Luego de que todos terminaran de
almorzar a Sirius aun le rondaba por la cabeza eso de que él conocía muy
bien a ese supuesto amigo que se
encargaba de preparar y servir la comida.
—¿Quién crees que sea? —preguntó
Sirius a su amigo James.
—¿Quién? —dijo este confundido por la
pregunta.
—Te refieres a ese «pequeño amigo»
que dijo Dumbledore —dijo Remus.
—Sí —contestó el ojigris.
—Respondiendo a tu pregunta anterior,
Canuto. Déjame decirte que no tengo la menor idea de quien pueda ser —dijo el
pelinegro.
—Pues si Dumbledore dijo que era un
pequeño amigo, que cocinaba, entonces yo creo que se trata de un elfo domestico
—comentó Lily metiéndose en la conversación de los merodeadores.
Remus pareció pensarlo bien y llego a
la misma conclusión que Lily.
—Lily tiene razón —dijo Remus haciendo
que Lily sonriera—, de quien más se podría tratar, más que de un elfo.
—Tal vez sea… Kreacher —James dudo al
mencionar el nombre de tan singular elfo.
Sirius soltó una gran carcajada
llamando la atención de todos.
—Por favor James, en serio Kreacher —Sirius
dejo de reír, para negar con la cabeza—, ese elfo no me soporta, aunque claro
el sentimiento es mutuo, y le es tan fiel a mi madre, que ahora que me escape
de esa casa por su estúpida manía sobre la pureza de la sangre, mi madre y
padre me negaron como hijo, ahora ese elfo me debe de odiar, así que dudo mucho
que Dumbledore se refiera a él.
—Pero podría ser —insistió Remus.
—No lo creo —determinó Sirius.
Dumbledore carraspeó llamando la
atención de todos los presentes.
—Ya habiendo terminado de almorzar,
entonces continuaremos leyendo los libros —hizo una pausa—, algún voluntario
—preguntó mirando la mesa donde se encontraban Snape y el matrimonio Malfoy.
Snape solo se hizo el desentendido,
Narcisa miraba a Dumbledore con curiosidad, y Lucius no ocultaba su mirada de
furia para con el director. Dumbledore solo sonrió como respuesta.
—Yo leeré el libro Dumbledore —se
ofreció Fabian Prewett luego de unos minutos en silencio.
Dumbledore le paso el libro al chico.
Fabian abrió el libro y encontró la
página donde debía empezar a leer.
—Bien —dijo—, el siguiente capítulo
se titula “El callejón Diagon”.
Todos se acomodaron en sus asientos
para escuchar atentamente el siguiente capítulo.
Harry se despertó temprano aquella mañana. Aunque
sabía que ya era de día, mantenía los ojos muy cerrados.
«Ha sido un sueño —se dijo con firmeza—. Soñé que
un gigante llamado Hagrid vino a decirme que voy a ir a un colegio de magos.
Cuando abra los ojos estaré en casa, en mi alacena.»
—Vaya, que pesimista es mini
Cornamenta —dijo Sirius—, ¿a quién te recuerda eso Lunático? —preguntó el
ojigris.
Lupin pareció pensarlos unos
segundos, para luego contestar:
—Uhm…, no lo sé —parecía pensarlo muy
bien—, ¡Ya sé! —tronó sus dedos medio y pulgar—, ese pesimismo me recuerda a
James.
Lupin y Canuto rieron, mientras que
su amigo pelinegro los miraba con enojo.
—Eso no es cierto se defendió.
—Oh, claro que sí —dijo entre risas
Lupin—, «Lily no quiso aceptar tener una cita conmigo» —imitó la voz de su
amigo pelinegro.
—«Me suicidaré, sí, me suicidaré y
para la próxima vez que le pida a Lily tener una cita conmigo y ella se niega,
juro que me suicidaré» —Sirius siguió imitando a su amigo—. Pero al otro día
veía a la pelirroja y se le olvidaba lo que había jurado, siempre era igual.
Lily sonrió al escuchar como Remus y
Sirius imitaban a su novio.
—No les creas nada Lily, ellos son
unos habladores —dijo James ligeramente sonrojado.
—No te preocupes, cielo, yo te creo
—mintió Lily.
—No le creas —dijeron al unisonó
Remus y Sirius.
Mientras James seguía defendiéndose,
Snape pensaba: «Ojala y se hubiera suicidado cuando Lily lo rechazaba».
Se produjo un súbito golpeteo.
«Y ésa es tía Petunia llamando a la puerta», pensó
Harry con el corazón abrumado. Pero todavía no abrió los ojos. Había sido un
sueño tan bonito…
—No ha sido un sueño, cariño —dijo
Lily con voz tierna.
James miró a Lily con ojos de
enamorado.
—Ya verás que cuando abras los ojos
completamente, veras que será un día estupendo —dijo James sonriendo.
Toc. Toc. Toc.
—Está bien —rezongó Harry—. Ya me levanto.
Se incorporó y se le cayó el pesado abrigo negro de
Hagrid. La cabaña estaba iluminada por el sol, la tormenta había pasado, Hagrid
estaba dormido en el sofá y había una lechuza golpeando con su pata en la
ventana, con un periódico en el pico.
Harry se puso de pie, tan feliz como si un gran
globo se expandiera en su interior. Fue directamente a la ventana y la abrió.
La lechuza bajó en picado y dejó el periódico sobre Hagrid, que no se despertó.
Entonces la lechuza se posó en el suelo y comenzó a atacar el abrigo de Hagrid.
—No hagas eso.
—Solo está buscando su paga por el
periódico —dijo Alice.
—Sí, pero el cachorro no lo sabe
—comentó Sirius.
—¿Cachorro? —preguntó Lily
sorprendida por cómo habían llamado a su hijo.
El ojigris se encogió de hombros.
—Es de cariño —objetó.
James y Remus solo sonrieron y Lily
rodo los ojos.
—Mejor le quedaría Cervatillo
—susurró Remus para sí.
Harry trató de apartar a la lechuza, pero ésta
cerró el pico amenazadoramente y continuó atacando el abrigo.
—¡Hagrid! —dijo Harry en voz alta—. Aquí hay una
lechuza…
—Págala —gruñó Hagrid desde el sofá.
—¿Qué?
—Quiere que le pagues por traer el periódico. Busca
en los bolsillos.
—Pobre de Harry… —dijo Fred.
—… sí, eso le llevara mucho tiempo
—terminó George.
El abrigo de Hagrid parecía hecho de bolsillos, con
contenidos de todo tipo: manojos de llaves, proyectiles de metal, bombones de
menta, saquitos de té… (¿Cuánto se habrá demorado
en encontrar las monedas en todos esos bolsillos?, preguntó Ted, los demás solo
se encogieron de hombros al no saber la respuesta) Finalmente Harry sacó un puñado de monedas de
aspecto extraño.
—Dale cinco knuts —dijo soñoliento Hagrid.
—¿Knuts?
—Son las pequeñas de bronce —explicó
Lily.
—Sí, pelirroja, pero no creo que el
libro te agradezca tu explicación —dijo Sirius.
Lily lo miró mal al ver al ojigris
sonriendo, y Remus pateó por debajo de la mesa evitando que dijera algo más.
—¡Ay! —se quejó—. ¿Por qué hiciste
eso Lunático?
—Por idiota —contestó el ojimiel.
—Te lo merecías —estuvo de acuerdo el
pelinegro.
—Claro a todos en contra del guapo
Sirius —dijo en tono ofendido.
Los gemelos Weasley y Prewett
sonrieron.
—Esas pequeñas de bronce.
Harry contó las cinco monedas y la lechuza extendió
la pata, para que Harry pudiera meter las monedas en una bolsita de cuero que
llevaba atada. Y salió volando por la ventana abierta.
Hagrid bostezó con fuerza, se sentó y se desperezó.
—Es mejor que nos demos prisa, Harry. Tenemos
muchas cosas que hacer hoy. Debemos ir a Londres a comprar todas las cosas del
colegio.
Harry estaba dando la vuelta a las monedas mágicas
y observándolas. Acababa de pensar en algo que le hizo sentir que el globo de
felicidad en su interior acababa de pincharse.
—Insisto lo pesimista lo heredo de ti
amigo —dijo Sirius.
James lo miró ofendido, pero no
comento nada.
—Mm… ¿Hagrid?
—¿Sí? —dijo Hagrid, que se estaba calzando sus
colosales botas.
—Yo no tengo dinero y ya oíste a tío Vernon anoche,
no va a pagar para que vaya a aprender magia.
—¿Qué? —exclamó James—. Pero acaso
creyó que lo dejaría sin nada para poder mantenerse en el futuro.
—Sí, ¿Cómo pudo pensar que no tenía
nada? —dijo Sirius—. Si la familia Potter es tan antigua con los Black y los…
Malfoy —el animago dijo con rencor el último apellido.
—Recuerden que Harry no sabía nada,
si apenas se había enterado de que era un mago, como quieren que sepan que
James le dejo una herencia —recordó Lupin.
—Remus tiene razón —dijo Lily, su
amigo le sonrió.
—No te preocupes por eso —dijo Hagrid, poniéndose
de pie y golpeándose la cabeza—. ¿No creerás que tus padres no te dejaron nada?
—Pero si su casa fue destruida…
—Yo no suelo guardar el oro en casa
—susurró James.
—¡Ellos no guardaban el oro en la casa, muchacho!
No, la primera parada para nosotros es Gringotts. El banco de los magos. Come
una salchicha, frías no están mal, y no me negaré a un pedacito de tu pastel de
cumpleaños.
—¿Los magos tienen bancos?
—Sólo uno. Gringotts. Lo dirigen los gnomos.
