A la mañana siguiente todos se
levantaron a primera hora, bueno no todos, un pelinegro y un ojigris, aún
seguían en sus habitaciones durmiendo. A ese par siempre les costaba despegarse
de las sabanas. Pero gracias a su amigo castaño, ellos siempre lograban estar
despiertos a tiempo.
Remus Lupin ya se encontraba
pulcramente vestido, a lo lejos vio a los Malfoy con su misma cara de
superioridad, ya sentados en la misma mesa de la noche anterior, también vio
dos cabelleras rojas fuego como el de su amiga Lily, sin duda se trataba del
matrimonio Weasley, distinguió sentados a los Longbottom conversando con los
Tonks, y también vio a Snape con cara de aburrimiento cerca de los Malfoy,
Ojoloco estaba mirando sospechosamente a Lucius Malfoy, y por supuesto que los
profesores Dumbledore y Mcgonagall se encontraban ahí también, al parecer ellos
se habían levantado más temprano que el resto, ellos se encontraban sentados en
una mesa aparte, estaban platicando, pero al ver sus rostros debía de ser algo
muy importante, los libros se encontraban al costado del codo de Dumbledore,
que reposaba encima de la mesa.
—Buenos días, Remus —lo saludó
alguien. Giró para ver de quien se trataban. Era su amiga Lily.
—Buenos días, Lily —respondió el
saludo—. ¿Te encuentras bien? —preguntó amablemente el licántropo a su amiga,
ella asintió.
—¿Dónde están James y Sirius? —preguntó
la pelirroja tratando de cambiar de tema, puesto que ya sabía a perfectamente a
que se debía la pregunta de su amigo.
—Seguramente deben de seguir
durmiendo —contestó Lupin—, pero no te preocupes, los iré a despertar.
—Bien, entonces, me voy adelantando —dijo
la pelirroja y empezó a dirigir a donde estaban los demás.
Lupin se encamino primero a la
habitación de su amigo el pelinegro. Entro sin tocar, y lo vio envuelto en las
cobijas, durmiendo muy plácidamente, cuando los demás ya empezaban el día.
—James —lo llamó, pero el aludido ni
sin inmuto, siguió igual de dormido—, bien, si hubiera sido en otro momento, te
hubiera dejado dormir, pero como necesitamos de tu presencia para continuar con
los libros… —dijo el castaño a la vez que sacaba su varita de uno de los
bolsillos de su túnica y apuntaba con ella a su amigo—, Aguamenti—un gran chorro de agua cayo directo a la cara de su
amigo, quien despertó confundido.
—Empezó la lluvia, por favor que
alguien me traiga un paraguas —gritó James Potter, luego parpadeo un par de
veces al escuchar la leve risa de su amigo—. ¿Por qué me tirante agua Lunático?
—le reclamó.
—Ya es hora de despertar —contestó
Lupin—, y será mejor que te alistes porque tu novia te espera —y con eso salió
de la habitación de James, para luego ir a la habitación de su otro amigo.
Ya en la habitación de Sirius, Remus
ni siquiera intento despertarlo amablemente, ya sabía que el ijigris, era peor
que James, así que lo único que hizo fue repetir el mismo proceso que con
James.
—Mi moto se mojará —dijo el oijgris a
la vez que se aventaba de la cama, tratando de proteger su moto imaginaria.
Remus rió con más ganas.
—No me digas que hasta sueñas con tu
futura moto —dijo Remus aun riendo.
—No tiene gracia Lunático, así no se
despierta a los amigos, compañeros de las más espectaculares bromas —se quejó
Sirius.
—Alístate, ya todos nos están
esperando —después de decir salió de la habitación, para luego dirigirse a la
mesa donde estaban todos.
Al rato aparecieron James y Sirius,
ambos se veían con complicidad, como tramando una broma, para luego mirar a su
amigo castaño.
—James —lo llamó su novia.
El aludido se fue asentar junto a
ella, seguido de Sirius.
El desayuno apareció en sus platos
como de costumbre. Y luego de una media hora los platos vacios iban
desapareciendo. Ya terminado el desayuno, a las 9 en punto, Dumbledore cogió el
libro y dijo:
—¿Quién se ofrece para leer el
siguiente capítulo?
—Yo lo haré, profesor —dijo Remus
Lupin, Dumbledore le entrego el libro, dedicándole una sonrisa amable—. Bien,
el segundo capítulo se titula “El vidrio
que se desvaneció”.
—Ese título parece interesante —dijo
Sirius.
Lupin asintió y se dispuso a leer.
