era el lugar más seguro del mundo para cualquier cosa que uno
quisiera ocultar… excepto tal vez Hogwarts.
Parecía que Harry había descubierto dónde estaba el
paquetito arrugado de la cámara setecientos trece.
—Aquí termina el capítulo —anunció
Moody.
—Bien, gracias, Moody —dijo
Dumbledore—, este fue otro gran capítulo, porque nos enteramos de más cosas…
—Solo falta averiguar qué es lo que
hay dentro del paquete —dijo Sirius.
—Muy buena pregunta, señor Black
—dijo Dumbledore—. Pero ahora, ¿Quién leerá el siguiente capítulo.
—Yo leeré, Dumbledore —se ofreció James.