Harry dejó caer el pedazo de salchicha que le
quedaba.
—¡Sacrilegio! —dijeron los gemelos
Weasley a coro—, tirar la comida es sacrilegio.
—Estoy de acuerdo con ustedes —dijo
Sirius.
—Ay, Sirius, como tú eres un tragón,
que tiren la comida por casualidad te parece que es un pecado, hasta parece que
le has hecho a tu estómago un hechizo de extensión indetectable —dijo Remus.
James y Remus rieron.
—Que gracioso, Lunático —dijo el
ojigris.
—¿Gnomos?
—Ajá… Así uno tendría que estar loco para intentar
robarlos, puedo decírtelo. Nunca te metas con los gnomos, Harry. Gringotts es
el lugar más seguro del mundo para lo que quieras guardar, excepto tal vez
Hogwarts. Por otra parte, tenía que visitar Gringotts de todos modos. Por
Dumbledore. Asuntos de Hogwarts. —Hagrid se irguió con orgullo—. En general, me
utiliza para asuntos importantes. Buscarte a ti… sacar cosas de Gringotts... él
sabe que puede confiar en mí. ¿Lo tienes todo? Pues vamos.
—Me pregunto qué asunto es ese que le
mando a Hagrid —dijo Andrómeda.
Todos miraron a Dumbledore.
—Pues aún no lo sé, pero les
recomendaría que prestaran mucha atención a todo, hasta los más mínimos
detalles cuentan, recuérdenlo siempre —dijo el anciano director.
Todos asintieron.
Harry siguió a Hagrid fuera de la cabaña. El cielo
estaba ya claro y el mar brillaba a la luz del sol. El bote que tío Vernon
había alquilado todavía estaba allí, con el fondo lleno de agua después de la
tormenta.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Harry; mirando
alrededor, buscando otro bote.
—Volando —dijo Hagrid.
—¿Volando? —preguntaron los
merodeadores, les hacía raro ver a un hombre de su tamaño volando, bueno no
solo a ellos les parecía raro, sino también a todos.
—Aunque cuando fue a rescatar a Harry
fue volando —recordó Remus—, pero en esa ocasión fue en una moto…
—Mi moto —aclaró Sirius.
—Sí, sí Canuto —dijo James—, pero
ahora no ha mencionado ninguna moto.
—¿Volando?
—Sí… pero vamos a regresar en esto. No debo
utilizar la magia, ahora que ya te encontré.
Subieron al bote. Harry todavía miraba a Hagrid,
tratando de imaginárselo volando.
—Sin embargo, me parece una lástima tener que remar
—dijo Hagrid, dirigiendo a Harry una mirada de soslayo—. Si yo... apresuro las
cosas un poquito, ¿te importaría no mencionarlo en Hogwarts?
—No creo que le moleste, a un niño
que recién sabe de qué la magia existe de verdad, me imagino que estará muy
ansioso de ver a alguien practicándola —dijo Frank Longbottom.
—Sí, pero aun así Hagrid no debería
hacerlo —dijo McGonagall, tenía el ceño ligeramente fruncido.
Los gemelos ignoraron lo dicho por la
profesora.
—Vaya, nunca imaginamos a Hagrid
volando —dijo George.
—Qué te parece si cuando regresemos a
nuestra época, le pedimos a Hagrid que nos haga una demostración se vuelo —dijo
Fred y su gemelo asintió emocionado.
Minerva escuchaba los comentarios de
los gemelos. Y negaba con la cabeza.
—Por supuesto que no —respondió Harry, deseoso de
ver más magia. Hagrid sacó otra vez el paraguas rosado, dio dos golpes en el
borde del bote y salieron a toda velocidad hacia la orilla.
Frank sonrió al saber que lo que dijo
se cumplió.
—¿Por qué tendría que estar uno loco para intentar
robar en Gringotts? —preguntó Harry.
—Hechizos… encantamientos —dijo Hagrid, desdoblando
su periódico mientras hablaba—… Dicen que hay dragones custodiando las cámaras
de máxima seguridad (Bill Weasley sonrió
ligeramente). Y además, hay que saber encontrar el camino. Gringotts
está a cientos de kilómetros por debajo de Londres, ¿sabes? Muy por debajo del
metro. Te morirías de hambre tratando de salir, aunque hubieras podido robar
algo.
Harry permaneció sentado pensando en aquello,
mientras Hagrid leía su periódico, El Profeta. Harry había aprendido de
su tío Vernon que a las personas les gustaba que las dejaran tranquilas cuando
hacían eso, pero era muy difícil, porque nunca había tenido tantas preguntas
que hacer en su vida.
—No creo que a Hagrid le hubiera
molestado que Harry le hiciera preguntas, es más estaría encantado de poder
responderle cada una de sus dudas —dijo Alice.
—Claro que sí, porque Hagrid no es
como esa morsa de Vernon Dursley —dijo Sirius.
James, Remus y Lily asintieron.
—El Ministerio de Magia está confundiendo las
cosas, como de costumbre —murmuró Hagrid, dando la vuelta a la hoja.
—¿Hay un Ministerio de Magia? —preguntó Harry, sin
poder contenerse.
—Por supuesto —respondió Hagrid—. Querían que
Dumbledore fuera el ministro, claro, pero él nunca dejará Hogwarts, así que el
viejo Cornelius Fudge consiguió el trabajo. Nunca ha existido nadie tan
chapucero. Así que envía lechuzas a Dumbledore cada mañana, pidiendo consejos.
—¿Qué? —exclamó Ojoloco—, Fudge será Ministro
de Magia —el auror no lo podía creer.
—Qué mala elección —dijo Ted.
—Pero ¿qué hace un Ministerio de Magia?
—Bueno, su trabajo principal es impedir que los muggles
sepan que todavía hay brujas y magos por todo el país.
—¿Por qué?
—¿Por qué? Vaya, Harry, todos querrían soluciones
mágicas para sus problemas. No, mejor que nos dejen tranquilos.
Muchos estuvieron de acuerdo con
Hagrid.
—Estúpidos muggles —dijo Lucius.
Todos miraron mal al rubio —bueno
menos Narcisa y Snape—, pero él no le dio importancia.
—Señor Malfoy le pido que no se
exprese de ese modo de los muggles —dijo Dumbledore, con una expresión seria en
su rostro, casa rara, puesto que el director siempre tenía una mirada y una
sonrisa amable en su rostro.
En aquel momento, el bote dio un leve golpe contra
la pared del muelle. Hagrid dobló su periódico y subieron los escalones de
piedra hacia la calle.
Los transeúntes miraban mucho a Hagrid (¿Y quién no?, dijo James), mientras recorrían el
pueblecito camino de la estación, y Harry no se lo podía reprochar: Hagrid no
sólo era el doble de alto que cualquiera, sino que señalaba cosas totalmente
corrientes, como los parquímetros, diciendo en voz alta:
—¿Ves eso, Harry? Las cosas que esos muggles inventan,
¿verdad?
—Estoy de acuerdo con Hagrid —comentó
Arthur—, aunque me gustaría saber el funcionamiento de sus artefactos.
—Oh, Arthur, ahora no es el momento
para eso —lo regañó Molly.
Sus hijos sonrieron —hasta Percy— al
ver como regañaban a su padre, eso no había cambiado.
—Déjalo,
hermanita… —dijo Fabian.
—…
y si encontrara algo interesante, que nos lo diga para ver que broma inventamos
—termino Gideon.
Molly
solo negó con la cabeza, mientras que los merodeadores sonreían.
—Hagrid —dijo
Harry, jadeando un poco mientras correteaba para seguirlo—, ¿no dijiste que
había dragones en Gringotts?
—Bueno, eso
dicen —respondió Hagrid—. Me gustaría tener un dragón.
—¿Te gustaría
tener uno?
—Quiero uno
desde que era niño… Ya estamos.
—Hagrid
todavía no entiende que es muy peligroso tener un dragón de mascota —dijo
McGonagall.
—Y
no creo que entienda, profesora —dijo Charlie Weasley con una sonrisa en sus
labios—, digo tendrá que pasar un tiempo aun.
—¿Qué
quieres decir Charlie? —preguntó su madre.
—Oh,
ya lo sabrán —volvió sonreír—, muy pronto —agregó.
Sí
supieran que Hagrid tendrá un dragón y que Harry y Hermione lo ayudaron a
sacarlo de su cabaña, penaba el pelirrojo.
Dumbledore
miró con curiosidad a Charlie, puesto que ya se imaginaba lo que iba a suceder.
Habían
llegado a la estación. Salía un tren para Londres cinco minutos más tarde.
Hagrid, que no entendía «el dinero muggle», como lo llamaba, dio las
monedas a Harry para que comprara los billetes.
La gente los
miraba más que nunca en el tren. Hagrid ocupó dos asientos y comenzó a tejer lo
que parecía una carpa de circo color amarillo canario.
—Vaya,
aun en su época sigue tejiendo eso —preguntó Remus.
—Sí,
¿Por qué? —preguntaron los gemelos Weasley.
—Porque
la última vez que vimos a Hagrid en su cabaña estaba tejiendo es cosa —contó
Sirius.
—Y
lo vimos hace tres días —agregó James.
—Vaya
—susurraron los gemelos Weasley.
—¿Todavía
tienes la carta, Harry? —preguntó, mientras contaba los puntos.
Harry sacó
del bolsillo el sobre de pergamino.
—Bien —dijo
Hagrid—. Hay una lista con todo lo que necesitas.
Harry desdobló
otra hoja, que no había visto la noche anterior, y leyó:
COLEGIO
HOGWARTS DE MAGIA
UNIFORME
Los alumnos de primer año necesitarán:
— Tres túnicas sencillas de trabajo (negras).