Habían pasado aproximadamente diez años desde el
día en que los Dursley se despertaron y encontraron a su sobrino en la puerta
de entrada, pero Privet Drive no había cambiado en absoluto. El sol se elevaba
en los mismos jardincitos, iluminaba el número 4 de latón sobre la puerta de
los Dursley y avanzaba en su salón, que era casi exactamente el mismo que aquél
donde el señor Dursley había oído las ominosas noticias sobre las lechuzas, una
noche de hacía diez años. Sólo las fotos de la repisa de la chimenea eran
testimonio del tiempo que había pasado. Diez años antes, había una gran
cantidad de retratos de lo que parecía una gran pelota rosada con gorros de
diferentes colores (¿Por qué alguien le pondría
gorros a una pelota?, dijo uno de los gemelos Prewett), pero Dudley
Dursley (Entonces todos comprendieron lo
anteriormente leído) ya no era un niño pequeño, y en aquel momento las
fotos mostraban a un chico grande y rubio montando su primera bicicleta, en un
tiovivo en la feria, jugando con su padre en el ordenador, besado y abrazado
por su madre… La habitación no ofrecía señales de que allí viviera otro niño.
—¿Qué se supone que Petunia hizo con
mi hijo? —exclamó Lily preocupada.
—Calma, Lily —le dijo su novio,
abrazándola protectoramente.
Sin embargo, Harry Potter estaba todavía allí,
durmiendo en aquel momento, aunque no por mucho tiempo. Su tía Petunia se había
despertado y su voz chillona era el primer ruido del día.
—¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!
—¿Cómo se atreve a gritar a mini
cornamenta —dijo Sirius molesto.
—Qué manera de despertar a un pequeño
niño —dijo Molly Weasley escandalizada.
Harry se despertó con un sobresalto. Su tía llamó
otra vez a la puerta.
—¡Arriba! —chilló de nuevo. Harry oyó sus pasos en
dirección a la cocina, y después el roce de la sartén contra el fogón. El niño
se dio la vuelta y trató de recordar el sueño que había tenido. Había sido
bonito. Había una moto que volaba. Tenía la curiosa sensación de que había
soñado lo mismo anteriormente.
—Soñó con mi moto —dijo Sirius alegre.
—No me interrumpas, Sirius —le
reclamó Lupin.
Su tía volvió a la puerta.
—¿Ya estás levantado? —quiso saber.
—Casi —respondió Harry
—Bueno, date prisa, quiero que vigiles el beicon. Y
no te atrevas a dejar que se queme. Quiero que todo sea perfecto el día del
cumpleaños de Duddy.
—Lo pone a cocinar, ¿Cómo se atreve
Petunia a poner a cocinar a mi hija? No se da cuenta que se puede quemar o
cortar —dijo Lily, con voz irritada.
—Lily, ¿Y tú crees que a tu hermana
le importa que nuestro hijo le pase algo? —dijo James con el mismo tono de voz
que su novia.
—Yo responderé a esa pregunta —habló
Sirius—, no le importa.
Harry gimió.
—¿Qué has dicho? —gritó con ira desde el otro lado
de la puerta.
—Nada, nada…
El cumpleaños de Dudley... ¿cómo había podido
olvidarlo? Harry se levantó lentamente y comenzó a buscar sus calcetines.
Encontró un par debajo de la cama y, después de sacar una araña de uno, se los
puso. Harry estaba acostumbrado a las arañas, porque la alacena que había
debajo de las escaleras estaba llena de ellas, y allí era donde dormía.
—¿Lo mandaste a dormir a una
alacena?, ahora si conocerás a la verdad Lily Evans, Petunia —James miraba a su
novia sorprendido. Él nunca la había visto así de enojada e indignada.
—Eh… Lily, ¿Qué piensas hacer?
—preguntó James a su novia.
—Deja que la pelirroja haga lo que
tenga que hacer —dijo Sirius sonriendo.
Remus lo escucho y solo movió la
cabeza negativamente.
Cuando estuvo vestido salió al recibidor y entró en
la cocina. La mesa estaba casi cubierta por los regalos de cumpleaños de
Dudley. Parecía que éste había conseguido el ordenador nuevo que quería, por no
mencionar el segundo televisor y la bicicleta de carreras. La razón exacta por
la que Dudley podía querer una bicicleta era un misterio para Harry, ya que Dudley
estaba muy gordo y aborrecía el ejercicio, excepto si conllevaba pegar a
alguien, por supuesto. El saco de boxeo favorito de Dudley era Harry (James y Lily ahogaron grito de indignación), pero
no podía atraparlo muy a menudo. Aunque no lo parecía, Harry era muy rápido.
—Ese es mi hijo —dijo James con un
toque de orgullo.
—Sí, espero que mini cornamenta sea
igual de escurridizo que los merodeadores —dijo James.
Los tres merodeadores sonrieron,
porque recordaron las veces en que se pudieron escapar de un buen castigo y de
que le bajaran puntos a su casa.