— Un sombrero puntiagudo (negro) para uso diario.
— Un par de guantes protectores (piel de dragón o
semejante).
— Una capa de invierno (negra, con broches
plateados).
(Todas las prendas de los alumnos deben llevar
etiquetas con su nombre.)
LIBROS
Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los
siguientes libros:
— El libro reglamentario de
hechizos (clase 1), Miranda Goshawk.
— Una historia de la magia, Bathilda
Bagshot.
— Teoría mágica, Adalbert
Waffling.
— Guía de transformación para
principiantes, Emeric Switch.
— Mil hierbas mágicas y hongos, Phyllida
Spore.
— Filtros y pociones mágicas, Arsenius
Jigger.
— Animales fantásticos y dónde
encontrarlos, Newt Scamander.
— Las Fuerzas Oscuras. Una guía
para la autoprotección, Quentin Trimble.
RESTO DEL EQUIPO
1 varita.
1 caldero (peltre, medida 2).
1 juego de redomas de vidrio o cristal.
1 telescopio.
1 balanza de latón.
Los alumnos también pueden traer una lechuza, un
gato o un sapo.
SE RECUERDA A LOS PADRES QUE ALOS DE PRIMER AÑO NO
SE LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS.
—No poder tener una escoba en primer
año, me parece realmente injusto —se quejó James.
—Estoy totalmente de acuerdo contigo,
hermano —apoyó Sirius.
Remus y Lily rodaron los ojos.
—¿Podemos comprar todo esto en Londres? —se
preguntó Harry en voz alta.
—Sí, si sabes dónde ir —respondió Hagrid.
Harry no había estado antes en Londres. Aunque
Hagrid parecía saber adónde iban, era evidente que no estaba acostumbrado a
hacerlo de la forma ordinaria. Se quedó atascado en el torniquete de entrada al
metro y se quejó en voz alta porque los asientos eran muy pequeños y los trenes
muy lentos.
—No sé cómo los muggles se las arreglan sin
magia —comentó, mientras subían por una escalera mecánica estropeada que los
condujo a una calle llena de tiendas.
—Eso mismo me pregunto yo —dijo
Alice.
—Pues lo muggles reemplazan la magia
con la tecnología —explicó Lily.
—¿Tecnología? —preguntaron los
gemelos Prewett.
—Es un poco complicado de explicar
ahora, pero luego se los explicaré —prometió la pelirroja.
Hagrid era tan corpulento que separaba fácilmente a
la muchedumbre. Lo único que Harry tenía que hacer era mantenerse detrás de él.
Pasaron ante librerías y tiendas de música, ante hamburgueserías y cines, pero
en ningún lado parecía que vendieran varitas mágicas. Era una calle normal,
llena de gente normal. ¿De verdad habría cantidades de oro de magos enterradas
debajo de ellos? ¿Había allí realmente tiendas que vendían libros de hechizos y
escobas? ¿No sería una broma pesada preparada por los Dursley? Si Harry no
hubiera sabido que los Dursley carecían de sentido del humor, podría haberlo
pensado. Sin embargo, aunque todo lo que le había dicho Hagrid era increíble,
Harry no podía dejar de confiar en él.
—Siempre pasa lo mismo, apenas uno
conoce a Hagrid, y al instante confían en él, porque es muy amable a pesar de
su apariencia amenazadora —dijo Sirius.
—Sí es cierto —apoyó Remus.
—Es aquí —dijo Hagrid deteniéndose—. El Caldero
Chorreante. Es un lugar famoso.
Era un bar diminuto y de aspecto mugriento. Si
Hagrid no lo hubiera señalado, Harry no lo habría visto. La gente, que pasaba
apresurada, ni lo miraba. Sus ojos iban de la gran librería, a un lado, a la
tienda de música, al otro, como si no pudieran ver el Caldero Chorreante. En
realidad, Harry tuvo la extraña sensación de que sólo él y Hagrid lo veían.
Antes de que pudiera decirlo, Hagrid lo hizo entrar.
Para ser un lugar famoso, estaba muy oscuro y
destartalado. Unas ancianas estaban sentadas en un rincón, tomando copitas de
jerez. Una de ellas fumaba una larga pipa. Un hombre pequeño que llevaba un
sombrero de copa hablaba con el viejo cantinero, que era completamente calvo y
parecía una nuez blanda. El suave murmullo de las charlas se detuvo cuando
ellos entraron.
—Vaya, ese lugar no ha cambiado nada
en el futuro —comentó Remus.
—Sí, amigo y si el Caldero Chorreante
no ha cambiado nada, entonces la Cabeza de Cerdo tampoco —dijo Sirius con
alegría.
—Y hablando de la Cabeza de Cerdo,
hace mucho que no vamos —dijo James, sin darse cuenta de la mirada enojada que
le dirigía su novia—, deberíamos ir luego de terminar de leer los libros
—propuso el pelinegro.
—Sí, y también deberíamos…
—¡Ya! —gritó Lily, parando con los
planes de los merodeadores—, porque les gusta ir a lugares nada apropiados
—refunfuño la pelirroja—, espero y a Harry no haya heredado tus manías de ir a
ese lugar.
Nadie dijo nada al ver a la pelirroja
enojada.
Luego Fabian empezó nuevamente a leer
el libro.
Todos parecían conocer a Hagrid. Lo saludaban con
la mano y le sonreían, y el cantinero buscó un vaso diciendo:
—¿Lo de siempre, Hagrid?
—No puedo, Tom, estoy aquí por asuntos de Hogwarts
—respondió Hagrid, poniendo la mano en el hombro de Harry y obligándole a
doblar las rodillas.
—Hagrid debería de medir su fuerza
—dijo Molly—, pudo lastimar a Harry.
—Buen Dios —dijo el cantinero, mirando atentamente
a Harry—. ¿Es éste… puede ser…?
—Vaya, sí que mi hijo será muy famoso
—James estaba muy orgulloso de su futuro hijo.
—Arrogante —susurró con odio Snape.
Pero nadie lo escucho.
—Escuchaste Lunático, el mini
Cornamenta será muy famoso —Sirius también estaba orgulloso del hijo de su
amigo, al igual que Remus.
El Caldero Chorreante había quedado súbitamente
inmóvil y en silencio.
—Válgame Dios —susurró el cantinero—. Harry Potter…
todo un honor.
Salió rápidamente del mostrador, corrió hacia Harry
y le estrechó la mano, con los ojos llenos de lágrimas.
James volvió a sonreír orgulloso,
pero su sonrisa se borró al escuchar el comentario de Snape.
—Tan arrogante y petulante como el
padre —Snape no aguantó más y tuvo que soltar lo pensaba en voz alta, pero no
solo los insultos fue lo que molesto a James, los merodeadores y Lily, lo que
le molesto más fue el odio con que se expresó del pequeño Harry.
—Cierra la boca Quijicus —dijeron los
merodeadores.
Lily se sorprendió al escuchar a su
amigo Remus llamar Quijicus a Snape, puesto que él nunca lo hacía, los únicos
que lo llamaban de ese modo eran James, Sirius y Peter. Pero luego comprendió
que a Remus le debió molestar mucho —al igual que a ella— que Snape se
expresara así de un niño que ni siquiera era concebido.
—Severus vuelves a hablar a
expresarte de ese modo de mi hijo y lo lamentaras —lo amenazó la pelirroja.
Snape se quedó lelo al escuchar que
el gran amor de su vida lo amenazo.
—Esa es mi chica —la felicitó James,
dándole un gran beso. Lily le sonrió.
—Bienvenido, Harry, bienvenido.
Harry no sabía qué decir. Todos lo miraban. La
anciana de la pipa seguía chupando, sin darse cuenta de que se le había
apagado. Hagrid estaba radiante.
—Vaya, sí que son muy diferentes
—dijo Remus mirando a su amigo pelinegro.
—¡Oye! —se quejó este.
—Sí, porque si hubiera sido
Cornamenta, le habría sonreído a todos y luego se habría subido a la mesa y le
hubiera hecho una reverencia.
—No ayudas —refunfuñó James.
—Tú también hubieras echo lo mismo
Sirius —dijo Remus, sonriendo.
—No lo hubiéramos hecho —dijeron al
unisonó James y Sirius.
—Sí lo hubieran hecho —apoyó Lily,
James la miró con cara de tonto—, lo siento cariño, pero es la verdad —agregó.
Entonces se produjo un gran movimiento de sillas y,
al minuto siguiente, Harry se encontró estrechando la mano de todos los del
Caldero Chorreante.
—Doris Crockford, Harry. No puedo creer que por fin
te haya conocido.
—Estoy orgullosa, Harry, muy orgullosa.
—Siempre quise estrechar tu mano… estoy muy
complacido.
—Encantado, Harry, no puedo decirte cuánto. Mi
nombre es Diggle, Dedalus Diggle.
—¡Yo lo he visto antes! —dijo Harry, mientras
Dedalus Diggle dejaba caer su sombrero a causa de la emoción—. Usted me saludó
una vez en una tienda.
—¡Me recuerda! —gritó Dedalus Diggle, mirando a
todos—. ¿Habéis oído eso? ¡Se acuerda de mí!
—Vaya, Dedalus Diggle, ese hombre
siempre nos cayó muy bien, ¿verdad, hermano? —dijo Fabian parando de leer al
recordarlo.
—Muy cierto hermano —estuvo de
acuerdo Gideon—, un buen hombre, te acuerdas también de la pequeña broma que le
hicimos —su gemelo sonrió al igual que él.
—Viste, cariño —dijo James a Lily—,
como se emociona la genta al conocer a nuestro hijo —el pelinegro no podía
evitar la alegría que le causa eso, la pelirroja solo asintió y sonrió.
Harry estrechó manos una y otra vez. Doris
Crockford volvió a repetir el saludo.
Un joven pálido se adelantó, muy nervioso. Tenía un
tic en el ojo.
—¡Profesor Quirrell! —dijo Hagrid—. Harry, el
profesor Quirrell te dará clases en Hogwarts.
—P-P-Potter —tartamudeó el profesor Quirrell,
apretando la mano de Harry—. N-no pue-e-do decirte l-lo contento que-e estoy de
co-conocerte.
—¿Un profesor que tartamudea?
—preguntó Ted—, pero si ni siquiera puede decir dos palabras sin dejar de
tartamudear.
—No me da buena espina es Quirrel —dijo
Ojoloco.
—A mí tampoco me agrada —dijo Lily.
—A nosotros tampoco nos da buena
espina —añadieron los merodeadores.
—¿Por qué? —preguntó McGonagall.
—Parece que oculta algo —contestó
Ojoloco—. Siendo auror he aprendido que el culpable puede ser la supuesta
víctima—explicó el auror.
—¿Qué clase de magia enseña usted, profesor
Quirrell?
—D-Defensa Contra las Artes O-Oscuras —murmuró el
profesor Quirrell, como si no quisiera pensar en ello—. N-no es al-algo que
t-tú n-necesites, ¿verdad, P-Potter? —Soltó una risa nerviosa—. Estás reuniendo
el e-equipo, s-supongo. Yo tengo que b-buscar otro l-libro de va-vampiros.
—Pareció aterrorizado ante la simple mención.
Pero los demás, no permitieron que el profesor
Quirrell acaparara a Harry. Éste tardó más de diez minutos en despedirse de
ellos. Al fin, Hagrid se hizo oír.
—Tenemos que irnos. Hay mucho que comprar. Vamos,
Harry.
Doris Crockford estrechó la mano de Harry una
última vez y Hagrid se lo llevó a través del bar hasta un pequeño patio
cerrado, donde no había más que un cubo de basura y hierbajos.
—Parece que el pequeño Harry, ya
tiene su primera admiradora —dijo con burla Sirius.
—Por favor Black, Harry es solo un
niño —lo regaño Lily.
Hagrid miró sonriente a Harry.
—Te lo dije, ¿verdad? Te dije que eras famoso.
Hasta el profesor Quirrell temblaba al conocerte, aunque te diré que
habitualmente tiembla.
—¿Está siempre tan nervioso?
—Oh, sí. Pobre hombre. Una mente brillante. Estaba
bien mientras estudiaba esos libros de vampiros, pero entonces cogió un año de
vacaciones, para tener experiencias directas… Dicen que encontró vampiros en la
Selva Negra y que tuvo un desagradable problema con una hechicera… Y desde
entonces no es el mismo. Se asusta de los alumnos, tiene miedo de su propia
asignatura… Ahora ¿adónde vamos, paraguas?
—No creo que los vampiros lo hayan
puesto así, ese Quirrell no me agrada nada, no debería de contratarlo profesor
Dumbledore —dijo Lily y Ojoloco estuvo de4 acuerdo con ella.
¿Vampiros? ¿Hechiceras? La cabeza de Harry era un
torbellino. Hagrid, mientras tanto, contaba ladrillos en la pared, encima del
cubo de basura.
—Tres arriba… dos horizontales… —murmuraba—.
Correcto. Un paso atrás, Harry.
Dio tres golpes a la pared, con la punta de su
paraguas.
El ladrillo que había tocado se estremeció, se
retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más
ancho. Un segundo más tarde estaban contemplando un pasaje abovedado lo
bastante grande hasta para Hagrid, un paso que llevaba a una calle con
adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.
—Bienvenido —dijo Hagrid— al callejón Diagon.
—Nunca se olvida la primera vez que
vas al Callejón Diagon —dijo Frank.
—Sí, tienes razón —dijo Ted.
—En especial para los nacidos de
muggles —dijo Lily recondando la primera vez que estuvo en el Callejón Diagon.
—Sí, es impresionante —concluyó
Alice.
Sonrió ante el asombro de Harry Entraron en el
pasaje. Harry miró rápidamente por encima de su hombro y vio que la pared
volvía a cerrarse.
El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en
la puerta de la tienda más cercana. «Calderos - Todos los Tamaños - Latón,
Cobre, Peltre, Plata - Automáticos - Plegables», decía un rótulo que colgaba
sobre ellos.
—Sí, vas a necesitar uno —dijo Hagrid— pero mejor
que vayamos primero a conseguir el dinero.
Harry deseó tener ocho ojos más. Movía la cabeza en
todas direcciones mientras iban calle arriba, tratando de mirar todo al mismo
tiempo: las tiendas, las cosas que estaban fuera y la gente haciendo compras.
Una mujer regordeta negaba con la cabeza en la puerta de una droguería cuando
ellos pasaron, diciendo: «Hígado de dragón a diecisiete sickles la onza,
están locos…».
¿Diecisiete sickles una onza de hígado de dragón? Pues si está muy caro,
pensaba mientras tanto Molly.
—Yo también hubiera querido tener
ocho ojos para poder ver todo —contó Lily.
—Pero si hubieras tenido esos ocho
ojos, entonces la gente te quedaría mirando a ti —bromeó Sirius.
—Que gracioso Black —bufó Lily.
Un suave ulular llegaba de una tienda oscura que
tenía un rótulo que decía: «El emporio de las lechuzas. Color pardo, castaño,
gris y blanco». Varios chicos de la edad de Harry pegaban la nariz contra un
escaparate lleno de escobas. «Mirad —oyó Harry que decía uno—, la nueva Nimbus
2.000, la más veloz.» (Deberíamos comprarnos una
así, dijeron al unisonó James y Sirius, mientras que Lily y Remus solo negaban
con la cabeza) Algunas tiendas vendían
ropa; otras, telescopios y extraños instrumentos de plata que Harry nunca había
visto. Escaparates repletos de bazos de murciélagos y ojos de anguilas,
tambaleantes montones de libros de encantamientos, plumas y rollos de
pergamino, frascos con pociones, globos con mapas de la luna…
—Gringotts —dijo Hagrid.
—Oh, Gringott —dijo Bill con un
suspiro, como si se tratara de su esposa.
—Fleur se pondrá celosa —le susurró
George a Bill.
Habían llegado a un edificio, blanco como la nieve,
que se alzaba sobre las pequeñas tiendas. Delante de las puertas de bronce
pulido, con un uniforme carmesí y dorado, había…
—Sí, eso es un gnomo —dijo Hagrid en voz baja,
mientras subían por los escalones de piedra blanca. El gnomo era una cabeza más
bajo que Harry. Tenía un rostro moreno e inteligente, una barba puntiaguda y,
Harry pudo notarlo, dedos y pies muy largos. Cuando entraron los saludó.
Entonces encontraron otras puertas dobles, esta vez de plata, con unas palabras
grabadas encima de ellas.
Entra, desconocido, pero ten cuidado
Con lo que le espera al pecado de la codicia,
Porque aquellos que cogen, pero no se lo han
ganado,
Deberán pagar en cambio mucho más,
Así que si buscas por debajo de nuestro suelo
Un tesoro que nunca fue tuyo,
Ladrón, te hemos advertido, ten cuidado
De encontrar aquí algo más que un tesoro.
—Como te dije, hay que estar loco para intentar
robar aquí —dijo Hagrid.
—Pues el trío dorado sí estuvo
suficientemente loco para robar el banco… —empezó Fred, en susurros.
—… y sobre todo salir victorioso
—terminó George.
—¿Qué están diciendo? —preguntó
Sirius—. Lo único que pude escuchar fue que mencionaron a un tal «trío dorado».
Percy miró mal a sus hermanos por
hablar de más.
—No le hagáis caso a todo lo que
dicen ellos dos, por lo general siempre están diciendo cosas sin sentido —dijo
Percy.
—¡Oye! —se quejaron los gemelos, pero
Percy ni se molestó en mirarlos.
Dos gnomos los hicieron pasar por las puertas
plateadas y se encontraron en un amplio vestíbulo de mármol. Un centenar de
gnomos estaban sentados en altos taburetes, detrás de un largo mostrador,
escribiendo en grandes libros de cuentas, pesando monedas en balanzas de cobre
y examinando piedras preciosas con lentes. Las puertas de salida del vestíbulo
eran demasiadas para contarlas, y otros gnomos guiaban a la gente para entrar y
salir. Hagrid y Harry se acercaron al mostrador.
—Buenos días —dijo Hagrid a un gnomo desocupado—.
Hemos venido a sacar algún dinero de la caja de seguridad del señor Harry
Potter.
—¿Tiene su llave, señor?
—La tengo por aquí —dijo Hagrid, y comenzó a vaciar
sus bolsillos sobre el mostrador, desparramando un puñado de galletas de perro
sobre el libro de cuentas del gnomo. Éste frunció la nariz. Harry observó al
gnomo que tenía a la derecha, que pesaba unos rubíes tan grandes como carbones
brillantes.
—Aquí está —dijo finalmente Hagrid, enseñando una
pequeña llave dorada.
El gnomo la examinó de cerca.
—Parece estar todo en orden.
—Y también tengo una carta del profesor Dumbledore
—dijo Hagrid, dándose importancia—. Es sobre lo-que-usted-sabe, en la cámara
setecientos trece.
—Oh, una muy mala elección de
palabras, sabiendo lo curioso que es Harry, ese tono de secreto despertara su
curiosidad al instante —dijo Bill.
—¿En verdad Harry es muy curioso?
—preguntó Remus.
—Sí, y mucho —ahora habló Percy.
—Vaya, eso quiere decir que es igual
a Cornamenta—dijo Sirius.