—Estúpidos —dijo Snape entre dientes.
Tal vez tenía algo que ver con eso de vivir en una
oscura alacena, pero Harry había sido siempre flaco y muy bajo para su edad (Cuando yo conocí a James, era así, comento Sirius. Remus
asintió estando de acuerdo, y James los miró ofendido). Además, parecía
más pequeño y enjuto de lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaba
eran prendas viejas de Dudley, y su primo era cuatro veces más grande que él.
Harry tenía un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo negro y ojos de color
verde brillante. Llevaba gafas redondas siempre pegadas con cinta adhesiva,
consecuencia de todas las veces que Dudley le había pegado en la nariz. La
única cosa que a Harry le gustaba de su apariencia era aquella pequeña cicatriz
en la frente, con la forma de un relámpago. La tenía desde que podía acordarse,
y lo primero que recordaba haber preguntado a su tía Petunia era cómo se la
había hecho.
—En el accidente de coche donde tus padres murieron
—había dicho—. Y no hagas preguntas.
—No creo que unos magos mueran en un
accidente de coche, porque antes del accidente solo desaparecerían —explicó
Remus, como si estuviera respondiendo una pregunta que le hubiera hecho un
profesor.
—Eso es cierto —afirmó Ted Tonks.
«No hagas preguntas»: ésa era la primera regla que
se debía observar si se quería vivir una vida tranquila con los Dursley.
Tío Vernon entró a la cocina cuando Harry estaba
dando la vuelta al tocino.
—¡Péinate! —bramó como saludo matinal.
—No creo que funcione, lo llevo
intentando toda mi vida, y lo único que consigo es que se vea un poco arreglado
—dijo James, con una sonrisa en los labios—, además el cabello indomable y ser
cortos de vistas es la herencia Potter —dijo arrogante.
—Sí, lo bueno es que heredo el color
de mis ojos, y espero que también haya heredado mi carácter, no me gustaría
nada que mi hijo sea igual de arrogante y presumido que tú —la pelirroja señalo
a su novio.
El resto rió de la cara que puso
James.
—Ojala y no, porque si no lo único
que haría sería leer libros y no le agradarían las bromas —le susurró Sirius a
su amigo pelinegro.
—Te escuche, Black —la pelirroja le
dedico una mirada asesina al oijgris, el cual solo se encogió en su asiento.
Una vez por semana, tío Vernon miraba por encima de
su periódico y gritaba que Harry necesitaba un corte de pelo. A Harry le habían
cortado más veces el pelo que al resto de los niños de su clase todos juntos,
pero no servía para nada, pues su pelo seguía creciendo de aquella manera, por
todos lados.
Harry estaba friendo los huevos cuando Dudley llegó
a la cocina con su madre. Dudley se parecía mucho a tío Vernon. Tenía una cara
grande y rosada, poco cuello, ojos pequeños de un tono azul acuoso, y abundante
pelo rubio que cubría su cabeza gorda. Tía Petunia decía a menudo que Dudley
parecía un angelito. Harry decía a menudo que Dudley parecía un cerdo con
peluca.
Todos reían —claro, salvo el
matrimonio Malfoy, y Snape que no soportaba a los merodeadores— pero los que
más reían eran los gemelos Prewett y los merodeadores.
—Ese chic es increíble —dijeron a
coro los gemelos Prewett.
—Vaya, parece que Harry si heredo los
genes de la broma Potter —habló Sirius entre risas.
Lily solo suspiró. Pero la verdad le
pareció una buena comparación.
Harry puso sobre la mesa los platos con huevos y
beicon, lo que era difícil porque había poco espacio. Entretanto, Dudley
contaba sus regalos. Su cara se ensombreció.
—Treinta y seis —dijo, mirando a su madre y a su
padre—. Dos menos que el año pasado.
—Se queja por recibir treinta y seis
regalos, yo en mi último cumpleaños no recibí ni la mitad de esos treinta y
seis —dijo Sirius, con molestia.
Remus quitó su vista del libro para
mirar a su amigo y dijo:
—Eso no es cierto, canuto —y luego de
decir eso volvió a dirigió su vista al libro.
—Podrías dejar de comportarte como un
niño —le reclamó Lily.
Sirius solo hizo una mueca de
disgusto.
James que estaba atento a la pequeña
discusión, así que decidió mejor no mencionar nada sobre sus cumpleaños que
eran demasiados ostentosos y ni hablar de los obsequios. Y por suerte ninguno
de sus amigos dijo nada al respecto.
—Querido, no has contado el regalo de tía Marge.
Mira, está debajo de este grande de mamá y papá.
—Muy bien, treinta y siete entonces —dijo Dudley,
poniéndose rojo.
Harry; que podía ver venir un gran berrinche de
Dudley, comenzó a comerse el beicon lo más rápido posible, por si volcaba la
mesa.
Tía Petunia también sintió el peligro, porque dijo
rápidamente:
—Y vamos a comprarte dos regalos más cuando
salgamos hoy. ¿Qué te parece, pichoncito? Dos regalos más. ¿Está todo bien?
Dudley pensó durante un momento. Parecía un trabajo
difícil para él. Por último, dijo lentamente.
—Entonces tendré treinta y… treinta y…
—Ni siquiera sabe sumar —dijo Molly
exasperada—. Eso pasa por consentirlo demasiado.
—Te apuesto 10 galeones a que no
logra sumar —dijo Sirius a James, pero antes de que James contestara, su novia
hablo.
—Nadie apostara nada.
—Treinta y nueve, dulzura —dijo tía Petunia.
—Hubiera ganado —dijo Sirius, mirando
a Lily.
—Oh —Dudley se dejó caer pesadamente en su silla y
cogió el regalo más cercano—. Entonces está bien.
Tío Vernon rió entre dientes.
—El pequeño tunante quiere que le den lo que vale,
igual que su padre. ¡Bravo, Dudley! —dijo, y revolvió el pelo de su hijo.
—Y todavía lo alaba —dijo Andrómeda,
con molestia.
En aquel momento sonó el teléfono y tía Petunia fue
a cogerlo, mientras Harry y tío Vernon miraban a Dudley, que estaba
desembalando la bicicleta de carreras, la filmadora, el avión con control
remoto, dieciséis juegos nuevos para el ordenador y un vídeo. Estaba rompiendo
el envoltorio de un reloj de oro, cuando tía Petunia volvió, enfadada y
preocupada a la vez.
—Malas noticias, Vernon —dijo—. La señora Figg se
ha fracturado una pierna. No puede cuidarlo. —Volvió la cabeza en dirección a
Harry.
La boca de Dudley se abrió con horror, pero el
corazón de Harry dio un salto. Cada año, el día del cumpleaños de Dudley, sus
padres lo llevaban con un amigo a pasar el día a un parque de atracciones, a
comer hamburguesas o al cine. Cada año, Harry se quedaba con la señora Figg,
una anciana loca que vivía a dos manzanas. Harry no podía soportar ir allí.
Toda la casa olía a repollo y la señora Figg le hacía mirar las fotos de todos
los gatos que había tenido.
—Arrogante e insolente igual que su
padre —siseó Snape. Lucius Malfoy sonrió.
—Nadie pidió tu opinión Quijicus —le
gritó James.
—Sev deja de hablar de ese modo de mi
hijo, no te das cuenta que solo es un niño —le reclamó Lily.
Snape no dijo nada más porque vio la
mirada de asesina de Lily.
—No le hagas caso a Quijicus, Lily.
Te prometo que en ese nuevo futuro, donde nosotros estaremos vivos, todo eso
cambiara —le dijo su novio, ella le sonrió y besó su mejilla.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó tía Petunia,
mirando con ira a Harry como si él lo hubiera planeado todo. Harry sabía que
debería sentir pena por la pierna de la señora Figg, pero no era fácil cuando
recordaba que pasaría un año antes de tener que ver otra vez a Tibbles, Snowy,
el Señor Paws o Tufty.
—Podemos llamar a Marge —sugirió tío Vernon.
—No seas tonto, Vernon, ella no aguanta al chico.
Los Dursley hablaban a menudo sobre Harry de
aquella manera, como si no estuviera allí, o más bien como si pensaran que era
tan tonto que no podía entenderlos, algo así como un gusano.
—¿Y qué me dices de… tu amiga… cómo se llama…
Yvonne?
—Está de vacaciones en Mallorca —respondió enfadada
tía Petunia.
—Podéis dejarme aquí —sugirió esperanzado Harry.
Podría ver lo que quisiera en la televisión, para variar, y tal vez incluso
hasta jugaría con el ordenador de Dudley.
Tía Petunia lo miró como si se hubiera tragado un
limón.
—¿Y volver y encontrar la casa en ruinas? —rezongó.
—No voy a quemar la casa —dijo Harry, pero no le
escucharon.
—Supongo que podemos llevarlo al zoológico —dijo en
voz baja tía Petunia—… y dejarlo en el coche…
Lily resoplo indignada, que la odiara
a ella era una cosa, pero que maltratara a su hijo era completamente distinto,
Harry no tenía la culpa de sus rencores.
—El coche es nuevo, no se quedará allí solo…
Dudley comenzó a llorar a gritos. En realidad no
lloraba, hacía años que no lloraba de verdad, pero sabía que, si retorcía la
cara y gritaba, su madre le daría cualquier cosa que quisiera.
—Insisto en que ese niño está muy
consentido —dijo Molly, y todas las mujeres estuvieron de acuerdo con ella.