James le sonrió a su amigo.
Algunos sonrieron al escuchar tal
respuesta. La profesora McGonagall también sonrió y asintió, puesto que ella
conocía muy bien la curiosidad de James.
El gnomo leyó la carta cuidadosamente.
—Muy bien —dijo, devolviéndosela a Hagrid—. Voy a
hacer que alguien los acompañe abajo, a las dos cámaras. ¡Griphook!
—El pobre Griphook —susurró Bill.
Griphook era otro gnomo. Cuando Hagrid guardó todas
las galletas de perro en sus bolsillos, él y Harry siguieron a Griphook hacia
una de las puertas de salida del vestíbulo.
—¿Qué es lo-que-usted-sabe en la cámara setecientos
trece? —preguntó Harry.
—Ya ven lo que dije, Harry es muy
curioso —dijo Bill, con una gran sonrisa.
Sirius miró a su amigo con burla.
—Tú también eres igual o más curioso
que James, Sirius —dijo Remus a Sirius, y a este se le borro la sonrisa.
—El señor Lupin tiene razón, señor
Black, o es que acaso no se acuerda de las tantas veces que estuvo usted y su
amigo Potter en mi despacho por su «curiosidad» —dijo McGonagall.
Sirius y James sonrieron —solo le
faltaba pararse y hacer una reverencia— mientras Remus solo rodo los ojos.
—No te lo puedo decir —dijo misteriosamente
Hagrid—. Es algo muy secreto. Un asunto de Hogwarts. Dumbledore me lo confió.
—Y esa respuesta seguro lo empeorara
—dijo Lily.
Griphook les abrió la puerta. Harry, que había
esperado más mármoles, se sorprendió. Estaban en un estrecho pasillo de piedra,
iluminado con antorchas. Se inclinaba hacia abajo y había unos raíles en el
suelo. Griphook silbó y un pequeño carro llegó rápidamente por los raíles.
Subieron (Hagrid con cierta dificultad) y se pusieron en marcha.
Fabian y Gideon sonrieron al
imaginarse a Hagrid subido en uno de esos carritos.
Al principio fueron rápidamente a través de un laberinto
de retorcidos pasillos. Harry trató de recordar, izquierda, derecha, derecha,
izquierda, una bifurcación, derecha, izquierda, pero era imposible. El veloz
carro parecía conocer su camino, porque Griphook no lo dirigía.
—Esos carritos son geniales, yo amo
subirme a ellos cuando voy a Gringotts —comentó James, como si nada.
Su novia lo quedo mirando como si
mirada a un loco.
—No puedo creer que te guste esos
carritos —dijo Lily—, gracias al cielo que yo no tengo que subirme a esos
carritos, yo solo tengo que cambiar el dinero muggle por el mágico.
—Pues no sabes de lo que te pierdes
—dijo Sirius—, porque esos carritos son más que geniales —sonrió, como si
estuviera recordando alguna travesura.
—A veces suelen ser un poco raros,
pero son buenos —los defendió Remus.
A Harry le escocían los ojos de las ráfagas de aire
frío, pero los mantuvo muy abiertos. En una ocasión, le pareció ver un
estallido de fuego al final del pasillo y se dio la vuelta para ver si era un
dragón, pero era demasiado tarde. Iban cada vez más abajo, pasando por un lago
subterráneo en el que había gruesas estalactitas y estalagmitas saliendo del
techo y del suelo.
—Nunca lo he sabido —gritó Harry a Hagrid, para
hacerse oír sobre el estruendo del carro—. ¿Cuál es la diferencia entre una estalactita
y una estalagmita?
—Las estalagmitas tienen una eme —dijo Hagrid—. Y
no me hagas preguntas ahora, creo que voy a marearme.
—No es tan malo viajar en esos
carritos —comentó Ted, que había tenido la oportunidad de subirse en uno de
ellos.
Su cara se había puesto verde y, cuando el carro
por fin se detuvo, ante la pequeña puerta de la pared del pasillo, Hagrid se
bajó y tuvo que apoyarse contra la pared, para que dejaran de temblarle las
rodillas.
Griphook abrió la cerradura de la puerta. Una
oleada de humo verde los envolvió. Cuando se aclaró, Harry estaba jadeando.
Dentro había montículos de monedas de oro. Montones de monedas de plata.
Montañas de pequeños knuts de bronce.
—Todo tuyo —dijo Hagrid sonriendo.
Todo de Harry, era increíble. Los Dursley no debían
saberlo, o se abrían apoderado de todo en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cuántas
veces se habían quejado de lo que les costaba mantener a Harry? Y durante todo
aquel tiempo, una pequeña fortuna enterrada debajo de Londres le pertenecía.
—Y no debes mencionar nada de ello a
tus tíos, Harry —dijo James.
—¿Y dice que les costaba mantenerlo?,
pero si lo tenían durmiendo en una alacena —exclamó Lily, muy enojada, sí, su
enoja se había avivado al escuchar eso último.
—Y una vez más comprobamos que las
pelirrojas enojadas son como… —dijo Gideon tratando de encontrar un
calificativo.
—… demonios —completo Fabian.
—¡Gideon! ¡Fabian! —gritó Molly—, en
vez de decir tantas tonterías, porque mejor no continuas leyendo.
Fabian la miró unos segundos y luego volvió
a la lectura.
Hagrid ayudó a Harry a poner una cantidad en una
bolsa.
—Las de oro son galeones —explicó—. Diecisiete sickles
de plata hacen un galeón y veintinueve knuts equivalen a un sickle,
es muy fácil. Bueno, esto será suficiente para un curso o dos, dejaremos el
resto guardado para ti. —Se volvió hacia Griphook—. Ahora, por favor, la cámara
setecientos trece. ¿Y podemos ir un poco más despacio?
—Una sola velocidad —contestó Griphook.
—Lastimosamente solo hay una sola
velocidad —susurró Alice.
Fueron más abajo y a mayor velocidad. El aire se
volvió cada vez más frío, mientras doblaban por estrechos recodos. Llegaron
entre sacudidas al otro lado de una hondonada subterránea, y Harry se inclinó
hacia un lado para ver qué había en el fondo oscuro, pero Hagrid gruñó y lo
enderezó, cogiéndolo del cuello.
—Esa curiosidad de los Potter siempre
termina metiéndolos en problemas —dijo McGonagall.
—Pero aun así me quiere Minnie, no
trate de negarlo —James sonrió arrogante, mientras que la profesora solo movió
la cabeza en manera de negación.
La cámara setecientos trece no tenía cerradura.
—Un paso atrás —dijo Griphook, dándose importancia.
Tocó la puerta con uno de sus largos dedos y ésta desapareció—. Si alguien que
no sea un gnomo de Gringotts lo intenta, será succionado por la puerta y
quedará atrapado —añadió.
—¿Cada cuánto tiempo comprueban que no se haya
quedado nadie dentro? —quiso saber Harry.
—Más o menos cada diez años —dijo Griphook, con una
sonrisa maligna.
—Vaya, que amables son —dijo Frank
con sarcasmo.
—Y no se da cuenta que podría asustar
a Harry —dijo Molly.
—¿Asustar a Harry? —dijo Fred, para
luego soltarse a reír con su gemelo.
Molly los miró seria y ellos dejaron
de reír.
Algo realmente extraordinario tenía que haber en
aquella cámara de máxima seguridad, Harry estaba seguro, y se inclinó
anhelante, esperando ver por lo menos joyas fabulosas, pero la primera
impresión era que estaba vacía. Entonces vio el sucio paquetito, envuelto en
papel marrón, que estaba en el suelo. Hagrid lo cogió y lo guardó en las
profundidades de su abrigo. A Harry le hubiera gustado conocer su contenido,
pero sabía que era mejor no preguntar.
—¿Qué había en ese paquete
Dumbledore? —preguntó Sirius.
—No seas imprudente Black —lo regañó
Lily.
—Ya cálmate pelirroja —contestó el
ojigris—, deberas pobre de ti James —añadió dándole unas cuantas palmaditas en
la espalda a su amigo, y al instante soltó un grito—. ¡Ay!, esta vez porque me
pisaste Lunático.
El aludido lo miró sorprendido.
—Yo no fui —se defendió el ojimiel.
—Fui yo —contestó Liluy Evans con una
sonrisa en los labios.
Dumbledore sonrió, para luego
contestar:
—Lamento mucho no poderle dar la
respuesta que espera, pero es que eso aún no ha pasado, así que no tengo ni
idea.
Sirius se cruzó de brazos, mirando a
la pelirroja serio.
—Vamos, regresemos en ese carro infernal y no me hables
durante el camino; será mejor que mantengas la boca cerrada —dijo Hagrid.
—Pobre de Hagrid, seguro lo dejo
traumado uno de esos carritos —dijo Fred.
—Sí, y que pasaría si alguien con engaños
lo volviera hacer subir a uno de esos carritos —dijo George con una sonrisa
traviesa en sus labios. Su gemelo le sonrió con complicidad.
Después de la veloz trayectoria, salieron
parpadeando a la luz del sol, fuera de Gringotts. Harry no sabía adónde ir
primero con su bolsa llena de dinero. No necesitaba saber cuántos galeones
había en una libra, para darse cuenta de que tenía más dinero que nunca, más
dinero incluso que el que Dudley tendría jamás.
—Tendrías que comprarte el uniforme —dijo Hagrid,
señalando hacia «Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones»—. Oye, Harry;
¿te importa que me dé una vuelta por el Caldero Chorreante? Detesto los carros
de Gringotts. —Todavía parecía mareado, así que Harry entró solo en la tienda
de Madame Malkin, sintiéndose algo nervioso.
Madame Malkin era una bruja sonriente y regordeta,
vestida de color malva.