—Mi pequeñito Dudley no llores, mamá no dejará que
él te estropee tu día especial —exclamó, abrazándolo.
—¡Yo… no… quiero… que… él venga! —exclamó Dudley
entre fingidos sollozos—. ¡Siempre lo estropea todo! —Le hizo una mueca burlona
a Harry, desde los brazos de su madre. Justo entonces, sonó el timbre de la
puerta.
—¡Oh, Dios, ya están aquí! —dijo tía Petunia en
tono desesperado y, un momento más tarde, el mejor amigo de Dudley, Piers Polkiss,
entró con su madre. Piers era un chico flacucho con cara de rata. Era el que,
habitualmente, sujetaba los brazos de los chicos detrás de la espalda mientras
Dudley les pegaba. Dudley suspendió su fingido llanto de inmediato.
Media hora más tarde, Harry, que no podía creer en
su suerte, estaba sentado en la parte de atrás del coche de los Dursley, junto
con Piers y Dudley, camino del zoológico por primera vez en su vida. A sus tíos
no se les había ocurrido una idea mejor, pero antes de salir tío Vernon se
llevó aparte a Harry.
—Te lo advierto —dijo, acercando su rostro grande y
rojo al de Harry—. Te estoy avisando ahora, chico: cualquier cosa rara, lo que
sea, y te quedarás en la alacena hasta la Navidad.
—¿Qué se cree esa morsa para amenazar
a mi hijo? —dijo James—. Tan solo inténtalo y entonces veras de lo que un
Potter es capaz.
—No voy a hacer nada —dijo Harry—. De verdad…
Pero tío Vernon no le creía. Nadie lo hacía.
El problema era que, a menudo, ocurrían cosas
extrañas cerca de Harry y no conseguía nada con decir a los Dursley que él no
las causaba.
En una ocasión, tía Petunia, cansada de que Harry
volviera de la peluquería como si no hubiera ido, cogió unas tijeras de la
cocina y le cortó el pelo casi al rape, exceptuando el flequillo, que le dejó «para
ocultar la horrible cicatriz». Dudley se rió como un tonto, burlándose de
Harry, que pasó la noche sin dormir imaginando lo que pasaría en el colegio al
día siguiente, donde ya se reían de su ropa holgada y sus gafas remendadas. Sin
embargo, a la mañana siguiente, descubrió al levantarse que su pelo estaba
exactamente igual que antes de que su tía lo cortara. Como castigo, lo
encerraron en la alacena durante una semana, aunque intentó decirles que no
podía explicar cómo le había crecido tan deprisa el pelo.
—Solo hizo magia accidental para
evitar que se burlen de él, y Petunia lo sabe, ¿Cómo permitió que lo
castigaran?
Otra vez, tía Petunia había tratado de meterlo
dentro de un repugnante jersey viejo de Dudley (marrón, con manchas
anaranjadas). Cuanto más intentaba pasárselo por la cabeza, más pequeña se
volvía la prenda, hasta que finalmente le habría sentado como un guante a una
muñeca, pero no a Harry. Tía Petunia creyó que debía de haberse encogido al
lavarlo y, para su gran alivio, Harry no fue castigado.
Por otra parte, había tenido un problema terrible
cuando lo encontraron en el techo de la cocina del colegio. El grupo de Dudley
lo perseguía como de costumbre cuando, tanto para sorpresa de Harry como de los
demás, se encontró sentado en la chimenea. Los Dursley recibieron una carta
amenazadora de la directora del colegio, diciéndoles que Harry andaba trepando
por los techos del colegio. Pero lo único que trataba de hacer (como le gritó a
tío Vernon a través de la puerta cerrada de la alacena) fue saltar los grandes
cubos que estaban detrás de la puerta de la cocina. Harry suponía que el viento
lo había levantado en medio de su salto.
—Otra vez hizo magia accidental para
salvarse de esos chicos maleducados —dijo Lily.
—¿Y cómo pudo creer que el viento lo
levanto? ¿Qué acaso no sabe que es un mago? —habló Lupin pensativo.
Ahora que él lo decía, todos se
hacían la misma pregunta.
—Sí, ¿acaso no lo sabe? —dijo
Sirius—, además que esté delgado, eso no quiere decir que el viento lo pueda
elevar tan alto.
—Eso más parece que uso la
desaparición —dijo Arthur Weasley—, pero un niño de 10 años no puede hacerlo,
¿o sí, profesor Dumbledore?
—Esa es magia avanzada, se tiene que
estar muy concentrado para lograrlo y no creo que Harry lo haya hecho. Más
parece que fue magia accidental como dijo la señorita Evans —contestó el
profesor.