—¿Hogwarts, guapo? (James
sonrió con arrogancia al escuchar cómo llamaron a su futuro hijo) —dijo, cuando Harry empezó a hablar—. Tengo muchos
aquí… En realidad, otro muchacho se está probando ahora.
En el fondo de la tienda, un niño de rostro pálido
y puntiagudo (Sirius al escuchar esa descripción
del niño, miró a Lucius Malfoy por instinto) estaba
de pie sobre un escabel, mientras otra bruja le ponía alfileres en la larga
túnica negra. Madame Malkin puso a Harry en un escabel al lado del otro, le
deslizó por la cabeza una larga túnica y comenzó a marcarle el largo apropiado.
—Hola —dijo el muchacho—. ¿También Hogwarts?
—Sí —respondió Harry.
—Mi padre está en la tienda de al lado, comprando
mis libros, y mi madre ha ido calle arriba para mirar las varitas —dijo el
chico. Tenía voz de aburrido y arrastraba las palabras (Sirius
volvió a mirar a Lucius, puesto que tenía un presentimiento de que ese niño
podría ser hijo de su prima y su flamante esposo)—. Luego voy a
arrastrarlos a mirar escobas de carrera. No sé por qué los de primer año no
pueden tener una propia. Creo que voy a fastidiar a mi padre hasta que me
compre una y la meteré de contrabando de alguna manera.
Harry recordaba a Dudley
—Pues sí, al parecer ser que ese niño
es un Dudley del mundo mágico —dijo Remus, y sus amigos estuvieron de acuerdo
con él.
—¿Tú tienes escoba propia? —continuó el muchacho.
—No —dijo Harry.
—¿Juegas al menos al quidditch?
—No —dijo de nuevo Harry, preguntándose qué diablos
sería el quidditch.
James y Sirius pusieron cara de
terror al escuchar que Harry no sabía nada del quidditch.
—¿Cómo no va a saber que es el quidditch? —dijeron al unisonó el
pelinegro y el ojigris.
Lily los miró malhumorada.
—Sí recuerdan que apenas se ha
enterado que es mago y está conociendo el mundo mágico, ¿no? —repitió Lupin.
—Sí, eso es cierto, Cornamenta —dijo
Sirius.
—Bueno, entonces cuando cambiemos el
futuro, apenas Harry tenga uso razón le hablare del quidditch —prometió James.
—Eso no es tan importante —dijo Lily.
—Pero… —empezó su novio.
Se quedó callado cuando vio la mirada
que le dirigía su novia.
—Yo sí. Papá dice que sería un crimen que no me
eligieran para jugar por mi casa, y la verdad es que estoy de acuerdo. ¿Ya
sabes en qué casa vas a estar?
—No —dijo Harry, sintiéndose cada vez más tonto.
—Oh, nadie lo sabe —contestó Molly al
libro.
—Pero yo sí —dijo James muy seguro.
—¿Así?, ¿y donde quedara, según tú,
James? —preguntó Lily.
—Pues en Gryffindor, como nosotros
—respondió inmediatamente el pelinegro. Parecía muy seguro de sus palabras.
—Bueno, nadie lo sabrá realmente hasta que
lleguemos allí, pero yo sé que seré de Slytherin, porque toda mi familia fue de
allí. ¿Te imaginas estar en Hufflepuff? Yo creo que me iría, ¿no te parece?
Ahora Sirius estaba completamente
seguro de que ese niño era hijo de su prima y de Lucius, con esa respuesta era
más que suficiente.
—Mmm —contestó Harry, deseando poder decir algo más
interesante.
—¡Oye, mira a ese hombre! —dijo súbitamente el
chico, señalando hacia la vidriera de delante. Hagrid estaba allí, sonriendo a
Harry y señalando dos grandes helados, para que viera por qué no entraba.
—Ése es Hagrid —dijo Harry, contento de saber algo
que el otro no sabía—. Trabaja en Hogwarts.
—Oh —dijo el muchacho—, he oído hablar de él. Es
una especie de sirviente, ¿no?
—Oh, pero que clase de educación le
dan a ese niño, para que se exprese de esa manera de las personas —dijo Molly
con enojo.
—La peor —contestaron los chicos del
futuro, puesto que ya habían descubierto de quien se trataba.
—¿Ustedes lo conocen? —preguntó su
madre.
—Eh, sí —respondieron los gemelos—,
pero ya muy pronto sabrás de quien se trata.
—Yo ya lo sé —susurró Sirius, sin
quitarle la vista de encima a su prima y su esposo.
—Dijiste algo Canuto —preguntó James,
y este negó.
—Es el guardabosques —dijo Harry. Cada vez le
gustaba menos aquel chico.
—Sí, claro. He oído decir que es una especie de
salvaje, que vive en una cabaña en los terrenos del colegio y que de vez en
cuando se emborracha. Trata de hacer magia y termina prendiendo fuego a su
cama.
—¿Cómo se atreve hablar así de
Hagrid? —dijo Frank.
Con los padres que tendrá, apuesto a
que se atreva a más, pensaba el ojigris.
—Yo creo que es estupendo —dijo Harry con frialdad.
—¿Eso crees? —preguntó el chico en tono burlón—.
¿Por qué está aquí contigo? ¿Dónde están tus padres?
—Están muertos —respondió en pocas palabras. No
tenía ganas de hablar de ese tema con él.
Esas palabras estremecieron a Lily y
a James.
—Oh, lo siento —dijo el otro, aunque no pareció que
le importara—. Pero eran de nuestra clase, ¿no?
—Ese hurón —susurraron con frialdad
los gemelos Weasley.
—Eran un mago y una bruja, si es eso a lo que te
refieres.
—Realmente creo que no deberían dejar entrar a los
otros ¿no te parece? (Lily hizo una mueca de
disgusto) No son como nosotros, no los
educaron para conocer nuestras costumbres. Algunos nunca habían oído hablar de
Hogwarts hasta que recibieron la carta, ya te imaginarás. Yo creo que debería
quedar todo en las familias de antiguos magos. Y a propósito, ¿cuál es tu
apellido?
Pero antes de que Harry pudiera contestar, Madame
Malkin dijo:
—Ya está listo lo tuyo, guapo.
Y Harry, sin lamentar tener que dejar de hablar con
el chico, bajó del escabel.
—Bien, te veré en Hogwarts, supongo —dijo el
muchacho.
—Lamentablemente —dijo Fred.
—Y vaya que si se vieron —dijo
George.
—¿Por qué dicen eso? —preguntó
Andrómeda.
—Por nada —contestaron los dos.
Harry estaba muy silencioso, mientras comía el
helado que Hagrid le había comprado (chocolate y frambuesa con trozos de
nueces).
—¿Qué sucede? —preguntó Hagrid.
—Nada —mintió Harry. Se detuvieron a comprar
pergamino y plumas. Harry se animó un poco cuando encontró un frasco de tinta
que cambiaba de color al escribir. Cuando salieron de la tienda, preguntó:
—Hagrid, ¿qué es el quidditch?
—Vaya, Harry; sigo olvidando lo poco que sabes… ¡No
saber qué es el quidditch!
—Pero eso cambiara —susurraron los
merodeadores.
—No me hagas sentir peor —dijo Harry. Le contó a
Hagrid lo del chico pálido de la tienda de Madame Malkin.
—… y dijo que la gente de familia de muggles no
deberían poder ir…
—Tú no eres de una familia muggle. Si
hubiera sabido quién eres… Él ha crecido conociendo tu nombre, si sus padres
son magos. Ya lo has visto en el Caldero Chorreante. De todos modos, qué sabe
él, algunos de los mejores que he conocido eran los únicos con magia en una
larga línea de muggles. ¡Mira tu madre! ¡Y mira la hermana que tuvo!
Lily sonrió.
—Entonces ¿qué es el quidditch?
—Es nuestro deporte. Deporte de magos. Es… como el
fútbol en el mundo muggle, todos lo siguen. Se juega en el aire, con
escobas, y hay cuatro pelotas… Es difícil explicarte las reglas.
—¿Y qué son Slytherin y Hufflepuff?
—Casas del colegio. Hay cuatro. Todos dicen que en
Hufflepuff son todos inútiles, pero…
—Pero son más leales que los
Slytherin —dijeron los merodeadores.
—¡Oye! —se quejó Andrómeda—, bueno,
creo que tienen un poco de razón —dijo mirando a su hermana, y pensando en su
otra hermana.
—Seguro que yo estaré en Hufflepuff —dijo Harry
desanimado.
—Es mejor Hufflepuff que Slytherin —dijo Hagrid con
tono lúgubre—. Las brujas y los magos que se volvieron malos habían estado
todos en Slytherin. Quien-tú-sabes fue uno.
—¿Vol… perdón… Quien-tú-sabes estuvo en Hogwarts?
—Maldito desnarizado —susurraron los
gemelos Weasley.
—¿Qué? —dijeron los merodeadores.
—Nada —volvieron a responder.
—Hace muchos años —respondió Hagrid.
Compraron los libros de Harry en una tienda llamada
Flourish y Blotts, en donde los estantes estaban llenos de libros hasta el
techo. Había unos grandiosos forrados en piel, otros del tamaño de un sello,
con tapas de seda, otros llenos de símbolos raros y unos pocos sin nada impreso
en sus páginas. Hasta Dudley, que nunca leía nada, habría deseado tener alguno
de aquellos libros. Hagrid casi tuvo que arrastrar a Harry para que dejara Hechizos
ycontrahechizos (encante a sus amigos y confunda a sus enemigos con las
másrecientes venganzas: Pérdida de Cabello, Piernas de Mantequilla, LenguaAtada
y más, mucho más), del profesor Vindictus Viridian.