Pero aquel día nada iba a salir mal. Incluso estaba
bien pasar el día con Dudley y Piers si eso significaba no tener que estar en
el colegio, en su alacena, o en el salón de la señora Figg, con su olor a
repollo.
Mientras conducía, tío Vernon se quejaba a tía
Petunia. Le gustaba quejarse de muchas cosas. Harry, el ayuntamiento, Harry, el
banco y Harry eran algunos de sus temas favoritos. Aquella mañana le tocó a los
motoristas.
—Ese hombre lo único que sabe hacer
es quejarse… —dijo Fabian Prewett, uno de los gemelos.
—… cuando podría divertirse haciendo
bromas —continuó Gideon Prewett.
—… haciendo ruido como locos esos gamberros —dijo,
mientras una moto los adelantaba.
—Tuve un sueño sobre una moto —dijo Harry
recordando de pronto—. Estaba volando.
Sirius iba hacer un comento sobre su
futura moto, pero Lupin lo miró severo, así que lo único que hizo Sirius fue
refunfuñar.
Tío Vernon casi chocó con el coche que iba delante
del suyo. Se dio la vuelta en el asiento y gritó a Harry:
—¡LAS MOTOS NO VUELAN!
Su rostro era como una gigantesca remolacha con
bigotes.
Dudley y Piers se rieron disimuladamente.
—Ya sé que no lo hacen —dijo Harry—. Fue sólo un
sueño.
Pero deseó no haber dicho nada. Si había algo que
desagradaba a los Dursley aún más que las preguntas que Harry hacía, era que
hablara de cualquier cosa que se comportara de forma indebida, no importa que
fuera un sueño o un dibujo animado. Parecían pensar que podía llegar a tener
ideas peligrosas.
—Lo que en verdad les pasa a los
Dursley es que temen al pequeño Harry, porque saben lo que es y de lo que sería
capaz —habló para sorpresa de todos, la profesora McGonagall, puesto que se
había mantenido callada desde que Remus comenzó a leer.
Todos estuvieron de acuerdo con la
profesora.
Era un sábado muy soleado y el zoológico estaba
repleto de familias. Los Dursley compraron a Dudley y a Piers unos grandes
helados de chocolate en la entrada, y luego, como la sonriente señora del
puesto preguntó a Harry qué quería antes de que pudieran alejarse, le compraron
un polo de limón, que era más barato. Aquello tampoco estaba mal, pensó Harry,
chupándolo mientras observaban a un gorila que se rascaba la cabeza y se
parecía notablemente a Dudley, salvo que no era rubio.
—Ese chico llegara hacer unas bromas
increíbles —dijeron al unísono los gemelos Prewett.
—Y que esperaban si es hijo de
cornamenta —les contestó Sirius, dándole una palmada a la espalda a su amigo de
gafas.
Fue la mejor mañana que Harry había pasado en mucho
tiempo. Tuvo cuidado de andar un poco alejado de los Dursley, para que Dudley y
Piers, que comenzaban a aburrirse de los animales cuando se acercaba la hora de
comer, no empezaran a practicar su deporte favorito, que era pegarle a él.
Comieron en el restaurante del zoológico, y cuando Dudley tuvo una rabieta
porque su bocadillo no era lo suficientemente grande, tío Vernon le compró otro
y Harry tuvo permiso para terminar el primero.
Más tarde, Harry pensó que debía haber sabido que
aquello era demasiado bueno para durar.
—¿Ahora que le hicieron a mi hijo?
—exclamó Lily, preocupada.
Después de comer fueron a ver los reptiles. Estaba
oscuro y hacía frío, y había vidrieras iluminadas a lo largo de las paredes.
Detrás de los vidrios, toda clase de serpientes y lagartos se arrastraban y se
deslizaban por las piedras y los troncos. Dudley y Piers querían ver las
gigantescas cobras venenosas y las gruesas pitones que estrujaban a los
hombres. Dudley encontró rápidamente la serpiente más grande. Podía haber
envuelto el coche de tío Vernon y haberlo aplastado como si fuera una lata,
pero en aquel momento no parecía tener ganas. En realidad, estaba profundamente
dormida.
Dudley permaneció con la nariz apretada contra el
vidrio, contemplando el brillo de su piel.
—Haz que se mueva —le exigió a su padre.
—Pobre de los animales, tener que
soportar a esa clase de personas —dijo Alice Longbottom.
—Sí es cierto, cariño, pobre de
ellos, como los animales no pueden quejarse, ellos abusan —Frank estuvo de acuerdo
con su esposa, igual que todos los demás.
Tío Vernon golpeó el vidrio, pero la serpiente no
se movió.
—Hazlo de nuevo —ordenó Dudley.
Tío Vernon golpeó con los nudillos, pero el animal
siguió dormitando.
—Esto es aburrido —se quejó Dudley. Se alejó arrastrando
los pies.