—Estaba tratando de averiguar cómo hechizar a
Dudley.
—Sin duda será un gran merodeador
—dijo Sirius a James.
—Yo creo que se parecerá más a Lily
—dijo Remus, su amiga le sonrió.
—Así, quieres apostar Lunático
—propuso el ojigris.
—Bien —contestó Lupin.
—Yo también quiero entrar en la
apuesta —dijo James.
—¡James! —lo regañó su novia.
—Es solo una apuesta sana —le contestó
este, con una sonrisa de ángel. Esto derritió a Lily, y ya no le impidió que
haga su apuesta—. Yo también apuesto a que Harry será un merodeador.
—¿Cuánto apuestan? —preguntó Sirius.
—10 galeones —dijo Lupin y James a la
vez.
—Bien, entonces que sean 10 galeones
—sonrió Sirius—, creo que Cornamenta y yo te ganaremos Lunático.
Los gemelos Weasley lo miraron, ya
habían escuchado que se llamaban anteriormente con esos sobrenombres, pero no
estaban seguros de que sean ellos, pero esos sobrenombres con la palabra «merodeador»
juntas en una oración ya era sospechoso. Pero los gemelos decidieron que luego
de ese capítulo preguntarían.
—No estoy diciendo que no sea una buena idea, pero
no puedes utilizar la magia en el mundo muggle, excepto en
circunstancias muy especiales —dijo Hagrid—. Y de todos modos, no podrías hacer
ningún hechizo todavía, necesitarás mucho más estudio antes de llegar a ese
nivel.
Hagrid tampoco dejó que Harry comprara un sólido
caldero de oro (en la lista decía de peltre) pero consiguieron una bonita
balanza para pesar los ingredientes de las pociones y un telescopio plegable de
cobre. Luego visitaron la droguería, tan fascinante como para hacer olvidar el
horrible hedor, una mezcla de huevos pasados y repollo podrido. En el suelo
había barriles llenos de una sustancia viscosa y botes con hierbas. Raíces
secas y polvos brillantes llenaban las paredes, y manojos de plumas e hileras
de colmillos y garras colgaban del techo. Mientras Hagrid preguntaba al hombre
que estaba detrás del mostrador por un surtido de ingredientes básicos para
pociones, Harry examinaba cuernos de unicornio plateados, a veintiún galeones
cada uno, y minúsculos ojos negros y brillantes de escarabajos (cinco knuts la
cucharada).
Fuera de la droguería, Hagrid miró otra vez la
lista de Harry.
—Sólo falta la varita… Ah, sí, y todavía no te he
buscado un regalo de cumpleaños.
—Que amable que es Hagrid, cuando lo
vea le agradeceré por ser tan bueno con Harry —dijo Lily.
—Y yo te acompañaré —dijo James.
Harry sintió que se ruborizaba.
—No tienes que…
—Tan parecido a ti, Lily —dijo Remus,
con una sonrisa. Luego le susurró a sus amigos—: creo que ganaré la apuesta
—eso solo lo hizo para hacerlos enojar.
—Sé que no tengo que hacerlo. Te diré qué será, te
compraré un animal. No un sapo, los sapos pasaron de moda hace años, se
burlarán… y no me gustan los gatos, me hacen estornudar. Te voy a regalar una
lechuza. Todos los chicos quieren tener una lechuza. Son muy útiles, llevan tu
correspondencia y todo lo demás.
Veinte minutos más tarde, salieron del Emporio de
la Lechuza, que era oscuro y lleno de ojos brillantes, susurros y aleteos.
Harry llevaba una gran jaula con una hermosa lechuza blanca, medio dormida, con
la cabeza debajo de un ala.
Y no dejó de agradecer el regalo, tartamudeando
como el profesor Quirrell.
—Que adorable es Harry —comentó
Molly, a lo cual Lily y James le sonrieron.
—Y lo mejor es que no salió a James
—dijo Frank tratando de molestar a James.
—Oye —se quejó esté.
—Ya no te quejes James —habló Lupin—,
acaso no escuchaste que Harry es idéntico a ti físicamente —el pelinegro
sonrió.
—Ni lo menciones —dijo Hagrid con aspereza—. No
creo que los Dursley te hagan muchos regalos. Ahora nos queda solamente
Ollivander, el único lugar donde venden varitas, y tendrás la mejor.
Una varita mágica… Eso era lo que Harry realmente
había estado esperando.
—Todos esperamos con ansias comprar
nuestra primera varita —dijo Arthur Weasley.
La última tienda era estrecha y de mal aspecto.
Sobre la puerta, en letras doradas, se leía: «Ollivander: fabricantes de
excelentes varitas desde el 382 a.C.». En el polvoriento escaparate, sobre un
cojín de desteñido color púrpura, se veía una única varita.
Cuando entraron, una campanilla resonó en el fondo
de la tienda. Era un lugar pequeño y vacío, salvo por una silla larguirucha
donde Hagrid se sentó a esperar. Harry se sentía algo extraño, como si hubieran
entrado en una biblioteca muy estricta. Se tragó una cantidad de preguntas que
se le acababan de ocurrir, y en lugar de eso, miró las miles de estrechas
cajas, amontonadas cuidadosamente hasta el techo. Por alguna razón, sintió una
comezón en la nuca. El polvo y el silencio parecían hacer que le picara por
alguna magia secreta.
—Buenas tardes —dijo una voz amable.
Harry dio un salto. Hagrid también debió de
sobresaltarse porque se oyó un crujido y se levantó rápidamente de la silla.
—Eso tampoco ha cambiado, Ollivander
siempre tiene la costumbre de aparecer de esa manera —dijo Ted Tonks.
Muchos asintieron estando de acuerdo.
Un anciano estaba ante ellos; sus ojos, grandes y
pálidos, brillaban como lunas en la penumbra del local.
—Hola —dijo Harry con torpeza.
—Ah, sí —dijo el hombre—. Sí, sí, pensaba que iba a
verte pronto. Harry Potter. —No era una pregunta—. Tienes los ojos de tu madre.
Parece que fue ayer el día en que ella vino aquí, a comprar su primera varita.
Veintiséis centímetros de largo, elástica, de sauce. Una preciosa varita para
encantamientos.
—Vaya, aun lo recuerda —dijo Lily
emocionada.
—Claro que lo recuerda, cariño —James
le habló con amor a su novia—, Ollivander nunca olvida las varitas que vende.
—Y además siempre le menciona que
tipo de varita tenían sus padres a los niños que van a comprar su varita por
primera vez —siguió Sirius.
El señor Ollivander se acercó a Harry. El muchacho
deseó que el hombre parpadeara. Aquellos ojos plateados eran un poco lúgubres.
—Tu padre, por otra parte, prefirió una varita de
caoba. Veintiocho centímetros y medio. Flexible. Un poquito más poderosa y
excelente para transformaciones. Bueno, he dicho que tu padre la prefirió, pero
en realidad es la varita la que elige al mago.
—Lo que yo dije —dijo Sirius con
suficiencia.
El señor Ollivander estaba tan cerca que él y Harry
casi estaban nariz contra nariz. Harry podía ver su reflejo en aquellos ojos
velados.
—Y aquí es donde…
El señor Ollivander tocó la luminosa cicatriz de la
frente de Harry, con un largo dedo blanco.
—Qué falta de respeto haber tocado la
cicatriz de pequeño —dijo Andrómeda.
Y Lily estuvo de acuerdo con ella.
—Lamento decir que yo vendí la varita que hizo eso
—dijo amablemente—. Treinta y cuatro centímetros y cuarto. Una varita poderosa,
muy poderosa, y en las manos equivocadas… Bueno, si hubiera sabido lo que esa
varita iba a hacer en el mundo…
Negó con la cabeza y entonces, para alivio de
Harry, fijó su atención en Hagrid.
—¡Rubeus! ¡Rubeus Hagrid! Me alegro de verlo otra
vez… Roble, cuarenta centímetros y medio, flexible… ¿Era así?
—Así era, sí, señor —dijo Hagrid.
—Buena varita. Pero supongo que la partieron en dos
cuando lo expulsaron —dijo el señor Ollivander, súbitamente severo.
—Eh…, sí, eso hicieron, sí —respondió Hagrid,
arrastrando los pies—. Sin embargo, todavía tengo los pedazos —añadió con
vivacidad.
—Pero no los utiliza, ¿verdad? —preguntó en tono
severo.
—Yo creo que si lo utiliza, solo que
tiene los pedazos de la varita guardado en un lugar estratégico —dijo Fred.
—Y ese lugar estratégico es su
paraguas —completó George. Para luego empezar a reír con su gemelo.
—Oh, no, señor —dijo Hagrid rápidamente. Harry se
dio cuenta de que sujetaba con fuerza su paraguas rosado.
Los gemelos se miraban con
complicidad, y los merodeadores no los dejaban de mirar, esos chicos le
agradaban.
—Son buenos para las bromas —comentó
James, y lo demás asintieron.
—Mmm —dijo el señor Ollivander, lanzando una mirada
inquisidora a Hagrid—. Bueno, ahora, Harry… Déjame ver. —Sacó de su bolsillo
una cinta métrica, con marcas plateadas—. ¿Con qué brazo coges la varita?
—Como odio esa cinta —dijo Sirius.
—Eh… bien, soy diestro —respondió Harry.
—Extiende tu brazo. Eso es. —Midió a Harry del
hombro al dedo, luego de la muñeca al codo, del hombro al suelo, de la rodilla
a la axila y alrededor de su cabeza. Mientras medía, dijo—: Cada varita
Ollivander tiene un núcleo central de una poderosa sustancia mágica, Harry.
Utilizamos pelos de unicornio, plumas de cola de fénix y nervios de corazón de
dragón. No hay dos varitas Ollivander iguales, como no hay dos unicornios,
dragones o aves fénix iguales. Y, por supuesto, nunca obtendrás tan buenos
resultados con la varita de otro mago.
De pronto, Harry se dio cuenta de que la cinta
métrica, que en aquel momento le medía entre las fosas nasales, lo hacía sola.
El señor Ollivander estaba revoloteando entre los estantes, sacando cajas.
—Esto ya está —dijo, y la cinta métrica se enrolló
en el suelo—. Bien, Harry Prueba ésta. Madera de haya y nervios de corazón de
dragón. Veintitrés centímetros. Bonita y flexible. Cógela y agítala.
—No creo que esa varita sea la
adecuada para Harry —dijo Lily.
—¿Por qué piensas eso? —preguntó
James.
—Simplemente no me gusta —contestó
esta.
Harry cogió la varita y (sintiéndose tonto) la
agitó a su alrededor, pero el señor Ollivander se la quitó casi de inmediato.
—Arce y pluma de fénix. Diecisiete centímetros y
cuarto. Muy elástica. Prueba…
—Yo creo que esa tampoco es la
adecuada —opinó Sirius.
Harry probó, pero tan pronto como levantó el brazo
el señor Ollivander se la quitó.
—No, no… Ésta. Ébano y pelo de unicornio, veintiún
centímetros y medio. Elástica. Vamos, vamos, inténtalo.
—Esa varita tampoco parece que sea
para Harry —ahora habló Lupin.
Harry lo intentó. No tenía ni idea de lo que estaba
buscando el señor Ollivander. Las varitas ya probadas, que estaban sobre la
silla, aumentaban por momentos, pero cuantas más varitas sacaba el señor
Ollivander, más contento parecía estar.
—Qué cliente tan difícil, ¿no? No te preocupes,
encontraremos a tu pareja perfecta por aquí, en algún lado. Me pregunto... sí,
por qué no, una combinación poco usual, acebo y pluma de fénix, veintiocho
centímetros, bonita y flexible.
Dumbledore se quedó pensativo al
escuchar que la varita tenía pluma de fénix.
Harry tocó la varita. Sintió un súbito calor en los
dedos. Levantó la varita sobre su cabeza, la hizo bajar por el aire
polvoriento, y una corriente de chispas rojas y doradas estallaron en la punta
como fuegos artificiales (Con razón las otras
varitas no nos parecían las adecuadas, dijeron los merodeadores),
arrojando manchas de luz que bailaban en las paredes. Hagrid lo vitoreó y
aplaudió y el señor Ollivander dijo:
—¡Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien,
bien… Qué curioso… Realmente qué curioso…
Puso la varita de Harry en su caja y la envolvió en
papel de embalar, todavía murmurando: «Curioso… muy curioso».
—¿Qué es lo curioso? —preguntó
Sirius.
—Pues si no interrumpieras tanto, ya
lo sabríamos —contestó Lily.
—Perdón —dijo Harry—. Pero ¿qué es tan curioso?
El señor Ollivander fijó en Harry su mirada pálida.
—Recuerdo cada varita que he vendido, Harry Potter.
Cada una de las varitas. Y resulta que la cola de fénix de donde salió la pluma
que está en tu varita dio otra pluma, sólo una más. Y realmente es muy curioso
que estuvieras destinado a esa varita, cuando fue su hermana la que te hizo esa
cicatriz.
—¡¿Qué?! —gritó Lily—, ¿Cómo es
posible que esa varita escogiera a mi hijo?
—Calma, Lily —dijo James—,
seguramente se deba a algo muy importante —sorprendentemente James hablo muy
maduramente.
—Que me calme, pero James, acoso no
te das cuenta que la otra varita era de Voldemort —algunos se estremecieron al
ori ese nombre.
—Sí, nos dimos cuenta Lily, pero creo
que no podemos hacer nada cuando es la varita quien escoge al mago —dijo Lupin.
—Tiene razón señor Lupin —dijo
Dumbledore, pensativo.
Aun y con esas respuestas Lily no se
calmaba.
Harry tragó, sin poder hablar.
—Sí, veintiocho centímetros. Ajá. Realmente curioso
cómo suceden estas cosas. La varita escoge al mago, recuérdalo… Creo que
debemos esperar grandes cosas de ti, Harry Potter… Después de todo,
El-que-no-debe-ser-nombrado hizo grandes cosas… Terribles, sí, pero
grandiosas.
—Y esperemos que su hijo también haga
grandes cosas —dijo Ojoloco a Lily y a James—, pero para el bien —agregó.
Lily volteó a mirarlo seria.
Harry se estremeció. No estaba seguro de que el
señor Ollivander le gustara mucho. Pagó siete galeones de oro por su varita y
el señor Ollivander los acompañó hasta la puerta de su tienda.
Al atardecer, con el sol muy bajo en el cielo,
Harry y Hagrid emprendieron su camino otra vez por el callejón Diagon, a través
de la pared, y de nuevo por el Caldero Chorreante, ya vacío. Harry no habló
mientras salían a la calle y ni siquiera notó la cantidad de gente que se
quedaba con la boca abierta al verlos en el metro, cargados con una serie de
paquetes de formas raras y con la lechuza dormida en el regazo de Harry.
Subieron por la escalera mecánica y entraron en la estación de Paddington.
Harry acababa de darse cuenta de dónde estaban cuando Hagrid le golpeó el
hombro.
—Tenemos tiempo para que comas algo antes de que
salga el tren —dijo.
Le compró una hamburguesa a Harry y se sentaron a
comer en unas sillas de plástico. Harry miró a su alrededor. De alguna manera,
todo le parecía muy extraño.
—¿Estás bien, Harry? Te veo muy silencioso —dijo
Hagrid. Harry no estaba seguro de poder explicarlo. Había tenido el mejor
cumpleaños de su vida y, sin embargo, masticó su hamburguesa, intentando
encontrar las palabras.
Creo que le estaré muy agradecida a
Hagrid por toda mi vida, pensaba la pelirroja.
—Todos creen que soy especial —dijo finalmente—.
Toda esa gente del Caldero Chorreante, el profesor Quirrell, el señor
Ollivander… Pero yo no sé nada sobre magia. ¿Cómo pueden esperar grandes cosas?
Soy famoso y ni siquiera puedo recordar por qué soy famoso. No sé qué sucedió
cuando Vol… Perdón, quiero decir, la noche en que mis padres murieron.
Snape se quedó sorprendido por esa
respuesta. En verdad ese chico lo desconcertaba, a veces parecía tan arrogante
como el padre —o eso creía— pero otras veces era tan parecido a Lily.
Si llego a conocer al hijo de Lily,
lo tendré muy bien vigilado, pensaba Snape.
Hagrid se inclinó sobre la mesa. Detrás de la barba
enmarañada y las espesas cejas había una sonrisa muy bondadosa.
—No te preocupes, Harry. Aprenderás muy rápido.
Todos son principiantes cuando empiezan en Hogwarts. Vas a estar muy bien.
Sencillamente sé tú mismo. Sé que es difícil. Has estado lejos y eso siempre es
duro. Pero vas a pasarlo muy bien en Hogwarts, yo lo pasé y, en realidad,
todavía lo paso.
—Claro que la pasara bien —dijo
Charlie Weasley—. Hogwarts se convertirá en un segundo hogar, así como nos pasó
a todos.
Todos asintieron. Y aunque Snape no
asintió, por dentro él estaba completamente de acuerdo con el pelirrojo, puesto
que no se podía llamar hogar a su casa.
Hagrid ayudó a Harry a subir al tren que lo
llevaría hasta la casa de los Dursley y luego le entregó un sobre.
—Tu billete para Hogwarts —dijo—. El uno de
septiembre, en Kings Cross. Está todo en el billete. Cualquier problema con los
Dursley y me envías una carta con tu lechuza, ella sabrá encontrarme... Te veré
pronto, Harry.
El tren arrancó de la estación. Harry deseaba ver a
Hagrid hasta que se perdiera de vista. Se levantó del asiento y apretó la nariz
contra la ventanilla, pero parpadeó y Hagrid ya no estaba.
—Aquí termina el capítulo —avisó
Fabian.
—Muchas gracias, señor Prewett —dijo
Dumbledore. Luego miró su extraño reloj—. Parece que se nos pasó el tiempo,
este será el último capítulo por hoy. Luego de cenar nos podemos ir a
descansar, y mañana a primera hora estaremos aquí para seguir leyendo los
libros.
Fabian le entrego el libro a
Dumbledore, y este se lo guardo dentro de un bolsillo de la túnica.
Unos minutos después la comida
apareció en las mesas.
—Ya era hora —exclamó Sirius,
haciendo reír a sus amigos.
—Insisto tienes un hechizo extensible
en tu estómago —repitió Lupin.
—No es cierto —replicó el ojigris.
Y así entre pequeñas bromas, algunos
regaños —por parte Molly a sus hijos gemelos— y algunos comentarios sobre el
libro, terminaron de cenar.
Los gemelos Weasley se cambiaron de lugar
y se sentaron cerca a los merodeadores —ellos estaban sentados cerca a sus
padres, que era cinco puestos más adelante— para hacerles sus preguntas
correspondientes, así comprobar sus teorías.
—Les queremos hacer unas preguntas
—les dijeron los gemelos al unisonó a los merodeadores, que enseguida pararon
de hablar para centrarse en tan peculiar hermanos.
—¿Qué nos quieren preguntar? —habló
Lupin, el más centrado del grupo.
—¿Ustedes son los merodeadores?
—preguntaron a la vez, muy directamente.
Los merodeadores se quedaron en
silencio.