Harry se movió frente al vidrio y miró intensamente
a la serpiente. Si él hubiera estado allí dentro, sin duda se habría muerto de
aburrimiento, sin ninguna compañía, salvo la de gente estúpida golpeando el
vidrio y molestando todo el día. Era peor que tener por dormitorio una alacena
donde la única visitante era tía Petunia, llamando a la puerta para
despertarlo: al menos, él podía recorrer el resto de la casa.
De pronto, la serpiente abrió sus ojillos, pequeños
y brillantes como cuentas. Lenta, muy lentamente, levantó la cabeza hasta que
sus ojos estuvieron al nivel de los de Harry.
Guiñó un ojo.
Remus paró de leer, pensando que se
había equivocado, pero no, había leído correctamente.
Todos estaban callados.
—¿Qué hizo qué? —exclamaron los tres
merodeadores, luego de unos segundos.
—Sí continuará leyendo, señor Lupin,
sabríamos el porqué de ese acto de la serpiente —lo regaño la profesora
McGonagall. Remus se sonrojo levemente, pero continúo con la lectura.
Harry la miró fijamente. Luego echó rápidamente un
vistazo a su alrededor, para ver si alguien lo observaba. Nadie le prestaba
atención. Miró de nuevo a la serpiente y también le guiñó un ojo.
La serpiente torció la cabeza hacia tío Vernon y
Dudley, y luego levantó los ojos hacia el techo. Dirigió a Harry una mirada que
decía claramente:
—Me pasa esto constantemente.
—Lo sé —murmuró Harry a través del vidrio, aunque
no estaba seguro de que la serpiente pudiera oírlo—. Debe de ser realmente
molesto.
—Me parece a mí o Harry está entiende
a las serpientes —dijo Sirius sorprendido.
—No te parece, las entiende —le
contestó Frank Longbottom.
—¡Oh, por Merlín! —exclamó James.
La serpiente asintió vigorosamente.
—A propósito, ¿de dónde vienes? —preguntó Harry
La serpiente levantó la cola hacia el pequeño
cartel que había cerca del vidrio. Harry miró con curiosidad.
«Boa Constrictor, Brasil.»
—¿Era bonito aquello?
La boa constrictor volvió a señalar con la cola y
Harry leyó: «Este espécimen fue criado en el zoológico».
—Oh, ya veo. ¿Entonces nunca has estado en Brasil?
Mientras la serpiente negaba con la cabeza, un
grito ensordecedor detrás de Harry los hizo saltar.
—¡DUDLEY! ¡SEÑOR DURSLEY! ¡VENGAN A VER A LA
SERPIENTE! ¡NO VAN A CREER LO QUE ESTÁ HACIENDO!
—¡Chismoso! —dijo Ted Tonks.
—Ese niño es un cretino, claro por
eso es amigo del hijo de la morsa —dijo James.
Dudley se acercó contoneándose, lo más rápido que
pudo.
—Quita de en medio —dijo, golpeando a Harry en las
costillas. Cogido por sorpresa, Harry cayó al suelo de cemento. Lo que sucedió
a continuación fue tan rápido que nadie supo cómo había pasado: Piers y Dudley
estaban inclinados cerca del vidrio, y al instante siguiente saltaron hacia
atrás aullando de terror.
Harry se incorporó y se quedó boquiabierto: el
vidrio que cerraba el cubículo de la boa constrictor había desaparecido. La
descomunal serpiente se había desenrollado rápidamente y en aquel momento se
arrastraba por el suelo. Las personas que estaban en la casa de los reptiles
gritaban y corrían hacia las salidas.
—Ahora se entiende el título del
capítulo —comentó Ojoloco Moody, con su típico tono de sospecha.
—Y eso fue lo mejor que le pudo pasar
a ese par de mocosos —dijo Sirius riendo al igual que James, y Remus.
—Increíble —dijeron al unísono
Dumbledore y McGonagall.
Mientras la serpiente se deslizaba ante él, Harry
habría podido jurar que una voz baja y sibilante decía:
—Brasil, allá voy… Gracias, amigo.
—Eso no puede ser cierto —dijo Lily—,
las serpientes no hablan.
—Bueno, yo conozco algunas serpientes
que no solo hablan, sino que también escupen su veneno cada cinco minutos —dijo
Sirius, mirando a Snape, a su prima Narcisa y a su esposo.
El encargado de los reptiles se encontraba
totalmente conmocionado.
—Pero… ¿y el vidrio? —repetía—. ¿Adónde ha ido el
vidrio?
El director del zoológico en persona preparó una
taza de té fuerte y dulce para tía Petunia, mientras se disculpaba una y otra
vez. Piers y Dudley no dejaban de quejarse. Por lo que Harry había visto, la
serpiente no había hecho más que darles un golpe juguetón en los pies, pero
cuando volvieron al asiento trasero del coche de tío Vernon, Dudley les contó
que casi lo había mordido en la pierna, mientras Piers juraba que había
intentado estrangularlo. Pero lo peor, para Harry al menos, fue cuando Piers se
calmó y pudo decir:
—Harry le estaba hablando. ¿Verdad, Harry?
—Maldito mocoso, no escuche que
alguien le hiciera una pregunta —dijo Ojoloco.
Lily estaba tan roja como sus
cabellos de fuego.
Tío Vernon esperó hasta que Piers se hubo marchado,
antes de enfrentarse con Harry. Estaba tan enfadado que casi no podía hablar.
—Ve… alacena… quédate… no hay comida —pudo decir,
antes de desplomarse en una silla. Tía Petunia tuvo que servirle una copa de
brandy.
—¿Cómo se atreve a mandar a un niño
sin cenar? Cuando está en pleno crecimiento —dijo Molly.
—Me las pagaran —susurró Lily.
Mucho más tarde, Harry estaba acostado en su
alacena oscura, deseando tener un reloj. No sabía qué hora era y no podía estar
seguro de que los Dursley estuvieran dormidos. Hasta que lo estuvieran, no
podía arriesgarse a ir a la cocina a buscar algo de comer.
Había vivido con los Dursley casi diez años, diez
años desgraciados (James y Lily se sintieron mal
por dejar abandonado a su hijo, aunque no era su culpa, pero se sintieron mal),
hasta donde podía acordarse, desde que era un niño pequeño y sus padres habían
muerto en un accidente de coche. No podía recordar haber estado en el coche
cuando sus padres murieron. Algunas veces, cuando forzaba su memoria durante
las largas horas en su alacena, tenía una extraña visión, un relámpago cegador
de luz verde y un dolor como el de una quemadura en su frente. Aquello debía de
ser el choque, suponía, aunque no podía imaginar de dónde procedía la luz
verde. Y no podía recordar nada de sus padres. Sus tíos nunca hablaban de ellos
y, por supuesto, tenía prohibido hacer preguntas. Tampoco había fotos de ellos
en la casa.
—Oh, James, Harry recuerda nuestra
muerte —habló Lily sollozando, James la abrazo.
—¿Cómo puede recordar la maldición
asesina, si cuando eso ocurrió aún era un bebé? —dijo sorprendido Arthur. Él y
su esposa sentían lastima por Harry.
Cuando era más pequeño, Harry soñaba una y otra vez
que algún pariente desconocido iba a buscarlo para llevárselo, pero eso nunca
sucedió: los Dursley eran su única familia. Pero a veces pensaba (tal vez era
más bien que lo deseaba) que había personas desconocidas que se comportaban
como si lo conocieran. Eran desconocidos muy extraños. Un hombrecito con un
sombrero violeta lo había saludado, cuando estaba de compras con tía Petunia y
Dudley. Después de preguntarle con ira si conocía al hombre, tía Petunia se los
había llevado de la tienda, sin comprar nada. Una mujer anciana con aspecto
estrafalario, toda vestida de verde, también lo había saludado alegremente en
un autobús. Un hombre calvo, con un abrigo largo, color púrpura, le había
estrechado la mano en la calle y se había alejado sin decir una palabra. Lo más
raro de toda aquella gente era la forma en que parecían desaparecer en el
momento en que Harry trataba de acercarse.
—No hay duda que esas personas que lo
saludaban eran magos —dijo Lily.
—Sí. Pero un momento, un momento,
ahora que lo pienso, porque mi hijo tuvo que vivir con esas personas y no con
ninguno de ustedes dos —dijo James mirando a sus amigos—, ¿Dónde se suponía que
estaban? —les reclamó.
—No lo sabemos, James —contestó Lupin
amablemente, pero no podía evitar pensar lo mismo que su amigo.
Sirius solo se encogió de hombros, no
sabía que responder, estaba confundido.
Lupin volvió a leer.
En el colegio, Harry no tenía amigos. Todos sabían que el grupo de
Dudley odiaba a aquel extraño Harry Potter, con su ropa vieja y holgada y sus
gafas rotas, y a nadie le gustaba estar en contra de la banda de Dudley.
Paró de leer en ese último párrafo.
Todos estaban en silencio esperando que continuara.
—Ahí acaba el segundo capítulo
—avisó.
—Muy bien, señor Lupin, muchas
gracias —dijo Dumbledore. Lupin le entrego el libro—. Alguien quisiera leer el
siguiente capítulo.
—Yo lo haré, profesor —se ofreció
Alice Longbottom. Pero antes de que cogiera el libro que le estaba extendiendo
Dumbledore, una luz cegadora los sorprendió a todos.